El Origen Divino de la Torá III
(Selección extraída del libro «Shavuot», por Rabino Dr. Nissan Mindel, © Ed. Kehot Lubavitch Sudamericana)
Revelación ¿Aceptable para el hombre Pensante?
Toda discusión acerca de la autoridad de la Torá descansa, en último instancia, en si aceptamos a la Torá como Palabra Revelado de Di-s, o la consideramos el producto de los esfuerzos humanos.La mente contemporánea no se siente a sus anchas con conceptos tales como Revelación Divina o la autoría Celestial de un libro.Los libros, bien sabemos, son escritos por los hombres, ¿por qué habría de ser este Libro diferente?
Entre paréntesis, podríamos considerar este punto en determinar los reclamos de los críticos bíblicos. Momentáneamente asúmase que no existen «contradicciones» o discrepancias de ninguna índole en los Cinco Libros de Moisés, de modo que sería obvio para cualquiera que el Jumash por entero es obra de una sola mano. ¿Cuál mano, preguntamos nosotros a los críticos Bíblicos, puede ser ésta? ¿La de Di-s? El crítico Bíblico probablemente no lo consentirá. El autor debe haber sido Moisés o algún otro humano. El rechazo de la Torá como documento Divino por parte de los críticos Bíblicos no es consecuencia de su análisis. Ellos partieron de la premisa de que la Biblia es obra de los mortales, y de allí proceden a recabar evidencias a fin de refutar los argumentos que contradicen sus estimaciones.
Revelación es un concepto esquivo, insubstancial, impalpable, no familiar con nuestra experiencia humana común. Resulta poco sorprendente que la persona se evada de tener que enfrentar el concepto. Intenta obviarlo mediante suaves eufemismos tales como describir la Torá como un documento «inspirado». Pero ello no resuelve el problema. Shakespeare también estaba, probablemente, «inspirado», pero ello no nos inspira, ni debe inspirarnos, a emular compulsivamente -moralmente- SUS modos. Virtualmente todo lo «bueno» de este mundo puede ser descripto como «inspirado». Después de todo, la inteligencia humana -de hecho, todo lo que existe- proviene de Di-s. Al describir la Torá como «Revelación», declaramos nosotros que acatar la Torá es acatar la Voluntad Divina, y que ignorar la Torá es violar la Voluntad del Creador. Nadie, jamás, declaró que Shakespeare estaba enunciando la voluntad de Di-s en sus escritos.
Estamos enfrascados en una categoría «religiosa»; utilizamos este término para describir una relación entre el ser humano y Di-s, y la conducta que tiende a cementar, o quebrar, aquella relación. No estamos preocupándonos en este momento con estéticas o valores utilitarios, sino con Di-s y el hombre. Ambos, tanto Beethoven como la física, pueden ser emocionantes o causar impresión, arrastrando al hombre a la conciencia de algo más allá y superior a sí mismo, pero los artistas y los científicos, en igual medida, podrían insistir resueltamente en que sus obras no son «religiosas». El estudio y los laboratorios no son «casas de culto» y los indudables efectos espirituales que ellos pueden generar, y frecuentemente lo hacen, no son el resultado directo y primario de sus esfuerzos.
Otra aclaración entre paréntesis, para evitar posibles concepciones erróneas. La Torá, por cierto, enfatiza el carácter universal de la experiencia religiosa – «Conócelo a Di-s en todos tus caminos». Uno puede transmutar una experiencia ordinaria como comer, hacer negocios, o dedicarse a los negocios, en algo espiritualizante. Aquí, un acto «neutral» resulta santificado, tanto como una sinfonía o una fórmula matemática puede dar lugar al surgimiento de emociones sublimes, incluso emociones «religiosas». La experiencia «religiosa», en contraste, no precisa de transmutaciones. La Plegaria y la Caridad no se inician como «neutrales».
Volviendo a nuestro problema original, la autoría Divina de la Torá.
«¿Puedes probarlo?» -es la demanda arrojada a los tradicionalistas. Existe abundancia de argumentos y pruebas, más o menos convincentes – generalmente menos que más. La discusión puede tornarse un tanto calurosa, pero, por regla general, es estéril. Una vez que el temporal ha amainado, frecuentemente encontramos a los participantes del debate sin haber cambiado sus enfoques. Aquellos que ya están convencidos, no precisan ser persuadidos; los escépticos, no cambian con la persuasión. Probablemente algún otro tipo de acercamiento brindará una respuesta más apropiada al desafío de «¿puedes probarlo?». Veamos qué prueba resultaría aceptable cuando se trata de una discusión de este tipo.
Si se anunciara haber hallado un método curativo para el resfrío común, el nivel de prueba es obvio. Si se declara haber encontrado el método de convertir el plomo en oro, alguien presentará una masa de plomo para verificar si realmente puede ser transformado. Pero si se propondría que la Torá fue entregada por Di-,s ¿cómo se puede comprobar esta declaración? Pruébese con la Torá misma: la Torá dice haber sido entregada por Di-s. ¿Es ello suficiente para convencer al que cuestiona? Probemos otro enfoque: Mi maestro me dijo que la Torá fue entregada por Di-s. ¿Cómo lo sabía él? Pues su propio maestro así se lo dijo, y así sucesivamente, a través de las generaciones, en todo el recorrido regresivo hasta Sinaí. «¿Aún no estás convencido?» -pregunta usted a su interrogador. «¿No lo estás? Pues entonces dime tú qué es lo que aceptarlas como prueba de que la Torá fue dada por Di-s».
Un desafío o una pregunta «válida» es aquella que está sujeta a solución. Una pregunta que, por su propia naturaleza, no puede ser respondida, no es «válida». Si, por la propia definición del concepto, no podemos «probar» la autoría Divina de la Torá, pues entonces la demanda de pruebas no es válida. Las discusiones pueden resultar estimulantes y chispeantes pero del mismo modo serán en vano. En lugar de buscar una prueba acerca de Revelación, yo sugiero que mantengamos la pregunta en suspenso y exploremos otras facetas de Revelación.
«Asumiendo, a los solos efectos de la discusión», preguntó cierta vez un joven estudiante en una Peguisha (encuentro) con Jabad, «que Di-s en efecto habló con Moisés. Pero incluso entonces, las palabras de Di-s fueron transcriptas por Moisés, un mortal falible. ¿No da a suponer que en el proceso el texto de la Torá haya sido cambiado, de modo que lo que nosotros tenemos ahora no es el revelado documental original en absoluto, sino uno que carga las impresiones de una mente humana? El jasidismo, recogiendo como lo hace con frecuencia sus conceptos de fuentes anteriores, tiene una respuesta para la pregunta del estudiante.
La Torá se divide en dos partes. La Ley Escrita (conformada por la Biblia Hebrea) y la Ley Oral (que fue revelada a Moisés en el Monte Sinai simultáneamente con la Ley Escrita, y solo fue inscripta en el Talmud varias centurias después). Ambas leyes fueron dadas por Di-s, pero, en tanto que la «y Escrita fue «dictada» por Di-s a Moisés palabra por palabra, la verbalización de la Ley Oral fue menos precisa. El texto de la Ley Escrita, desde el mismo comienzo, fue copiado por escribas, palabra por palabra. La Ley Oral, del otro lado, fue transmitida por la expresión oral de boca en boca, de una generación a la otra, tal como fue comunicada oralmente a Moisés por Di-s, con menos preocupación por la exactitud verbal. En la Ley Escrita la palabra es crucial; en la Ley Oral, las ideas son el factor más importante. Un Rollo de la Torá con sólo una palabra o una letra incorrecta, no es adecuado para el uso. No es «kasher». Semejantes restricciones no se aplican a la Ley Oral.
Palabras o, en el uso jasidico, «letras», son vehículos para las ideas. La «palabra» es inerte, estática, precisa. La palabra dictada por una persona a otra es la misma palabra, inmutable no importa quién la repita. Cuando se nos dice que la Ley Escrita fue «dictada» palabra por palabra por Di-s debemos entender que Moisés escribió las palabras tal cual las oyó, sin cambio o modificación alguna. En cierto sentido, Moisés solo fue el primero de muchos escribas, todos los que desarrollaron la misma función, aquella de registrar la Ley Escrita tal cual la oyeron o la vieron, palabra por palabra.
La situación difiere en el caso de la Ley Oral, donde el énfasis está puesto en ideas. Puesto que una idea puede ser presentada en diversos modos, un pensador puede seleccionar un grupo de palabras en tanto que su colega lo haga con otras. Un pensador puede ser suscinto y otro verboso.
Aquí, la personalidad del disertante es evidente en la selección de palabras, e incluso la idea puede ser sutilmente modificada debido a la elección de las palabras utilizadas. Por supuesto, palabra e idea no están separadas, pero para nuestro cometido es importante recordar la diferencia en el énfasis: la Ley Oral subraya la idea; la Ley Escrita acentúa el rol de la palabra. Así, se considera una mitzvá el recitar los Salmos aún cuando no se comprende el significado de lo recitado. Colóquese, en lugar de ello, el recitado de pasajes del Talmud mecánicamente. Es un cabal desperdicio de tiempo, puesto que en la Ley Oral la idea es lo dominante y la palabra es secundaria. La Ley Oral exige que la entendamos. (Maimónides dijo que cada letra registrada en la Torá Escrita es sagrada. Así el pasaje en el cual Timná es descripta como la concubina de Elifaz, el hijo de Eisav (Génesis 36:12) no es considerado de menor santidad al Shemó Israel (Deut. 6:4-9) o la declaración de «Yo soy Tu Di-s» (Ex. 20:2), que inicia los Diez Mandamientos. Nuestra falta de pericia en entender la Ley Escrita crea lo que nosotros consideramos anomalías como esta declaración de Maimónides. Mientras que interpretaciones tales como el Midrash y la Cabalá ofrecen otro estrado de significado, aparte del literal, la Biblia, a fin de cuentas, permanece en misterio. Pronunciamos las palabras pero no podemos concebir las ideas hasta sus más minuciosos significados).
El punto central aquí enfatizado es que Moisés no verbalizó la Torá que
Di-s le dicté. El no verbalizó una visión. La Torá le fue revelada en forma de palabras, de modo que su función era de orden pasivo. El era el escriba, no el comunicador de las ideas.
¿Cómo se comunicaba Di-s con Moisés? Desafortunadamente, esta es una especulación predestinada al fracaso. Nunca lo sabremos, al menos hasta que Di-s, o Moisés, nos lo digan. Fue un evento de única oportunidad, realmente singular. Carecemos de otra experiencia similar en nuestra historia para utilizar como ejemplo. Empero, la doctrina de la Torá declara que, sin mirar en los medios que Di-s utilizó para revelar Sus palabras a Moisés, El comunicó Su revelación en la forma de palabras.
¿Cómo, en realidad, sucedió la Revelación en el Monte Sinaí? Básicamente, esta pregunta es similar a aquella respecto del modo de comunicación de Di-s a Moisés, de la Torá. La respuesta también sería la misma; simplemente no lo sabemos ni lo podemos saber. Pero la especulación puede resultar placentera. Supóngase que alguien tuvo una grabadora en el Monte Sinaí. ¿Hubiera grabado la voz de Di-s proclamando «Yo soy el Señor…»? ¿La Revelación fue una experiencia oral-auditiva, una voz en el sentido literal, físico, de la palabra, medible por ondas sonoras? ¿O era una Revelación de algún orden diferente? Es mejor presentar la pregunta que pretender resolverla. Sea lo que sea que sucedió en el Monte Sinaí no tuvo paralelo, fue singular, incomparable a cualquier cosa que seamos capaces de comprender a partir de nuestra propia experiencia limitada.
Al comienzo hemos sugerido que los intentos de probar la Revelación Divina son estériles a menos que haya un consenso acerca de qué ha de ser considerado una prueba válida. El peso inicial de definir «prueba» recaería con propiedad en aquel que demanda aquella prueba. De otro modo nos encontraríamos en una lucha interminable de arbitrariedades y niveles fluctuantes. O, en lugar de sentirnos tan sólo frustrados por una intrínseca insuficiencia de la prueba propuesta, nos encontraremos simplemente imposibilitados de aceptar el concepto de Revelación.
Obviamente, hay algunos que quizás no hayan articulado sus concepciones de qué, a sus ojos, sería considerado una prueba válida. Ellos aún no han formulado sus pautas, pero el mero hecho de que están en la búsqueda, que están abiertos a la persuasión, demuestra que aún no han rechazado la autenticidad de la Torá por completo. Por supuesto, no hay objeción en buscar pruebas a la existencia de Di-s, a la Revelación Divina, o a cualquier otro principio religioso. Lo que queremos dejar en claro es que en planteos de religión, el criterio de prueba no es el mismo aplicable a la ciencia o a la historia.
Rabino Dr. Nissan Mindel