Unidad e identidad
Para comprender la historia universal en toda su dimensión debemos saber que el concepto de estado y de pueblo que tiene occidente es completamente diferente al oriental. En oriente el concepto de pueblo identifica a un grupo humano con un lugar ancestral y una tradición espiritual que comenzó o que, de alguna forma, está ligada a ese lugar. La tierra es el espacio inherente a la identidad del pueblo ya que sin ésta no le es posible desarrollar el sistema espiritual que lo distingue como tal. La geografía para un pueblo tradicional no es sólo cuantitativa, es cualificada para una función determinada, ya que cada lugar señala una situación existencial sagrada que atravesó el pueblo al conformar su identidad.
A través de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra (Bereshít-Génesis 12:3)
Cuando se pone en duda el derecho del pueblo de Israel sobre la tierra de Israel no sólo se distorsiona la identidad judía sino que se le quita al mundo entero su identidad. Pretender desvirtuar la milenaria historia del pueblo de Israel y por lo tanto el derecho sobre su tierra, la originalidad de sus formas tradicionales y valores conduce al caos, ya que implicaría suponer que toda la historia universal y los valores más preciados que la humanidad posee se basan en una mentira.
La naturalidad de la conexión del pueblo de Israel con su tierra y su sabiduría resulta tan obvia, que es de esas verdades que toda la humanidad a través de toda la historia puede certificar. Y a pesar de ello es el hecho que más se ha puesto en duda. La existencia del pueblo de Israel luego de miles de años de inquisiciones, holocaustos y todas las formas que la judeofobioa adquirió a los largo de la historia no ha conseguido apartarlo de su tierra y de su milenaria forma de vida. Y eso no depende de consensos, votaciones y/o estadísticas humanas, eso es un milagro como la vida misma es un milagro. Y los milagros sólo los hace el Uno: el Kadósh Barúj Hú.
La sabiduría de Israel
Así como la oscuridad no es sino la falta de luz, así la mentira no puede existir si no está apoyada en una verdad. La sabiduría de Israel estableció las bases para crear una civilización justa en el mundo todo. Ella nos enseña los objetivos: la justicia, el bien, el altruismo y la forma de alcanzarlos: no asesinar, no robar, no adulterar, etc. Después de que el pueblo de Israel articuló su sabiduría durante miles de años, a través de la tradición escrita y oral, basado no en revelaciones personales sino en una revelación colectiva: Sinai (un pueblo entero es testigo de la entrega de la Torá), Mishná, Midrásh, Talmud, Kabalá, Halajá, etc. (miles de libros producto de miles de años de elaboración por miles de sabios hasta el presente) es muy sencillo cambiar el copyright. Pero este copyright no es proclive a la distorsión como lo son las leyes, los tratados y las resoluciones hechas por los hombres, son principios divinos e inherentes a la propia esencia del mundo.
Cuando los seres humanos no poseen objetivos trascendentes, la realidad material-sensorial acapara su conciencia haciendo que olviden su verdadera identidad y el objetivo de su existencia. Entonces la conciencia humana comienza a recorrer un laberinto en torno a lo presente e inmediato, a la apariencia, olvidando «quién es» y el porqué de su existencia. La vida se transforma en un permanente reaccionar ante lo superfluo de lo que resulta una sociedad en la cual sus integrantes no se conocen a sí mismos y no conocen a su prójimo; ya que toda relación se basa en la imagen y en estímulos exteriores. De tal modo los verdaderos objetivos quedan opacados, la fuerza interior se diluye y el propósito de la existencia humana queda en el olvido.
Orden y caos, conciencia e inconciencia
El objetivo es el referente que ordena la realidad, cuanto más trascendente, más orden generará y el caos, por ende, se diluirá. Todos los aspectos que el objetivo no contempla quedan bajo la influencia del caos. Orden equivale a conciencia, caos a inconciencia. O sea que el caos no es sino lo que aun no percibimos del orden. Cuando nuestro orden se ve alterado por una manifestación caótica significa que nuestra percepción del orden es insuficiente. La realidad, nos enseña la Kabalá, es regida por un orden absoluto que el hombre va gradualmente des-cubriendo a medida que supera las formas en que el caos se manifiesta.
Aparentemente es el caos quien conquista la realidad ya que observamos muchas veces que perdemos la capacidad de generar orden. Sucede que el avance de la historia manifiesta cada vez más multiplicidad y detalles, más población, más tendencias, más objetos, más de todo, lo cual nos enfrenta, cada vez y con mayor intensidad, a revelar una conciencia superior del orden. La historia nos desafía a alcanzar el orden superior, el único capaz de revelar la armonía que nuestra percepción caótica oculta. El caos es lo que denominamos mal, el desafío consiste en des-cubrir el bien absoluto, el único capaz de activar todo nuestro potencial y revelar el orden superior. Como lo expresa el profeta Ishaiau: No harán daño ni destruirán en todo Mi Santo Monte, porque la tierra estará llena del conocimiento de HaKadósh Barúj Hú como las aguas cubren el mar.
Las aguas-el bien-la Luz llenan la realidad sólo cuando comenzamos a percibir desde el «Santo Monte», desde el orden superior.