Rasgos de caracter negativos y positivos
En Sha-arey Kedushá escribe el Rabí Jaim Vital (1542-1620), el discípulo más importante del Ari:
Así como un maestro artesano puede esculpir una figura humana en la piedra, así el Maestro Artesano diseñó el cuerpo en la forma exacta del alma. Dado que el alma en sí es un paralelo de la composición de la Torá, con sus mitzvot positivas y sus prohibiciones, de la misma manera los miembros del cuerpo, si bien formados por los cuatro elementos materiales, son paralelos a los «miembros» del alma y las correspondientes mitzvot.
Adán debió vivir eternamente. Pero al comer del Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal, degradó el alma y el cuerpo. Como resultado, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte descendieron sobre la humanidad, tal como le fuera advertido a Adán (Génesis 2:17), «Pero del Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal no habrás de comer, pues en el día que de él comieres, mot tamut [de seguro morirás]». La doble expresión mot tamut significa literalmente, «morir, morirás,» indicando una doble muerte tanto física como espiritual.
Adán fue el paradigma del hombre espiritual. Sin embargo, habiendo comido del Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal, descendió a un nivel material, arrastrando consigo a toda la creación. Más aún, al probar el bien y el mal, hizo que toda creación se volviera una mezcla de bien y mal (Sha-arey Kedushá 1:1).
Adán fue puesto en el Jardín del Edén y se le dio la posibilidad de elegir. él podía haber elegido vivir una vida espiritual, pero al probar del Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal, hizo que el bien y el mal se mezclasen. Ahora todo es una mezcla de ambos. Desde entonces, la misión del hombre ha sido separar el bien del mal, para purificarse del mal que lo rodea y del mal que se encuentra dentro de él.
Los Cuatro Sirvientes
Los cuatro elementos contienen todos los recursos físicos necesarios para que el hombre avance en su crecimiento espiritual, pero también contienen las características que pueden inhibir e incluso revertir ese crecimiento. Es por esta razón que los cuatro elementos son llamados «sirvientes». Ellos deben servir fielmente al alma para que sea posible ascender en la espiritualidad (cf. Likutey Moharán I, 4:12).
Uno puede imbuir los cuatro elementos materiales con alma y espíritu, como en (Ezequiel 37:9), «Profetiza al Rúaj [espíritu, viento o aliento]; profetiza, hijo del hombre y dile al Rúaj: Esto es lo que el Señor Dios dice, – Ven de las cuatro direcciones, oh Rúaj y sopla sobre estos muertos para que vivan». Este versículo se encuentra en la profecía de Ezequiel a los huesos secos. Dios le dijo primero que profetizara a los huesos, para que se juntasen. Entonces le ordenó que profetizase una segunda vez para que el Rúaj entrase en los cuerpos aún muertos y los hiciese vivir.
Tal como explica el Rabí Natán, los cuerpos «muertos» corresponden a los cuatro elementos que están «muertos» sin su conexión con el quinto elemento, el Tzadik. Cuando se conectan, cobran vida y pueden encarnar todas las buenas cualidades identificadas con el concepto del Tzadik amor y temor, bondad y restricción, humildad, responsabilidad y celo, etc. Si los cuatro elementos no están conectados, entonces, en la forma de sus características negativas, controlarán literalmente la vida de la persona. Ella se vuelve entonces su «siervo» y es así susceptible de las «cuatro fuentes primarias de daños,» «las cuatro clases de lepra» (ver Bava Kama 1:1; Negaim 1:1; los «daños» y «lepras» se manifiestan en toda clase de sufrimientos de la humanidad: enfermedades, dificultades emocionales, guerras, exilio, etcétera). Los cuatro elementos se vuelven así la fuente de cada uno de los caracteres negativos básicos.
Explica el Rabí Jaim Vital (Sha-arey Kedushá 1:2):
El fuego es, en su constitución, el más liviano de los cuatro, pues sus propiedades hacen que el calor se eleve. Es la fuente de la arrogancia, de aquél que se ve a sí mismo como «por sobre» los demás. El fuego es también la fuente de la ira. La ira y la arrogancia llevan también a la irritabilidad y al deseo de poder y de honor.
El aire es la fuente de la palabra vana la tendencia a hablar acerca de temas sin valor. También se refiere al habla prohibida: la adulación, la mentira, la calumnia y la burla. El aire es también la fuente de la vanidad.
El agua trae placer del agua proviene el impulso de todas las clases de deseos. También produce celos y envidia, llevando al comportamiento deshonesto y al robo.
La tierra es el más pesado de los elementos y denota pereza y depresión. Aquél dominado por los aspectos materiales de la tierra siempre se queja de su suerte y nunca está satisfecho con lo que tiene.
Los rasgos de carácter y las actitudes no se encuentran entre los mandamientos de la Torá. Un análisis de la lista completa de las 613 mitzvot lo confirma. Existe un cuerpo completo de mandamientos que giran alrededor de las relaciones humanas, por ejemplo, amar a nuestros semejantes, dar caridad al pobre, ayudar a nuestro enemigo a volver a cargar su burro, no guardar resentimiento, no vengarse, no odiar al prójimo en nuestro corazón, etcétera. Existen también numerosos mandamientos referidos a la relación del hombre con Dios. Sin embargo, en ningún lugar encontramos un mandamiento que nos ordene comportarnos de manera moral, humilde, buena, compasiva, caritativa, etcétera. Ni siquiera se nos ordena no enojarnos, no ser arrogantes, no ser celosos, no ser soberbios. Incluso un mandamiento tal como (Levítico 19:17) «No odies a tu hermano en tu corazón» puede comprenderse como una directiva de comportamiento y no una directiva de actitud. Si, como hemos visto, los rasgos de carácter y las actitudes son tan esenciales, ¿por qué no están siquiera mencionadas en el sistema de los mandamientos?
La respuesta es que los rasgos de carácter y las actitudes son el objetivo y la base misma de los mandamientos. De hecho, el refinamiento y la fortaleza de nuestras características morales son un prerrequisito para la verdadera observancia de los mandamientos. Pues la premisa básica de los mandamientos es que una vez que se «actúa» de acuerdo con la moralidad objetiva de la Torá, esta moralidad llega a ser parte de la estructura espiritual y emocional de la personalidad humana. Así, la Torá no nos ordena directamente «ser» sino «hacer». Esto es, sus mandamientos están claramente diseñados por Dios para impactar en nuestros rasgos básicos de carácter, pero a través de nuestras acciones. Actuar cariñosamente hacia alguien, pese al hecho de que podamos sentirnos disgustados con esa persona, nos fuerza a superar la actitud que hemos formado con respecto a ella y que nos impide verla como un congénere humano. Claramente, el objetivo de la acción es una transformación interna. Al considerar los mandamientos como meras directivas de comportamiento no se percibe este punto crucial.
Ahora podemos ver que el sistema de los mandamientos está diseñado para ayudar al hombre a expresar, a desarrollar o a refinar un rasgo de carácter innato. Vista de esta manera, se vuelve aparente la directiva de actitud, culta detrás de cada mandamiento. La Torá asume que estas actitudes y rasgos de carácter son la base de la personalidad humana y que ellas están presentes desde la infancia, si bien de forma rudimentaria. Perfeccionar los rasgos positivos del carácter por un lado y trasmutar la energía de los rasgos negativos por otro, es el reto más serio que uno enfrenta a lo largo de su vida.
Jaim Kramer Con Abraham Sutton
Los sabios son los que deben enseñarnos para no caer en errores.
Por eso es que hay tanto caos en lo espiritual y material.
SHALOM