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Vivir como Isajar o Zebulún?

Extraído de Y nada me faltará

-Rabino, esta última opinión que mencionó…
-dijo Norman.

-¿La opinión del Jobat Halebabot acerca de hishtadlut, el principio del esfuerzo como una obligación única e independiente del bitajón de la persona? -preguntó a su vez el rabino.

-Sí. ¿Acaso no mencionó usted también otra opinión basada en un nivel alto de fe en Dios donde el mismo principio del esfuerzo se puede anular?

-Sí. Es la opinión del Rambán.

-¿Esta usted diciendo que se contradicen?
-preguntó Shemuel.

-A primera vista así parece -contestó el rabino.

-Entonces, ¿quién tiene la razón? -preguntó Norman.

-Los dos.

-Es imposible -protestó Norman.

-No lo es. Como dice el Talmud: «Todas las palabras de los verdaderos Sabios de Israel son palabras del Dios viviente». El Alter de Navarodok, el gran sabio que vivió a finales del siglo pasado, contesta la pregunta que acabas de hacer.18 Dice que el Rambán y el Jobat Halebabot no se contradicen, simplemente se están refiriendo a dos grupos de personas dentro de Israel: a Yisajar y a Zebulún.

-¿Esos nombres son de la Biblia? -preguntó Norman.

-Sí. Son los nombres de dos de las 12 tribus de Israel. Yisajar es la tribu designada para que todos sus miembros dedicaran sus vidas a estudiar Torá, y Zebulún, los comerciantes y gente de negocios, a las que se escogió para que dedicaran su vida a sostener y apoyar a Yisajar. Actualmente utilizamos esos nombres para referirnos a estas dos tribus de Israel, sino en el sentido general también. Cada judío, hoy, en general, es un Yisajar o un Zebulún.
Por tanto, el Alter de Navarodok dice que el Rambán le esta hablando al grupo de Yisajar, alentándolos a tener un bitajón completo en Dios, para poder dedicar la vida a crecer en Torá. El Jobat Halebabot, por otro lado, le está hablando al grupo de Zebulún, los que Dios quiere que estén afuera, en el mundo, para cumplir Sus propósitos sin abstenerse de hacer hishtadlut.

-Muy interesante -dijo Norman-. Jamás había escuchado esos términos, pero tienen sentido. Ah, ahí va la azafata. Discúlpenme un momento, tengo mucha sed, voy a pedir algo de beber. Por favor, no continúen sin mí. Mientras Norman hablaba con la azafata, el rabino dijo:

-Es un muchacho bastante inteligente.

-Y parece ser sincero -agregó Shemuel.

-Sí.

-Rabino, ¿puedo confiarle algo? Toda esta plática es muy interesante, pero le voy a ser honesto. Después de muchos años estudiando en la yeshibá, a veces me siento un poco amargado de que Hashem me haya mandado al mundo de los negocios. Me sacrifiqué mucho y batallé bastante para continuar estudiando, y ahora tengo que tratar asuntos tan mundanos que me están afectando espiritualmente. ¿Por qué debo trabajar cuando muchos de mis compañeros continúan estudiando en el kólel?

En ese momento Norman regresó.
-Espero no haberme perdido de nada -dijo.

-No. Shemuel, ¿no le importa si repito lo que acaba de preguntarme? -dijo el rabino.

-No, adelante -contestó Shemuel.

-Shemuel acaba de expresar un sentimiento muy común entre jóvenes idealistas que dedican gran parte de su vida a estudiar Torá, pero que por causas de fuerza mayor dejan la yeshibá. En otras palabras, estaba expresando sus deseos de dejar de ser un Yisajar y empezar a vivir como un Zebulún.

-Sí -dijo Shemuel-. En realidad, ¿por qué debe ser más privilegiado un grupo para poder estudiar Torá tiempo completo, mientras que el otro tiene que apoyarlo económicamente?

-Si entendiste todo lo que hemos estado hablando hasta este momento, Shemuel, esa no debe ser una pregunta. Viviendo como Zebulún una persona puede encontrar a Dios exactamente igual que un Yisajar. Cierto, técnicamente le faltará algo. Después de todo, no está estudiando todas esas horas. Sin embargo, el resultado final, debekut, el absoluto acercamiento con Dios, la meta primordial de nuestras vidas, puede alcanzarse por igual siendo un Zebulún que un Yisajar.

El Zebulún puede encontrar a Dios en el mundo de los negocios al igual que Yisajar descubre a Dios en la yeshibá. De hecho, como tú sabes, el Talmud dice:19 «Es más grande (el que deriva) placer del trabajo físico que (aquel que deriva) de irat shamáim, es decir, temor al cielo». El Maharal20 explica que quien deriva un placer espiritual a través de su trabajo manifiesta que se siente satisfecho, ya que eso es lo que Dios quiere de él. No porque el trabajo de riqueza, honor ni nada más, sino porque está logrando algo más grande que quien estudia en la yeshibá y que pone todo su corazón, amor y esfuerzo en el estudio, pues su placer viene exclusivamente de irat shamáim, su crecimiento espiritual.

-¿Está usted diciendo que uno debe tratar de ser un Zebulún en lugar de un Yisajar? -preguntó Shemuel.

-No. No hay nada más grande que un Yisajar
-contestó el rabino.

-Pero nos acaba usted de explicar que un Zebulún es mayor.

-Sólo sus logros son mayores -dijo el rabino.

-¿Cuál es la diferencia? -preguntó Shemuel.

-Imagínense a dos personas: una de ellas comienza un negocio sin un centavo y en el lapso de un año gana un millón de dólares. La otra persona recibe un millón de dólares por herencia y en un año gana dos millones de dólares.
¿Quién es más grande?

-El primero -dijo Norman.

-En cuanto a logros -dijo el rabino-, el primero tuvo más éxito, pero el segundo, después de todo, tiene el doble de dinero. él es más rico. Lo mismo sucede con Yisajar y Zebulún. Poner todo el corazón, el amor, el esfuerzo en el trabajo por cuanto que ese es el deseo de Dios y no por querer riqueza, honor o alguna otra cosa, es un logro mayor que poner todo el corazón, amor y esfuerzo estudiando en una yeshibá. Así escribe el Maharal. Sin embargo, nada se compara con estar sumergido en la Torá tiempo completo. Y más aun, muy pocos Zevulunes alcanzan este nivel de logro más elevado que Yisajar. Y aún si lo alcanzan, Yisajar está en un nivel más elevado.

Como regla general, todos debemos tratar de convertirnos en un Yisajar, así como proporcionar a nuestros hijos la oportunidad de ser un Yisajar. Sin embargo, cuando la situación lo dictamina y un Rab lo confirma, no hay ninguna vergüenza en aceptar el papel de Zebulún. Cuando un Zebulún conduce su negocio de acuerdo con la halajá como está escrito en el Shulján Aruj, estudia Torá (la cual se refleja en su comportamiento), ve a Dios en cada movimiento y entonces ilumina hasta los rincones más oscuros de este mundo con Torá.

-Pero, ¿si no quiero ser un Zebulún? -preguntó Shemuel.

-La pregunta no es: «¿Qué quiero ser?» La pregunta debe ser:»¿Qué debo ser?» «¿Qué quiere Dios de mí?» Debemos querer ser un Yisajar y vamos a recibir recompensa por querer serlo, aunque no lo seamos. Sin embargo, si finalmente Dios quiere que dejemos la yeshibá y salgamos a trabajar, entonces debemos percatarnos de que Dios quiere que seamos Zebulún para servirle. Y entonces debemos tratar de ser el mejor Zebulún posible. La persona debe sentirse privilegiada de tener esta misión.

Un Yisajar, por otro lado, no debe dejar su lugar por sí solo. Ese fue, de hecho, el pecado de Adam: trató de convertirse en un Zebulún cuando debía haber permanecido como Yisajar. El Jardín del Edén era su yeshibá; era el campo de entrenamiento para cumplir cualquier propósito que Dios tuviera planeado para él. El error de Adam, por decirlo de manera sencilla, fue que quiso dejar su paraíso cuando aún no estaba listo. No hizo mucho, pero haberlo hecho en el tiempo en que lo hizo fue realmente su error.

-Es decir, como si hubiera solicitado una graduación previa -dijo Norman.

-Supongo que podrías ponerlo de esa manera, profesor -le contestó el rabino-. Aun si la persona es un Zebulún que algún día va a dejar la yeshibá, no debe dejarla cuando tiene 12 años ó 20 ó 25 años. El tiempo indicado para dejar la yeshibá y convertirse en un Zebulún varía de persona a persona, y depende también del lugar en que se encuentre. De cualquier manera, es un grave error dejar la yeshibá antes de su debido tiempo.

-Entonces, ¿realmente qué tentó a Adam para irse? -preguntó Shemuel.

-Solamente podemos tocar la superficie de esta pregunta, ya que no podemos saber realmente lo que pensó Adam en ese momento; además, él mismo fue creado por las manos de Dios. Sin embargo, haciendo una analogía, tal vez pueda explicarles un poco de lo que sí podemos entender.

Imagínense que alguien logra inventar un sistema de transporte de autobuses para toda la ciudad y que funciona sin conductores. El inventor se presenta ante el gobierno, que está dispuesto a probar su invento. éste funciona de maravilla. Los autobuses funcionan a la perfección: se detienen en cada semáforo, hacen las paradas adecuadas, no chocan con los demás autos, no atropellan a la gente; todo sin conductores.

-Suena demasiado falso -dijo Norman.

-Yo lo llamo ciencia ficción, pero sólo por un momento imagínate tal escenario. ¿Cuál crees que sería el siguiente paso? -preguntó el rabino.

-El sindicato de conductores de autobuses haría un gran escándalo -dijo Norman.

-Sí, es una manera pintoresca de decirlo. «Está bien», dirían los del sindicato, «puedes probar que los autobuses funciona sin conductores. Sin embargo, aún es mejor tenernos como conductores. La ciudad nos necesita. Permitan que nuestro mejor conductor maneje uno de estos autobuses para comprobárselos.»

Las autoridades permiten que el conductor tome el volante y, después de unos momentos, termina frustrado. Cuando quiere ir más lento, el autobús acelera; si quiere dar vuelta a la izquierda, el autobús vira a la derecha; si quiere avanzar, el autobús se detiene. A lo largo de varias cuadras sucede lo mismo y finalmente el conductor se baja. En ese momento se da cuenta de que realmente no tiene ningún control. Y más aún, no tenía sentido que él estuviera ahí. ¿De qué le sirvió estar sentado frente al volante si no causaba ningún efecto?

Este es un ejemplo de Yisajar y Zebulún. Yisajar es el autobús sin conductor. Sabe que realmente él no está conduciéndolo; sin embargo, tampoco es un reto querer conducirlo. Zebulún es el conductor con el autobús. él se prueba a sí mismo y al mundo, algo que Yisajar no puede probar: que sus esfuerzos no producen ningún efecto.
Adam, antes del pecado, era un Yisajar. Cuando la serpiente vino a seducirlo traía la idea de hacerle creer que podía tomar las riendas de su propia vida y que podía convertirse en alguien como Dios. Estaba abierto a la tentación, pues quería convertirse en algo mayor que un Yisajar y para eso tenía que vivir temporalmente como un Zebulún, es decir, tenía que subirse al autobús y no pensar que él era el conductor. Como resultado, escuchó a la serpiente; digamos que subió al autobús e intentó conducirlo.

Los hijos de la generación del pueblo de Israel que cruzaron el desierto pasaron por la misma prueba. Todo se les dio. Vivieron por medio de milagros, maná del cielo y agua de una roca. Fue una gran situación como Yisajar, un kólel en el desierto. Entonces los atacaron los amalekim. En esencia, Amalek los estaba probando para ver si tenían fe en Dios o en sus espadas. Amalek fue como el sindicato de conductores diciendo: «Cierto, el autobús puede conducirse sin conductor», refiriéndose a Dios que, en efecto, los sostiene por medio de milagros, «pero puede manejarse igual o mejor con un conductor; vamos a probarles que no necesitan a Dios».

Amalek representa la molesta cuestión en la mente de cada persona: «Tal vez yo mismo pueda conducir el autobús». Como consecuencia, para contrarrestar la demanda de Amalek, los judíos tuvieron que pasar algún tiempo como Zebulunes. Tuvieron que entrar a Tierra Santa y volverse granjeros, vivir una vida muy natural y sudar para ganarse el pan de cada día. Debieron comprobar que finalmente Dios es el que conduce el autobús».

Por supuesto, tanto Adam después de salir del Edén, como los Hijos de Israel después de entrar a Tierra Santa, no tuvieron éxito absoluto al pasar la prueba. Hoy, más que nunca, esa pequeña falta sigue creciendo. Por tanto, el mundo necesita de Zebulún para contrarrestar la demanda de las víboras y los amalekim (los pequeños sindicatos de conductores que están en nuestra mente), que nos hacen pensar que somos nosotros quienes controlamos todo. Esta es la mitzvá conocida como «borrar la memoria de Amalek».

Ninguna generación en la historia se ha enfrentado más a este reto como la nuestra. Desde cada punto de vista, la idea de que Dios controla el mundo sufre serios ataques. La tecnología, la economía, la política, la medicina, cada institución moderna parece funcionar en un vacío, independiente de Dios. Por lo menos eso es lo que quienes controlan estas instituciones quieren que creamos. Necesitamos Zevulunes en todos los campos para que, mientras estén sumergidos con todas sus ganas y esfuerzo haciendo el hishtadlut en su trabajo, de todas formas reconozcan y atribuyan todo a Dios.

Rabbi Ezriel Tauber

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