Un Increible Llamado
extraido de Casualidad o Causalidad
Mi testimonio comienza a los 14 años en la ciudad de Montevideo, Uruguay. En ese momento era un alumno de una escuela “judía light”, por decirlo de alguna manera. Yo era muy tímido y, hasta ese momento, nunca había tenido preguntas existenciales y en mi vida todo estaba bien.
Un día empezó a circular la noticia de que estaba por venir a visitar nuestra ciudad un tal “Admur de Kalev”, un Rabino, aparentemente famoso, que viajaba por todo el mundo. Yo no tenía mucho que hacer así que decidí ir a verlo. Tres amigos quisieron acompañarme y lo fuimos a ver, sin saber realmente de qué se trataba.
El Beit Hakneset quedaba cerca de nuestro colegio que, como no tenía una orientación religiosa, no promocionó la visita y tampoco nos incentivaron a que fuéramos a verlo.
Llegamos al lugar, nos hicieron sentar en un cuarto y llenar un formulario con los apellidos de nuestros padres, los teléfonos y otros datos generales.
Luego de unos minutos me hicieron pasar a otro cuarto y vi a dos personas sentadas. Una, claramente, era el Admur: tenía una especie de capa azul, más parecida a la de un mago que a la de un Rav y una barba larga bien blanca. La otra persona que estaba a su lado, era el traductor.
Apenas me senté a su lado me agarró bien fuerte las mejillas y me dijo que era una buena persona. Me miró fijo unos segundos y me dijo: “prométeme que te vas a poner tefilín”. Debo aclarar que, hasta ese día, me los había puesto una sola vez, el día de mi bar mitzvá. No tenía idea que una persona estaba obligada a ponérselos de por vida.
Dado que me estaba mirando fijamente y me tenía inmovilizado, tanto físicamente como espiritualmente, no me dejó otra opción que contestarle: “sí”. Terminó la entrevista y a los pocos minutos me olvidé de todo, como si no hubiese pasado nada. Mi vida siguió como la de cualquier joven judío que se crió en un ambiente y en una familia secular.
A todo esto, un tiempo después, mi hermano, que es un año menor que yo, asistió a un seminario de tres días del Jajám Betech y, cuando volvió, de un día para el otro, cambió gran parte de la cocina, empezó a hablar como si fuera religioso y daba consejos a toda la familia como si fuese un Rav. Cada vez que venía a darme un consejo trataba de esquivarlo porque su cambio me parecía que era algo más impulsivo que verdadero. Todo parecía, como dicen, “un gran lavado de cabeza”.
Un día estábamos en la cocina con mi hermano, y comenzó a hablarme sobre la importancia de ponerse tefilín. No me daba ningún argumento razonable, sólo me decía que era importante ponérselo. Mi respuesta automática fue que era una mitzvá sin sentido.
Cuando ya me estaba cansando, le dije en tono de burla: “Si Hashem quiere que realmente me ponga tefilín, entonces que me mande una señal clara y me los voy a poner”.
Al cabo de unos minutos sonó el teléfono y atendió mi mamá. “Es para ti”, me dijo. Tomé el tubo y una persona me preguntó: “¿Tú hace seis años estuviste en una entrevista con el Admur de Kalev?”. “Sí”, le respondí. “¿Por qué?”. Yo no entendía qué quería de mí luego de tantos años. Entonces, me dijo: “Sólo te llamaba porque el Admur quiere saber si cumpliste tu promesa de ponerte los tefilín”.
Casi me desmayé. Después de tantos años que le había prometido al Admur ponerme los tefilín y, justo en el momento que le estaba diciendo a mi hermano que si Hashem quería que me los pusiera que me mandara una señal, de “casualidad”, recibí esa llamada.
La verdad es que, luego de ese momento tan fuerte que viví, demoré en comenzar a ponérmelos. Pero la situación me había marcado y, luego de un tiempo, me compré unos tefilín que me pongo hasta el día de hoy. Eso me llevó también a empezar a estudiar y hoy estoy en una ieshivá en Israel y Baruj Hashem me casé por jupá como nos ordena la Torá.
Efraim M.
Abraham Leib Berenstein