La Teoría de la Evolución
La Teoría de la Evolución, expuesta por Darwin hace unos ciento cincuenta años, fue un intento de desenmarañar un enigma desconcertante. El mundo que nos rodea muestra dos aspectos notables. En primer lugar, existe una sorprendente variedad de plantas y animales -centenares de miles de diferentes especies- organizados en un orden perfecto, con una clara división en familias que comparten ciertas cualidades, si bien cada especie posee sus características invariables que le son propias. En segundo lugar resulta claro que en todo hay un objetivo. Todos los aspectos de cada criatura, al igual que su conducta, están destinados a un propósito específico, ya sea la supervivencia individual o la continuación de la especie. Similarmente, las formas en que cada individuo interactúa con otros en un grupo, o un grupo con otro, o la vida vegetal y animal con su medio tienen, todas ellas, una razón definida. (Esta relación le compete a la reciente ecología.) La Teoría de la Evolución, entonces, se esfuerza por explicar estos dos aspectos de nuestro mundo – infinita aunque organizada variedad que no es el resultado del azar.
Sobre la base de ciertos descubrimientos científicos, Darwin formuló su Teoría de la Evolución que sostiene, en resumen, que «en el principio hubo materia inerte». El opinaba que la conjunción casual de ciertos productos químicos dio origen a un compuesto que a causa de su estabilidad y características superiores adquirió la capacidad de sobrevivir, adaptarse y reproducirse o, en otras palabras, de crear otros compuestos del mismo tipo por medio de procesos químicos y físicos comunes. Esto es lo que llamamos «la primera célula». Por medio de permanentes y causases reacciones químicas y cambios en el ambiente, el compuesto adquirió una creciente complejidad. A través de «billones» de años sufrió innumerables cambios, adquirió muchas nuevas características, hasta que finalmente derivó en la estructura «químicofísica» que conocemos como hombre. Todas las formas de vida existentes en la actualidad solo son estadios en la evolución casual de esa misma materia inerte!
La infinita variedad de especies se explica por la gran cantidad de cambios ocurridos como consecuencia de las modificaciones sufridas por los medios circundantes, mientras que las similitudes pueden deberse al hecho de que toda la vida evolucionó a partir de los mismos productos químicos. ¿Cómo se produjeron, exactamente, esos cambios, y qué les dio origen? Esta pregunta fue contestada de distintas maneras y en tiempos diferentes. Las teorías de Darwin al respecto fueron rápidamente refutadas por la evidencia científica. La teoría en boga actualmente es la denominada neodarwinismo y está basada en el concepto de las mutaciones, alteraciones repentinas y casuales en los códigos genéticos transmitidos a una nueva generación, causadas por un «error» cuando nace, por ejemplo, un cordero con dos cabezas o un niño sin miembros debido a una droga que le fuera administrada a su madre. Se supone que estas mutaciones operan en conjunción con otros dos mecanismos: «la supervivencia del más apto» y la adaptación a los cambios del medio para arribar al mundo que conocemos actualmente a través de la «selección natural».
Aquí abordaremos únicamente la Teoría de la Evolución.
Una critica
El más arduo problema cuando nos enfrentamos con una maquina de complejo y suave funcionamiento, ideada para un fin determinado, es explicar cómo fue producida. ¿Si el primer astronauta en la luna hubiera encontrado allí un instrumento relativamente simple, como ser un reloj, en el que cada parte estuviese integrada a las otras y juntas produjesen una acción para un fin determinado, él hubiera exclamado: «-Qué maravilloso es que algo se haya creado a sí mismo por las leyes de la naturaleza!»? ¿Si alguien escucha un concierto para piano pensaría, acaso, que fue compuesto por un gato saltando sobre las teclas en un orden casual? ¿Podrían monos adiestrados para usar una máquina de escribir tipear las Sagradas Escrituras aún en un lapso de millones de años? Y sin embargo, la Teoría de la Evolución sostiene que todo lo viviente fue creado por un proceso fortuito, por una serie de errores o accidentes en la transferencia de los códigos genéticos de una generación a la siguiente. Esta idea es tan descabellada como las antiguas creencias paganas, sobre las que ya hace mucho tiempo dijo Rabí Akiva: «Tal como la construcción da testimonio del constructor, así el mundo da testimonio del Creador». Aún en términos matemáticos modernos, los partidarios de la Teoría de la Evolución admiten que la probabilidad de que la molécula inicial fuera creada por azar es de una en 10252 , es decir, de ¡10 seguido por 251 ceros!. Y esta inexpresable, minúscula probabilidad representa solo la posibilidad de que este hipotético primer eslabón se hubiese producido. Desde este principio hasta la plasmación del hombre se extiende, por cierto, una muy larga cadena de probabilidades. Aún si todos los otros «hechos», que según se pretende, avalan la Teoría de la Evolución, fuesen comprobados (¡Y no lo fueron!), ¿seríamos capaces de negar las conclusiones de la matemática?
Por otra parte, debería resultar claro que la Teoría de la Evolución no da una respuesta al interrogante de quién ha creado la vida o, mejor dicho, la parafrasean para preguntar-: ¿Quién creó el primer átomo? Hoy sabemos que aún el átomo más simple es tan complejo que el hombre no está en condiciones de desentrañar sus secretos. El ganador del Premio Nobel, Francis Crik, cuyo trabajo sobre las mutaciones tuvo crucial importancia en la provisión de evidencias a la Teoría de la Evolución, trató este problema en un artículo. Sostuvo que arribó a la conclusión de que la evolución de la vida sobre la tierra puede no ser entendida en los términos admitidos por la teoría de Darwin. El sugirió la teoría de la «impregnación universal», que afirma que el origen de la vida sobre la Tierra se debió a criaturas de otro planeta que transportaron las simientes de la vida a nuestro planeta. Parece no percatarse que simplemente ha trasladado el problema a otro plano. ¿Quién ha creado esas hipotéticas criaturas del espacio exterior? Por razones que hemos tratado en otro lugar, la ciencia no es competente para estudiar estos temas, porque ella exige pruebas.
Volvamos ahora a un análisis científico de la probabilidad de la Teoría de la Evolución desde el punto de vista de una de las leyes de la naturaleza comúnmente considerada como una de las más fundamentales: la segunda ley de la termodinámica. En los términos más simples, esta ley afirma que todo proceso natural que opera autónomamente provoca un estado de mayor desorden que cuando comenzó. En otras palabras, en la naturaleza todo proceso espontáneo le agrega a su desorganización y vínculos un derroche de energía.
Si arrojamos unos cien billones de bolas de billar sobre una mesa la posibilidad de que formen un cuadrado por azar es de cero en comparación con la probabilidad de que su configuración final no muestre ningún orden. Si dejásemos que esas bolas continúen chocándose entre ellas perpetuamente, sin interferencia alguna, ellas crearían una situación de creciente desorden. No podemos esperar que formen, repentinamente, una línea recta, por ejemplo. La forma en que un terrón de azúcar se disuelve en una taza de té caliente es otro ejemplo de esta ley en acción, como lo es el hecho de que una cucharadita de agua hirviente en un vaso de agua fría produciría eventualmente una temperatura uniforme en todo el vaso. No tendría sentido científico sostener que en un sector del vaso habría repentinamente una temperatura de 100º C y en otro de –0º C. Sin embargo, ¡esto es, precisamente, lo que afirma la Teoría de la Evolución!
Volviendo a nuestras bolas de billar, ¿nos permitiría la segunda ley de la termodinámica afirmar que billones de átomos se ordenaron por sí mismos, sin ninguna asistencia externa, en una configuración tan organizada e improbable como el cuerpo humano? Ciertamente, ¡no! Y esta anomalía no es un hecho aislado que ocurrió una vez en el pasado lejano. Por el contrario, para que la vida sea posible debe preservarse un estado de organización a despecho de la presión del medio, el cual actúa, de acuerdo a las leyes de la naturaleza, para disipar la energía y deshacer el orden. El hecho de que el cuerpo humano conserve una temperatura constante cualesquiera sean las condiciones del ambiente, es un llamativo contraste con nuestro vaso de agua.
Esta innegable singularidad se produjo después de la definición que Wigner, uno de los más distinguidos físicos de nuestro tiempo, diera de la vida. La llamó » un estado de probabilidad cero». Todo intento de explicar esta irregularidad inmutable corno resultado de las acciones de la selección natural y del ciego azar, encierra una obvia falacia en su lógica. Esos mecanismos estarían sujetos a la influencia del medio, que intenta destruirlos y su existencia continua podría, ipso facto, requerir mecanismos más amplios de control, y así sucesivamente ad infinitum. Si es así, el fenómeno de la vida no puede ser explicado como la persistencia natural de una anomalía termodinámica y el problema permanece sin resolver. En resumen, las leyes de la naturaleza proveen una adecuada explicación acerca de cómo la vida se torna inanimada después de la muerte, pero no puede explicar cómo lo inanimado, por sí mismo, y como resultado de una serie de accidentes, pudo producir la vida. Agreguemos, entre paréntesis, otra seria dificultad: ¿a través de qué proceso químico o físico, naturalmente, ya que la Teoría de la Evolución no admite la posibilidad de fuerzas metafísicas) un aparato «químico» viviente se transforma en materia inerte al tiempo que altera su naturaleza hasta el punto de que comienza súbitamente a cumplir las leyes de la termodinámica?
El espacio disponible no nos permite examinar todos los problemas y contradicciones en la Teoría de la Evolución. Concluiremos esta sección, sin embargo, con un extracto del trabajo «Azar y Necesidad» del biólogo francés y Premio Nobel Jacques Monod. Basando sus ideas en los elementos químico-biológicos de la Teoría de la Evolución, se vio forzado a admitir que existe un problema insoluble: si todo es producto del azar, ¿por qué todo sucede de la misma forma y de acuerdo al mismo plan? «Nuestros ácidos nucleicos se forman solo una vez, ¿Por qué es suficiente una vez. ¿Por qué no dos veces o tres? Por qué es suficiente un solo código genético para todo el mundo? Estos son interrogantes muy arduos para los que no tenemos respuestas».
La propia Teoría de la Evolución se contradice a sí misma. Es un intento de explicar por qué parece haber un método en el desarrollo de la vida por obra de leyes de la naturaleza que no ser consideradas metódicas. Aún cuando de esas leyes no se pueda afirmar que tengan algún propósito, el mecanismo por medio del cual operan –selección y adaptación naturales- está más definidamente dirigido hacia el logro de un cierto objetivo. Es como si en una enciclopedia figurase, en el artículo «Inglaterra»: » ver Gran Bretaña» y , en este último – «ver Inglaterra».
Tzvi Inbal