Vaielej
Primer comentario (Selección de comentarios del Lubavitcher Rebe M.M. Schneerson, www.jabad.org.ar)
Segundo comentario (Rab Daniel Oppenheimer, www.ajdut.com.ar)
La Parshá de Vaielej nos detalla la Mitzvá de Hakel (congregación del pueblo en Jerusalem). Cuando el Beit Hamikdash estaba en pié, se reunía todo el pueblo ese año, y el rey leía delante de ellos las Parshiot de la Torá conectadas con el tema de «y el pueblo escuchará, y aprenderá y temerá de Di-s».
El Tosefta describe cómo se llevaba a cabo el acto de Hakel. Ese día los cohanim se paraban en las afueras de Ierushalaim, con trompetas de oro en sus manos, haciéndolas sonar, congregando así al pueblo en el Beit Hamikdash. Y concluye el párrafo diciendo: «el Cohen que no tiene una trompeta en sus manos, parece no serlo».
Revertir el mal en bien
Esta última frase requiere una explicación: el servicio de los Cohanim en el Templo consistía en estar siempre listos para servir. El hecho de hacer sonar las trompetas fuera de Jerusalem, era sólo una preparación para la Mitzvá de Hakel, y no una parte de la misma, entonces ¿por qué semejante expresión? Para comprenderlo debemos primero aclarar cual es la esencia del servicio del Cohen en el Beit Hamikdash. Una de las sus principales tareas era la de ofrendar el Ketoret (incienso). Maimónides explica que esta ofrenda cumplía la misión de quitar los malos olores y convertirlos en agradables aromas. Se entiende que esto también se refiere, como explica el Zohar, que el Ketoret borraba los restos de impurezas del ietzer hará (instinto del mal).
Siete años de preparación
El Ketoret se preparaba con hierbas que no eran aptas para ser comidas por la persona. Inclusive dentro de ellas se encontraba la «jelbená» (gálbano), que tenía un aroma desagradable. Ella representa a las actitudes deshonrosas y la Guemará opina que se refiere a los malvados. El servicio de los Cohanim consistía en tomar estos elementos despreciables y elevarlos en santidad. El acontecimiento que mostraba plenamente el servicio de los Cohanim era el Hakel. Ellos, que se habían dedicado durante los últimos siete años a elevar los elementos del mundo para santidad, se consagraban ahora a la elevación de todo Am Israel, a un nivel espiritual mayor.
La misión del Iehudí
De eso se trataba también la prueba que debía pasar el Cohen, si sentía que éste era su cometido, y salía a congregar al pueblo, demostraba su autenticidad como sacerdote. En cambio, si permanecía en su hogar, y no se preocupaba por el resto de los Iehudim, no parecía serlo. En realidad, cada judío es considerado un Cohen, como dice la Torá: «Ustedes serán para Mí un reino de Cohanim», y entonces la misión de cada judío, especialmente de aquellos que tienen influencia sobre otros, es de salir a las afueras de la ciudad, despertar al pueblo con las «trompetas», y elevarlos a un nivel superior al que se encuentran, en el cumplimiento de las Mitzvot, hasta que se cumpla lo escrito: » Y cuidarán de hacer todas las palabras de esta Torá»
Likutei Sijot, tomo 14, pag 127
Segundo comentario – Hogar, dulce hogar Ema y Joaquín están casados desde hace 20 años. Todos los conocen. En el club donde hacen su vida social, en el templo donde concurren para Kabalat Shabbat y para las fiestas desde hace mucho tiempo, son parte de la «barra», participan de todos lo eventos, de las comisiones, sus 2 hijos fueron abanderados en la escuela y madrijim del club. Nunca podían faltar a ningún acontecimiento importante o sencillo de la comunidad. Siempre estaban allí y, si por alguna circunstancia, uno de los dos faltara, se suponía, como por lógica, que debería estar enfermo. ¿Qué otra cosa le podría ocurrir, acaso? A su vez, dado que económicamente estaban en buena situación, los dos colaboraban con dinero para cuanto proyecto comunitario se recaudara. Si bien estas cosas no se pueden manifestar en público, eran la envidia oculta de los demás. Todos querrían ser aquella familia exitosa que siempre cae bien a todos, que les va bien en lo monetario, que tienen esos hijos carismáticos y codiciados.
Como en casi todas las historias, el asunto no se ve desde afuera, tal como se ve desde adentro. En el hogar de Ema y Joaquín, sí habían – de tanto en tanto – discusiones fuertes, momentos de tensión, frustración y enojo, pero siempre se reconciliaban sin que se notara afuera, y, comparado con las tensiones de las cuales se escuchaba en otras casas, se podía considerar un matrimonio «ideal». Y, habiendo chicos en el medio, siempre hay que restablecer las cosas, en especial «por los chicos». Así la vida siguió adelante. Todo anduvo bien, hasta que dejó de andar bien. Ninguno de los dos puede precisar qué es lo que pasó. En realidad no pasó nada en particular que no hubiese sucedido antes. Los chicos ya hacían su vida, cada uno en lo suyo, uno ingresando a la facultad y el otro en su último año del secundario. Durante los fines de semana, los padres ya no veían a los chicos, o los veían muy poco. ¿Cómo dicen? Es la edad… De todos modos, no dejaban de ir «religiosamente» al club, y cada uno practicaba su deporte favorito, aparte de jugar al buraco (para Ema) y a los dados (para Joaquín). Dada la coyuntura de la economía, Joaquín estaba cada vez más absorbido en su negocio y llegaba más tarde a casa, obviamente super-agotado. Ema, a su vez, se interesaba por su profesión, tenía sus hobbies, hacía gimnasia regularmente y salía con las amigas a tomar té. Marta (la «chica»), que atendía su hermosa casa, era más que eficiente y se ocupaba «de todo». Los días, las semanas y los meses pasaban en esta rutina. Como Ema lo veía a Joaquín tan cansado, sugirió ir de vacaciones juntos. La cosa se postergó porque «no era el momento». Cuando por fin se fueron por unos días, se miraban y se veían «raros». Joaquín estaba «ido» pensando en sus cosas. Ema sentía, que él no mostraba suficiente interés por ella. Se sentía molesto que ella le marcara esta situación. Al final volvieron a casa más irritados y distanciados que lo que se habían ido. Hasta en su propia casa, que ya les quedaba grande porque ni los chicos ni sus amigos la frecuentaban, podían estar cómodos sin verse… Ema se paraba frente a la foto de bodas, en la cual vestía su traje de novia y estaba posando junto a aquel joven buen mozo, que ahora era su marido y a quien sentía como un extraño. ¿Me habré equivocado? – se preguntaba. ¿Adónde vamos de acá? Si fuimos compatibles, ¿lo seguimos siendo? ¿tenemos algo en común? ¿por qué estamos casados?
Lamentablemente, la historia de Ema y Joaquín se repite con frecuencia, sólo que, habitualmente, con más ofensa y con más dolor para ambos. Esto sin contar todos los que, influenciados por el entorno y las novelas, entran en situaciones de infidelidad y destruyen su matrimonio de esa manera. Si buscamos en las fuentes judías, encontraremos que el hogar, que hoy perdió jerarquía como tal a ojos de nuestra sociedad, tiene un rol importante que ciertamente sirve como centro para la educación de los hijos, pero que, además, sirve de encuentro para la pareja que son marido y esposa para complementarse durante toda la vida y no solamente para acompañar a los hijos en su niñez.
Para acercarnos al tema, deberemos, no obstante, tener en cuenta que gran parte de las parejas que se casan, no saben exactamente por qué se están casando. Sería terrible pensar que aquellos novios que hoy están bajo la Jupá (palio nupcial), dentro de unos años se odiarán con pasión. Muchos dirán , posiblemente, que se casan «porque se aman» (al otro, o a si mismos…). Algunos tendrán el ideal de «formar una familia» o «tener hijos», deseos nobles sin lugar a dudas. Los niños llegan, en la mayoría de los casos y se educan, o no, a los ponchazos. ¿Qué pasa después que ya crecieron? ¿Qué pasa cuando la pareja no tiene la bendición de gestar hijos? ¿Para qué y por cuánto tiempo son pareja? ¿Es inevitable que se desgaste con el tiempo? ¿Puede ser que lleguen a un punto de aburrimiento mutuo a medida que transcurran los años? Eso, en todo caso «se verá con el tiempo».
Los Sabios nos legaron una enorme cantidad de citas respecto al proyecto de construcción y de sustentamiento en conjunto que se llama hogar («bayt» en hebreo). Las ideas son amplias, pero la receta exacta y diferenciada, la elabora cada pareja por su cuenta y de manera mancomunada. Sin embargo, debemos partir de la base que uno no «tiene la vida hecha» ni a los 40, ni a los 60, ni a los 80. Las oportunidades de crecimiento se dan en todo momento, aun cuando ya está físicamente frágiles, mientras haya un hálito de vida en el ser humano. En todo caso, lo que cambia, es el escenario y las nuevas tareas que uno tiene por delante, acorde a las circunstancias individuales.
Es por eso, que la Torá habla de Moshé mencionando que «vaielej» (= fue, caminó) aun en el último día de su vida. Esto significa que la vida no se considera como si fuese una curva que va decayendo en su ocaso (como, posiblemente, se la vea desde lo laboral o lucrativo), sino que siempre hay más para «caminar». Al comienzo de Pirké Avot, dos Sabios nos hablan del tema. Iosé ben Ioezer nos dice que «tu hogar sea un lugar de reunión para los estudiosos…». Su colega, Iosé ben Iojanán, nos agrega que «tu hogar esté holgadamente abierto, que los carenciados se consideren como parte de tu familia y… no mantengas charlatanería con tu esposa, aun menos con mujeres ajenas…»
En primer lugar, vemos que la casa no debe ser una especie de hotel, en el cual la chica (Marta, en este caso) lleva adelante las tareas domésticas, donde todos vienen a comer cuando pueden y tienen hambre, y siguen corriendo hacia sus cosas. Si hay estudio en la casa, crecemos. Todos. Si crecemos, nuestra vida va cobrando nuevo significado a diario. El estudio, bien encarado, nos permite sentir humildad ante todo lo que todavía ignoramos. Esa humildad, a su vez, nos permite reconocer y aprender de los que tenemos a nuestro lado. Sin embargo, la cosa no queda solamente en el plano intelectual, dice Iosé ben Iojanan. La acción mancomunada es la que provoca la unión entre las partes que deben llevar las tareas del mismo modo que los acróbatas, quienes maniobrando en el aire saben que su vida depende totalmente de la responsabilidad y precisión de sus colegas, quienes, a su vez, esperan de ellos aquel mismo compromiso para que sus ejercicios sean exitosos.
La pareja que obra de modo aunado, se puede brindar hacia los de afuera, carenciados de lo material, de afecto, de espiritualidad, de tranquilidad, de aliento, en una manera que el individuo aislado nunca lograría hacerlo. Si es así, ¿por qué la Mishná recomienda que no mantenga charlas con la esposa? El R.Sh.R. Hirsch sz»l señala en su comentario que el texto fue muy cuidadoso en no insinuar una quita en la conversación necesaria y positiva, la cual, sin duda, es imprescindible para un buen trabajo en conjunto. Lo que sí exige el pasaje, es no utilizar los momentos de diálogo para conversaciones nimias, insignificantes y frívolas, que no conducen a unir, sino a desorientar y descarriar a la pareja que había iniciado el proyecto mancomunado que emprendieron bajo la Jupá. Los Sabios reconocieron que la mujer, aun recatada como lo exige la Torá en presencia de hombres extraños, es más perceptiva de las necesidades y características de los huéspedes (Talmud Brajot 10b).
Si bien, desde lo que acabamos de citar, aprendemos que la elevación ocurre a través de la «asistencia» que se le brinda a terceros, esto no excluye que la superación surja por el mismo trato cotidiano entre ellos. El amor, a diferencia de lo que comúnmente se pretende, no es una infatuación espontánea o un sentimiento que aparece instintivamente por la gratificación de estar cerca de una persona que «le cae bien», sino, por lo contrario, es una creación humana, producto del esfuerzo diario de brindarse hacia otros. Cuando la pareja ya pasó la etapa de ganarse cada uno la simpatía y el interés del otro, cuando después de años de casados cada uno ya conoce al otro, sus ideas, sus reacciones y sus debilidades, en aquel momento el afecto y la veneración que profesan el uno por el otro son puros y nobles. El agotamiento de la relación que sienten los integrantes de la pareja después de años de estar juntos, comunmente parte de la identificación de su par con ciertos fracasos de cada uno, que a menudo pueden existir, pero que, casi siempre, son excedidos ampliamente por los logros positivos y concretos que los unen.
Sin duda, los Sabios conocieron hace miles de años la vulnerabilidad del matrimonio. Hoy, cuando corre peligro esta institución, la más veterana de la humanidad, creada por D»s para que transmitamos las enseñanzas morales con continuidad y experiencia acumulada de generación en generación, debemos redoblar los esfuerzos para concientizarnos y enseñar la importancia de la misma a los demás.
Daniel Oppenheimer