6) Egocentrismo vs. Fe
El reconocimiento de la grandeza de D-os
La contemplación detallada de la realidad absoluta de Dios y la tenue naturaleza de la creación significa un examen de las implicaciones, ramificaciones y aplicaciones de dichas verdades en todos los aspectos de nuestras vidas. A medida que la conciencia de la realidad de Dios se infiltra en nuestra conciencia, vamos gradualmente comprendiendo hasta que punto nuestras vidas y la vida en general contravienen esta conciencia.
Más aún, una vez que comprendemos, incluso de una manera general, que Dios es todo y nosotros somos insignificantes en comparación a El, estamos preparados para considerar que Dios tiene un plan y propósito para la creación, y que este plan sobrepasa toda idea que hayamos podido tener acerca de lo que la vida y la realidad deben ser. Los ideales de Dios devienen la medida de todo. Al percibir las implicaciones de la realidad absoluta de Dios, comenzamos a evaluar la medida de nuestra conducta. ¿Vivimos nuestras vidas amando, temiendo y estimando a Dios o a todo un panteón de «divinidades» menores?
En determinado nivel, todos sabemos que poseemos un «alma animal», es decir, un depósito de necesidades e impulsos egoístas. Aunque generalmente nos gusta identificarnos con empresas más elevadas que esas, un examen sincero de nosotros mismos nos mostrará que involuntariamente nos identificamos con el «alma animal» gran parte del tiempo, es decir, que consideramos que sus perspectivas y aspiraciones son las nuestras.
Contemplar «la grandeza de Dios» en general nos hace conscientes de nuestra propia insignificancia, y contemplarla en detalle nos lleva aún más allá: a ser conscientes de nuestros bajos impulsos. Llegamos a entender que aunque adoptemos una fachada de decencia, no somos más refinados que cualquier otro y tal vez menos refinados que la mayoría.
Ahora podemos examinar nuestros defectos y deficiencias que se han venido expresando como nuestras ansiedades y temores. Al pasarles revista uno por uno, lo absoluto de nuestra insignificancia existencial se manifiesta cada vez en forma más gráfica. Aunque no podemos, por lo menos en este punto, señalar la correlación directa entre los defectos específicos y las ansiedades específicas, este proceso asesta otro golpe más al ego.
A diferencia de nuestra suposición de que somos víctimas inocentes de alguna fuerza o circunstancia maligna, esta comprensión nos lleva a la desagradable aunque lógica conclusión que sólo podemos culparnos a nosotros mismos por nuestras ansiedades. El lado oscuro de nuestra personalidad, esas miríadas de instancias de negación egoísta de Dios que, y ahora lo entendemos, dominan nuestra conciencia, emergen naturalmente como esos malestares físicos y psicológicos que adolecemos.
Desde este punto de vista, «victimización», la tentación de considerarnos víctimas de las circunstancias, de la familia o de la sociedad, es esencialmente herejía. Si llevamos la victimización a sus últimas consecuencias terminaremos culpando a Dios por todo o, si no podemos reconciliar nuestro sufrimiento con la existencia de un Dios benevolente, negando Su existencia. Es cierto, Dios domina el mundo y por lo tanto es responsable de toda circunstancia afortunada o infortunada en la que hayamos nacido. Pero esto no nos absuelve de responsabilidad personal [1].
Los sabios enseñan que «la carga es de acuerdo al camello»[2] y «la recompensa es proporcional al dolor sufrido»[3]. En otras palabras, si la Divina providencia nos ubica en un contexto de vida que nos pone a prueba, esto no puede servir de excusa para rendirse o evadir la responsabilidad. Dios tiene Su propia manera de hacer balance, y cada uno de nosotros es juzgado de acuerdo a sus capacidades y recursos individuales. En lugar de decir: «Ya que mi vida nunca será como debería ser, no tiene sentido intentarlo», uno debería decir: «Se me ofrece un desafío, veremos de que manera puedo sobreponerme a él y vivir mi vida».
El egocentrismo y la fe en Dios son entonces mutuamente exclusivos. Cuando el egocentrismo se adueña de nuestra conciencia, nuestra fe manifiesta en Dios puede ser nada más que un medio psicológico de tener alguien a quien culpar por todo lo que no está bien en nuestras vidas.
En contraste, la contemplación de «la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre» tiene el efecto opuesto: llegamos a considerar las desventuras que la Divina providencia nos ha dado como bienes secretos, ya que todo lo que proviene de Dios y todo lo que Dios hace es bueno, porque esa es Su naturaleza. Nuestros problemas siguen siendo culpa nuestra. Como señalan los sabios:
¿Has visto alguna vez una bestia salvaje o un pájaro con una profesión? Y sin embargo se sustentan sin ansiedad. Ellos fueron creados para servirme a mí, un mero ser humano, mientras que yo fui creado para servir a Dios. Con más razón debo yo buscar mi sustento sin ansiedad. [La razón por la que no lo hago] son mis malas acciones, con las que he estropeado mi sustento [4].
Esta comprensión desarraiga aún más al ego, junto con toda la gama de sus ansiedades. Cuando dejamos de sentir que nos merecemos algo, tener menos de lo que nos merecemos deja de preocuparnos. La contemplación detallada de la grandeza de Dios nos lleva a comprender que todo el bien que Dios nos otorga es totalmente inmerecido.
Nuestra respuesta a la inmerecida gracia Divina no puede ser sino ilimitada felicidad y apreciación constante. Mientras que las personas consideran insuficiente el bien de sus vidas y nunca están satisfechas con lo que tienen, la gente humilde considera que el bien en sus vidas está muy por encima de lo que merecen. Están siempre «contentos con la parte que les toca» [5]. Cuanto más humildes son, mas inmerecedores se consideran a sí mismos y más felices se sentirán con lo que Dios les da.
1-Más adelante examinaremos con mayor detalle la paradoja del libre albedrío y la Divina providencia.
2- Kala Rabati 2:13, Ketubot 67a, etc
3- Avot 5:21.
4-Kidushin 82a.
5- Avot 4:1.
Rabino Itzjak Ginsburgh
Si me gusta el tema de sentirme satisfecha con lo q El Creador de me da, mil gracias todo esta bien