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De la teoría a la práctica
El camino del hombre
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Principios universales – Leyes humanas

 

Lo espiritual y lo material, como ya fue explicado en Espiritual y Material, son dos formas a través de las cuales la realidad se manifiesta. Lo espiritual es el ámbito de la vida que nos posibilita el acceso a las causas, en tanto que lo material son las consecuencias de dichas causas.

La realidad espiritual está basada en principios objetivos, universales, eternos y constantes, los cuales se manifiestan en el ámbito mental, emocional y material-sensorial de acuerdo a la actitud humana (ver Leyes Espirituales y Principios des-cubiertos por el Hombre).
Los principios que rigen la realidad no dependen de criterios humanos. El hombre des-cubre dichos principios y los codifica. Como en el ejemplo de la gravedad: Observamos que cada vez que un objeto entra en el ámbito de dicha fuerza es atraído inexorablemente por ella.

La fuerza de gravedad no depende de lo que creemos, pensamos y/o sentimos, sino que es objetiva y tiene sus propios códigos. Quien quiera relacionarse con ella positivamente deberá conocer sus parámetros y sólo luego podrá utilizarla para el beneficio colectivo.

La fuerza de gravedad no depende de la voluntad de los hombres. Asimismo sucede con los pincipios que gobiernan el mundo físico, los cuales tienen su raíz en el plano espiritual.

La Torá es una forma de conocimiento que armoniza nuestra percepción material-sensorial, emocional, mental y espiritual con la Esencia de toda la realidad. Para comprenderla integralmente debemos activar todas estas formas de conocimiento simultáneamente.

La Torá nos revela un sistema universal y objetivo válido para todas las generaciones, el cual se ha interpretado e interpreta aún de muchas maneras (ver Nimshál-Mashál); pero es importante recalcar que toda comprensión exterior será parcial, ya que la Sabiduría de la Torá se logra vivenciándola: Torát Jaím, (consultar Haskalá – Havaná – Hasagá y Emuná). En cambio, cuando el conocimiento es sólo de orden intelectual, su influencia alcanza únicamente al plano del pensamiento.

Aunque algunos de los principios expuestos en la Torá se pueden comprender natural y racionalmente después de que fueron formulados hace ya miles de años, no debemos olvidar que su esencia está por sobre la Creación como las leyes físicas que el hombre des-cubre y no crea.

Tomemos los seis últimos postulados del Decálogo e intentemos comprender los valores que éstos nos transmiten a nivel racional:

10) NO CODICIARAS

9) NO ENGAÑARAS

8) NO ROBARAS

7) NO ADULTERARAS

6) NO ASESINARAS

5) HONRA Y RESPETA A TU PADRE Y A TU MADRE

Estos postulados señalan las bases para la construcción de una sociedad altruista. Cada uno representa un cerco que impide la manifestación de las formas más destructivas del egoísmo.
El décimo postulado, no codiciar, surge en el interior del ser humano, en un plano espiritual (véase Espiritual y Material), pero es el cerco que más debemos cuidar pues al obviarlo abrimos las posibilidades a los niveles más densos de egoísmo. La codicia conduce al engaño y éste desemboca finalmente en el robo.

Cada cerco-postulado que el hombre va traspasando, amén del daño particular que causa, abre las posibilidades a la corrupción y degeneramiento de la sociedad.
El adulterio destruye la familia y por lo tanto las bases de toda sociedad. El asesinato sume a la sociedad en el caos total.
El asesinato es la señal de que el hombre ya perdió completamente el valor por la vida, lo cual lo predispone incluso a no respetar a sus progenitores ni a sus ancestros.
El respeto por los padres es el respeto por el esfuerzo de las generaciones que nos precedieron en la recepción, desarrollo y transmisión de los valores espirituales. Esa cadena generacional es la que une a los hombres, como eslabones insustituibles en pos del objetivo de plenitud por el cual el ser humano fue creado (ver La armonía universal).

Cuando la realidad sólo abarca mis intereses, ¿por qué no codiciar, engañar, robar, asesinar, adulterar? y, ¿para qué respetar el esfuerzo de los padres, abuelos, y demás antepasados?

Los últimos seis postulados del Decálogo recién mencionados, que son los más «lógicos» y los que cualquier persona «culta» y «civilizada» acepta, pueden olvidarse cuando el egoísmo se apodera del hombre y lo conduce a justificar «racionalmente» sus deseos.

Estos postulados, base de cualquier sociedad justa, sólo tienen consistencia y continuidad cuando el hombre los reconoce y acepta como leyes objetivas provenientes de una fuente que está por sobre la realidad humana (como reconocemos y aceptamos las leyes de la naturaleza).

Sin la aprehensión (hasagá) de los primeros cuatro postulados:

1) YO (SOY)

2) NO TENDRAS DEIDADES AJENAS

3) NO TOMARAS EL NOMBRE DE EN VANO

4) ACUERDATE Y CUIDA DEL DIA DE SHABAT

continuará sucediendo lo que nos muestra la historia: guerras, inquisiciones, holocaustos, corrupción, etc., producto del egoísmo en el cual, de una u otra forma, todos estamos involucrados.
En cada instante pensamos, sentimos y finalmente actuamos en determinada dirección. La Torá nos enseña cómo dirigir cada acto de la vida hacia lo pleno, lo auténtico, hacia nuestra máxima identidad: la Fuente Infinita del altruismo: donde todos somos Uno.

Así como la voluntad y el deseo generan y dan continuidad a los pensamientos, emociones y actos (consultar Pensamiento), los primeros cuatro postulados son los pilares que sustentan a los otros seis. El esfuerzo humano en comprenderlos activa la Emuná y Hasagá , es decir la conciencia espiritual.

El auténtico estudio de la Torá consiste en aprehender con la totalidad de nuestro ser los principios universales, las mitzvót. Este proceso es similar al aprendizaje de las leyes naturales las cuales no inventamos sino que las des-cubrimos, ya que son inherentes a la Creación.

 

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