Historia de Janucá IV: La Victoria
(selección extraída del libro «Jerusalem de Oro», © Ed. Jerusalem de México)
Ese día era un día de fiesta para los habitantes de Jerusalén. Desde todos los rincones de la ciudad se encaminaban hacia un solo lugar: el Har Habait. Sus rostros reflejaban felicidad y sus labios entonaban cánticos y plegarias de agradecimiento al Todopoderoso. ¿Por qué se vistió la ciudad de fiesta?
Realmente es un día de celebración y regocijo. Es el veinticinco de Kislev. Los Jashmonaim habían determinado ése día para la reinauguración del Beit Hamiikdash, día de santidad y pureza.
Pero, ¿cómo era posible semejante celebración? ¿Dónde estaban los griegos, y el ejército de Antiojus?
Grandes milagros habían comenzado a ocurrir desde que Matitiahu había comenzado la revuelta contra los griegos. Matitiahu habla triunfado al encender la llama de la rebelión en los corazones de los judíos. Se había esparcido rápidamente por las ciudades de Iehudá y Jerusalén. Cuando el anciano Matitiahu estaba cerca del final de sus días llamó a sus cinco hijos y les encomendó usaran todas sus fuerzas para ganar esta batalla sagrada. Yehudá fue denominado nuevo líder. El era un temeroso de Hashem, gran guerrero, y conocido como Yehudá el Macabeo, según el versículo «¡Mi Kamoja Ba elimHashem!», ¡Quien es como Tú entre los dioses Hashem! Este era el verso que lo inspiraba y le daba fuerza para seguir adelante.
Todos los temerosos de Hashem se reunieron junto a Yehudá. Pelearon desenfrenadamente contra los griegos. La ira de Antiojus no conocía fronteras, y mas ofuscado aún se hallaba al saber de la rebelión de los judios. Envió tropas y más tropas de sus mejores soldados, pero cada vez eran vencidos por los macabeos. Hashem peleaba con ellos y los valientes griegos eran entregados en sus manos. Cerca de la localidad de Bet Tzur pelearon con el ejército de Lisias, líder de las fuerzas sirias. Contaban con sesenta mil hombres y fueron enviados para pelear con Yehudá que apenas si contaba con algunas almas. Mas, también Lisias y sus tropas fueron derrotados.
Ahora, nuevamente se abría el camino a Jerusalén. Durante los últimos tres años fue abandonada la ciudad debido a los duros decretos de Antiojus. Habla colocado una estatua en el altar del Beit Hamikdash, y la ciudad se habla llenado de helénicos y judíos conversos al helenismo. Ahora volvían sus fieles hijos. Con gran emoción convocó Yehudá a sus hombres: «Hermanos, en este día debemos dar gracias a Hashem.
La fuerza griega fue dispersa. Ahora se abre el camino a Jerusalén. Subamos a agradecer a Hashem, nuestro Di-s. Purifiquemos y santifiquemos nuestro Beit Hamikdash, y ofrezcamos el sacrificio de Toda al Di-s de Israel, por la gran victoria». Yehudá con sus hombres se encaminaron hacia la ciudad de Jerusalén. En su camino se sumaron muchos más. Al acercarse vieron las murallas derrumbadas ya que Antiojus asi lo habla ordenado para que próximas poblaciones no pudieran protegerse del reinado.
Cuando finalmente entraron a la ciudad la hallaron deshabitado de judíos. Los helénicos que vivían alli, al escuchar que Yehudá se aproximaba hablan escapado a la fortaleza Jakra, y se habían encerrado junto con las tropas. Yehudá se dirigió inmediatamente al Har Habait. Ingresaron al lugar por las grandes puertas. Entonces quedaron atornillados al piso al descubrir que el gran altar había sido totalmente destruido. Los portones habían sido quemados, estaban pasmados de dolor.
«¿Es éste nuestro Templo?», lloraron con angustia. «¿Es éste el santuario del Rey de los reyes? ¿Qué fue de nosotros para que lo encontremos en semejantes condiciones?»
Yehudá y sus hombres rasgaron sus ropas, tiraron tierra sobre sus cabezas y gritaron amargamente.
De pronto, Yehudá se puso de pie. Miró a su alrededor, a los presentes y buscó con sus ojos a los sacerdotes. Les dijo con voz quebrada: «No es el momento de llorar. Es tiempo para actuar por Hashem. Tomen las piedras impuras y construyan en su lugar un altar con piedras nuevas. Mas debemos finalizar antes del veinticinco de Kislev. Debemos hacer un nuevo candelabro de hierro y adhiéranle placas de madera. Y estará en lugar del de oro que quitaron los griegos. Tiremos y destruyamos todos los ídolos griegos que estan aquí. Vamos a purificar la casa de Di-s de toda esta suciedad causada por Antiojus.»
Yehuda apuró a sus sacerdotes para finalizar con las tareas, algunos armaban y otros desarmaban. Cuando finalizó la labor, ordenó a sus hombres regresar a sus hogares, indicándoles que debían volver nuevamente el veinticinco de Kislev para la reinaguración de la casa de Hashem.
Y llegó el gran dia. Muchos se acercaron para participar del festejo. El Beit Hamikdash había sido limpiado y purificado. Un nuevo altar los esperaba en el centro del hall. Una nueva menorá se imponía desde un costado, mas no era de oro, ¿de dónde podian estos pobres judios extraer el oro? En su lugar, una hermosa de hierro con bellísima madera.
La gente observó a los sacerdotes preparados para encender la menorá. Pero ¿qué es lo que están esperando? Incluso Yehudá el macabeo corre de un lado al otro del hall del Templo. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué tienen esos rostros tan preocupados?
«El aceite», alguien murrnura. En todo el Beit Hamikdash no hay una sola gota de aceite. Ni una gota con el sello del Gran Sacerdote. ¿Con qué van a encender la menorá?
De pronto se escuchó un grito de júbilo. Dos jóvenes sacerdotes vienen corriendo. Uno trae en su mano una jarra. Ellos corren hacia Yehudá con la pequeña jarra de aceite puro, mas sólo alcanza para un dia. Había sido encontrada escondida debajo del sótano, y tenla la firma del Gran Sacerdote, ¡intacta! Hacer nuevo aceite llevarla ocho dias, y tenían aceite para un solo dia.
Sin embargo, estaban felices. La menorá podía ser encendida y se podia llevar a cabo la reinauguración del Templo.
Yehudá se acercó hasta el candelabro y llenó sus brazos. con el aceite de la jarra. Cuando encendió las mechas, grandes llamas brotaron.
Gran emoción estalló en los corazones de los presentes. Solo una preocupación aplacaba el espiritu. ¿Que pasará a la mañana siguiente? ¿Qué seria de los próximos ocho dias hasta que estuviera listo el nuevo aceite? ¿Se volverá a apagar la luz del candelabro, ahora que lograron encenderlo con pureza?
Mas no necesitaron preocuparse, pues ocurrió un milagro.
Cuando a la mañana siguiente llegó la gente para ofrecer sus sacrificios, vieron que las llamas de la menorá aún estaban encendidas, y no se habla consumido siquiera una gota. Y lo mismo observaron al dia siguiente y al otro y asi sucesivamente. La gente fue testigo de que un gran milagro estaba ocurriendo, y que Hashem estaba con ellos y habla aceptado sus actos. Todo el pueblo contento y eufórico entonó cánticos de alabanza al Todopoderoso: «Den gracias a Hashem, porque El es bueno, porque su bondad es maravillosa». Los sabios determinaron para el año siguiente el dia veinticinco del mes de Kislev día de alabanza y agradecimiento. Es la fiesta de las Luminarias, en recuerdo del gran milagro acaecido.