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Una Luz en el Tiempo

Extraido de Jabad Magazine

La fiesta de Janucá conmemora la extraordinaria victoria de los Macabeos, un grupo relativamente pequeño de luchadores, contra uno de los más grandes ejércitos imperiales de la antigüedad clásica, los Seleucidas, rama del imperio de Alejandro Magno. Esta historia nos lleva a 2.144 años atrás, en el año 138 a..e.c, unos 150 años antes del nacimiento de la Cristiandad y dos siglos antes de la destrucción del Segundo Templo. Israel estaba entonces bajo el dominio del imperio de Alejandro el Grande. El gobernante sirio-griego de ese momento, Antiojus Epifanes (“el querido de los dioses”), que determinado a imponer sus valores a los judíos, prohibió la práctica del Judaísmo, colocó una estatua de Zeus en el Templo, profanó sistemáticamente los sitios más santos de Jerusalém, ejecutó bárbaramente a los judíos que se negaron a rendir culto a sus dioses paganos y sometió a las jóvenes judías a violación. Era una tiranía en gran escala. Lamentablemente, le ayudaron dos corruptos sacerdotes judíos de alto nivel, Jason y Menelaus que le asistían en la prohibición de la observancia de las Mitzvot y a convertir el Templo en una casa de culto a una serie de dioses griegos.

Para poner esto en la perspectiva histórica, si Antiojus hubiese tenido éxito, el Judaísmo habría muerto. Sus hijos- la Cristiandad y el Islam- nunca habrían surgido en la escena mundial. Pero un grupo pequeño de judíos, liderado por el sumo sacerdote Matitiahu y sus hijos, se rebelaron. Lucharon una batalla inteligente, y luego de tres años reconquistaron Jerusalém, quitaron los objetos sacrílegos del Templo y restauraron la autonomía judía. Fue, como decimos en las oraciones de Janucá, una victoria de los débiles contra los fuertes, y de los pocos contra los muchos. La libertad religiosa se estableció y el Templo fue re-dedicado. Janucá quiere decir “re-dedicación o reinauguración.” Fue un evento notable y un triunfo extraordinario. Nosotros, los judíos, estamos aquí hoy debido al valor y visión de este pequeño conjunto de judíos valerosos, que no permitieron que su Di-s y su Torá fueran reducidos al cubo de basura de la historia por un tirano greco- sirio.

EL RELATO TALMUDICO

Increíblemente, el Talmud, texto clásico de la ley y literatura judía, nos da una perspectiva muy diferente de la fiesta de Janucá. “¿Qué es Janucá”? pregunta el Talmud. La respuesta es: “Cuando los griegos entraron al Santuario, impurificaron todo el aceite. Entonces, cuando la familia real de los Jashmonaím gobernó y los venció, buscaron y encontraron sólo una vasija de aceite puro que tenía el sello del Sumo Sacerdotesuficiente para encender la Menorá (el candelabro) durante un solo día. Un milagro ocurrió, y encendieron la Menorá con este aceite durante ocho días. Al año siguiente, establecieron estos [ocho días] como días de festividad y alabanza y acción de gracias para Di-s”. Así que, según el Talmud, la fiesta de Janucá no se centra en la victoria militar de un pequeño grupo de judíos contra uno de los ejércitos más poderosos de la tierra, sino acerca del milagro del aceite. El Talmud hace sólo de paso una referencia a la victoria militar (“cuando la familia real de los Jashmonaím gobernó y venció”), y enfoca exclusivamente la historia del aceite, como si éste fuera el único evento significativo conmemorado por la fiesta de Janucá.

¿POR QUé TANTO ALBOROTO SOBRE UNA VASIJA DE ACEITE?

Es extraño. El milagro del aceite, parecería, era de menor importancia que la victoria militar. Además del hecho que esto fue un milagro que ocurrió a puertas cerradas del Templo, con sólo unos sacerdotes de testigos, involucraba un símbolo religioso sin ningún tipo de implicación de vida, muerte o libertad. Si los iehudim hubieran sido derrotados por los griegos, hoy no habría judíos. Si el aceite no hubiera ardido durante ocho días ¿quién lo hubiera notado? ¿Los latkes de hoy sabrían diferente?

Demos a la pregunta un toque contemporáneo. Imaginemos que después de la victoria extraordinaria de los israelíes en 1967 en la Guerra de los Seis Días, sobre ocho ejércitos árabes (Egipto, Siria, Jordania, Arabia Saudita, Irak, Kuwait, Sudán y Argelia) determinados a exterminar Israel y sus tres millones de judíos, una vela localizada en una sinagoga central de Jerusalém ardió durante seis días. Efectivamente, habría agregado un toque sentimental a la euforia de la salvación de Israel, pero ¿habría sido esto, en lugar de la liberación de millones de judíos de un segundo holocausto, la causa para la celebración? ¿Este detalle igualaría la nota de tapa o sería la historia de preponderancia de los medios de comunicación? Semejantemente, el arder del Candelabro del Templo durante ocho días fue, sin duda, una conmovedora continuación a una gran victoria. Fue una señal demostrativa de que Di-s apreció el sacrificio de Sus hijos y los premió con un asombroso milagro.

Pero está claro que éste era meramente la frutilla del pastel, el coronamiento de una victoria histórica e importante en el campo de batalla que salvó a los judíos y al Judaísmo. ¿Y cómo el Talmud convierte sólo este pequeño detalle en el motivo para la celebración de Janucá? Más aún, el milagro con el aceite es el único elemento de los eventos de Janucá que conmemoramos hoy en día. No tenemos ningún traje o ritual que conmemore un triunfo milagroso. Lo que tenemos es el encendido de una Menorá durante ocho días, conmemorando el milagro del aceite en la Menorá del Templo. ¿Por qué?

EL CENTRO DE LA HISTORIA JUDIA

La respuesta nos permite apreciar el ingrediente esencial que ha definido 4.000 años de historia judía. La victoria militar fue un hecho extraordinario; pero no duró. Después de 210 años de Janucá, en el año 68 de la era común, el Templo fue destruido, esta vez por los romanos. Jerusalém fue arada, Israel fue diezmado y los judíos desterrados. Era el principio de un período de penuria judía, dispersión y persecución que ha durado casi dos milenios. En 1948 dimos testimonio del nacimiento del Estado moderno de Israel y la espléndida restauración de la dignidad judía perdida, pero todavía estamos en el destierro, tanto mental como físicamente. Desgraciadamente, la victoria política y militar de Janucá no duró.

Lo que perduró fue el milagro espiritual-la fe judía que, como el aceite, es inextinguible. La fuerza fundada exclusivamente en el poder del ejército es temporal. Puede soportar largos períodos, pero finalmente, será derrotada por un poder mayor. Por otro lado, la fuerza fundada en el valor moral, en la luz espiritual y en la dignidad humana, nunca puede destruirse. Los Sabios que instituyeron la fiesta de Janucá entendieron agudamente esta verdad. Con sus ojos puestos en la eternidad, los Rabinos de la era del Segundo Templo entendieron que el punto eterno de Janucá no era la victoria en el campo de batalla solamente, sino que el triunfo militar llevó a volver a encender la sagrada luz y la antorcha moral.

Efectivamente, la victoria militar fue un enorme y significativo evento que agradecemos. Pero lo que hace de Janucá una vibrante y conmovedora fiesta después de 2.100 años, en Buenos Aires, Londres, París, Melbourne, Caracas, Casablanca, Johannesburgo, la Muralla China, el Kremlin, y, claro, Jerusalém, es la historia de un poco de aceite que no dejó de lanzar su brillo incluso en la más oscura de las noches y entre el más poderoso de los vientos. Por más de dos milenios, desde el establecimiento de la fiesta de Janucá, las familias judías se reunieron alrededor de sus candelabros, con las caras de sus niños iluminadas con alegría eterna.

Cuando miraban fijamente las llamas danzarinas, podían oír a las parpadeantes velas compartir su historia, una historia con un mensaje penetrante: La llama de la fe judía, la llama de la Torá, la llama de las Mitzvot, la antorcha de la moralidad y la luz de la redención nunca se extinguirán. La Grecia imperial y Roma hace mucho tiempo que han desaparecido. Las civilizaciones que se construyeron con el poder de la fuerza, nunca duraron. Aquéllas que se construyeron cuidando al más débil, nunca se destruyeron. Lo que importa a la larga, no es solamente la fuerza política, la fuerza económica o el ejército, sino que logremos encender la llama del espíritu humano.

Yosef Y. Jacobson

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