10) Articular la ansiedad: El rol del asesor
Podemos ahora proceder a la etapa concluyente de terapia, el endulzamiento. Aquí el papel del asesor, mentor o terapeuta se manifiesta enteramente.
La etapa separatoria (ignorar la ansiedad pasiva y activamente) provee la objetividad necesaria para que exploremos con seguridad los pliegues profundos de nuestra personalidad, incluso los más oscuros y desagradables, con el fin de descubrir las raíces de nuestros pensamientos negativos y ansiedades y dedicarnos a ellos conscientemente. Hemos permanecido en silencio y nos hemos apartado del mal, ahora es el momento de hablar.
Debemos comenzar este proceso de excavación verbal en forma privada, explorando las oscuras cavernas de nuestra alma con nuestro Creador. Cuando estemos preparados, debemos articular nuestras ansiedades a un asesor: un buen amigo, un terapeuta de confianza o un mentor espiritual, que puede escuchar nuestras tribulaciones y aconsejarnos objetivamente cómo medirnos con ellas.
Al articular nuestras ansiedades ante otra persona recibiremos, en las palabras del rey Salomón antes citadas, «una buena palabra» que transformará nuestros problemas «en regocijo». Esta «buena palabra» ofrecida por el consejero puede ser algún consejo razonable o una manera profunda de comprender la raíz del problema. Como veremos, articulación y diálogo con el otro contribuye al proceso de curación de diferentes maneras.
La necesidad del otro:
Ante todo, el simple hecho de articular el problema a otra persona lo endulza hasta cierto punto. Cuando nuestras ideas no pueden ser expresadas, nuestro impulso básico de mejorar nuestras vidas es frustrado. Si tenemos una idea positiva queremos expresarla para contribuir al bienestar propio y al de los demás; si tenemos un problema queremos ventilarlo, para que alguien nos ayude a resolverlo. Hablar es placentero porque relaja la tensión [1]. El placer de la expresión, a su vez, endulza todo aquello acerca de lo que hablamos. Incluso si articulamos un problema, la promesa de solución inherente a la articulación suaviza su filo y nos permite degustar algo del remedio anticipado.
Al articular nuestros problemas, también nos demostramos a nosotros mismos que por más profundos y complejos que sean nuestros problemas, es posible expresarlos, y si es posible expresarlos, eventualmente será posible resolverlos. La articulación también ayuda a enfocar y definir nuestros problemas. Este es un paso de importancia hacia la solución de los mismos, porque conocer la enfermedad es la mitad de la cura [2].
Más aún, la experiencia de hablar nos enseña, aunque más no fuere en forma subliminal, que no estamos solos en la vida sino envueltos por la presencia y compasión de Dios. Hablar implica un escucha y el escucha más sensible y comprensivo es, por supuesto, Dios Mismo. La necesidad humana de articular, no importa a quién, puede entonces ser percibida como una expresión inconsciente de nuestra fe en la voluntad incondicional de Dios de escucharnos [3]. Esta conciencia de la misericordia de Dios provee aún más consuelo y ánimo al alma doliente, porque nos permite permanecer cercanos y conectados a El pese a nuestras deficiencias.
El asesor puede asistirnos en todas las etapas previas de la terapia. Puede ayudarnos a meditar acerca de la absoluta realidad de Dios, sentir la presencia y la misericordia de Dios apoyándonos, evaluar nuestras vidas, enseñarnos a ignorar nuestras ansiedades, así como enseñarnos el arte de la plegaria meditativa, la plegaria de peticiones y el pensamiento positivo. Aquí el placer de liberarnos puede ser facilitado por la aseveración del asesor que las profundas dificultades que hemos descubierto no amenazan nuestra relación con Dios.
Al articular nuestras ansiedades, demostramos que dependemos de que otras personas (o Dios) nos ayuden a medirnos con ellas. Esta fase de la terapia nos produce una experiencia de humildad, de sumisión.
1- Así se explica en las enseñanzas jasídicas que el poder de la palabra trae consigo una sutil experiencia de placer, y que hablar, por lo tanto, abre una fuente de placer en el alma. Más aún, la Cábala nos enseña que el placer (ta´anug) está arraigado en la fe (emuná). Por lo tanto, siendo que hablar refuerza nuestra fe en Dios, como se explicará a continuación, también acrecenta nuestra experiencia de placer.
2- Un «dicho de los sabios» citado por el Rabi de Lubavitch en Igrot Kodesh, vol.14, #5047.
3- Como está escrito: «a medida que hablo, creo» (Salmos 116:10). Dios es descrito como poseedor de los trece atributos de la misericordia que son ennumerados en Exodo 34:6-7 y comienzan: «Dios es misericordioso y piadoso…» Según Rabí Abraham Ibn Ezra Dios es «misericordioso» porque prevé nuestros problemas (y se despierta Su misericordia y nos cuida), y «piadoso» porque El siempre nos escucha y responde con misericordia cuando clamamos a Él.
Rabino Itzjak Ginsburgh