Tzav
Primer comentario (Rab Daniel Oppenheimer, www.ajdut.com.ar)
Ud. escucha la palabra «sacrificio» y Ud. ya lo relaciona al clásico suspiro que acompaña esta idea cuando proviene de personas que literalmente «se matan» para lograr sus objetivos, los de su familia o, siquiera, sobrevivir y llegar a fin de mes. (Ud., pues, cambia disimuladamente el tema porque no vino a escuchar llantos ni problemas ajenos, ya que tiene suficiente con los propios). Es que la palabra sacrificio está realmente relacionada con la abnegación y la privación de elementos en pos de llegar a lograr distintas cosas. Uno puede hablar de «sacrificar» un peón (que se supone que es menos valioso), al jugar al ajedrez, en pos de salvar a la reina (que se supone, vale más).
Nuestro problema es que nuestro idioma no posee un vocablo adecuado a lo que en nuestra lectura semanal se denomina como «Korbán», muy posiblemente porque nuestra cultura, ni la de la mayoría de los idiomas, contiene esa idea. Por lo tanto, en las traducciones de la Torá, Ud. encontrará que se habla de un «sacrificio» o de una «ofrenda» cuando se trata de explicar el hecho que una persona se acerque al Santuario con un animal para hacer un Korbán.
La razón de esta diferencia es que los pueblos antiguos, y no tan antiguos, temían a sus dioses (dadas las características, rasgos y debilidades humanos con los cuales los habían inventado, p.ej. envidia, rencor, violencia, sed de venganza, etc.), que ellos mismos sentían miedo por lo que sus propios dioses les podían hacer a ellos. De allí, la necesidad de sacrificarles y regalarles cosas, de demostrarles pobreza, sufrimiento para apaciguarles y calmarles la posible ira. Sin embargo, no creamos que el origen de nuestros Korbanot fuese pagano. Ya antes que hubiese nacido la idea de la idolatría en el mundo, Kayín y Hevel trajeron para D»s cada cual de lo que habían logrado en su trabajo. Noaj, a su vez, elevó de los animales que llevó en el arca al salir de ella.
Dado que ya casi 2.000 años no tenemos la oportunidad de cumplir con dichos preceptos, nos parecen un tanto raros (al margen, que lo más cercano que llegamos a estar los ciudadanos urbanos a una vaca, es el bife que tenemos en el plato). No obstante, esperamos que un día no tan lejano, y así también lo expresamos en el Seder de Pesaj, poseamos nuevamente un Bet HaMikdash y podamos cumplir con nuestras obligaciones de acuerdo a como está expresado en la Torá.
Lo que sí significa la palabra Korbán es «acercamiento» en relación al ser humano con respecto a D»s (proveniente de la palabra hebrea «karov»). No miedo, ni idea de calmar iras, sino la búsqueda eterna de sentirse cercano a él, pues, como lo expresa el rey David en los Salmos, «la cercanía hacia D»s es buena para mi». Dado que el mundo terrenal brinda tantas oportunidades de aparentar como si la vida «sin D»s» fuese posible, y dado que las necesidades físicas de la personas ocupan su mente día a día, de sol a sol, el Korbán le permite volver a D»s en una de distintas maneras. (Existen distintas categorías de Korbán). Uno de los alejamientos más pronunciados de D»s es cuando el ser humano transgrede Su palabra y, en ese caso también, la Torá le receta un Korbán de acuerdo a la falta. Para aquel que pecó, el vínculo con D»s se ha deteriorado y el Korbán lo vuelve e rehabilitar y a estrechar. Lo que se destruyó ya quedó atrás y, más que destrucción, el Korbán es una nueva apuesta a la vida.
Hoy en día, a falta de los Korbanot, nuestros labios cumplen la función de suplir provisoriamente esa necesidad cuando rezamos, y también nos sentimos cercanos a D»s dialogando con él. (Esto no significa que no hubiesen rezos en la época del Bet HaMikdash, sólo que hoy los rezos incluyen ese objetivo).
Antes de seguir, quiero aclarar que, si no me equivoco, las iniciativas de algunos judíos de criar niños Kohanim (de familias sacerdotales) en Israel para que cumplan con sus funciones en caso de aparecer una «vaca roja» necesaria para la purificación de los judíos, no cuenta con aval rabínico. La publicidad del tema en todos los medios, sin duda que no aporta a la comprensión de las leyes del judaísmo para quienes están algo alejados y sólo ayuda a los prejuicios que previenen el retorno de muchos judíos a sus fuentes y a la forma de vida judía tradicional.
Ya en Egipto, antes de sus salida D»s le exigió a los judíos que prepararan el Korbán Pesaj (así llamado «sacrificio pascal») y lo comieran en familia. Este Korbán se siguió haciendo mientras los judíos habitaron en Israel. Algunos de los detalles, pueden instruirnos respecto al mensaje que D»s le hizo llegar al pueblo en un momento tan histórico.
El versículo reza: «…y tomarán cada hombre un cordero… para su casa. Y si fuesen pocos en la casa para consumir un cordero, entonces tomará con el vecino de acuerdo a la cuenta de las almas…» Nos aclara el R.Sh.R. Hirsch s.z.l., que a diferencia de la sociedad en general que ve en cada individuo que lo rodea un ser que «le sirve» de algo: es albañil, zapatero, sastre, jardinero, médico u otra profesión que no puedo desarrollar solo y que por lo tanto necesito de él, la Torá crea una sociedad que debe ver en sus semejante el objeto de mi generosidad y encontrar todos los recursos que a mi me sobran para poder proveérseles a al otro. Es eso lo que significan las palabras que «fuesen pocos en la casa para consumir un cordero…» Dado que el cordero excede la necesidad de la casa, debo buscar a aquel a quien le falta. En Egipto se pensaba exactamente lo opuesto. La prueba de esto está en que cuando llegaron los hermanos de Iosef a Egipto, el Faraón sólo les preguntó… a qué se dedicaban (como profesión) y la profesión era la persona.
Las características del animal elegido para este Korbán, también tienen sus enseñanzas simbolizando al propio pueblo de Israel. «Cordero perfecto, macho, de hasta un año de edad…» El cordero es parte del rebaño (en nuestro caso, de D»s). La perfección en la devoción, el vigor del macho y la eterna juventud del mensaje que debe portar Israel, están ya presentes desde aquel primer momento. Este es uno de los principales mensajes de Pesaj.
Daniel Oppenheimer
* * * * *
El ladrón que no deseaba jurar en falso En tiempos del Talmud, hasta los ladrones eran diferentes. Muchos de ellos pensaban en innumerables ardides para evitar violar la prohibicion de jurar en falso, pues es un precepto que figura entre los Diez Mandamientos. El Talmud cuenta la siguiente historia:
Cierta vez un hombre deposito 100 dinares en lo de Ben Temalion, un hombre de cuestionable honestidad. Cuando el depositante vino por su dinero, Ben Temalion dijo que se lo habia regresado. Entonces aquel exigio un juramento de su parte.
El inescrupuloso individuo consiguio un pesado baston, perforo en su interior una cavidad y puso el dinero adentro. Cuando llego a la corte y fue llamado a hacer su juramento, Ben Temalion pidio a su adversario que le sostuviera por un instante el baston. Luego hizo el juramento: «Juro por D-s -dijo piadosamente- que he devuelto su dinero a este hombre».
Al escuchar este juramento, el depositante se puso tan furioso que golpeo fuertemente el suelo con el baston partiendolo en dos. Las monedas entonces cayeron y se desparramaron por todo el piso.
«Levantalas», dijo desafiantemente el ladron, «son tuyas. Te las he devuelto».