Y descendieron a Egipto
Extraido de A donde tu vayas
La estación de tren de Lud estaba repleta, a pesar de ser una hora temprana en la mañana. Muchas personas corrían de un lado a otro entre los changadores y los boleteros, en una mezcla de colores y voces, unas pocas de alegría y la mayoría de enojo. Tampoco la voz de los comerciantes estaba ausente. Siempre ellos están allí, en masa, intentando vender todo en el lugar más atestado de gente, como si no hubiese habido noche para ellos.
Margalit se ajustó su sombrero en la cabeza y abotonó los sacos de los niños. Incluso en la plataforma sentían el viento de fin de jeshván que se acrecentaba, y las más tupidas y gruesas gotas del mes de kislev.
Los ojos de la pequeña ‘Adina miraban aquí y allá con picardía sin poder detenerse un momento. Su respiración casi se cortó al ver el gigante tren que ingresaba al andén. A pesar de que había imaginado mucho la figura del tren, se emocionó tanto… Jamás podrá la imaginación de un niño quitarle su sorpresa frente a toda cosa que esté ligada a la energía.
A Margalit ya le dolía la cabeza de tantas preguntas que formulaba su pequeña niña, pero en su corazón se alegraba de que ésta fuera su reacción. ¡Baruj Hashem! Ni siquiera un solo lamento de dolor y despedida. Recordó su primer viaje a la tierra de Israel, y cómo Mazal la había retado por estar por demás alegre, de manera que no le creerían que viajaba a El-Jamá a causa de su enfermedad.
«Y si yo tenía en ese momento un buen estado de ánimo, entonces es comprensible la exagerada emoción de ‘Adina… Ella es demasiado pequeña y ¡no abandona aquí ninguna sepultura de su madre, D’s no permita!»
La sirena del tren la despertó de sus meditaciones y fue empujada hacia la corriente de gente que se abalanzaba hacia el tren. Finalmente, el ferrocarril partió hacia su destino.
-El tren viaja- anunció ‘Adina con entusiasmo cuando sintió el movimiento.
«éste no es un parque de diversiones» -pensó Margalit deteniendo unas cuantas lágrimas que estaban asomando en sus ojos-. «¡éste es el exilio! Y todavía en víspera de guerra».
Pero sus niños no le permitieron ponerse cómoda sobre el banco y entregarse al dolor. ‘Adina solía hablarle a su hermano pequeño y creer que él la comprendía. Margalit se vio obligada a recorrer con ellos de un vagón a otro, dado que no podían sentarse tranquilos un momento.
Al fin y al cabo, un tren, por el solo hecho de ser un tren, ya es divertido e interesante. Sus ruedas se mueven a ritmo como cantando y los paisajes que se ven a través de sus ventanas siempre son verdes y deleitan al corazón, sin rutas grisáceas ni automóviles oxidados que nublan el paisaje. Siempre el tren se trasladaba hacia una vida esperanzada y alegre hasta… hasta que llegó la maldita guerra y lo llevó a las escenas de muerte, a sus carriles, por el sendero de la asfixia y a sus largas y negras vías rumbo al último camino, sin retorno.
Desde todas las direcciones le lanzaron miradas de enojo al verla exhausta frente a la travesuras de sus niños llenos de alegría de vivir. Rab Ovadia estaba, como siempre, inmerso en su estudio, hasta que levantó su cabeza y vio los sufridos ojos de su esposa que no se había atrevido, incluso en ese momento, a perturbarlo. Llamó a sus niños, quienes se callaron inmediatamente. El respeto que tenían hacia su padre era algo que habían mamado en leche materna y se sentaron disciplinadamente en el banco. De a poco, fueron cerrando sus ojos hasta que, finalmente, se durmieron, posando sus cabezas sobre los brazos de su madre.
Margalit cerró los ojos y descansó pacíficamente mientras prestaba atención a las explicaciones del turista, según parecía americano, que estaba sentado detrás y se explayaba frente a su compañero judío, en un hebreo grotesco, acerca de los campesinos egipcios que trabajaban la tierra en la zona del delta. Allí, explicaba, se forman montañas de barro de la tierra que arrastran consigo los grandes afluentes del Nilo. Esta tierra fertiliza el suelo creando una base firme para la agricultura desarrollada en Egipto, dado que las cantidades de lluvia allí son muy escasas.
Los agricultores en Egipto aprendieron también cómo desviar las aguas del Nilo hacia sus sedientos campos. Margalit recordó con una sonrisa la descripción viviente que había dado Rab Ovadia de la plaga de sangre de Egipto. Tan vívidamente había descripto las cosas: la tragedia nacional que padecieron los egipcios cuando la fuente de sus vidas se hubo transformado en sangre.
Ahora, el turista hablaba acerca de las ciudades egipcias. Este tema le interesaba más. Una ciudad era un área más cercana a ella que las aldeas de los campesinos. A El Cairo lo conocería seguramente en poco tiempo, ésta es la ciudad más grande del país que tendía a desarrollarse con estilo occidental desde el punto de vista edilicio, de empleo y de proyección. La segunda ciudad más grande es Alejandría. ésta está establecida a orillas del Mar Mediterráneo y sobre las costas del canal de Suez. Margalit también oyó otros nombres de ciudades como Port-said, Asmalia, Suez, pero sus ojos se cerraron y se sumió en un largo sueño.
Los paisajes arenosos del sur se alejaron y desaparecieron con el traqueteo del tren. Tampoco las rocas de Edom se veían. A lo lejos, se podían contemplar en el horizonte las aguas del Mar Rojo que se confundían con el cielo. Luego de unas horas se detuvo el tren en la última estación, en El Cairo.
Margalit se sintió fatigada a pesar de que sus reservas de sueño estaban completas. La soledad ahogaba su garganta cuando descendió del tren. Sólo el agradable sol que se posaba sobre sus hombros como una cálida frazada mejoró un tanto su triste estado de ánimo.
Ella recordó la gran fiesta de despedida que le habían preparado a Rab Ovadia una noche antes del viaje. Además de los dirigentes de la ieshivá, habían asistido también el Rab Shrem, el Rab ‘Ades, el Rab Shelomó Katzín y otros muchos compañeros talmidé jajamim, de grandeza de espíritu. Todos juntos eran un maravilloso equipo. Y aquí… completa desolación. Rab Ovadia se veía enérgico y dispuesto a su tarea. Seguramente él no estaba ocupado en recordar la despedida del día anterior.
«La mitzvá de hacer florecer la desolación es algo grande», recordó una frase sionista, «pero, seguro que más grande que ésta es la de florecer la desolación espiritual», resumió dentro de sí. Levantó con una mano a Ia’acov y con la mano libre tomó a ‘Adina para que no se le perdiera entre la multitud.
A pesar de su tercer embarazo, enderezó su espalda y caminó también ella enérgicamente tras su marido.
M. Katzir