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Un pequeño Bet Mikdash

Extraido de A donde tu vayas

Rápidamente la Rabanit se adaptó a su nuevo apartamento. Ella se sentía dichosa al acariciar con su mirada las piedras del balcón hechas de pura roca de Jerusalén y era como que le susurraban que ésta sería la última parada en sus idas y venidas.

Los días de semana eran días de acción y proyectos. La Rabanit estaba al tanto de todo: desde las clases diarias del Rab a lo largo del país, para los estudiosos de la Torá, para hombres de trabajo, alumnos y todo aquél que estuviera sediento por escuchar la palabra de D’s, hasta de los asuntos de discordia halájica que atormentaban al estado, como lo era el asunto de los vinos. En las fábricas, producían siempre alcohol de uvas o de los restos de la remolacha azucarera, pero, ese año, habían producido, por algún motivo, una cantidad de alcohol de almidón jametz. El asunto produjo un desbarajuste en las bodegas. En la bodega «Carmel Mizraji» revisaron y hallaron que, de hecho, aquel alcohol no entraba dentro de los parámetros permitidos, por lo cual todo el tema del cashrut de los vinos se transformó en un asunto complicado.

Y si en los días de semana cada minuto estaba repleto de contenido espiritual, entonces en los días de shabat eran una fuente imposible de contener y contar cuan colmados estaban de dicha y felicidad. Luego de la cena de la noche de shabat el padre encontraba temas de conversación con sus hijas adolescentes, momento en el cual ellas abrían los libros de tanaj y absorbían una clase de su boca. En un comienzo empezaron a estudiar el libro de Shemuel. Como muchachas que estudiaban en el seminario, calculaban cuántas horas le llevaría a una morá experta preparar una clase como ésta… una descripción maravillosa, una fuerte potencia sentimental, se puede sentir realmente el escenario de los acontecimientos… Y papá… no tenía necesidad en absoluto de preparar… Rashí, Metzudot, midrashim, todo listo tal como una mesa de «melajim», reyes, o más precisamente como una mesa de «malajim», ángeles… Sus hijas no lograban captar jamás cómo era posible que una mente humana pudiera recordar montones y montones y montañas acerca del tanaj, guemará, halajá en todo lo que estas tres palabras incluyen dentro de sí.

Era un momento de satisfacción para la Rabanit. En el lapso de la clase, les pelaba las frutas de estación y les servía dulces y delicias. Luego se sentaba y ponía atención. Con gran fuerza luchaba contra sus párpados para que no se cerraran luego de un atareado día viernes de preparativos… para que no se cerraran y se perdieran la imagen y las voces maravillosas.

En Ierushalaim, la Rabanit tuvo el mérito de que su casa se transformara en un pequeño bet mikdash; no que antes no lo fuera, sino que tuvo el mérito de que el apodo tomara forma en verdad. La vivienda que les había sido otorgada por el gobierno en Rejavia, elegida para ellos por el estado de Israel, estaba junto a la casa del presidente y contigua a la vivienda del jefe de gobierno. El barrio contaba con menos cantidad de jóvenes de ieshivá y estudiosos de la Torá, pero alrededor del Rab se consolidó un gran grupo de hombres trabajadores que lo apreciaban con toda su alma. El sitio que había sido elegido como sinagoga era, ni más ni menos, que la casa del Rab. La Rabanit recibió con alegría y entusiasmo la idea y transformó al apartamento con rapidez en un sitio decididamente adecuado.
Los miembros de la familia se redujeron a dos cuartos de dormir y las dos habitaciones restantes de la casa pasaron a ser el templo y la sala de estudio del Rab.

Por su parte, los libros sagrados tapaban cada rincón vacío de la casa, pues los cuartos para sinagoga no dejaban lugar para nada más. Un arón hakodesh fue rápidamente construido y dos rollos de Torá ingresados en él. Las sillas estaban ordenadas con buen gusto a su alrededor, aguardando el momento de los rezos.

Todos los días la Rabanit se despertaba a las seis de la mañana con el sonar del timbre, tomaba fuerza diligentemente como una joven de veinte años (a pesar de que su edad ya avanzada, ya que había pasado los cincuenta años y daba señales en su salud), para tener el mérito de cumplir el precepto de abrirle la puerta a ese alguien que era de los primeros diez.

Jamás se dio descanso a sí misma. Sus niños habían crecido y podía disfrutar del dulce descanso de las horas de la mañana. Les podía pedir a sus hijas que abrieran la puerta. Pero no, la mitzvá seguía siendo de su exclusividad. Con honra efectuaba el cargo de shamash bet hakeneset. Su vida le había enseñado muy bien hasta cuánto «gadol shimushá ioter milimudá», es más grande el servir a quienes se dedican al estudio de la Torá, que su estudio mismo. El orden de las sillas y los libros de rezos antes y después de la tefilá, una taza de té caliente para quien tenía sospecha de que estuviera engripado luego de que tosiera más de dos o tres veces…

Al terminar los ayunos, preparaba una mesa de reyes repleta de frutas y distintas clases de pasteles, trabajo de sus propias manos, e incluso a los humildes no los dejaba salir de la casa sin que antes se recobraran probando alguna cosa. Hasta algunos de los vecinos, que en un principio se oponían a la sinagoga, se vistieron kipot, sus mujeres se cubrieron la cabeza y participaban ellos mismos de vez en cuando de los rezos.

En shabat, el operativo bet hakeneset era único en su especie, dado que la mesa de comida que se encontraba en el corredor de entrada al templo, junto a la habitación que hacía de sinagoga, se transformaba en shabat en el palco para damas. Con honor y mucha calidez, la Rabanit recibía a quienes asistían a rezar y recién después de que se retiraban tendía rápidamente la mesa. Tampoco shabat por la mañana se daba el lujo de descansar un poco. Por el contrario. Las mujeres que llegaban debían ser recibidas especialmente por ella, dado que muchas de ellas eran mujeres que se estaban fortificando en el cumplimiento de las mitzvot y si el trato hacia ellas no era digno se sentirían avergonzadas y no volverían a venir más… Poco a poco y con delicadeza fue estableciendo y creando una relación con las mujeres de la comunidad. Una señora comenzó a cubrirse la cabeza, otra contrajo matrimonio con un estudioso de la Torá, aquella se hizo más estricta en el cumplimiento de las leyes de la pureza del hogar…

En momentos de sufrimiento y apremio, la Rabanit posibilitaba el contacto con el Rab. Si alguien se había inmiscuido en deudas y si otro se encontraba al borde del quiebre, ella se contactaba con los filántropos que conocía del exterior o le solicitaba al Rab que le diera permiso para ayudarlos con su propio dinero… Su mano estaba extendida incluso para casar a muchachas a las cuales ya les había llegado el momento y buscaba para ellas una pareja digna y les compraba una dote como si fueran sus propias hijas.

Shabat por la mañana. Momento de la tefilá. Era un momento de atraer a muchas almas. Cerca del atardecer llegaban los nietos que vivían próximos. Silenciosamente golpeaban la puerta y bajaban sus voces. La abuela les abría, su dedo sobre sus labios, sin que éste ocultara su sonrisa llena de amor y dicha por su llegada. Entonces, ingresaban silenciosamente al cuarto y la abuela continuaba escuchando la clase del abuelo que se dictaba a la hora de minjá.

Pocos minutos previos a la puesta del sol, concluía la clase. Diligentemente corría cada uno a su casa y la Rabanit y sus hijas se apresuraban en tender la mesa. La comida también se llevaba a cabo con rapidez para que alcanzaran a limpiar la mesa antes de que llegaran nuevamente las personas para el rezo de ‘arbit; pero todo nieto que haya tenido el mérito de estar presente al momento de «la tercer comida», al atardecer del shabat, no olvidará esta experiencia por el resto de su vida. La casa estaba siempre llena de risas y alegría. El sutil pasaje de «comedor» a «palco para damas» era siempre realizado de todo corazón y no, D’s no permita, con tensión. En el momento de la habdalá chispeaban junto a la vela los ojos de los nietos que comprendían, pero tal vez no lo suficiente, qué mérito era el de frecuentar una casa que era un bet hakeneset en el cual dos rollos de Torá se encontraban en el arón hakodesh y también allí se encontrara otro sefer Torá viviente: el abuelo… RAB OVADIA IOSEF

M. Katzir

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