En la Tumba de los Tzadikim
Extraido del libro EL ARIZAL
Rab Shelomó Shelumil, en sus cartas de 5367 (1607), menciona esta costumbre tal como la ponía en práctica la gente de Tzefat.
“Toda víspera de Rosh Jódesh se consideraba como si fuera víspera de Yom Kipur hasta mediodía; no se trabajaba. Toda la comunidad se reunía en una de las sinagogas grandes o iba a la tumba del profeta Hoshea ben Beerí, sobre la cual se había construido una cúpula grande e imponente. Se congregaban ahí o dentro de la cueva del santo taná Abba Shaul en el cercano Kefar Biriyá, o junto a la tumba de Rab Yehudá bar Ilai, todos los cuales están enterrados cerca de Tzefat. Allí rezaban intensamente hasta mediodía o, en ocasiones, pasaban el día entero en oración y escuchando derashot.
Rab Jaim Vital da una razón para esta práctica: cuando una persona se postra sobre la tumba de un tzadik, su alma se aferra al espíritu del que está enterrado ahí y la cualidad espiritual del difunto se extiende por su cuerpo. El visitante tiene oportunidad de hacer peticiones al tzadik. Si el visitante es una persona humilde y temerosa de Dios, se le premia revelándole asuntos secretos y proporcionándole una asistencia especial en el estudio de la Torá y en la práctica de las mitzvot.
Sólo personas de gran santidad pueden alcanzar alturas espirituales de esta forma, por medio de una intensa concentración. Los discípulos del Arizal lo lograron mientras su maestro vivió, pero después de su muerte desistieron todos menos Rab Jaim Vital porque tenían miedo de no tener los méritos suficientes, ya que en ese caso es peligroso para el alma de una persona. Los yijudim (unificaciones) especiales que el Arizal les enseñó para ayudarlos a concentrarse cuando rezaban en la tumba de un tzadik, se mencionan en los escritos de Rab Jaim. Tenemos una expresiva descripción:
“En una ocasión nuestro maestro fue a rezar a la tumba de Shemayá y Abtalión en Gush Jalab, a unas cuatro millas de Tzefat, para pedirles que le revelaran cierto secreto de la Torá. Lo hacía a menudo. Cuando encontraba necesario hablar con un taná o con un profeta, iba a su tumba, se postraba y se concentraba en la unidad de Hashem para hacer levantar el espíritu de esa gran persona. Hablaba con él de la misma forma que una persona conversa con un amigo. Todos esos yijudim se mencionan en mis escritos porque el Arizal los enseñó a sus talmidim, que solían levantar espíritus y hablar con tzadikim fallecidos mucho tiempo antes, hacerles preguntas y escuchar sus respuestas…”
En Merón
Los cabalistas de Tzefat iban a menudo a la tumba de Rab Shimón bar Yojai y de su hijo Elazar en Merón y a la de los demás tzadikim enterrados en las cercanías: Hilel y Shamai, Rab Yojanán HaSandlar, entre otros. Se reunían junto a la tumba de Rab Shimón bar Yojai y estudiaban Zóhar. Ahí se quedaban diez días con sus noches, lejos de todos los asuntos del mundo y aislados del contacto con otras personas, excepto cuatro guardias gentiles armados y un cocinero que atendía sus necesidades físicas.
Lo hacían dos veces al año: diez días antes de Shabuot y diez días antes de Rosh Hashaná. En esos períodos, cada uno de los discípulos tenía que exponer algún tema del Zóhar por turno ante los demás.
Antes de que se difundiera la fama del Arizal, los sabios solían explicar el Zóhar según el método del Ramak. Sin embargo, cuando el Arizal se hizo famoso, los sabios siguieron su método, e incluso los discípulos del Ramak hicieron lo mismo después de que murió el Ramak.
Miles de judíos de todas clases iban a la tumba. Sobre todo en Lag Baomer, que es el aniversario de su muerte, llegaban a Merón para cantar y bailar en torno a su tumba. Era costumbre llevar a los niños de tres años para cortarles por primera vez el cabello, la ceremonia llamada jálake, con el fin de cumplir el mandamiento de no cortar las peot y ser bendecidos en nombre de Rab Shimón.
Aunque todavía vivía en Egipto, el Arizal viajó a Merón con su familia para la jálake de su hijo cuando cumplió tres años. No le desanimaron las dificultades ni los gastos del viaje, porque sabía que esta costumbre tenía gran significado. Y cuando al fin se instaló en Tzefat, celebraba Lag Baomer como si fuera un yom tob, con gran alegría. Incluso hizo oraciones especiales y Dibré Torá para decir en esa ocasión.
¿Quién era el sabio que bailaba?
Cierto Lag Baomer, el Arizal y sus discípulos estaban bailando con gran entusiasmo junto a las multitudes que se habían reunido para celebrar la fecha. Grupos de gente danzando llenaban el patio. Allí estaban los cabalistas de Tzefat, bailando con un entusiasmo de otro mundo. Parecía que sus almas fueran a separarse del cuerpo. En otro lado, un grupo de visitantes de Damasco, con sus vestiduras peculiares, movían los pies con fuerza y energía junto a unos judíos de Egipto. Pero en medio de uno de los círculos, bailaba un anciano que destacaba de los demás por su estatura y sus rasgos. Sobrepasaba a todos por una cabeza y llevaba una túnica blanca; bailaba en un éxtasis etéreo, con los ojos cerrados y sus pies apenas tocaban el suelo. Sus pensamientos parecían vagar por las altas esferas. Su figura atraía la mirada de todos los presentes y no tardaron en rodearlo, batiendo palmas mientras él bailaba solo. “¿Quién es?”, se preguntaba la gente, “sin duda, una persona de gran santidad”.
El Arizal, que estaba totalmente absorto en la danza y la alegría, alzó un momento los ojos. Su mirada se posó directamente en esa figura singular y se emocionó mucho. Rab Itzjak dejó el círculo de sus discípulos y se abrió camino entre los celebrantes hasta llegar donde estaba el anciano. Le tendió las dos manos y empezó a bailar con él. Los discípulos del Arizal no tardaron en seguirle y se unieron al círculo de los espectadores. El extranjero paró un momento para buscar al shamash del Bet Midrash de Tzefat y hacerlo participar en la danza. Los tres giraron y dieron vueltas extasiados durante mucho tiempo y cuando el extranjero se retiró, los dos que quedaban siguieron bailando, tomados de los hombros. Los talmidim miraban y se preguntaban qué estaría haciendo el maestro y por qué pasaría tanto tiempo bailando con el sencillo shamash, Rab Elazar Azcari, con tal devoción.
Cuando el día llegó a su fin y volvían todos a Tzefat, uno de los discípulos se dirigió a su maestro. Un poco disgustado, preguntó: “Por favor, maestro, no se ofenda. ¿Podría explicarme su extraña danza con el misterioso extranjero y el shamash? El primero daba la impresión de ser un hombre piadoso y sabio. Pero, ¿era digno de un hombre de su importancia, nuestro gran maestro, bailar con el shamash Rab Elazar? ¿No habrá sido faltar el debido respeto a la Torá”?
El Arizal sonrió y dijo: “Quizás podrías decirme qué es lo que debería haber hecho. El santo taná Rab Shimón bar Yojai en persona lo invitó a bailar con nosotros. ¿Tendría que haber protestado yo que soy más joven?”
Los que escuchaban se sintieron sobrecogidos al oír esta revelación. Todos se habían preguntado quién podría ser el extranjero. Había sido el propio Rab Shimón bar Yojai que había ido a participar en la celebración de Merón. Ahora miraban al “sencillo” shamash de forma totalmente distinta. “¿Te das cuenta de lo grande que debe ser Rab Elazar…? Y nosotros creíamos que era una persona normal y corriente”, se decían unos a otros.
A partir de ese día, los discípulos del Arizal se mostraron particularmente respetuosos con Rab Elazar Azcari, el shamash de su Bet Midrash, que más tarde se haría famoso como autor del libro Jaredim.
Chispas de las almas de los talmidim
El Arizal acudía a la tumba del Rashbí con más frecuencia que a la de otros tzadikim. Iba a menudo a estudiar Zóhar con sus talmidim al lugar donde está enterrado el autor, diciéndoles que aquél era el lugar donde Rab Shimón había enseñado originalmente a sus propios talmidim y todavía quedaban huellas de su halo que iluminaban los ojos de los que se esforzaban por entender sus enseñanzas de la manera adecuada.
En una ocasión, cuando el grupo estaba reunido en Merón para estudiar el Zóhar, el Arizal describió cómo se sentaba la jebrá kadishá, el santo círculo formado por Rab Shimón y sus discípulos. “Aquí es donde Rab Shimón se sentaba”, dijo señalando un lugar, “y aquí es donde su hijo, Rab Elazar, se sentaba” y señaló otro, “y aquí Rab Aba y allí Rab Yehudá”. Y así prosiguió indicando el lugar donde se sentaba cada taná. Después les dijo: “Quiero que sepan que ustedes son chispas de esos mismos sabios”. Y les mostró el lugar donde cada uno de ellos tenía que tomar asiento. Él tomó el lugar de Rab Shimón y dijo a Rab Jaim Vital que se sentara en el de Rab Elazar. Su discípulo Yonatán se sentó en el sitio donde se sentaba Rab Aba que aparece en el Zóhar y Rab Guedaliá en el de Rab Yehudá. A Rab Yosef Maarabi se le designó el lugar del taná Rab Yosí y a Rab Itzjak Hacohén Ashkenazí el de Rab Itzjak. Así continuó, asignando los distintos lugares a sus discípulos según el origen de su alma. Después empezaron a estudiar.
Cuando estaban profundamente inmersos en el estudio, el Arizal les reveló que en ese momento estaban rodeados de una intensa luz espiritual que el ojo humano no podía captar, porque Rashbí y sus talmidim y todos los sabios del Zóhar, junto con las almas de todos los Sabios que estudiaron cabalá a lo largo de los siglos, los tanaim, amoraim y otros, habían acudido ese día a escuchar la Torá viva que salía de sus labios. “Ojalá pudieran ver esas almas… pero sólo a mí ha sido permitido verlas un momento”.
Cuando terminaron de estudiar, el grupo fue a rezar a la tumba y dio gracias a Hashem por haberles permitido alcanzar un nivel de santidad tan exaltado en aquel día.
Identificando tumbas
El Arizal reveló a sus discípulos que el alma de una persona difunta siempre ronda su tumba. Como era experto en los secretos de las almas, pudo identificar los lugares de las antiguas tumbas que se habían olvidado con el paso de los siglos.
En Tzefat se decía que cuando el Arizal iba por el cementerio de la ciudad, indicaba: “Tal persona está enterrada aquí” o “tal tzadik está enterrado allí”, aun cuando las lápidas con el nombre hubieran desaparecido hacía muchos años. Sus discípulos recordaban las observaciones del Arizal y preguntaban a los ancianos de Tzefat si sabían algo de aquello. ¡Y siempre encontraban corroboradas las palabras de su maestro!
Una vez les dijo: “Veo una gran luz en este lugar. Debe ser que el alma de alguien grande descansa aquí, pero no sé quién es. Sin embargo, la luz que emana de su tumba es muy, muy brillante. Debe ser de uno de los tanaim. Lo que resulta curioso es que la tumba en sí parece reciente, como excavada hace unos cuantos años”.
Los talmidim preguntaron a los ancianos de Tzefat de quién era el tzadik enterrado en el lugar. Pero nadie supo responderles. Por fin, uno de los más ancianos dijo: “Cuando yo era muy joven, había un hombre muy santo, considerado como uno de los piadosos sabios más grandes de la época. Murió hace unos treinta años. En su testamento, prohibió que lo elogiaran al morir e incluso que se diera parte de su muerte al pueblo de Tzefat. Sólo unas cuantas personas acudieron al funeral, pero sé con seguridad que fue enterrado en el lugar que tu maestro indicó. Era tan humilde, que sólo unas cuantas personas conocían la medida de su grandeza y, con el paso de los años, su memoria se ha borrado completamente”.
El Arizal hizo una lista de todas las tumbas de las grandes figuras judías de todos los tiempos cuya localización no era conocida por el público en general. También estipuló qué oraciones había que decir y qué había que estudiar en cada una de las tumbas para elevar el alma de la persona enterrada en el lugar. Pasó la lista a su shamash Rab Yaacob Gebizo. Rab Shemuel Vital, hijo de Rab Jaim, la copió y la imprimió al final de “Shaar Haguilgulim” con la siguiente introducción:
“Shemuel dijo: He considerado apropiado añadir la lista de todos los lugares donde están las tumbas, algunos de los cuales son bien conocidos mientras que otros están escondidos y otros son totalmente desconocidos. Ahora anotaré la localización de las tumbas de tzadikim tal como la recibí de mi maestro, que era capaz de adivinar donde estaban las almas de los tzadikim en cualquier momento y en cualquier parte, y, especialmente, cuando estaban junto a su tumba, porque es el lugar donde rondan las almas como es bien sabido. Pero también podía hacerlo desde lejos. Podía identificar el lugar de descanso de cada uno de los sabios y conversar o estudiar con él. He tratado muchas veces de verificar sus afirmaciones investigándolas cuidadosamente, y siempre me he encontrado con que estaba en lo cierto. Pero no es apropiado insistir en este punto porque tales cosas son exaltadas y sublimes y no se pueden contener en un simple libro”.
En la lista encontramos algunas tumbas cuya localización no coincide con la que se le había adjudicado tradicionalmente. Por ejemplo, el Arizal sostenía que lo que siempre se pensó era la tumba del profeta Hoshea ben Beerí, era en realidad la sepultura del taná Rab Yehoshúa. La lista incluye tumbas de Tzefat y sus alrededores y de Tiberíades, y especifica dónde están las tumbas de personajes bíblicos como Nahum Haelkoshi; Benayahu ben Yehoyadá; Andino Haezni; Shemuel Hanabí y su padre Elkaná, así como de ciertos tanaim y amoraim mencionados en el Talmud y en el Zóhar; también figuras rabínicas del periodo de los rishonim como Rab Maimón, padre del Rambam, y otros.
El Arizal también habló de los lugares santos de Jerusalén, aunque se negó siempre a entrar en la ciudad por razones que no hizo públicas. Sin embargo, supo describir la ciudad por dentro y referirse a un lugar determinado y decir, por ejemplo: “Ahí está enterrado Zejariá Hanabí” o “ahí está la tumba de Juldá Hanebiá”, etc.
“¡Baruj Habá!”
En la víspera de Rosh Jódesh Elul de 5331 (1561), el Arizal dijo a Rab Jaim: “Quiero que vayas a Kefar Abnit a rezar en las tumbas de Abayé y Rabá”. Le enseñó los yijudim adecuados para que se los aprendiera, con el fin de que su alma se uniera a la de ellos y le fuera permitido de esa forma entender secretos de la Torá que los amoraim estaban tratando en la yeshibá Celestial.
Rab Jaim fue a Kefar Abnit. El sol apretaba e hizo un alto para descansar sobre un montón de piedras. Cuando estaba sentado, repasó todo lo que su maestro le había enseñado para que fluyera con facilidad cuando llegara el momento de postrarse en la tumba.
Cuando llegó, cumplió las instrucciones de su maestro. Rezó, se postró y se concentró en todas las palabras místicas que el Arizal le había preparado. De pronto sintió que su corazón se abría y que le eran revelados profundos secretos que nunca hubiera podido comprender por sus propios medios.
Rab Jaim volvió a Tzefat en un exaltado estado de ánimo y fue inmediatamente a contar a su maestro, que había logrado aprender nuevas cosas desde la última vez que lo viera. Llamó a la puerta del Arizal y lo encontró rodeado del grupo de personas que siempre asistían a sus lecciones. El Arizal miró a Rab Jaim que estaba en el umbral y se levantó en su honor exclamando en voz alta “¡Baruj habá!, ¡Bienvenido!” Hizo a Rab Jaim un lugar a su lado y Rab Jaim se dio cuenta de que la actitud de su maestro anunciaba algo, ya que nunca antes le había mostrado tanta deferencia.
Cuando los demás se fueron, Rab Jaim no pudo contenerse y preguntó: “¿Qué he hecho para merecer que me muestre tal respeto y me de la bienvenida de esa forma?”
“Mi querido discípulo”, replicó Rab Itzjak, “la deferencia que mostré por ti, era en honor de Benayahu ben Yehoyadá que te acompañaba cuando entraste”.
El talmid se sorprendió y preguntó: “Pero yo sólo estuve en las tumbas de Abayé y Rabá. Son sus espíritus los que habrían tenido que escoltarme. ¿Cómo se unió el alma de Benayahu ben Yehoyadá a la mía?”
El Arizal explicó: “Las almas de esos dos amoraim eran chispas del alma de Benayahu ben Yehoyadá, y el orden de estudio y oración que te dije que pronunciaras en su tumba, también es adecuado para su alma. ¿Te paraste en algún lugar a repasar lo que yo te enseñé cuando estabas de camino a Kefar Abnit?”
Rab Jaim asintió con la cabeza. “Entonces”, dijo el Arizal, “el lugar donde paraste debe ser la ubicación precisa de la tumba de Benayahu ben Yehoyadá. Así es como tu alma se unió a la suya”.
Tiempo después, el Arizal y sus discípulos visitaron varias tumbas. En el camino entre Kefar Biriyá y Kefar Abnit, Rab Jaim vio el montón de piedras donde se había parado a descansar en su viaje anterior. Cuando el grupo pasaba por ese lugar, el Arizal se detuvo y dijo a sus talmidim: “Vean, ésta es la tumba de Benayahu ben Yehoyadá. Recemos aquí para merecer que nos revele profundas enseñanzas”.
Sólo entonces entendió totalmente Rab Jaim lo que su maestro le había dicho en aquella víspera de Rosh Jódesh Elul.
Cuidado, no hables
El Arizal hizo llamar en una ocasión a Rab Itzjak Hacohén y le enseñó varias oraciones y palabras para que las recitara en la tumba de Rab Yehudá bar Ilai que está situada en En Zetim, al sur de Tzefat.
“Cuando estés allí, si haces lo que te he dicho, tu alma se unirá a la suya y él te revelará el significado de ciertos pasajes difíciles del Zóhar, prometió el Arizal. “Pero sólo lo hará si no hablas con nadie cuando estés en el camino. No respondas ni siquiera a los saludos”.
El discípulo se purificó y se puso en camino. Pero el espíritu del taná no fue a él y el difícil pasaje del Zóhar quedó tan oscuro y sellado ante él como antes.
Volvió a Tzefat desilusionado y deprimido, consumido por tristes pensamientos. “Debe ser que he pecado. Me han debido encontrar imperfecto e indigno de oír los secretos de la Torá. Quizás soy tan malvado que me espera un castigo terrible en el otro mundo”. Rab Itzjak Hacohén volvió con su maestro en un estado de ánimo lleno de pesimismo. “Hice cuanto me dijiste”, confesó avergonzado, “pero el pasaje sigue resultándome oscuro. Debe ser que he pecado y todas mis oraciones y yijudim han sido en vano”.
“Ya sé que tu misión no ha tenido éxito”, lo animó el Arizal. “No se debe a tus defectos o pecados, porque eres un tzadik puro. Es por eso que te designé a ti en particular de entre todos tus colegas. Pero la culpa es tuya por haber desobedecido mis instrucciones. Te advertí que no dijeras nada a nadie en el camino, pero saludaste a tu esposa y a un conocido. Y tu falta es aún mayor porque fuiste tú el que habló primero, no ella”.
De pronto, Rab Itzjak Hacohén recordó aquel breve episodio y se sintió lleno de remordimiento. ¡Cómo no había tenido más cuidado! Había perdido tontamente una oportunidad de oro de merecer una revelación celestial de Rab Yehudá. Se sintió lleno de pesadumbre, pero encontró algo de consuelo en el hecho de que todavía era considerado un tzadik y de que no habían sido sus pecados los que habían hecho que no mereciera la revelación.
El extraordinario shamash del Arizal
El Arizal tenía un shamash que se ocupaba de diversos asuntos de orden práctico. Su nombre era Rab Yaacob Gebizo.
Rab Yaacob procedía de una familia ilustre, muchos de cuyos miembros se hicieron famosos en Tzefat. El propio Rab Yaacob era puro y santo, inteligente y devoto. Era mohel en todos los pueblos de los alrededores de Tzefat y tenía por costumbre exhortar a las mujeres a que se condujeran con recato. También enseñaba a los campesinos y los guiaba en cuestiones de halajá. Se ganaba difícilmente la vida como aguatero y apenas podía comprar pan para alimentar a su familia.
Podemos hacernos una idea de su grandeza por el siguiente testimonio:
“El piadoso Rab Yaacob Gebizo hacía muchos milagros. Al igual que Yaacob Abinu, era perfecto, completo, justo, temeroso de Dios y se abstenía de pecar. No escatimaba esfuerzos yendo de un sitio a otro para hacer buenas acciones y visitar a los enfermos. Iba a pueblos lejanos solo, a últimas horas de la noche, para poder hacer un berit a la mañana siguiente. Los campesinos árabes le pedían que los bendijera porque sabían que era un santo. Y si se cruzaban ladrones con él cuando iba campo traviesa por la noche, le besaban las manos y le decían: “¡Yaacob Abinu, bendícenos!” Y él les decía: “Que el Cielo los bendiga a condición de que no hagan daño a ningún judío, nunca, ni en su persona ni en sus propiedades. Si encuentran a un judío en apuros, ayúdenlo o, si se ha perdido, acompáñenlo a su punto de destino”. Y ellos cumplían su promesa. Cuando atravesaban por momentos difíciles, hacían votos al Dios de Yaacob y se los daban a Rab Yaacob para que los repartiera. También le daban parte de su botín. Cuando se encontraban con mercaderes judíos les decían: “Se libran por el mérito de nuestro padre Yaacob”.
“Después de su muerte, todos los viernes encendían una vela en su tumba y lo siguen haciendo hasta hoy en día. Que su alma se una al vínculo de la vida”.
El gobernador de Galilea ordenó una vez a sus soldados que le llevaran a Rab Yaacob. Estaba decidido a ejecutarlo, seguramente por sus contactos con los ladrones. Rab Yaacob se escapó de sus perseguidores utilizando la cabalá práctica. Voló y se quedó suspendido en el aire durante tres días y tres noches hasta que el gobernador abolió la orden de arresto y pasó el peligro.
El Arizal dio a este hombre extraordinario la lista de las tumbas de los grandes tzadikim cuya localización se había olvidado con el paso del tiempo. El Arizal, con su intuición Divina, las descubrió y confió la lista a Rab Yaacob porque lo tenía en gran estima. Le ordenó que dejara en herencia la lista a sus hijos y éstos a su vez a sus propios hijos como tarea sagrada, de generación en generación. El autor de Yedé Moshé cuenta que en sus días, unos doscientos años después de la muerte del Arizal, las listas estaban aún en manos de los descendientes de Rab Yaacob Gebizo. El que quería rezar en las tumbas de los grandes hombres del pasado, acudía a ellos y los tomaban como guías.
N. Tz. Safrai