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Una bebida a la santidad

Gentileza Jabad Magazine

Hay una costumbre analizada en el Talmud, que dice: «Uno está obligado a beber en Purím al grado de no saber más la diferencia entre `Maldito es Hamán’ y `Bendito es Mordejái'» refiriéndose respectivamente al villano y al héroe de la historia de Purím.
Si la intención del Talmud es literal o no, eso es algo que ya ha sido analizado por las autoridades Talmúdicas, y no es necesario hacerlo aquí. Es la interpretación jasídica subyacente a estas palabras, sin embargo, lo que es de interés.
El jasidismo explora tres aspectos de esta costumbre, que son: «Maldito es Hamán», «Bendito es Mordejái», y el «no saber» la diferencia entre los dos.
Hamán es la personificación misma del mal, y «Maldito es Hamán», entonces, representa la aversión de la persona judía por la maldad y su repudio total a ella. Viceversa, Mordejái es la personificación de la virtud y la santidad, y «Bendito es Mordejái», entonces, caracteriza la atracción y urgencia que el judío siente por el bien y la santidad en este mundo.

A lo largo del año nuestro conocimiento y pensamiento racional nos estimula a abrazar lo bueno y renunciar a la maldad. En Purím se nos desafía con el «requerimiento de beber» a abrazar el bien («Bendito es Mordejái») y rechazar la maldad («Maldito es Hamán»), no simplemente porque nuestro intelecto lo demanda de nosotros, sino más bien porque estamos natural e intrínsecamente armonizados con el bien y repugnados por el mal. En Purím, incluso cuando «perdemos» nuestras percepciones conscientes de bien y mal, el espíritu intuitivo dentro de nosotros se manifiesta y nos lleva a hacer elecciones virtuosas.

Este, entonces, es el significado de beber en Purím «hasta que uno no sepa la diferencia entre `Maldito es Hamán’ y `Bendito es Mordejái'». Debemos estar tan espiritualmente embriagados en Purím hasta revelar el bien interior de nuestra alma que trasciende la lógica y razón; y en ese momento seguimos repudiando todavía la maldad y abrazamos el bien, incluso con más vigor.
En un nivel más profundo todavía, el jasidismo nos provee de otra interpretación novedosa de esta expresión.

Los comentaristas han indicado que la guematriá (equivalencia numérica) de la frase hebrea Arur Hamán («Maldito es Hamán») es 502, exactamente igual al valor numérico de Baruj Mordejái («Bendito es Mordejái»). Nuestra reacción inmediata podría ser la de descartar esto como una mera coincidencia. ¿Cómo podemos siquiera sugerir un paralelo entre estos dos conceptos tan antitéticos, bien y mal?
En el Tania, la obra principal del jasidismo Jabad, su autor, Rabí Shneur Zalman de Liadí, resuelve el dilema que existe respecto de la creación, en cuanto a todas las cosas que no son mencionadas explícitamente en la Torá y que de todos modos han sido creadas por la palabra de Di-s. ¿Cómo, por ejemplo, puede existir una roca, si en ninguna parte afirma la Torá que Di-s dijera: «Haya una roca?» La respuesta es que la roca, y toda otra cosa que existe, deriva su fuerza vital de una de las «Diez Aserciones» originales mencionadas explícitamente en el Génesis. La roca, y todo lo demás, se conecta con las frases explícitas de las Diez Aserciones en virtud de su guematriá, su idéntico valor numérico (Véase Shaar HaIjud VeHaEmuná (Tania 3), de Ed. Kehot Lubavitch Sudamericana).

Así, vemos de este análisis que dos entidades que tienen la misma guematriá se relacionan no solamente de alguna manera tenue, sino que en verdad una es la fuerza de vida de la otra. ¿Cómo, entonces, podemos decir que el bien («Bendito es Mordejái») sea realmente la fuerza vital del concepto diametralmente opuesto de maldad («Maldito es Hamán»)?
Para resolver esta pregunta debemos primero comprender qué se pretende cuando se dice que una cosa sea la fuerza vital de otra.
El jasidismo Jabad explica que el propósito para el cual una cosa es creada, su raison d’etre, es su vida misma, su existencia misma. Así, el jasidismo ha agregado una dimensión enteramente nueva al significado de Vida. Vida, según la sabiduría convencional de la Torá, se refiere a la fuerza espiritual de un objeto o concepto. El jasidismo agrega la definición de esta vida desde el punto de vista del propósito para el que algo existe. Sin el potencial de concretizar el propósito Divino, Di-s nunca hubiera creado el objeto, la persona, etc., de un principio. Consiguientemente, la fuerza vital real de algo no es apenas la dimensión espiritual que la anima, sino el potencial espiritual que yace latente, esperando que se sumen el momento, el lugar y la persona que revelará y concretará ese propósito interior.

La razón de que Di-s permitiera la existencia del mal no es solamente para que nosotros lo hagamos impotente, lo eliminemos, sino para que, finalmente, lo transformemos en bien. Así, a la luz de la definición jasídica, la fuerza vital del mal es, de hecho, el bien. La equivalencia numérica de Baruj Mordejái y Arur Hamán no debe entenderse como siendo conceptualmente similar, sino más bien como potencialmente similar; lo negativo puede cultivarse y transformarse en positivo.
La costumbre, como se expresa a sí misma bebiendo en Purím hasta que uno no sepa la diferencia entre «Maldito es Hamán» y «Bendito es Mordejái» nos desafía a ver las cosas por lo que son, más allá de su valor nominal; a reconocer que si explotamos la fuerza vital de cualquier cosa, incluso del mal, podemos exponer la bondad que éste contiene.

Pero para percibir la esencia del mal como bien potencial, tenemos que lograr un estado que trascienda el razonamiento. Lo Iadá, «no saber», es una expresión que alude a un estado que trasciende la lógica. Cuando nuestra dedicación a los ideales de «Mordejái» se manejan desde un nivel puramente intelectual, es imposible relacionarse con el concepto de «Hamán» y tratar con él. A ello se debe, por supuesto, que la Torá estableciera claras definiciones para distinguir entre lo bueno y lo malo. No hay compromiso entre los dos; el mal debe ser categóricamente esquivado, incluso cuando la intención fuera sublimarlo.
Sólo cuando uno ha alcanzado un nivel de dedicación a Di-s que trasciende los límites y las restricciones del intelecto, se hace posible afectar incluso a «Hamán». Porque en ese nivel, la persona puede desafiar la imposibilidad racional convencional de transformar «Hamán» en «Mordejái». Este es el poder de teshuvá.
El poder de teshuvá (arrepentimiento), declaran nuestros Sabios, puede transformar al pecado en virtud porque teshuvá emana de las profundidades íntimas del alma, intrínsecamente ligada a la esencia de Di-s.

Nosotros tendemos a pensar en Purím y en Iom Kipur como dos festividades contrastantes. Mientras Purím es placentero y festivo, Iom Kipur es solemne y serio. Sin embargo, los pensamientos jasídicos acerca de beber vino en Purím exploran su santidad y espiritualidad en magnitudes similares a las de Iom Kipur (Purím=Ki Purím). Y es al experienciar los festejos de Purím, los mishlóaj manot, el alimento y la bebida y la alegría, que sublimamos estos aspectos de otra manera mundanos de nuestra existencia y traemos a la superficie la santidad latente.

Rabino Heschel Greenberg

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