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D´s, la Creación y el Alma.
La Sabiduría del alma
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Un diálogo entre el Alma y el Intelecto VI

Extraído y adaptado de «La Sabiduría del alma. Un diálogo entre el Alma y el Intelecto» (Daat Tevunot) Rabí Moshé Jaim Luzzatto

¿Cómo conduce D-s al mundo?

 

..»Sin embargo, como la intención esencial es la revelación de la unidad, y no su ocultamiento, tal como dijimos anteriormente, donde el ocultamiento es únicamente el medio de llegar a la revelación final, si bien El ocultó Su presencia a fin de dar origen a este orden de bien y de mal, de cualquier modo El emitió una proyección, por medio de la cualidad de Su bien y dentro del marco de Su soberanía, para conformar la resolución de todo este orden dentro de la Perfección Universal. Esto resulta evidente, porque ya explicamos que Dios pondrá fin a esta oscuridad de bien y mal que dura seis mil años, y que El ya decretó el fin de este orden desde el mismo comienzo, para que Su unidad permanezca revelada y su bien permanezca inamovible por toda la eternidad. Por eso, cada día que pasa el mundo se encuentra más cerca de su perfección. Además, Dios, en la profundidad de Su designio, crea contingencias y continuamente manipula los acontecimientos para llevar al mundo a esta perfección, tal como dice la Biblia (Salmos 40:6): «Muchas cosas has hecho, oh Eterno, Dios mío. Grandes son Tus obras y Tus pensamientos sobre nosotros», (Isaías 25:1): «Tus consejos desde antaño son fieles y verdaderos», (II Samuel 14:14): «Dios trata de no apartar de El al pecador». Porque ciertamente no es la intención de Dios mantenerse tanto tiempo en el orden de bien y mal y luego, de repente, abandonarlo para iniciar el orden de soberanía y unidad, como un hombre que se arrepiente de sus actos. Pero es a partir de la profundidad del designio de Dios de manipular los acontecimientos desde tan profunda sabiduría que se podrá alcanzar dicho fin – la revelación de la unidad de Dios- al abandonar el bien y el mal mismos. Pero ya hablaremos de esto más adelante, con la ayuda de Dios.

Vemos, entonces, que el Creador emplea constantemente estos dos órdenes, que El estableció cuando fundó los cimientos de la tierra. El primero, que es el orden de castigo y recompensa, consiste de un estado equilibrado de bien y mal, que tienden, respectivamente, al mérito y a la culpabilidad. Este orden se denomina «el orden de la justicia», porque mediante él Dios preside el juicio de todos los hombres de acuerdo con sus actos, ya sean buenos o malos. Y de este juicio surge Su bien de acuerdo con Su perfección y Su reino, por medio de los cuales El resuelve perfeccionar todas Sus creaciones. De acuerdo con el orden de castigo y recompensa, Dios hace que Sus actos dependan, por así decirlo, de los de los hombres, y si éstos son buenos, El les dará un bien en recompensa, y si son malos El Se verá forzado – por usar una expresión – a castigarlos. Este es el significado del versículo (Salmos 68:35): «Denle fuerza a Dios» y (Deuteronomio 32:18): «Has debilitado la Roca de tu nacimiento», y según la explicación de los Sabios (Eijá Rabá 1:33): «Cuando Israel cumple con la voluntad de Dios, le da más fuerza al poder Celestial, y cuando no cumple con la voluntad de Dios, debilita el poder celestial», Dios no lo permita. Pero con respecto al orden de Su reino y soberanía, la Biblia afirma (Zacarías 3:9): «Quitaré la iniquidad de esa tierra en un día» y (Jeremías 50:20): «En aquellos días será buscada la iniquidad de Israel, y no habrá ninguna; la transgresión de Judá, y no será hallada». En el orden de bien y mal, «los juicios del Eterno son verdaderos», para recompensar al hombre de acuerdo con Sus caminos, medida por medida. El Eterno tiene muchos medios de pagarle al hombre según sus actos, y «el proceder del hombre regresará a él», ya sea para bien o para mal. Pero en el consejo de Su bien, de acuerdo con Su perfección, el fin común de ambos – bien y mal – es regresar al bien perfecto, la perfección esencial y universal. Es en este sentido que dice la Biblia (Malaquías 3:6): «Yo soy el Eterno, y no he cambiado». Y en el Midrash de Rabí Shimon bar Iojai está escrito (Zohar, Ki Tetzé‚ 281): «No he cambiado en ningún lugar». Sin embargo, es el orden de castigo y recompensa el que se revela y se hace manifiesto constantemente, el proceso por el cual todo se resuelve en un bien extraordinariamente profundo y no destinado a hacerse evidente hasta el final, mas el proceso está continuamente en movimiento y no cesa.

Es evidente que el Creador circunscribió Su perfección, por así decirlo, cuando creó a Sus criaturas, haciéndolas imperfectas e incompletas, y asignándoles un tipo de orden y una manera de providencia que no es más que la oscuridad del ocultamiento de Dios, de donde surge el equilibrio de bien y mal, que permite la existencia de las transgresiones y sus faltas, para el castigo y el defecto. Sin embargo, a pesar de esto, Dios, en Su bondad, proyectó para Sus criaturas una perfección esencial, completa y universal a la cual el mundo se acerca todos los días, y hacia la cual El acerca a los concomitantes del bien y del mal, para resultar en una perfección completa, en la unidad de la soberanía del Eterno.

 

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