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La Máscara del Mundo
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Capitulo 1: Primer entrega

 

La Torá: Causa de la Realidad

La Torá y el mundo son exactamente paralelos entre sí. La Torá es el núcleo espiritual, y el mundo es su expresión física. Aunque este concepto es bastante común, en su esencia se halla un elemento que con frecuencia es completamente desconocido o gravemente incomprendido. Ahondemos lo más posible en la relación entre la Torá y el mundo con el propósito de descubrir algunas de las maravillas que contiene.
La naturaleza del paralelo que existe entre la Torá y la realidad física radica en el hecho de que la Torá es la causa y el mundo es el resultado. No basta con entender que existe una correspondencia entre cada detalle del universo físico y la Torá; es fundamental cobrar conciencia de que cada detalle del mundo existe porque la Torá dice que así debe ser. De hecho, cada matiz fino de cualquier detalle sólo existe del modo exacto en que lo hace en el mundo porque la Torá misma contiene cada uno de esos finos matices dentro de detalles.

La analogía más comúnmente utilizada para describir esta relación es la de un diseño: la Torá es el diseño del mundo. Así como un arquitecto primero hace un plan y luego el constructor sigue esos planes cuando construye la estructura física, de igual modo Dios primero creó la Torá y luego creó el mundo utilizando la Torá como su plan: Istakel b-oraitá u-bará almá -«Él miró en la Torá y creó el mundo.» Pero hay aquí una idea todavía más profunda: la Torá no es simplemente un plan en el mismo sentido que tiene el dibujo de un arquitecto; es un plan en el sentido que tienen los genes, los cuales ellos mismos llevan a cabo la construcción del organismo que resulta del código contenido en esos genes. El código genético ciertamente se corresponde con los rasgos físicos que posee el organismo, pero sería un grave error pensar que esta correspondencia es descriptiva, es decir, que los genes de algún modo reflejan en forma de código a la realidad física. Los genes no describen algo ni lo reflejan: ellos mismos constituyen la razón misma de que el cuerpo presente el aspecto que tiene, constituyen las instrucciones y el mecanismo que construye lo físico. De hecho, el cuerpo es un reflejo de los genes.

La Torá constituye el material genético del mundo. Las palabras de la Torá son palabras de Dios, pero no es que la palabra de Dios hubiera sido pronunciada por él en el momento de la Creación (y luego registrada en la Torá) mientras él creaba el mundo por otros medios diferentes; Su palabra era el medio, el mecanismo mismo de la Creación. Cada palabra pronunciada por Dios al crear el mundo se cristalizó en el objeto que definía. Este es el secreto oculto en los dos significados que tiene el vocablo davar, que al mismo tiempo denota un «objeto» y una «palabra». Cualquier objeto en el mundo es la palabra de Dios concretizada.

Pero aún hay más. La Torá no es simplemente el registro de la Creación y una historia del mundo. El autor de la obra Néfesh Hajáyim explica que la Creación prosigue, el universo está constantemente siendo traído a la existencia por el Creador a cada instante, lo mismo que lo fue en el primer instante. La palabra de Dios está siendo pronunciada continuamente, y continuamente se está condensando en la materia y los eventos del mundo. Y puesto que la Torá es la palabra de Dios, la Torá es siempre el medio de la Creación. No es una historia ni una descripción, sino un mecanismo cósmico que hace existir a la realidad: los genes del mundo.

* * *

Es particularmente difícil de aprehender este concepto en la época moderna. El pensamiento occidental está basado firmemente en las dimensiones finitas y físicas; el instrumento de medición de la realidad es el laboratorio, y todo aquello que no es tangible o mensurable por medio de experimentos no es tomado en serio. El universo entero de lo espiritual es relegado al área de la experiencia y la creencia personal. La mente occidental clásica no se mide con lo transcendente. En el centro de esta forma de aprehender el mundo se halla el hecho de la existencia física. En el mejor de los casos, la sabiduría espiritual es concebida como un comentario.

Cuando es aplicada a la Torá, el resultado de esta visión del mundo desemboca en la idea de que la Torá describe, analiza o comenta. Con frecuencia se escuchan declaraciones de admiración sobre la Torá que emanan de esta perspectiva: lo profunda que es la Torá, de qué modo tan penetrante percibe los imperceptibles matices de todos los aspectos del mundo. En realidad, todas estas afirmaciones no tienen ningún sentido, y quienes las expresan de hecho están hablando contra la Torá.

Con el objeto de aclarar más esta idea, consideremos un ejemplo típico. Con frecuencia se escucha decir que la idea subyacente a las leyes de kashrut (los alimentos permitidos y prohibidos) es la salud: algunos alimentos no serían kasher porque no son saludables. En su gran sabiduría, la Torá habría prohibido dichos alimentos con el propósito de preservar la salud de aquellos que obedecen sus preceptos: algunos tipos de carne son susceptibles de contener bacilos de solitarias; los mariscos habitan en áreas del lecho marino contaminadas con el virus de la hepatitis y otros agentes patógenos, etc.
Por supuesto, hay algo de verdad en este enfoque. Vivir de acuerdo con la Torá es saludable; uno de los más grandes beneficios del modo de vida acorde con las pautas de la Torá es, de hecho, el bienestar físico y mental, el cual constituye un elemento integral de la observancia de la Torá. Pero basta un momento de reflexión para demostrar el error fundamental de este enfoque: pensar así significa considerar que el mundo físico es lo primordial, que el mundo es tal como es como hecho primario – algunos alimentos son dañinos para la salud y otros no; así es como son las cosas. Y sólo después de ese hecho la Torá se ocupa de esa realidad, prescribiendo la ingestión de tal alimento y prohibiendo aquel otro. En esta visión, la Torá es secundaria con respecto a un mundo finito y, por lo tanto, ella misma también debe ser finita. El siguiente paso -absolutamente inevitable- es, por supuesto, pensar que la Torá ¡está sujeta a cambios! Alimentos que anteriormente no eran kasher, pero que ahora ya no son dañinos para la salud debido a la tecnología moderna ¡pueden entonces ser ingeridos! Después de todo, la única razón para la prohibición era una consideración de salud.

Sin embargo, el secreto espiritual es justamente lo opuesto. Si algunos alimentos están prohibidos, la razón es completamente espiritual, ya sea que comprendamos algo de esa profundidad espiritual o no. El elemento primordial es lo espiritual, lo trascendente. De hecho, muy bien podría ser que las cualidades físicas de los alimentos prohibidos son como son porque su esencia espiritual es impura: los mariscos viven en habitats contaminados y pueden ser físicamente dañinos ¡porque no son kasher!

Esta es la percepción que un judío debe tener. Si se quiere llegar a ser consciente de lo espiritual, se debe hacer el esfuerzo de romper las pautas del pensamiento occidental que encierran al universo dentro de límites finitos. La sabiduría trascendente debe ser lo principal.
La visión moderna secularizada quiebra toda la Torá en fragmentos de proporciones finitas. El Shabat es concebido como un día de descanso en el sentido de descanso físico; sus prohibiciones se refieren a labores en el sentido de esfuerzo físico. Y, por supuesto, podemos hacer lo que queramos con esas prohibiciones porque los tiempos han cambiado: lo que constituía un trabajo en épocas pasadas ya no lo es. Antiguamente, encender un fuego era una tarea fatigante, y es por eso que estaba prohibido. ¡Pero como ahora es posible hacerlo con el mero movimiento de la muñeca, debería estar permitido!

Pero aquí de nuevo, la verdad es completamente diferente. Observar el Shabat es un asunto espiritual; la idea del descanso físico es bastante secundaria. De hecho, no existe ninguna prohibición de la Torá con respecto al esfuerzo físico. Encender una llama constituye un acto creativo, y ése es su elemento esencial; el grado de esfuerzo físico implicado es irrelevante. Y encender una llama hoy en día es un acto tan creativo como lo fue siempre. El problema es que los ojos seculares contemplan un mundo finito, y que vistos a través de ese prisma, todo lo espiritual es reducido a las dimensiones de un ángulo de visión humano sumamente limitado.

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2 comentarios
  1. Daniel

    Porque no se puede hacer zoom .
    Es molesto en verdad…..

    26/11/2016 a las 15:32
  2. Editor - iojai

    hemos probado el zoom y funciona bien. podria indicarnos desde donde navega? shalom

    27/11/2016 a las 11:07

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