Historia de Janucá II: Antiojus, el malvado
(selección extraída del libro «Jerusalem de Oro», © Ed. Jerusalem de México)
En una de las plazas de la ciudad de Jerusalén, cerca del Har Habait (Monte del Templo), se reunieron un grupo de personas. Un mensajero a caballo informaba que acababa de morir Antiojus III y que su lugar fue tomado por su hijo Antiojus IV , conocido como Antiojus Epifanes. Los hombres se miraban asombrados unos a otros. ¿Antiojus Epifanes? «Parece un lindó apodo», dijo uno de los presentes; «¿Saben ustedes que significa «Epifanes» en el idioma griego? Significa el magnífico» .
¿En serio?», gritó otro hombre. «Escuché de un amigo, que es comerciante en Antioquia, que hay quienes lo llaman Epimanes, que quiere decir el loco, y tal apodo coincide con él».
«¡Ja ja ja!» Se escucharon risotadas. «Un rey lunático para que gobierne a los griegos»
«No hay ningún motivo de risa» dijo de pronto un viejito, si lo que dicen es cierto, hermosos dias nos esperan…»
Por cierto, no transcurrió mucho tiempo para comprobar que el señor tenia razón. Antiojus Epifanes era realmente un loco. Gastaba enormes fortunas en festines y bailes. Le gustaba salir a la guerra aún cuando no hubiera motivo ni razón. Obviamente, de este modo se empobrecía el reinado, mas Antiojus Epifanes se ocupaba de reabastecerlo con altísimos impuestos, que debian pagar los pueblos que se hallaban bajo su dominio. Fue entonces que los helénicos de Jerusalén vieron la gran oportunidad para engrandecerse. Sabian que lograrían acceder a lo que quisieran con este rey al mando, trayéndole regalos como coima. «Esta es la oportunidad para destruir a los sabios y la Torá de Jerusalén. Con la ayuda de Antiojus, podremos tomar la ciudad y los tesoros del Templo a nuestro antojo». Con mucha alegría y entusiasmo viajaron a Antioquia para ponerse en contacto con el rey.
Al cabo de muy poco tiempo comenzó el rumor: «¿Escucharon? Jonio, El Gran Sacerdote, fue depuesto. Antiojus lo ordenó».
La gente de Jerusalén estaba perpleja. El Gran Sacerdote era una persona muy recta. ¿Quién tomaría su puesto? En todo Jerusalén sería imposible encontrar una persona tan sabia y justa.
«¿Un justo? ¿Piensas que Antiojus busca un justo?», consultó uno de los habitantes. «El sólo busca dinero. Seguramente encontrará quien compre su corazón con fortuna; ese será el Gran Sacerdote».
En ese momento llegaba Eliahu Ben Iosef, cercano a los sacerdotes. «¿Saben quién es el nuevo Gran Sacerdote? ¡No lo van a poder creer! Ieshua, el hermano de Jonio!»
«¡¿Ieshua?!» La gente estaba anonadada. «Ieshua, el helénico, el que se alejó de la Torá y las mitzvot, el que cambió su nombre por uno griego llamándose Iasón? ¿El será el Gran Sacerdote?»
«Si, de él se trata. El le propuso al rey cuatrocientas monedas de plata para arrebatarle a su hermano el puesto».
«¿Será posible? ¿Hemos llegado tan bajo que el puesto de Gran Sacerdote se compra con dinero? Pobre de nosotros que así estamos».
Muy rápidamente se sucedieron cambios en la ciudad de Jerusalén. Seguian trayendo los sacrificios, pero eran los helénicos quienes gobernaban e impusieron nuevas costumbres. Los peregrinos que llegaban a la ciudad la desconocían por completo: «¿Esta es la ciudad santa de Jerusalén? ¿Este es el Beit Hamikdash, lugar donde mora la Providencia Divina? La ciudad entera está repleta de estatuas griegas, no parece una ciudad de judios». Semejante situación se mantuvo por tres años. Los helénicos se paseaban por Jerusalén y por su santuario como si fuera de su propiedad. Un nuevo Sacerdote fue designado para el puesto de Gran Sacerdote. Se llamaba Menajem y se autodenominó Menelaos.
Entonces comenzó una época muy dura para Jerusalén. Menelaos se ocupaba sólo de su propio bien, y aprovechó el puesto para sus intereses personales. Malgastó los tesoros de¡ templo y tomó, para sí los utensilios sagrados. Ninguno de los gritos ni quejas de los sacerdotes recibió atención. Por el contrario, Antiojus lo apoyaba totalmente, ya que él también se beneficiaba y disfrutaba de la delincuencia. Con profunda amargura notó el pueblo de Israel que no podan hacer nada.
Tres años transcurrieron desde la nominación de Menelaos. Fue cuando Antiojus salió a la guerra contra Egipto. Entonces se escuchó el rumor: «Antiojus habia muerto en la batalla. Inmediatamente quitaron los judíos a Menelaos del puesto. Estaban felices de pensar que se hablan despojado de Antiojus y Menelaos.
Sin embargo, muy poco les duró la alegría ya que rápidamente se supo no sólo que Antiojus no habia fallecido sino que incluso habla salido victorioso en la batalla. A su regreso decidió pasar por Jerusalén. Su ira desconoció límite alguno al enterarse de que los judíos habian depuesto a Menelaos de la ciudad. Lleno de venganza asesina llamó a sus soldados y ordenó: «Tomen a los judíos. Maten a todo el que caiga en. vuestras manos. No tengan misericordia alguna por sus casas ni por sus tierras».
Los soldados griegos, acostumbrados a las guerras, hicieron tal lo cometido. Con crueldad asesinaron ese dia a cuarenta mil judios en la ciudad de Jerusalén. Mataron sin discriminación, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, niños y bebés. No sólo eso sino que incluso vendieron otros cuarenta mil hombres como esclavos.
Como broche de oro, Antiojus ordenó derrumbar las murallas de Jerusalén. Cerca del Templo del Har Habait, construyó una fortaleza para su ejército, llamada Jakra. Desde alli los helénicos podian gobernar a Jerusalén y sus alrededores.
Mas, Antiojus, el malvado, no se satisfizo con todo lo llevado a cabo. El sabía que mientras los judios siguieran cuidando a la Torá y cumpliendo con las mitzvot, su espiritu sería inquebrantable. Por eso es que decidió comenzar una persecusión religiosa.
La siguiente proclamación fue enviada a Jerusalén y a sus alrededores: «Escuchen, escuchen hombres de Iehudá las palabras del rey Antiojus el Grande: de hoy en adelante, hay una sola Torá y una sola ley para los hijos de Israel y para los demás pueblos. Ningún animal más será sacrificado en el Templo, excepto grandes cerdos y otros animales impuros. Serán erigidos altares para los dioses griegos. El shabat y las festividades serán abolidas. Quien cuide tales fechas será muerto. Todo bebé de sexo masculino que nazca tiene prohibida la circuncisión, y quien lo haga será penado con la muerte. Escuchen, escuchen, hijos de Iehudá las palabras de nuestro rey, Antiojus, el magnífico».
Las nuevas causaron angustia y conmoción entre los hombres. Eran dias difíciles para los judios. Entre los creyentes y temerosos de Di-s se encontraron quienes buscaron refugio entre las cuevas y montañas con la esperanza de poder seguir viviendo de acuerdo con la Torá. Muchos murieron santificando el nombre de Di-s. Prefirieron la muerte antes que someterse a los decretos helénicos. En particular es conocida la historia de Jana y sus siete hijos quienes en un acto de terrible valentía se negaron a arrodillarse frente a las estatuas. Ella estimuló a sus hijos en esos momentos asentándolos a morir en nombre de Hashem antes que acatar la miserable orden del rey. Su historia fue conocida en la nación y fue ejemplo de fe y amor a la Torá y a Hashem para el resto del pueblo. Las órdenes de Antiojus generaron mucha angustia en el pueblo, sin embargo el espíritu de los judios no fue quebrantado.
Mas Antiojus hizo algo que provocó un profundo odio entre los hombres de Israel. El dia quince del mes de Kislev ordenó Antiojus erigir un idolo en el altar del Beit Hamikdash, en el lugar mismo en el que los sacerdotes ofrecían sus sacrificios para Hashem. En ese momento la nación entera estaba lista para el combate. También se supo que en realidad Antiojus quería romper los rollos de la Torá y quemarlos. En todo lugar en el que se encontraban judios temerosos de Hashem se escuchaban voces de venganza y rebelión: ¿Hasta cuándo vamos a estar sentados de brazos cruzados, y vamos a aceptar las provocaciones de este malvado? Es hora de pagarle a nuestro enemigo como se lo merece. ¡Vamos hermanos, todos juntos, saquemos a los griegos de nuestra tierra!»
De esta manera hablaron los judios unos a otros, buscando la persona ideal que pudiera organizarlos y liderarlos contra Antiojus. Todos esperaban la señal que encendiera el fuego de la rebelión.
Y la señal llegó, desde Modiin.