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D´s, la Creación y el Alma.
La Sabiduría del alma
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Un diálogo entre el Alma y el Intelecto VIII

Extraído y adaptado de «La Sabiduría del alma. Un diálogo entre el Alma y el Intelecto» (Daat Tevunot) Rabí Moshé Jaim Luzzatto

El sentido del mal

 

INTELECTO: La existencia del hombre procede de una sabiduría profunda e insondable. Pues el Creador hizo muchas grandes creaciones, una más grande que la otra. Todas ellas son indispensables, pues no hay nada que se haya creado en vano, pero todas se basan en un mismo cimiento: lo que Dios espera que haga el hombre en su servicio Divino: corregir todas las imperfecciones de la creación y elevarse nivel tras nivel hasta unirse a la santidad de Dios. Con este fin Dios colocó en el universo todos estos agentes que promueven el alejamiento del hombre del Eterno, con todas sus ramificaciones, y también todos los agentes que promueven la unión del hombre con el Eterno, con todas sus ramificaciones. Todos ellos son de una profundidad inimaginable, y todos están destinados a alcanzar la perfección universal.

Y la Voluntad Suprema quiso que el hombre se relacionara con todos ellos, para que todos se adaptaran a los movimientos y las acciones del hombre. Se los podría comparar a un gran mecanismo, una especie de reloj, cuyas ruedas se unen de manera tal que una rueda pequeña mueve muchas ruedas grandes. Así Dios unió a todas Sus creaciones con grandes lazos; y las conectó al hombre, para que, por medio de sus actos, él las mueva, y todas se muevan por su intermedio. Y El ocultó todo detrás de esta cubierta terrenal de piel y carne, para que sólo fuera visible su capa corpórea. Pero en verdad, detrás de esta capa hay cosas muy grandes, mecanismos que creó el Eterno con este fin, junto con las acciones y el servicio Divino del hombre, hacia su ascensión o su descenso, Dios no lo permita, y todos los demás estados. Pero esto sólo puede captarlo el alma y todas sus partes y todas sus raíces, que El incluyó en el cuerpo. Es a eso que se refería el Rey David (Salmos 40:6): «Muchas cosas has hecho, oh Eterno Dios mío. Grandes son Tus obras y Tus pensamientos» y (ídem 139:14): «Yo Te alabaré, porque he sido maravillosamente formado. Prodigiosas son Tus obras, y eso lo sabe muy bien mi alma». Pues el cuerpo no puede concebir todas estas cosas, como el alma; pues sólo son perceptibles mediante la espiritualidad.

Uno de los aspectos de este mecanismo, según explicamos, es el mal en todas sus facetas, y todo lo que resulta necesario para la primera etapa del hombre en este mundo. Y todo esto está al servicio de la revelación de la unidad de Dios, la revelación de la luz a partir de la oscuridad. Y a partir del ocultamiento inicial de la presencia en todas sus ramificaciones, habrá en el final una revelación de la unidad. Ahora bien, debemos comprender que la Voluntad Suprema quiso la manifestación activa de la verdad de Su unidad, y esto, mediante todos los ciclos que El pone en movimiento en Su universo, según lo indica el versículo antes citado (Isaías 43:10): «Para que sepáis y Me creáis y comprendáis que Yo soy El» y (Deuteronomio 32:39): «Ved, pues que la Roca soy Yo». Porque en el comienzo El desea manifestar esto en la realidad, y pone en movimiento todo el ciclo. Pero cuando esto se haya logrado, o sea, cuando se haya manifestado en la realidad, a partir de ese momento habrá unificación y logro, y Sus criaturas alcanzarán la unión con El y la alegría de la perfección de Su unidad, que se habrá revelado entonces. Todos ellos se regocijarán en el esplendor de Su presencia, y por medio de esa perfección alcanzarán estados más profundos que el primero, sin fin, por toda la eternidad.

Vemos, entonces, que hay dos variantes de acción con respecto al Eterno. La primera es aquello que El hará después que Su unidad se revele y sea comprobada por todos los mortales. Esto incluye la generalidad del castigo y la recompensa, cuya esencia y detalles no pueden ser captados ahora por el cuerpo. Sin embargo, lo que se sabe con certeza es que el carácter general de esta recompensa puede describirse como «regocijarse en el esplendor de la santidad del Eterno», según afirmaron nuestros Sabios (Berajot 17a): «Los justos están sentados, con coronas en la cabeza, y se regocijan en el esplendor de la Presencia Divina». E, incuestionablemente, habrá muchas variedades diferentes de placer: a fortiori de lo que vemos en este mundo, que es como una sombra pasajera y sin embargo tiene muchas variedades diferentes de placer, que el Creador concedió para que el ser humano gozara, si bien en su generalidad son placeres únicamente de los sentidos. Cuánto más será así en el mundo que es todo bien, si bien allí sólo gozarán de un solo tipo de placer: el bien espiritual de la comprensión y la unión con Dios. No obstante, las facetas del bien serán muy variadas. Esto fue lo que te dije de la providencia del Eterno: que se originó sólo con el fin de engendrar los estados de santidad espiritual.

La segunda variedad es lo que hace el Eterno mientras se revela esta verdad, y el proceso de revelación no se ha completado aún, es decir, desde el comienzo de la creación hasta la redención final – ¡que sea pronto, en nuestros días! – tiempo acerca del cual se ha dicho (Zacarías 14:9): «Y será el Eterno Rey sobre toda la tierra. En aquel día el Eterno será Uno y Su Nombre Uno».

Más todos estos mecanismos que mencionamos antes se relacionan con la segunda variedad, la revelación de la unidad de Dios, y esto por medio del ocultamiento de la presencia que antecede a la revelación. Y dentro de estos mecanismos se encuentra la idea de mal que hemos mencionado. Así, mientras que el mal en sí mismo no es más que defecto, pérdida y destrucción, aún así, en conjunción con los otros mecanismos, por el contrario, es la fuente del bien del hombre. Porque a él se relacionan todos los méritos y posibilidades del servicio Divino. Y esto se debe a su destino de ser conquistado, y no de conquistar. Es decir que existe únicamente para que el hombre lo domine, igual que la piedra de la parábola que mencionamos antes.

El mal, entonces, fue creado para ser destruido, y se lo puede considerar de dos maneras: en virtud de su existencia o en virtud de su erradicación, es decir, en términos de su comienzo o de su final. En términos de su comienzo, es ciertamente un mal; mas en términos de su fin es únicamente para bien. Porque al mismo tiempo que aún es poderoso, actúa como precursor del bien. Porque ésa es la oscuridad a través de la cual se reconocerá la luz de la Perfección Suprema cuando se revele en el futuro. Además, esta es la elucidación de la verdad de Su unidad en toda su vividez. Y, a partir de este aspecto, cuanto más oscura sea, más grande será la revelación de la verdad de Su unidad cuando El destruya este mal. Y, por otra parte, este mal le rinde beneficios a quien se somete a la prueba, igual que en la parábola de los Sabios, de la ramera y el príncipe (Berajot 32a). Y, además, le da al hombre la oportunidad de un servicio y una acción verdaderos, pues, al perfeccionar la creación con sus propias manos, el hombre elimina del mundo las imperfecciones y se convierte en socio de Dios, por así decirlo, en la formación del mundo.

 

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