Los Valores de la Torá
Una inminente autoridad en materia de autoestima afirma que el placer y el goce son profundas necesidades psicológicas, esenciales para la autoestima, y completa esta declaración agregando que los valores de una persona determinan lo que busca como placer. Además, distingue entre el deseo de placer de una persona emocional y psicológicamente sana que ejerce control sobre su existencia, y el de otra, neurótico, cuyo deseo de placer es una huida de la realidad (Branden, N., The Psychology of Self-Esteem («La Psicología de la Autoestima), Bantam Books, N.Y. 1973, 132-135).
Yo creo que esto es bastante compatible con un enfoque de Torá. Los valores de las personas determinan definitivamente lo que es placentero y gozoso para ellas. Sin embargo, para quien abraza una vida de Torá, los valores deben ser los de la Ley.
¿Qué son los valores de Torá? Muchos de éstos están contenidos explícitamente en las Sagradas Escrituras y el Shulján Aruj. La justicia es aquella que la Torá interpreta como tal. Lo mismo ocurre con la compasión. Las ideas de justicia y compasión que no son de la Torá han desempeñado un papel importante en la decadencia moral tan predominante en la civilización moderna.
Hay una lista completa de valores de Torá en Pirké Avot (IV,l), y muchos de éstos difieren notablemente de los valores predominantes. Por ejemplo, la fortaleza es el dominio de las tentaciones de una persona y no la posesión de poder para dominar a los demás. La sabiduría es la predisposición a aprender de otros, antes que la suma de conocimientos que uno ha adquirido. La riqueza es la capacidad de estar satisfecho con lo que uno tiene y no la acumulación de bienes. Honrar es respetar y admirar a los demás, y no ser el receptor de aclamaciones.
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Las personas que tienen una autoimagen desvalorizada pueden hacer intentos desesperados para sentirse meritorias. En sus esfuerzos por lograrlo, pueden aferrarse a mecanismos y maniobras que parecen resultarles efectivos. Lejos de ayudar a alcanzar este propósito, esos métodos resultan, generalmente, autofrustantes, y a menudo producen depresión en lugar de elevar la autoestima. Lo contrario también es verdadero: los factores que aumentan la autoestima son también autorreforzadores y pueden elevar a la persona a grandes alturas espirituales. Apreciamos la gran sabiduría de los autores del Talmud, pues solían distinguir entre los valores que producen autoestima, y los espurios, que contaban con el apoyo popular.
Fortaleza
La opinión popular considera que la fortaleza es el poder de controlar y dominar a otros. Ya hemos visto, sin embargo, que el impulso por dominar es a menudo sólo una defensa contra los sentimientos personales de debilidad. La persona que tiene necesidad de ser superior a las demás raramente está satisfecha de su poder, razón por la cual procura hacerlo cada vez más absoluto. Está también constantemente ansiosa ante la posibilidad de ser depuesta y perder su posición de poder. Esta permanente insatisfacción y ansiedad reducen la autoestima, poniendo en marcha un ciclo vicioso cuyo resultado final es la megalomanía.
La gente que se siente competente no necesita posiciones de poder o superioridad. En realidad, muchos de los verdaderos grandes líderes del mundo se resistieron, invariablemente, a ocupar posiciones de liderazgo y tuvieron que ser obligados a aceptarlas. La señal de la fortaleza y la autoestima saludables es el domino de uno mismo, no el de los demás.
Sabiduría
La Torá enseña que el hombre verdaderamente sabio se caracteriza no por la cantidad de conocimientos, sino por su disposición a aprender todo lo posible de los demás.
La relación de la verdadera sabiduría y la autoestima se me hizo evidente mientras observaba cómo algunos de mis colegas médicos reaccionaban ante el pedido de un paciente de efectuar una consulta sobre el caso con otro médico. Los médicos que tienen una buena autoestima y se sienten seguros, no tienen reparo alguno en solicitar una consulta. Ellos saben que su habilidad como médicos no los convierte en dioses, y que otro médico puede saber algo que ellos ignoran, o descubrir un aspecto del caso que ellos no habían detectado. Están deseosos de aprender para su propio progreso y también en beneficio del paciente.
Los médicos con una pobre autoestima pueden reaccionar a un pedido de consulta como ante un insulto, una expresión de desconfianza, o una insinuación de que no son competentes. Son propensos a decir: «Si a usted no le gusta la forma en que manejo el caso, me retiraré del mismo y usted podrá llamar a otro médico». Si llaman, de mala gana, a una consulta, ésta debe efectuarse con un jefe de departamento de una escuela de medicina o algún otro experto ampliamente reconocido. Pedir asesoramiento a alguien de menor o igual nivel profanar sería degradante y es percibido como una amenaza a sus frágiles egos.
Este ejemplo tomado de la práctica médica tiene su contraparte en muchos otros campos. Se requiere autoestima para ser un buen estudioso. Por otra parte, aprender de cualquiera y de todos aumenta nuestro caudal de conocimientos y contribuye a la autoestima. Por ende, la sabiduría, tal como la define la Torá, es a un mismo tiempo causa y consecuencia de la autoestima.
Hay un efecto insidioso de la autoestima baja que se autorrefuerza, y que es sumamente obstructivo para el desarrollo de la personalidad: la incapacidad de aceptar una crítica constructiva.
No es necesario decir que nadie está libre de imperfecciones y que aunque la perfección no esté al alcance de las posibilidades humanas podemos, no obstante, hacer mucho para mejorar nuestras deficiencias. La acción correctivo sólo puede emprenderse cuando la necesidad de hacerlo es evidente. De ahí que una persona deba ser consciente de aquellas de sus fallas que requieren corrección. Su atención hacia tales faltas puede ser llamada por los comentarios de la gente de su medio. Una persona con autoestima baja tiende a sentirse tan amenazada por la conciencia de cualquier defecto personal, que bloquea efectivamente la crítica constructiva. Puede rodearse de personas serviles o amigos que le dicen sólo lo que quiere oír. Esta persona confirma la sentencia talmúdica: «Una persona puede ver todos los defectos, excepto los suyos propios» (Negaím II, 5). Por supuesto, la falta de conciencia de los defectos personales impide cualquier acción terapéutica.
Hemos señalado que la autoestima baja es invariablemente la consecuencia de una imagen desvalorizada, que hace que la persona imagine que tiene defectos que en realidad no existen. Es a un mismo tiempo irónico y trágico que la autoestima baja referida a defectos imaginarios produzca una actitud defensiva que impide tomar conciencia de aquellos defectos que sí existen en realidad, y que pueden ser corregidos. El no hacerlo puede causar un desempeño deficiente, con lo cual se genera una mayor depresión de la autoestima. Es muy frustrante observar a las personas con autoimagen desvalorizada malgastar sus esfuerzos en ocuparse en una forma u otra de defectos inexistentes, mientras los problemas corregibles quedan sin solución.
Nunca será suficientemente enfatizada la importancia de aceptar la crítica constructiva. El libro de Mishlé abunda en el tema: «No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca; corrige al sabio y te amará» (IX, 8). «Corrige al entendido y acrecentará ciencia» (XIX, 25). «El que ama la corrección ama la sabiduría; mas el que aborrece la reprensión es estúpido» (XII, l). En el Talmud, Rabí Iehudá Nesia declara: «Cuál es el camino que una persona debe elegir para sí en la vida? Amar la crítica constructiva, pues donde existe ésta hay placer, bondad y bendiciones» (tratado Tamid XXVIIIa).
Riqueza
Es ampliamente aceptada la idea de que la riqueza se mide por la cantidad de bienes materiales que uno ha acumulado. Es difícil desprenderse de los valores culturales rotundamente enraizados y universalmente aceptados. Una reflexión nueva y desprejuiciada indicará, empero que el valor de la Torá es correcto. La riqueza no tiene nada que ver con cuánto uno posee, sino con la capacidad para disfrutar de cualquier cosa que uno tenga.
Cuando hablamos en general de la búsqueda de riqueza, no nos estamos refiriendo a los esfuerzos invertidos para obtener los artículos de primera necesidad o incluso algunos de los otros placeres de la vida, y tampoco a las reservas acumuladas para una época de necesidad. Difícilmente alguien considere estas posesiones como riqueza. En el concepto generalizado, la riqueza es la posesión de bienes materiales que superan las necesidades inmediatas y futuras. Es cuando la gente acumula más de lo que puede utilizar que se la considera rica.
La insensatez de acumular una riqueza que excede nuestras necesidades está ilustrada por la historia de cierto hombre que consultó a un psiquiatra. «¿Cuál es su problema?», le preguntó éste.
«No tengo problemas», respondió el hombre.
«Entonces, ¿por qué vino a verme?»
«Porque mi familia insistió en que debía verlo».
«Bien, ¿qué es lo que su familia piensa que anda mal en usted?»
«Ellos creen que hay algo malo en mí porque me gustan los panqueques», contestó el paciente.
«¡Eso es absurdo!» exclamó el psiquiatra. «No hay nada malo en gustar de los panqueques. ¡A mí también me gustan!»
Los ojos del hombre brillaron con evidente alegría. «¿A usted también?», le preguntó. «Entonces usted debe venir a mi casa. Tengo baúles llenos de panqueques en el desván».
Preparar varios panqueques para el desayuno, o incluso algunos más que serán guardados en la heladera para el día siguiente, es perfectamente normal; pero, obviamente, llenar baúles de panqueques raya en la insanía.
Analicemos esto un poco y veamos si podemos encontrar un principio que tenga aplicaciones más amplias. Los panqueques son un tipo de alimento cuya función es satisfacer el hambre y el apetito, y, por ende, constituyen un medio para un fin específico. Cuando uno los acumula sin tener el propósito de utilizarlos para un fin adecuado, es insano. Podemos deducir de esto que la insania se hace presente cuando algo que es sólo un medio se convierte en un fin.
El dinero es un medio para adquirir mercaderías o servicios que satisfagan nuestras necesidades. Cuando una persona continúa acumulando dinero o mercaderías que superan las necesidades corrientes y previsibles, esto no es riqueza. Es demencia.
¿Deben ser considerados dementes todos los multimillonarios que continúan trabajando para aumentar sus grandes fortunas? Según las pautas culturales generalizadas, por supuesto que no, pero de acuerdo con las pautas de la Torá, es probable que sí.
¿Podemos librarnos de esta locura? ¿No somos todos arrastrados por la marea cultural?
Hay una bella historia contada por Rabí Najmán de Bratzlav, acerca de un rey que cierta vez fue informado por su primer ministro de que una terrible plaga había afectado toda la cosecha de granos de su reino. Los científicos habían estimado que cualquiera que comiera de esos cereales enloquecería.
«Pero no os preocupéis, Vuestra Majestad», dijo el primer ministro. «He almacenado suficientes provisiones para que nosotros dos podamos superar este momento, hasta que se recoja la cosecha del año próximo».
El rey negó con la cabeza. «No», dijo, «no puedo comer nada diferente de lo que comen mis súbditos. Tú y yo comeremos lo que coma cualquier otro. Empero, marcaremos nuestras frentes con un símbolo para que cuando yo te mire a ti y tú me mires a mí, recordemos que ambos somos insanos».
A veces no podemos evitar ser arrastrados por la demencia cultural. Pero si esto ocurre, seamos conscientes de nuestra locura para que podamos buscar, al menos, la forma de recuperar nuestra salud.
La insanía ha sido definida apropiadamente como una minoría de uno. Si todo el público que se encuentra en un auditorio oye una voz cuando no hay un locutor visible, se presume que alguien está hablando por el equipo de altavoces. Si sólo una persona oye una voz que ninguna otra del público escucha, se presume que aquélla sufre una alucinación, un síntoma de psicosis. Si una persona colecciona panqueques, es demente. Si de algún modo los panqueques se convirtieran en moneda legal, la gente que acumula baúles llenos de panqueques no sería considerada insana.
Este no es el punto de vista de la Torá. Los valores de la Torá no están sujetos a la opinión de la mayoría, sino que son absolutos, universales y eternos.
El valor secular predominante que se concede a la acumulación de bienes físicos más allá de su posible uso puede ocasionar que una persona con baja autoestima intente elevar su «status» amasando una fortuna. La acumulación de riquezas para compensar una autoimagen desvalorizada es tan inútil como cualquier otro mecanismo destinado a compensar una deficiencia fantasioso. Más aún, la acumulación de riquezas conduce a menudo a la ansiedad porque los bienes físicos pueden perderse. En tanto cualquier pérdida de bienes es siempre desagradable, la persona que tiene una buena autoestima y medios adecuados para una vida confortable no es propensa a sentirse desolada por la pérdida de una parte de su fortuna. Empero, si la fortuna de una persona representa una gran porción de su ego, su pérdida puede resultar muy deprimente.
La persona que adopta el principio de la Torá de que la verdadera riqueza consiste en estar satisfecho con lo que uno tiene, no es presa de la desolación que produce la pérdida de bienes fisicos. Sus necesidades están determinadas por lo que se requiere para cumplir la voluntad divina, y su sentimiento de valorización al esforzarse por cumplirla hará innecesaria la búsqueda de riquezas.
Honor
Según el Talmud, el honor consiste en brindar reconocimiento y admiración a los demás en lugar de recibirlos.
De nuestro anterior análisis de la autoestima se comprende claramente la posición de la Torá. Hemos señalado que una persona con un buen sentido del yo no necesita que se le recuerde o se le vuelva a asegurar que es meritoria. Más aún, no tiene dificultad en elogiar a los demás. Esto contrasta decididamente con la persona que sufre de baja autoestima, cuyos desesperados intentos por alcanzar un sentimiento de autovaloración pueden hacer que menosprecie a los demás para sentirse superior a ellos.
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Estas son sólo algunas ilustraciones de cómo los valores de la Torá son compatibles con el desarrollo de la autoestima y conducen hacia ella sin excepción. El análisis de todos los valores de la Torá tal como están expresados en el Talmud y en los escritos sobre ética de las luminarias de la Torá, nos mostrará que están correlacionados positivamente con la autoestima, a menudo en agudo contraste con los valores seculares que si bien son ampliamente aceptados, pueden tener una correlación negativa y, en el mejor de los casos, proveer una seudo-estima.
Otro valor importante de la Torá es el de la percepción del tiempo, al cual evalúa cualitativa antes que cuantitativamente. Muchas personas están tan preocupadas por sus tareas cotidianas que no se toman el tiempo necesario para evaluar sus vidas, objetivos, propósitos e identidades. El análisis de estos elementos puede producirse a edad avanzada, cuando se han retirado de la actividad y la disponibilidad de tiempo ocioso las lleva a una seria reflexión. Puede producirse un análisis personal en un período anterior de la vida, pero habitualmente es precipitado por alguna crisis, algún acontecimiento importante que lleva a esas personas al autoexamen. Cuando observan sus vidas retrospectivamente, pueden deprimirse al comprobar cuán poca sustancia y valores duraderos han obtenido. Este descubrimiento puede resultar especialmente desolador cuando se produce a edad avanzada, cuando la persona se da cuenta de que, aunque ha arribado a una filosofía de vida más significativa, el tiempo que le queda para implementarla es sólo una pequeña fracción de su existencia total sobre la Tierra. La conciencia de que nuestra vida ha sido esencialmente desperdiciada puede arrojar nuestra autoestima a las mayores profundidades.
También aquí los valores de la Torá aportan la salvación. El Talmud provee muchos ejemplos del principio que establece que «uno puede alcanzar todo su mundo (es decir, alcanzar el propósito de su existencia terrenal) en un breve momento» (Avodá Zará VIb). La redención de nuestra vida entera se puede lograr incluso en los últimos momentos; un sincero reconocimiento de que uno ha vivido en el error, un auténtico arrepentimiento y una apreciación de la verdad pueden redimir toda nuestra existencia.
Mirar hacia atrás y descubrir que los años y las energías han sido totalmente desperdiciados puede, realmente, ser devastador para la autoestima, puesto que una persona es propensa a desesperarse de sí misma como si fuera un fracaso total. Esto no ocurre en la filosofía de la Torá, en la cual no existe el concepto de desesperación. Un breve momento de teshuvá puede redimir toda una vida.
Dr. A. Twerski
Tengo 61años ,y he desprecioado las bendiciones pasadas, y tuve una corrección de ocho años ,y hoy agradezco el privilegio de cada amanecer y de cada obstáculo que libro porque aprendí a estar agradecido con lo que tengo en este instante gracias HaShem.
Buenos días, es de mucha ayuda la información proporcionada a través de la pagina tora.org les agradecería que la proporcionaran en formato PDF para poder descargarla, y poder trabar dicha información sin necesidad de estar en la internet,,Shalom.