Un análisis de la conducta humana
Extraído de Obra Ética y filosófica de Maimonides. Editorial Obelisco
1. Existen enfermos cuyas patologías les hacen gustar lo amargo, dulce, y lo dulce, amargo. Así también existen enfermos que desean y les apetecen alimentos que no son aptos para el consumo humano, por ejemplo, el polvo o el carbón, mientras rechazan los alimentos normales, por ejemplo, el pan y la carne. Estos síntomas dependen de la gravedad de su enfermedad. Así los seres humanos cuyas almas están enfermas desean y se inclinan por conductas negativas, rechazan el buen comportamiento y son perezosos para realizarlo, siendo difícil para ellos comportarse correctamente, todo según la gravedad de su enfermedad.
Así Isaías declara sobre personas semejantes: «Pobres de los que denominan a lo malo bueno y a lo bueno, malo, ponen oscuridad a la luz y luz a la oscuridad, consideran que lo amargo es dulce y que lo dulce es amargo» (Isaías 5:20). Sobre ellos se ha dicho: «Son personas que abandonan las conductas correctas para deambular entre penumbras» (Proverbios 2:13). Cabe entonces preguntarse sobre la terapia para tales enfermos del alma, siendo el método ir a consultar a los sabios, quienes son los médicos del espíritu, y éstos les curarán a través de las conductas positivas que les han de enseñar hasta acostumbrarlos al comportamiento óptimo. En cambio, aquellos que se percatan de sus conductas erradas y no se presentan delante de los sabios para su curación, sobre ellos declaró Salomón: «La sabiduría y la ética son despreciadas por los impíos» (Proverbios 1:7).
2.¿Cómo es su curación? A aquella persona, por ejemplo, que es irascible, se le aconseja que se acostumbre en el caso de ser golpeado u ofendido a que no preste atención en absoluto; a que así reaccione por un tiempo largo hasta que elimine la característica de la ira de su personalidad. Si era una persona orgullosa, debe comportarse con escasa estima propia y, por ejemplo, colocarse siempre detrás de los demás, vestirse con harapos vergonzosos y semejantes, hasta que se elimine el orgullo de su personalidad y pueda comportarse con equilibrio, con conductas óptimas, siendo que al alcanzar esta categoría debe mantenerla toda la vida. Según este método, debe aplicar todas sus cualidades: si estaba lejos en algún extremo, debe intentar modificar sus conductas hasta el extremo opuesto y actuar así un tiempo largo hasta reestructurarse con cualidades óptimas, siendo esto el punto de equilibrio entre conducta y conducta.
3. No obstante, hay conductas personales que el ser humano no debe practicar de manera equilibrada, sino que debe alejarse de uno de sus extremos hasta el opuesto, como por ejemplo el orgullo. No es una conducta óptima que el hombre sea únicamente humilde, sino que además debe mantener su autoestima sin desarrollo. Esto es lo que estudiamos sobre Moisés, nuestro maestro: «Era muy humilde…» (Deuteronomio 8:14).
La Torá no expresó que solamente era «humilde» [sino que enfatizó que era «muy humilde» N. del T.]. Por lo tanto, los sabios han mandado: «Compórtate con mucha humildad» (Avot 4:4). Han dicho además: «Todo el que se comporta de forma orgullosa reniega de la creencia en El Eterno, así como se declara: «Si has de enorgullecerte, te olvidarás de El Eterno, tu Dios» (Deuteronomio 8:14)» (Tratado de Sotá 4b). Los sabios han añadido a lo anterior: «Aquella persona que sea orgullosa está en cierta medida separada de la
comunidad» (ibíd. 5a).
Lo anterior se aplica también a la ira, siendo una cualidad extremadamente negativa, por lo tanto es apropiado que la persona se aleje de ella de forma extremista, tratando de acostumbrase a no enojarse, e incluso sobre algo que correspondería disgustarse. Ahora bien, si la persona quiere aplicar disciplina y temor entre los miembros de su casa, o causar respeto y temor delante de la gente, si es un líder por ejemplo, y necesita disgustarse para traerlos a un buen comportamiento, debe mostrarse airado para reprocharlos, aunque interiormente debe estar tranquilo consigo mismo, como alguien que se muestra airado en momentos de ira, aunque no lo está realmente. Lo sabios de antaño han declarado: «Todo el que se enoja es como si practicara la idolatría» (Zohar, Bereshit 2:16).
Del mismo modo se ha afirmado que todo el que se enoja, si es un sabio, su sabiduría se pierde; si es un profeta, su profecía desaparece, siendo que la vida de los irascibles no es vida (cf. Tratado de Pesajim 113b). Por lo tanto, encomendaron que nos alejásemos de la ira hasta que no nos importasen incluso los actos ofensivos y en ese caso, esa es la conducta óptima. El comportamiento de los justos se define del siguiente modo: son ofendidos y no ofenden, escuchan a los que los agravian y no reaccionan, actúan por amor y están alegres incluso con sus sufrimientos, y sobre ellos la Torá declaró: «Aquellos que te aman son como el Sol en su cenit… » (Jueces 5:31).
4.Es recomendable que la persona busque el silencio y no hable, a no ser de temas referentes a la sabiduría o de asuntos que atienen a las necesidades vitales. Se cuenta sobre Rav, discípulo de Rabí Iehudá Hanasí, que jamás en toda su vida habló sobre temas banales, siendo que esto es la costumbre de la mayoría de las personas. Incluso sobre las necesidades físicas es conveniente no conversar demasiado y sobre esto encomendaron los sabios y dijeron: «Todo aquel que habla más de lo necesario suele caer en pecados» (Avot 1:17). Además: «No he encontrado nada mejor para el cuerpo que el silencio» (ibíd.).
Del mismo modo tanto en los temas referentes a la Torá como en los relativos a la sabiduría, es apropiado tratar de ser breve sin afectar el contenido, y así lo ordenaron los sabios declarando: «El maestro debe educar a su discípulo siempre a través de un método breve» (Tratado Pesajim 3b). En cambio si la conversación se vuelve abundante y el contenido pobre, simplemente es bobería, sobre lo cual se declaró: «Un sueño suele presentarse abarcando todo el tema, en cambio la voz del tonto abunda en palabras» (Eclesiastés 5:2).
5. El silencio se considera el resguardo de la sabiduría, por lo tanto la persona no debe apresurarse en responder ni hablar en demasía; el maestro debe educar a sus discípulos con tranquilidad y afabilidad, sin gritos ni extensos discursos. Esto es lo que dijo Salomón: «Las palabras afables de los sabios son escuchadas» (Eclesiastés 9:17).
6. El ser humano no debe comportarse con lisonjería ni hipocresía, sino que su pensamiento debe reflejarse en su lenguaje, siendo que lo que piensa es lo que declara. Está absolutamente prohibido engañar al prójimo, e incluso si éste se trata de un gentil. ¿A qué nos referimos? No se puede vender al gentil carne de carroña diciéndole que se trata de un animal sacrificado por el matarife, ni tampoco vender cuero de carroña por cuero de animal sacrificado por el matarife. (El cuero de carroña es de menor calidad y además, si el animal murió por el veneno de una serpiente, éste pudo haber sido absorbido por el cuero siendo este último peligroso. N. del T.).
Tampoco es ético que invite a un amigo a comer en su casa, sabiendo que éste no suele comer lo mismo que él; además no es apropiado ofrecer de forma insistente algún aperitivo si sabe que no será aceptado; es ruin además abrir barriles de vino, que necesitaba abrir para vender, diciéndole al invitado que los abrió en su honor, etc. La prohibición abarca inclusive una sola palabra de lisonja e hipocresía, y, por el contrario, el lenguaje debe ser verídico, las intenciones correctas y el pensamiento puro de todo engaño.
7. El hombre no debe comportarse con frivolidad ni desenfreno, ni debe caer en la tristeza ni en la melancolía, sino que debe ser alegre. Así lo declararon los sabios: «El desenfreno y la frivolidad traen consigo que la persona tienda a la prostitución» (Avot 3:13). Por lo tanto, encomendaron que la persona no sea desenfrenada ni tampoco caiga en la tristeza y la melancolía, sino que debe recibir a todo hombre con un semblante afable. Del mismo modo recomendaron no comportarse con codicia, preocupado por obtener dinero, que tampoco es prudente llegar a la negligencia y al abandono del trabajo, sino que debemos practicar la generosidad, reducir la vida de negocios y ocuparnos de los estudios de la Torá; y con aquello poco que tenga debe sentirse alegre.
Tampoco es recomendable ser una persona irritable, o envidiosa, o voluptuosa ni correr en pos del honor pues, tal como enseñaron los sabios la envidia, el placer y el honor sacan a la persona del mundo. La regla fundamental es: las conductas intermedias son el ejemplo a seguir en cada cualidad, teniendo como objetivo que todas las conductas se encaucen en el equilibrio, y así declaró Salomón: «Sopesa los pasos de tus pies y todas tus conductas prepara» (Proverbios 4:27).
Maimonides
Excelente! Gracias