Sobre el origen Divino de la Tora IV
(Selección extraída del libro «Shavuot», por Rabino Dr. Nissan Mindel, © Ed. Kehot Lubavitch Sudamericana)
En una ocasión, un estudiante ofreció un desafío específico. «Señale una declaración de la Torá que ha sido reivindicada por subsecuentes eventos históricos y que no pueden haber sido compuestos por la mente humana».
Busquemos un pasaje que cubra este requerimiento. Hace 35 centurias, los reyes no estaban particularmente inhibidos por la humildad. Si debemos creer en las crónicas dejadas de sus reinos, ninguno de ellos, jamás, perdió una guerra. Estos potentados no eran reyes ordinarios; se autodescribian como «reyes de reyes» que comparaban modestamente el brillo del sol con el propio, y encontraban que el sol se disipaba. Su riqueza estaba más allá de ser mensurable y su poder militar era indesafiable. Los monarcas del Egipto antiguo, de Asiria, y de Persia, clamaban que sus imperios habrían de ser eternos, algo que corre paralelo a las líneas del Reich de mil años de Adolfo Hitler.
El Jumash, los Cinco Libros de Moisés, el registro de la más temprana historia del pueblo judío, representa un alejamiento total de estas crónicas. Moisés no glorifica a los hijos de Israel y sus líderes. En lugar de ello, él no sólo reprende los pecados de su pueblo cometidos en el pasado, sino que también lo hace respecto de aquellos que cometerán en el futuro. Describe brillantemente la Tierra que Di-s ha prometido a los Israelitas, pero entonces presagia en estremecedoras palabras la destrucción de aquel hermoso país, la dispersión de los judíos, y los increíbles sufrimientos que habrán de sobrellevar en el exilio. Todas las crónicas estaban repletas de predicciones de gloria futura; solo la Torá ha dado una visión previa de la futura humillación, de Israel. ¿Podían ser éstas las meras obras de un mortal, incluso de uno de la estatura de Moisés?
Algunos podrían explicarlo al sugerir que Moisés tenía cierto grado de presciencia -si bien no hay razón para tomar siquiera como probable semejante eventualidad. Pero, entonces, ¿cómo se ha de explicar incluso ahora cuando ha sido probada más allá de toda pregunta- la predicción de que, a pesar de todo este sufrimiento, Israel ha de sobrevivir?
Cuando los Babilonios destruyeron Jerusalem, parecía que la existencia de Israel estaba concluida. Cuando Roma destruyó la Santa Ciudad por segunda vez unos cinco siglos después, parecía obvio a todos, una vez más, que Israel estaba condenada. La destrucción de Jerusalem fue seguida de 2.000 años de exilio, una indescriptible sucesión de expulsiones y de vagar, de pogroms, y finalmente aquel último horror al que ningún otro pueblo hubiera podido sobrevivir, el Holocausto de Hitler. ¿Existe con vida hoy algún judío que tenga su corazón tan estrecho como para dudar de la eternidad de Israel? Con todos los honores que Moisés merece, ningún humano hubiera podido predecir lo que él vaticinó, y con semejante exactitud. Yo sugeriría que es más fácil creer en la existencia de Di-s y en la Revelación Divina que creer que Moisés, un mero mortal, pueda haber sido el autor de la Tojajá, los «capítulos de reprimenda» (Lev. 26:14-45 y Deut. 28:15-68) que tan gráficamente han vaticinado el exilio del pueblo judío.
Esto, entonces, puede ser lo propuesto como una respuesta al desafío de probar el carácter Divino de la Torá. Aquí hay una visión previa del carácter de la historia futura que ningún ser humano podría haber escrito. Si esta pauta probatoria es considerada aceptable por el que pregunta, pues entonces con ésto se está ofreciendo «la prueba». El hecho de Sinaí -que nuestros ancestros estuvieron parados allí, vieron la nube, presenciaron los relámpagos y truenos, oyeron el resonar del shofar y la proclama «Yo soy Di-s tu Señor… «- no es el caso que aquí preocupa. Los factores persuasivos son la supervivencia sin quebrarse de la tradición, y la circunstancia de que todo Israel, no solo Moisés, experimentaron la Revelación en el Monte del desierto. Los Hijos de Israel no tuvieron escrúpulos en desafiar el sacerdocio de Aharón o incluso la autoridad y misión de Moisés. Sólo hace falta recordar los reclamos de los israelitas por las ollas de carne en Egipto, y la adoración masiva del Becerro de Oro. Pero ninguno de los Israelitas cuestionó jamás el informe de Moisés de lo acaecido en el Monte Sinaí. Esta aceptación de Revelación Divina por toda una generación por entero sin duda debería impresionar al escéptico.
Perdura, sin embargo, una pregunta mortificante. Cuando Israel oyó una voz proclamar «Yo soy Di-s tu Di-s, ¿la voz de quién escucharon? ¿Cómo sabían que realmente era la voz de Di-s? Este es el desafio a la Revelación Divina que nos proponemos analizar aquí. En última instancia, el desafío es subjetivo. «¿Puedes probarlo a mí»? Nuevamente, si aquel espera una respuesta seria, debe proponer las pautas de prueba aceptable.
Algunos sostienen que Revelación no está sujeta a pruebas, en el sentido ordinario. Fue un evento único, que carece de puntos de comparación con cualquier otra experiencia humana. Debe ser aceptado, pues, como una cuestión de aní maamín, de «Yo creo» con «fe perfecta», independiente de prueba o demostración. Toda discusión al respecto es en absoluto irrelevante.
Con frecuencia chocamos con la expresión irritante de «le ciega». Fe, según la enseña la Torá, y particularmente en el caso de Revelación Divina, no es algo para lo que sean necesarias apologías. La mente ha arribado a un impasse. No puede tratar con este objeto, pero ello no es en absoluto razón para descartar el tema corno anti-racional, como un acto de violencia hacia la razón. ¿La razón puede aceptar la idea de Revelación Divina, la proposición de que Di-s puede comunicarse y de hecho lo hace, con el hombre? Para el creyente, la razón no constituye un obstáculo para la aceptación de Revelación, mientras su fe le permite aceptarla.
Exploremos este tema un poco más.
Toda plática acerca de Revelación necesariamente incluye fe. Ahora, la fe significa la negación, o la falta de raciocinio, y ¿quién quiere ser irracional? Fe y razón poseen sus propias palabras, o como lo dice el hebreo, emuná y séjel. ¿Un ser racional puede tener fe sin documentalizarse, sin «apagar» su mente cada vez que abre el Sidur? El «creyente pensante» ¿es una contradicción, una personalidad desdoblada?
La razón es demostrable, mensurable y finita. Aparte de las simples limitaciones de la ignorancia (no todos nosotros leemos Sánscrito o comprendemos la Teoría de la Relatividad) que restringe a la humanidad como un entero, el intelecto humano está sujeto a limitaciones intrínsecas. Somos seres físicos, y por consiguiente sujetos a los límites de la materia. Nuestras mentes pueden manipular lo dimensionable, lo finito, y hablar de lo infinito. Tiempo y espacio establecen fronteras, no solo para nuestros cuerpos sino también para nuestras mentes. No podemos concebir una situación que trascienda el tiempo, donde pasado, presente y futuro no sólo convergen sino que ni siquiera existen. «Aquí» y «Allá» son conceptos distintos; son inexistentes para el infinito. Los límites de la razón no son límites salvo para la razón. No limitan la realidad. Podamos entenderla, o no, puede ser cierta de todos modos, y nuestra incapacidad de comprenderla se debe simplemente a una falta dentro de nosotros mismos. Lo trascendente puede perfectamente existir, entendámoslo o no. (Obviamente no hemos «probado» su existencia, pero cabe una posibilidad de que existe, y ello es suficiente por el momento). Solo un engreído irracional se negará a admitir la posible existencia de todo lo que está más allá de la capacidad y experiencia humana.
¿Cómo nos la arreglamos con estas supradimensiones? Acá arribamos a la provincia de la fe. La fe actúa donde la razón no puede funcionar (Atención: ello no implica que la razón es contrario a la fe). El hombre puede ahora ocuparse con algo más que lo dimensional, más de lo observable, con más de lo que experimentado y es capaz de duplicar. El «instrumento» a través del cual él puede lograrlo es la fe. Debe enfatizarse que la fe no es una apelación a lo irracional, lo contra-racional. La fe no está aislada de la razón ni es arbitraria en sus pronunciamientos o presunciones. Es parte de una continuidad que incluye el intelecto y a las emociones, y es enrolada solo cuando el intelecto demuestra ser incompetente. La razón conduce al hombre a las fronteras exteriores de la dimensión; la fe extiende el alcance del hombre a lo no dimensional. La fe está construida sobre la razón, no limitada por ésta. Cuando la razón es extendida, la fe se torna redundante. Lo que yo acepté ayer como un acto de fe, porque no podía entender, hoy lo acepto mediante la razón, porque ahora soy capaz de comprenderlo.
Revelación, el alma, el Mundo Venidero, el Mesias -éstas son algunas de las pocas instancias que requieren emuná, fe. No corren contra la razón. No cometen violencia con el intelecto, pero no tienen pruebas. Regresemos al primer concepto que hemos mencionado, Revelación. Al principio ofrecemos ciertas premisas, algunas lógicas, algunas arbitrarias, pero, es nuestra esperanza, aceptables. Con esa suposición, Revelación se convierte en un diseño, simétrico y lógico.
La primer premisa concierne a la naturaleza del hombre. El hombre no es -para decirlo en términos categóricos, dogmáticos- só1o una forma superior de vida animal. El es incluso algo más que una criatura que puede diseñar un dispositivo para que lo asista en su caminata lunar o en transplantar un corazón. El hombre es «en imagen de Di-s». Hay en el hombre más que el visible cuerpo físico, más que la mente que controla aspectos de lo físico. El hombre es único, porque sólo el hombre es capaz de tomar decisiones morales. El hombre es libre por haber sido creado «en la imagen» de su Creador, no está bajo compulsión. Esta cualidad moral de la vida, esta diferenciación entre bien y mal, es el elemento humano de, si se quiere, lo Divino dentro del hombre, como diferencia de lo «animal» dentro de él.
¿Hasta donde llega su libertad? El hombre no es libre para determinar el bien y el mal, mas le ha sido otorgada la libertad de elegir entre ambos.
Nuestra segunda premisa es que los recursos del hombre son insuficientes para definir moral. Podremos describir algunos recursos; otros, sugeridos, sin duda no resultarán más impresivos.
a) Razón: Luego de mil años de empeño en definir qué es «bien» y «buena vida», los filósofos parecen haber perdido las esperanzas de poder arribar a una formulación definitiva. Desde el punto de vista de la lógica, «No robarás» y «robarás» son igualmente válidos – o igualmente irrelevantes. La declaración moral precisa de cierto fundamento, uno que la razón sola no puede proporcionar. No estamos preparados para decir que en vista de que la razón no conduce a una definición moral, la moral no existe. Al menos espero yo que nadie ha de decirlo, si bien a veces la experiencia humana hace que uno se sorprenda…
b) Sociedad: «¿Es correcto o incorrecto?». «Puede ser incorrecto para ti, pero puede serlo totalmente correcto para otro». «¿Incluso baleando a un transeúnte inocente?». «Bueno, tú puedes sentir que es incorrecto, pero otro, etc……
Esta es una reconstrucción al pie de la letra de una conversación que tuve con algunos estudiantes. Algo puede ser «incorrecto» en cierta sociedad pero completamente aceptable en otra. Es la sociedad la que determina si un modelo preestablecido de conducta es bien o mal. Surge la inferencia, entonces, de que toda la moralidad es «situacional», «relativa» y subjetiva.
¿La moral es puramente una función social? ¿Pues entonces por qué habría uno de entregarse a los arbitrarios decretos de la sociedad? ¿Acaso casi todo el progreso humano no fue estimulado por los inconformistas?
c)Ciencia: Puesto que se ocupa sólo de lo observable, lo cuantitativo y tangible, la ciencia no reúne los requisitos necesarios para intervenir en la polémica de moral. «Bien» no puede ser observado o medido con un radiotelescopio o un microscopio electrónico. Las predilecciones personales morales del científico pueden ser pronunciadas y admirables, pero ello no las convierte en «ciencia».
d) Naturaleza humana: Algunos aún creen en el humanismo esencial del hombre. Ellos están convencidos de que el hombre se encuentra ligado a un incesante ascenso en la escala de la moralidad. En este enfoque, los excesos de Tamerlane y Genghis Khan son parte de la historia antigua, para nunca ser repetidos. Esta fe de excesivo optimismo en la bondad del hombre sería aceptable en 1930, pero no en la generación que fue bendecida con Auschwitz.
Es cierto, no es muy difícil diseñar un sistema «moral», uno totalmente satisfactorio que apelará a todos nuestros supremos instintos y anhelos, pero siempre habrá alguien que propondrá un código diferente, tan válido como el primero, si bien diametralmente opuesto. La decisión respecto de cuál de ellos es el ideal surge de otro lado. Ninguno de los códigos es imperativo, de modo que ninguno puede dictar restricciones cuando la indulgencia es tan placentera.
La tercer premisa se refiere a Di-s y Sus intenciones. El colocó al hombre en el mundo material, y le otorgó la posibilidad de elegir lo bueno como preferente a lo malo de modo que le sea posible trascender su burda naturaleza física. Sin la guía Divina el hombre no sabe y es incapaz de encontrar jamás, qué es el «bien».
Veamos qué podemos especular acerca de Di-s.
Di-s es grande. Tan grande que puede dedicarse a una minúscula persona entre las otras 4.000 millones – incluso un acto, una palabra, un pensamiento, de esa persona. Tan grande es Di-s. El no está limitado con el, o por el, cosmos. Si, en consecuencia, alguien pregunta si realmente Di-s se preocupa de menudencias, la respuesta es que cualquier cosa que concierna a un ser humano no es menudencia jamás. La singularidad del hombre, el elemento espiritual expresado en su habilidad de actuar independientemente, su descripción corno «a imagen de Di-s», le otorga particular importancia a cada aspecto de su ser. El hombre no es sólo una cantidad, como para ser evaluado como uno entre 4.000 millones. El hombre es un infinito. Hay 4.000 millones de infinitos, si se quiere, caminando por el planeta Tierra esta misma mañana, y ninguno de estos infinitos choca con ninguno de los otros. Me parece totalmente apropiado que el Infinito se preocupe por el infinito.
El desafío común a las mitzvot incluye el planteo de si las así llamadas mitzvot rituales son obligatorias. ¿Por qué preocuparnos con la cuestión de si podemos o no encender la luz en Shabat? ¿No es suficiente ser una persona decente? La implicancia de esta pregunta es que Di-s se preocupa acerca de si cumplimos Su mandamiento «no robarás», pero que Le es totalmente indiferente si nos ponemos Tefilín o no. Las mitzvot sociales son más aceptables, a nuestras mentes. Nosotros proponemos que una relación de Uno-a-uno entre Di-s y el hombre no es degradante para El. ¿Cómo podemos confinar Su interés en el hombre al plural, a las virtudes sociales, e insistir en que la vida personal del individuo no es parte de la preocupación Divina? En la relación simbiótica entre los dos elementos en el hombre, el exterior -el hombre público- es reflejo del interior. Una persona interiormente corrupta, autoindulgente, arrogante e indisciplinado no puede ser altruista e idealista en la vida pública. De acuerdo a aquellos que descontarían el concepto de mitzvá, yo, como ser individual, no cuento a menos que esté con alguien otro, yo asumo valor e importancia a los ojos de Di-s sólo cuando estoy junto a otro. La Torá rechaza esta noción cabalmente. La significancia de una mitzvá es otra, si bien crítica, manera de tratar de ella, en alguna otra oportunidad. En este momento es suficiente declarar que Di-s se preocupa de guiar a los hombres no sólo en su carácter de grupos sino también como individuos.
Aquí está la fe, el complemento de la razón. La razón demuestra sus propias limitaciones, su incompetencia en el plano de lo moral, indicando que lo moral es supraracional. Declaramos, quizás dogmáticamente pero no irracionalmente, que la existencia del hombre tiene un propósito definido, a saber, la concreción de su potencial, la habilidad de hacer superiores sus valores de lo intangible por sobre aquellos cercanos, corpóreos, «animales». Más aún, declaramos a continuación que tal como «Di-s no juega a los dados con el universo», no juega a los dados con el hombre. El ha creado al hombre y El lo guía, en otras palabras, El revela Su Voluntad al hombre. Revelación, entonces, es sólo un eslabón lógico en una sucesión. La fe no es una especie de salto por sobre -o hacia- un abismo. Existe una casi mensurable relación entre los dictados de la razón y las declaraciones de la fe; donde la mente se detiene pues no puede seguir avanzando, prosigue la fe para hacer su contribución a la perspectiva humana del yo, mundo y Creador. La fe no es el escape del hombre débil a quien le falta fuerza intelectual o moral. Es, en nuestro juicio, una extensión de las facultades humanas, prosiguiendo de lo demostrable y observable a lo menos tangible, del intelecto a la fe.
En Sinaí, Di-s formalizó Su pacto con los descendientes de Abraham. El les enseñó cómo «vivir en Su presencia», cómo convertir incluso a las transacciones comerciales de cada día en una forma de adoración, cómo hacer que el matrimonio sea un pacto con Di-s. La Revelación en Sinaí, entonces, es la experiencia clímax de Israel, la culminación de generaciones de lucha contra la tentación interna y el entorno hostil externo. La Revelación en Sinaí le habla al judío con un alegato único y significativo. Cuando Di-s pronunció los Siete Preceptos, se dirigió a toda la humanidad. Cuando proclamó la Torá, se dirigió a un segmento particular de la humanidad -los judíos.
Para el judío su judaísmo es inherente. La responsabilidad implícita en el Pacto de Abraham no es algo que él pueda elegir o rechazar según lo desee. Es parte de su mismísimo ser.
Rabino Dr. Nissan Mindel