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D´s, la Creación y el Alma.
Sobre D´s, el Alma y la Unidad
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Unidad

Extraido de Meditacion y Cabala. Ediciones Obelisco

Oye, Oh Israel, El Eterno es nuestro Dios, El Eterno es uno.

Esta declaración, conocida como el «Shemá», es por excelencia nuestra afirmación de la unidad de Dios y también el tercer precepto continuo. Nos ordena a «oír» la unicidad absoluta de Dios en el oído interno de nuestra alma y a contemplar Su unidad perfecta. Aunque, en este mundo, no podemos ver con nuestros ojos físicos la unidad absoluta de Dios en la creación -razón por la cual tapamos nuestros ojos cuando proclamamos «Oye, Oh Israel…»- podemos «oír» o «entenderlo» en nuestro corazón.

TODO ES UNO

Aquí, comenzamos nuestra meditación recordando que todas las experiencias que afectan nuestra conciencia se originan al fin y al cabo de una sola fuente, es decir, Dios, cuya esencia abarca a todas las criaturas y es la realidad definitiva.

En nuestra contemplación sobre el segundo precepto, negamos todas las formas de idolatría al comprender firmemente que procesos de causalidad mundana no poseen ninguna realidad independiente. Ahora llegamos a la comprensión profunda de que verdaderamente Dios es la única realidad definitiva – «no hay otro excepto él.»

El orden lógico de los tres primeros de los seis preceptos continuos es, por lo tanto, que primero creemos en la existencia de Dios, luego negamos todos los otros dioses, y entonces llegamos al reconocimiento completo de la existencia absoluta de Dios como la única existencia verdadera.

FE EN PARTICULAR

Mientras que el primero de los Diez Mandamientos es referido en la Cábala y en el Jasidismo como «fe en general,» este precepto, unificar a Dios en fe, es referido como «fe en particular.» Mientras que la «fe en general» está arriba de nosotros, la «fe en particular» está en frente de nosotros. «Fe en general» implica la experiencia de Dios estando con nosotros y observándonos desde arriba todo el tiempo. Todo ocurre dentro del contexto de la Providencia Divina. La trascendencia de Dios no está alejada de la realidad, sino que supervisa la realidad. «Fe en particular» implica el reconocimiento de la unidad absoluta de Dios en todas las facetas de la realidad mientras se presentan en la vanguardia de nuestra conciencia de momento en momento. Dios no sólo supervisa la realidad, sino que también Él es la misma esencia de toda la realidad.

TODO ES BUENO

Las implicaciones de este principio fundamental de nuestra fe en la unidad absoluta de Dios son muy variadas y profundas. Porque si todo lo que vivimos viene de (y en definitiva es) Dios, que es obviamente el bien definitivo, entonces todo debe ser terminantemente bueno. El hecho de que algo parece ser malo (y, cuando nosotros los humanos lo realizamos, es realmente un pecado punible) se debe solamente a nuestra visión limitada de lo que ha sucedido, sus ramificaciones inmediatas y las de largo plazo, deformadas, además, por nuestra propia idea de cómo tienen que ser las cosas.

Los sabios enseñan que «cuando uno se enoja, es como si estuviera sirviendo a ídolos.» ésta es una poderosa (y hasta uno podría decir extrema) afirmación. Pero cuando reflexionamos, ¿qué es lo que realmente causa el enojo? Cuando las cosas no resultan como yo quiero, me enojo; el mundo no se comporta conforme a mi visión de la perfección. Pero como Dios es el que está definitivamente en control, esto es igual que decir que ¡yo considero mi versión del mundo mejor que la Suya! Esta es una forma sutil de idolatría: estoy coronando mi intelecto y mi ego y les rindo homenaje.

(Por supuesto, cuando los humanos son los culpables de las faltas del mundo, a veces es necesario mostrar enojo, para cuidarlos y cuidar el mundo, y para rectificar las faltas que ellos han causado e influir para que cambien sus caminos. Sin embargo, cuando esto se puede conseguir por «caminos placenteros» sin siquiera mostrar enojo, esta actitud es preferible.)

Ahora, por supuesto que no todos los que se enojan se dan cuenta de eso concientemente, pero el tema es que la conciencia continua de la unidad de Dios es el mejor antídoto para el enojo, y también para una variedad de enfermedades psicológicas que nos convendría no tener.
Por lo tanto, es fundamental la importancia de mantener esta conciencia «en frente» de nosotros todo el tiempo.

LA MISERICORDIA DE DIOS

Como enseñan los sabios, el Nombre Havaiá, denota el atributo de misericordia de Dios, mientras que el nombre Elokim denota Su atributo de juicio. De acuerdo con esto, este precepto puede ser interpretado: «Oye, Oh Israel: El Eterno [Havaiá, el todo-misericordioso] es nuestro Dios [Elokim, quien se nos presenta en la naturaleza a través de Su atributo de juicio, pero] El Eterno [Havaiá] es Uno [todo no es más que un aspecto de Su absoluta misericordia]».

La capacidad de ver los aparentemente divergentes fenómenos de la vida como manifestaciones de una sola fuente absolutamente misericordiosa, es un aspecto que distingue al Pueblo de Israel. Por eso, en el versículo «Oye, Oh Israel…,» el nombre Israel sobresale. Al contrario de cualquier otro nombre genérico del pueblo, «Israel» significa la experiencia del alma en su estado absoluto y puro, como «una verdadera parte de Dios en lo alto.

ésta es también la razón por la cual este versículo es la afirmación central del judaísmo. No es solamente nuestra fe en la unidad absoluta de Dios la que pasa a primer plan aquí, sino también la esencia de nuestra propia raíz espiritual: Israel.
En el libro de Isaías, el Pueblo de Israel es simbolizado como un árbol. Cada alma corresponde a una letra de la Torá, «el árbol de la Vida.» La vida en forma general aparece por primera vez en el tercer día de la creación, el día que corresponde a la sefirá de tiferet («belleza») y a la dirección de frente. En la Torá, la raíz hebrea de tiferet es utilizada para describir el bello follaje de un árbol, la cumbre de la creación del tercer día. Más aún, el mismo Mesías, la más grande de todas las almas de Israel, es referido por los profetas como una «planta».

Cuando interiorizamos el precepto «Oye, Oh Israel, El Eterno es nuestro Dios, El Eterno es Uno», participamos del árbol de la Vida y rectificamos el pecado primordial de comer del fruto prohibido del otro árbol, el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.
«Oye, Oh Israel…» es la comprensión y el conocimiento de que el origen definitivo de lo que nos parece bueno o lo que nos parece malo es todo bondad y misericordia Divina. A este conocimiento lo ponemos siempre al frente de nuestra conciencia.

EMULAR AL CREADOR

A través del precepto de conocer a Dios nos volvemos conscientes de nuestra propia naturaleza Divina interior, y nos esforzamos por vivir de acuerdo con ella, es decir, emular a nuestro Creador. Como la misericordia (rajamim) es el atributo más esencial de Dios (porque la misericordia implica empatía, y así refleja, más que cualquiera de Sus otros atributos, la unicidad de Dios con su creación), la meditación en la unidad de Dios produce sentimientos de misericordia dentro del alma.

Estos sentimientos de misericordia están dirigidos en primer lugar a las chispas Divinas dentro de otras personas y luego a toda la realidad en general. Redimimos las chispas Divinas de su exilio espiritual al esparcir la conciencia del único, bueno y misericordioso Dios.

Rab Itzjak Guinzburg

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