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Volviendo a ver

En la ciudad de Lemberg vivía un judío ciego de nacimiento. Estaba acostumbrado en su casa a ir de un lado a otro, de una habitación a otra, palpando, tanteando los muebles, las paredes, y siempre hallaba lo que necesitaba. Pero cuando iba por la calle, era acompañado por un muchacho que lo guiaba.

A pesar de su ceguera, sabía de memoria las Tefilot (plegarias) de todo el año y también conocía a la perfección Mishnaiot y En Iaacob, que repasaba a diario. Sus ojos realmente se hallaban cerrados, pero sus oídos estaban abiertos y atentos, y poseía una memoria prodigiosa.
Siempre cuidaba de recitar sus Tefilot en compañía de un Minian. Así lo hacía tanto en invierno como en verano, y sentía especial cariño por los libros sagrados, y aunque no podía leerlos, cuando tenía alguno en sus manos, lo tomaba con tanto aprecio, le alisaba las hojas arrugadas, o simplemente lo hojeaba cariñosamente.

Cierta vez, tuvo que ir a un lugar algo alejado de su casa. Al notar que se le hacía tarde y no podía llegar a tiempo para rezar con el Minian en el Bet Hakeneset, como de costumbre, le pidió al muchacho que le servía de guía, que estuviese atento y se fijase dónde había un Bet Hakeneset en la proximidad de donde se encontraban en ese momento, para acercarlo a él y no perder la oportunidad de hacer Tefilá en compañía de otro Minian. Así lo hizo el muchacho, lo llevó a un Bet Hakeneset cercano, lo acercó a la biblioteca, e hizo que tomara asiento junto a ella.

Como faltaban unos minutos para empezar la Tefilá, el ciego comenzó a hurgar entre los libros. Encontró uno grueso y viejo, encuadernado en madera, con un pequeño cerrojo. Lo colocó sobre la mesa, y como era su costumbre, comenzó a hojearlo y alisarlo. De pronto sus manos palparon una especie de paquetito envuelto en papel; al abrirlo encontró un par de anteojos que habían permanecido envueltos dentro del libro quién sabe desde cuando. Tomó los anteojos e instintivamente se los puso. Y ¡Oh sorpresa!, ¡le inundó una gran luz!, ¡sus ojos veían! Y pudo ver todo lo que lo rodeaba. Se asustó al ver la luz, y se sacó los anteojos. Apenas éstos volvieron a sus manos, desapareció la luz y quedó tan ciego como antes.

Mientras tanto se congregaron los feligreses para Tefilá Minjá. Después de un pequeño intervalo, se dijo Tefilá Arbit. El ciego también hacía Tefilá, pero se sentía muy confundido y no entendía lo que le había sucedido.
Cuando la gente se retiró del Bet Hakeneset, el ciego continuaba sentado inmóvil, ensimismado en sus pensamientos. Se le acercó el muchacho que lo guiaba y le recordó que ya era hora de volver a casa. El ciego se levantó como un autómata, empaquetó los anteojos guardándoselos en el bolsillo, y se fue con el muchacho.

Al llegar a casa, no contó lo sucedido a nadie, pero estaba muy excitado, y sus familiares percibían que algo raro estaba sucediendo. Su rostro lo translucía y aunque esa noche no cenó, nadie le pidió explicaciones. Advertir en él las emociones que experimentaba, tanto penosas como alegres, era cosa frecuente para ellos. Entonces no le decían nada, hasta que él mismo cobraba ánimo y se decidía a referirlo.
Toda la noche el ciego no pudo pegar los ojos debido a su excitación. Apenas apareció el lucero de la mañana, se levantó, lavó sus manos, recitó la Tefilá, sacó luego el paquetito del bolsillo, lo abrió, retiró de allí los maravillosos anteojos y se los puso. Comenzó a mirar a su alrededor, ¡sí, así era realmente, no era ningún sueño, sus ojos estaban abiertos y podían ver perfectamente la habitación en la que se encontraba y lo que contenía! Se acercó a la ventana, abrió la persiana, y por primera vez en su vida pudo ver el mundo del Altísimo. Comenzó a alabar y agradecer al Creador por el milagro y la caridad que le brindó.

Aunque muy nervioso, decidió no referir a nadie este hecho milagroso. Durante algún tiempo usó los anteojos, pero se conducía como si estuviese ciego. La gente lo miraba sorprendida de verlo usar anteojos, pero nadie hizo comentario alguno. Su propia familia no le dio mayor importancia y se acostumbraron a ello. De a poco empezó a conducirse como una persona que ve, los primeros en notarlo fueron sus familiares, luego los vecinos y ya toda la ciudad tenía conocimiento del gran milagro. Entonces despidió a su guía, e iba solo por la calle, como si nunca hubiese estado ciego.

Lo ocurrido despertó gran curiosidad, hasta ese día nunca se supo que un ciego de nacimiento empezara a ver. Y le importunaban con preguntas sobre cómo había sucedido. Pero el ciego sólo contestaba: «¿Qué pregunta es esa? ¿Acaso hay algo que nuestro gran Di-s no pueda hacer? él enceguece y él hace ver. Ya ven ustedes la bendición que nuestros sabios enseñaron: «Pokeaj Ivrim«, «Que hace ver a los ciegos».
Pero no los contentaba esa respuesta. Intuían que escondía la verdad. Y no lo dejaron tranquilo hasta que finalmente les contó que al ir a un Bet Hakeneset a hacer Tefilá, abrió un libro donde encontró los anteojos que le hacían ver.

Empezaron a indagar a quién habían pertenecido, hasta que un anciano les dijo que los anteojos pertenecieron al gran Gaón autor del libro «Pené Iehoshua«, el cual años atrás había sido rabino de Lemberg y acostumbraba a hacer Tefilá en ese Bet Hakeneset diariamente. Luego de la Tefilá solía quedarse solo, envuelto en el Talit y con los Tefilín puestos, se ponía a estudiar a solas en los libros sagrados. Como tenía su vista debilitada, usaba anteojos que luego dejaba en el libro que momentáneamente leía.
Debido a las divergencias suscitadas entre él y los miembros de la comisión de la comunidad, que le hacían sufrir mucho, debió alejarse de Lemberg y viajar a Alemania, donde fue rabino de varias comunidades distinguidas, que lo estimaron y honraron.

Al abandonar Lemberg, según parece se dejó los anteojos en el libro que nadie volvió a abrir, hasta que los encontrara el ciego, con quien sucedió el milagro.
Ahora comprobaron y apreciaron la grandeza del Gaón Rabí Iaacob Iehoshua, su gran inteligencia, entendimiento y conocimientos, y su legado al mundo: su gran obra «Pené Iehoshua«. Sin duda también a él se refiere el dicho: «Después de su muerte, los Sadikim (piadosos) son considerados más grandes que en vida», pues por medio de un simple anteojo que le había pertenecido, y después de muchos años, se produjo un milagro tan grande.

Luego se supo que el día que el ciego encontró los anteojos, correspondía a la fecha del aniversario del Gaón.
El ex ciego empezó a estudiar con entusiasmo el Alef Bet (abecedario hebreo) y aprendió a leer del Sidur.
Recién después empezó a estudiar Guemará en orden seguido con el libro Pené Iehoshua, hasta que la letra quedó grabada visualmente en su mente.
Todos los años, en el día que había recobrado la vista , coincidente con el aniversario del Gaón, daba una gran fiesta y contaba a todos la gracia que Di-s Todopoderoso le había brindado. Desde el primer día que pudo ver, hasta el día de su muerte a edad avanzada, no sufrió de la vista y sus ojos estaban siempre sanos y vigorosos, y su boca nunca cesó de alabar y agradecer a Di-s.

Extraído del Oasis

(Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.ar )

1 comentario
  1. Nancy Woods

    Yo perdi la vision de mi ojo derecho en un 45%, en el mes de enero de este anio, 2016, y le pido a Hashem me conceda la bendicion de volver a ver normal con los dos ojos, ya que me toca manejar de dia y de noche y a veces me es dificil enfocar las imagines que se presentan enfrente de mi. Pero se que El hara, y le agradezco en cada momento del dia, de todos los dias por mi vista. Amen.

    30/09/2016 a las 02:47

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