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Descubrir lo Divino (Continuación)

¿Podemos reconciliar ciencia y religión?

Pero a nuestra busca espiritual la obstaculizan diferentes barreras. La revolución científica, por ejemplo, hizo que algunas personas abandonaran su fe en Di-s, rechazando sus creencias frente a las nuevas «verdades» científicas. Otros se aferraron tenazmente » -a sus convicciones, negándose a reconocer los descubrimientos de la ciencia. Esta batalla llegó a su máxima intensidad en el siglo XIX, cuando la ciencia se presentó a sí misma como una todopoderosa nueva «religión». Pese a cierto grado de iluminación y distintos intentos de reconciliación, para alguna gente todavía existe hoy un abismo entre la ciencia y la religión, como si algunas partes de la vida estuvieran controladas por Di-s, y otras por las leyes de la ciencia y la naturaleza.

La actitud compartimentada, no obstante, es errónea. Dado que Di-s creó el universo y las leyes naturales que lo gobiernan, no puede haber cisma entre el Creador y Su creación. Las leyes naturales del universo difícilmente pueden contradecir el plan a partir del cual fueron hechas. De modo que la ciencia es en última instancia el estudio humano de la mente de Di-s, la busca de comprensión de las leyes que Di-s instaló para hacer funcionar el universo físico.

La ciencia hoy está aprendiendo a reconocer su verdadera posición. Mientras que las conclusiones científicas eran en el pasado consideradas «leyes» naturales, con todas las rígidas implicaciones de esa palabra, la ciencia moderna ya no sostiene una visión tan dogmática. Los científicos contemporáneos ahora aceptan el indeterminismo fundamental de la naturaleza; «el principio de incertidumbre» de Heisenberg, por ejemplo (lo impredecible de la posición y velocidad de las partículas subatómicas), se entiende como un principio intrínseco a todo el universo. La incertidumbre no apunta a una limitación en nuestra capacidad de medir, sino a una característica inherente a la naturaleza; es decir, los científicos modernos ya no esperan encontrar la verdad absoluta en la ciencia.

Esto no significa echar conjuros sobre la ciencia, o desacreditar el método científico. Por el contrario: los logros científicos han mejorado espectacularmente la vida humana. Pero, para que la ciencia alcance el máximo de eficacia, debe ser vista en perspectiva; debemos aceptar que la ciencia por sí es una busca, no un sistema absoluto; es neutral, una serie de teorías a las que podemos darle buen o mal uso.

La sabiduría y voluntad de Di-s (Tania, cap.4), en cambio, es absoluta y específica, y enseña cómo debe actuar el hombre para la mayor ventaja de sí mismo y de la comunidad en general. A diferencia de la ciencia, la sabiduría de Di-s es la verdad absoluta; no está limitada por la causa y el efecto, y decididamente no es neutral.

Hay dos enfoques, entonces, en la busca de verdad: la busca humana vía la ciencia y la busca vía Di-s. Nadie duda de que el universo está guiado por determinada lógica. Al comienzo, el hombre empieza buscando la verdad «de afuera para adentro», tratando de entender los distintos fenómenos y después coordinarlos como en un rompecabezas, para obtener un cuadro completo. Los científicos y filósofos espían a través de las capas externas del universo para descubrir las fuerzas que actúan adentro. Lo que todos estamos buscando, lo reconozcamos o no, es a Di-s, la mano dentro del guante. Pero si preferimos buscar la verdad «de adentro para afuera», mirando directamente a los ojos del Creador y obedeciendo Sus leyes, empezamos a obtener un conocimiento más completo de cómo opera el mundo, y por qué.

En consecuencia puede decirse que la sabiduría secular o científica trata de responder qué es el universo, mientras que la sabiduría espiritual quiere saber por qué es y lo que ello significa para la vida de uno. La verdadera ciencia y la verdadera religión, entonces, son las dos caras de la misma moneda. El énfasis está en «verdadera»: no una ciencia que niegue a
Di-s, o una religión que vea a la ciencia como su enemigo. Ambas actitudes surgen de la misma falla: la creencia de que Di-s, que creó el universo natural y sus leyes, no puede coexistir con Su creación. Cualquier teoría científica que parezca contradecir Sus leyes en última instancia se mostrará inverificable aun por la exploración científica más diligente.

Dado que el mundo ha sido afectado de modo tan categórico por la ciencia en siglos recientes, los científicos de hoy, y los estudiosos, tienen una gran responsabilidad. Deben enseñar no sólo las leyes de la ciencia sino su papel: qué es la ciencia, y qué no es. El verdadero desafío de la ciencia hoy no es negar a Di-s, sino descubrir cómo refleja e ilumina partes de la mente de Di-s que todavía están por descubrir. Sólo entonces la ciencia se volverá plenamente parte de la busca de la verdad. Como aconsejaban los estudiosos en la Edad Media: «Ama a Platón, ama a Aristóteles, pero más ama a la verdad».

¿Qué puede enseñarnos la Tecnología sobre nosotros mismos?

Todo lo que una persona ve y oye tiene por función enseñarle una lección sobre la vida. Cuando vemos la tecnología sólo como una fuente de bienestar o avance personal, estamos viendo sólo el producto final. Cuando miramos a la tecnología como expresión de lo Divino, en cambio, estamos mejor dispuestos para comprender la vida misma.

De la energía atómica, por ejemplo, comprendemos el poder de cada ser humano individual. Ahora sabemos que aun el menor fragmento de materia puede liberar una cantidad enorme de energía; del mismo modo, cada persona contiene un poder enorme. ¿Cómo se lo libera? Llegando al centro mismo de la persona y sacándola de su estado de satisfacción. Es el equivalente humano de la fisión o fusión nuclear: las fuerzas internas de una persona se liberan cuando actúa sobre él la combinación correcta de fuerza y dirección, cuando lo ayudamos a vivir de acuerdo a las leyes de Di-s y lo alentamos a ayudar a otros a hacer lo mismo.

Esto crea una reacción en cadena. Así como la escisión del primer átomo hace escindir otros átomos, cada impulso humano positivo y cada acto virtuoso crea una energía que sólo puede intensificarse. Por el otro lado, la energía liberada mediante la conducta negativa puede ser controlada, así como la reacción atómica en cadena puede ser controlada.

La energía atómica también nos muestra cómo el macrocosmos de todo el universo se refleja en cada uno de nosotros. En un átomo (de acuerdo al modelo planetario) las distintas partículas giran alrededor del núcleo, mientras que en el ser humano, los distintos aspectos materiales también giran alrededor de un núcleo: nuestra alma.

Por último, vemos que un átomo libera mucha más energía que el monto de energía necesario para escindirlo. No hace muchos años, la posibilidad de producir energía atómica debió de parecer dolorosamente compleja y costosa, quizás antieconómica. Y sin embargo, resultó altamente productiva. Podemos sentir reservas parecidas a un nivel personal: ¿no sería mucho más simple cruzar la vida sin imponernos las demandas y responsabilidades de una vida espiritual? Quizá, pero entonces desperdiciaríamos nuestro recurso natural más precioso, dejando dormir nuestro potencial interior.

Nuestros sabios han descripto a cada persona como un mundo entero, y al mundo como una personalidad en macrocosmos (Midrash Tanjumá, Pekudei 3). De hecho, los nuevos avances en la ciencia muestran que el mundo es un sistema dinámico de componentes inseparables interactivos, y que el observador humano es una parte integral de este sistema. El universo ya no puede ser percibido como una serie de bloques independientes, pues hemos descubierto que toda la materia (y, por lo tanto, toda la gente) está inextricablemente relacionada.

Una de las reverberaciones más importantes de esta nueva física es que la idea, aceptada hace mucho tiempo, de la objetividad científica, ya no puede sostenerse. Ahora comprendemos que los científicos se involucran en el mundo que observan en una medida que influye las propiedades de los objetos que observan. Su percepción de la naturaleza, en consecuencia, está íntimamente conectada con su propia mente, sus propias ideas, y su propio sistema de valores, todos los cuales seguramente conformarán los «resultados» científicos a los que lleguen. De modo que un científico debe ejercer el juicio moral tanto como el intelectual en su investigación.

Hay mucho que aprender de la revolución tecnológica, en tanto comprendamos su papel en nuestras vidas y lo veamos como un paso final en nuestra dramática busca de unidad en el universo, en busca de redención. Después de todo, los desarrollos en la ciencia y la tecnología nos enseñan a ser más sensibles a lo intangible y lo sublime: las fuerzas detrás de las computadoras, teléfonos, televisión y todo lo demás, son invisibles, y sin embargo reconocemos claramente su poder y alcance asombrosos. De modo similar, debemos llegar a aceptar que la fuerza impulsora detrás de todo el universo es intangible y sublime, y debemos llegar a experimentar la trascendencia y lo Divino en cada cosa, empezando, por supuesto, por nosotros mismos.

Una vez visitó al Rebe un estudiante universitario. Había oído que el Rebe también era maestro en ciencias. «Un hombre de saber debe pasar muchas horas estudiando y leyendo», dijo el estudiante. «¿ Cómo encuentra tiempo el Rebe para hacerlo y también mantenerse al día con los avances científicos?». El Rebe sonrió y respondió: «No soy responsable de los rumores que otros difunden sobre mí. Pero compartiré contigo mi respuesta a la misma pregunta hecha a otro estudioso de la religión, en el siglo XVIII, que también era reconocido como maestro en las ciencias. Como el universo por Di-s, funciona de acuerdo a las leyes definidas por el modo de pensar de Di-s. Así que, aunque la comprensión de la ciencia en todo su detalle se logra mediante el estudio intensivo y dominando el método científico, cuando uno domina la sabiduría de Di-s, aprende cómo piensa
Di-s. En consecuencia puede deducir el movimiento general de las ideas científicas verdaderas, los principios y fuerzas fundamentales que usa Di-s para manejar este universo. Y, más importante, puede reconocer cuándo una teoría científica es coherente con estos principios. Lo cual, por supuesto, disminuye en gran medida el tiempo necesario para estudiar los detalles de la ciencia y la necesidad de construir lentamente el cuadro pieza por pieza.»

Adaptado por Simon Jacobson

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