El Mundo fue creado para el Hombre
III
La criatura destinada por Dios para lograr este propósito supremo, es el hombre. Es el hombre quien disfrutará de este acercamiento máximo a Dios en el Mundo Futuro, y por consiguiente llenará el propósito de Dios en la creación. Por ello nos dice a través de su profeta (Isaías 45:12), «Yo hice la tierra, y cree sobre ella al hombre».
Cada hombre debe considerarse personalmente como un socio de Dios en la realización de este propósito. La creación existe por el bien del hombre, y es el deber del hombre trabajar para completar la meta de Dios. Nuestros sabios nos enseñan que todo hombre debe decir «El mundo fue creado por mi bien» .
El Talmud nos dá un excelente ejemplo. Una vez un rey construyó un espléndido palacio, lo decoró bellamente y lo abasteció con la mejor comida y bebida. Cuando todo estuvo terminado invitó a sus huéspedes, diciéndoles, «Si no hay huéspedes, entonces ¿qué deleite tiene el rey con todas estas cosas buenas que ha preparado?». Es por esto que Dios creó al hombre al final de la creación, de manera que todo el mundo estuviera preparado para recibir al invitado especial. Después de que todo hubo sido preparado, el huésped -el hombre- fue traído al mundo.
Uno puede preguntarse como es que Dios considera al hombre; después de todo, El reina sobre todo el universo, con un diámetro de miles de millones de años luz, el cual contiene cientos de miles de millones de galaxias y trillones de soles. ¿Cómo puede tal Dios preocuparse por el hombre? ¿Cómo puede colocar su meta para la creación en una simple partícula de polvo cósmico, a la que llamamos nuestro planeta tierra?
Esta cuestión la planteó por primera vez el Salmista. Pudo haber sido en una noche clara, cuando contemplaba el firmamento y vió como éste se iluminaba con un sinnúmero de estrellas, dándose cuenta de qué tan pequeño era realmente el mundo. Entonces irrumpió en el siguiente canto (Salmo 8:4-6):
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
La luna y las estrellas que tú formaste,
¿Qué es el hombre, para que de él pienses, y el hijo del hombre, para que lo recuerdes?
Sin embargo, le has hecho poco menos que Dios, y lo coronaste de gloria y de honor.
Sabemos que Dios existe independientemente de la dimensión del espacio; por lo tanto, no es difícil imaginar que el tamaño de algo, en sí es de poca importancia para El. Sin embargo, también sabemos que el hombre, y su cerebro en especial, está entre las cosas más complejas de todo el universo, y es infinitamente más complejo que la galaxia más grande. El cerebro del niño más pequeño es muchísimo más maravilloso que todas las estrellas visibles. No es de extrañarse pues, que el Salmista introduzca esta cuestión con la observación (idem 8:3), «De la boca de los bebés y de los lactantes, fundaste la fortaleza». El firmamento y las estrellas pueden inspirar un miedo reverente a Dios, pero una simple palabra articulada por un niño es inmensamente más maravillosa.
Además de ser complejo, el hombre es la creación más consciente del universo. Es tanto perceptivo como introspectivo, por lo que ni las estrellas ni las galaxias pueden igualarse a él en esto. Ya que estos factores realmente le conciernen a Dios, no es tan sorprendente que piense en nosotros. El hombre es único en la creación por su alma de origen Divino. En un lugar Job dice (Job 31:2) «¿Qué galardón me daría de Dios arriba?», al estar hablando del alma humana. Job la llama «galardón de arriba, de Dios»; porque el alma del hombre proviene de los niveles más altos de Dios, y es por lo tanto una porción de lo Divino.
La Torá describe la creación del hombre con las palabras (Génesis 2:7) «Entonces El Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida». Nuestros sabios nos dicen que la Torá utiliza la expresión «sopló» debido a una razón muy especial.
Así como la respiración humana proviene de las cavidades internas del cuerpo, así el alma humana proviene de las profundidades más recónditas de lo Divino. El alma del hombre es por lo tanto, no menos que un respiro de Dios.
Un significado más profundo de esto es, que el alma humana fue el primer pensamiento y propósito fundamental de Dios en la creación; y por eso, está más cercano a él que a cualquier otra cosa. Para expresar esta proximidad, llamamos al alma un respiro de Dios. Más que ninguna otra cosa, es esta alma la que hace al hombre único en la creación. En un sentido espiritual, podemos decir que una sola alma humana es aún más importante que todo el universo físico. Esto es lo que quiere dar a entender el Talmud cuando dice, «Los actos de los justos valen más que la creación del cielo y la tierra».