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Un santuario dentro de un santuario

Extraido de revista kesher. jabad uruguay

Primero, no soy una estudiosa de Torá. Segundo, no soy una estudiosa de Torá. Soy una mujer judía, moderna, esposa, madre y, profesionalmente, abogada. Soy
instintivamente moderada y filosóficamente pragmática. Creo en la igualdad de oportunidades económicas, políticas y sociales para las mujeres como proposición general.
Creo en la privacidad e intento mantenerme consistente en mis opiniones sobre asuntos relacionados con la privacidad. Como mujer, creo que está bien limitar la afiliación a ciertos grupos, como Hadassah o cualquier otra hermandad femenina, exclusivamente a mujeres.

Similarmente, creo en la preservación de la privacidad de las acciones privadas y, por lo tanto, en la separación de los baños. (Me refiero específicamente al “baño” como era usado como señal de advertencia por aquellos que más se oponían a la igualdad de derechos para la mujer en los años 70. El argumento era, por supuesto, no una advertencia sino una distracción del tema, es decir, una táctica usada para distraer la atención de los problemas reales).

Aquellas mujeres como nosotras que creemos en todo lo anterior podemos reconciliar la ostensible contradicción entre la igualdad económica y política por un lado y la discriminación en los baños por otra. La distinción está basada en el simple hecho de que los hombres y las mujeres son distintos. Y aquellas de nosotras que tenemos hijos de ambos sexos sabemos que dichas diferencias están determinadas, en gran parte, mucho antes de la entrada del niño a cualquier circunstancia ambiental en la que el o ella
haya nacido.

Desafortunadamente, tanto a través de nuestra historia secular como judía, hemos visto mujeres que han sido tratadas en forma injusta, inmerecida, ilegal, tonta errespetuosamente. En algunos casos, esos tratos han sido el resultado de un sistema corrupto, tanto en el hogar como fuera de el, o han facilitado dicho maltrato sistemático. Pero “injusto”, “inmerecido” y “tonto” no son definiciones de “distinto”. Algunas mujeres sienten profundamente que la mejitzá es un símbolo de degradación, que su presencia en la sinagoga representa algo injusto, inmerecido, ilegal, tonto y/o irrespetuoso. Yo sostengo que si la mejitzá no hubiera sido un invento antiguo hecho por el hombre, sería un invento moderno hecho por la mujer.

Recuerdo claramente un episodio reciente cuando asistí a los servicios en mi viejo Templo en nueva York, una gran sinagoga liberal. Me encontré con una amiga cuya hija es una joven mujer rubia y hermosa de veinte años. Ella sentía nauseas mientras veía a su hija caminar a través del santuario para sentarse al lado de su padre. “Roxane”, dijo, “no soporto la forma en que esos hombres, ¡incluso casados!, miran a mi hija. Es repulsivo e irrespetuoso.”

No soy Bo Derek, pero es totalmente natural que un hombre mire a cualquier mujer que entra en un lugar, yendo hacia el o alejándose de él. Me gusta el hecho de que la mejitzá ayude a reducir dichas miradas durante el servicio. Aquellos que asisten a los servicios usualmente van a rezar. Quizás estoy siendo muy presumida. Sé que para algunos, la asistencia a la Sinagoga tiene menos que ver con razones religiosas y más con razones sociales o políticas, o ambas. El punto es que cuando voy, estoy intentando enfocarme en la autenticidad del momento, que, para mí, significa rezarle a D-os sin distracciones, o con las menores posibles.

Antes de que me uniera a una Sinagoga ortodoxa, me sentaba al lado de mi esposo y era incapaz de controlar la distracción de tenerlo a mi lado. Tanto si fuera por tomarnos de la mano o susurrar sobre algo, cualquier cosa no relacionada con el propósito de la plegaria, era una distracción muy real. Recientemente recordé algo que aprendí en un curso de culturas del mundo mientras era estudiante. Tenía que ver con el rol que la casa de oración juega en varias religiones.

Recordé que en el Cristianismo, la iglesia es el centro de la comunidad; es donde los cristianos deber ir para hablar con D-os. En cambio, no es la sinagoga, sino el hogar, el centro de la vida judía. Y, eventualmente, uno puede hablar con D-os en cualquier lado. Le propongo al lector de que quizás algunos hemos olvidado que, en la vida judía, no hay un lugar más supremo que el hogar. Dado que la mujer ha sido encargada por la ley judía con la responsabilidad general del cuidado y la paz en el hogar, en mi opinión, esto no lleva lógicamente a la conclusión de que por lo tanto las mujeres son inferiores a los hombres. Y considere además que ser encargadas de tal responsabilidad no lleva necesariamente a la exclusión del otro género.

Pienso que debido a que el hogar no es solo central sino algo supremo en la vida judía, el rol de la mujer en el judaísmo tradicional no es “separada pero igual”. En su lugar, el rol de la mujer es separada e igual. Lo cual nos lleva de nuevo al tema de la mejitzá. ¿Fue inventada para subyugar a la mujer? ¿Para tratarlas como inferiores? ¿Para
aprisionarlas? Personalmente me siento liberada. Para elaborar más voy a basarme en una fuente más subjetiva.

Rabino Joseph Telushkin dice en su libro, Jewish Literacy, “La mejitzá parece… haber sido una respuesta a la naturaleza humana. D-os es abstracto, y es un esfuerzo para la gente enfocarse en una Deidad abstracta mientras reza. Para mí, y pienso que para otros hombres también, es una reacción natural mirar alrededor cuando aparece un grupo de mujeres y contemplar una mujer bonita. De hecho, la gente generalmente se viste bien antes de ir a una Sinagoga en un esfuerzo por verse atractiva. En la “batalla” entre un D-os intangible y un miembro tangible del sexo opuesto, la ley judía asumió que lo tangible es más probable que gane. Por lo tanto, la separación física puede ayudar a producir la concentración espiritual en ambos sexos.”

Tengo que creer en esta idea simplemente porque sé que si no hubiera sido la invención de ciertos hombres algunos siglos atrás, probablemente hubiera sido hoy la invención de ciertas mujeres modernas, autodescriptas como feministas. Pienso que la mejitzá, no considerada en un vacío sino en el contexto, le ofrece a las mujeres un santuariodentro de un santuario.

Extraído de “Bread and Fire. Jewish Women Find God in the Everyday. Edited by Rivkah Slonim.”

Por Roxane Peyser

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