Sucot
El tiempo judío, como el universo y la mente, no es uniforme hay zonas más intensas, la Tefilá, el Shabat y los Jaguim, que le otorgan dirección, forma y objetivo. Estos espacios en el tiempo des-cubren las «puertas» que nos permiten expandirnos a otra dimensión desde donde es posible vislumbrar la Armonía Universal.
El ciclo anual del pueblo de Israel finaliza con la delimitación de un espacio, la Sucá, una especie de cabaña. En la Sucá tomamos cuatro especies vegetales: Etrog -cidra, Lulav -rama de palma, Adas -mirto y Arabá -sauce llorón formando un ramo que movemos en todas las direcciones espaciales. De acuerdo a la Kabalá cada una de éstas cuatro especies representan un potencial humano: voluntad, pensamiento, emoción y acción.
Los movimientos del Lulav representan a los desafíos que debe enfrentar la Neshamá en su itinerario espiritual.
El Zóhar nos enseña que hay un «Manantial Septenario» (Beer Sheva) que genera todos los ciclos temporales y las dimensiones espaciales: la sefirá Biná. Biná es el ámbito generador de las siete sefirót comprendidas entre Jésed y Maljút. Allí surge la Neshamá, el potencial cognitivo humano, la percepción temporal-espacial que posteriormente se manifestará a través de los siete orificios de la cabeza -dos ojos, dos oídos, dos narinas y la boca-, los siete días de la Creación y las siete direcciones espaciales -arriba, abajo, derecha, izquierda, adelante, atrás y centro (los movimientos del Lulav en Sucót). Así mismo Iaacóv, destinado a transformarse en Israel, indica el potencial de la Neshamá para alcanzar la armonía universal. Iaacóv sale de Beer Sheva, el «Manantial Septenario». La Neshamá sale del estado de Ein Sof (Infinito) hacia un estado donde le es necesario revelar todo su potencial para retornar con plena conciencia a su Esencia luego de armonizar el conocer con el Ser.
Otra forma de percibir la realidad
El espacio, el tiempo y la materia fueron considerados durante muchísimo tiempo valores absolutos independientes sin relación ni influencia entre sí. Después de la teoría de la relatividad la humanidad se confronta a parámetros de medición del tiempo y del espacio que hacen tambalear valores que parecían absolutos. De repente el hombre comprende que puede haber otra lógica, otra forma de percibir la realidad. Surge una nueva dimensión: el espacio-tiempo. Un fluir en el cual los parámetros son relativos al lugar y al tiempo desde donde se realiza la observación. También la conformación del universo en su proceso de expansión a través del espacio será relativa a la cantidad de materia presente en él. Cuanto más materia exista en determinado lugar del Universo, más se curvará, se encogerá o estirará y el tiempo se hará más lento.
La física moderna des-cubre que para entender la estructura del universo el sentido común no alcanza.
El universo y la mente
Einstein concibió un Universo flexible con parámetros y variables que ni la computadora más sofisticada podría reproducir. Un universo que funciona como la mente humana: se expande tras los pensamientos y la sabiduría adquiridos; ideas y vivencias conquistan el espacio mental vacío conformando nuestra conciencia. Conceptos que parecen nuevos, en realidad son eternos ya que el hombre no inventa los principios del universo ni los de la mente, sólo los des-cubre. Estos principios son estudiados por los sabios de la Kabalá en textos antiguos desde los tiempos más remotos:
«Y cuando surgió en Su Voluntad Simple crear los mundos y emanar las emanaciones…contrajo el espacio infinito en un punto central y encogió la Luz….Y quedó espacio vacío… y el espacio era circular…Y la Luz y el espacio adquirieron forma similar…Desde el espacio infinito se expande Luz hacia espacio vacío…para dar realidad a las emanaciones, a las creaciones, a las formaciones y a las acciones…
(Etz Jaím siglo XVI y basado en el Zóhar siglo III recogiendo tradiciones judías de textos como el Bahir, el Sefer Ietzirá, Raziel haMaláj de antigüedad insondable)
Más allá de las influencias astrales
La Torá transmite a través de su sistema una disciplina que nos activa concientemente para sobreponernos a las influencias temporales. La Tefilá -meditación objetiva-, la posibilidad de superar la influencia astral del planeta que rige cada día. El Shabat –proyección al estado pre-Creación, el potencial de superar la influencia astral del sistema planetario. Rosh Jodesh -comienzo del mes- la superación de la influencia astral lunar. Rosh haShaná -principio de año- la superación de la influencia astral solar.
De la multiplicidad a la unidad
Cuando la Torá relata la creación del Sol y la Luna establece tres unidades básicas de tiempo para toda la humanidad. El día, el mes y el año se deducen de la observación sensorial a partir de los ciclos solares y lunares, la semana, en cambio, y por ende Shabat es un concepto que la Torá no toma de la naturaleza sino que replica en el tiempo la percepción sensorial humana, dos ojos, dos oídos, dos narinas y la boca; siete días y siete orificios situados en la cabeza. El desafío espiritual que nos propone la Torá involucra todo el potencial humano: voluntad, pensamiento, emoción y acción, dándonos así la posibilidad de elevar nuestra percepción sensorial y temporal septenaria a una dimensión unitiva: el ámbito espiritual.
Movimiento cósmico y movimiento espiritual
El movimiento en pos de un objetivo, sea en el plano material sensorial y/o en el inteligible, la mente y el alma, generan tiempo, pero el objetivo final de todo movimiento y por ende del proceso temporal es alcanzar nuestro lugar donde todos los tiempos se armonizan: la Sucá , vocablo hebreo que sugiere la plenitud que nos envuelve cuando creamos el espacio adecuado.
El universo que nos describe la Kabalá no es sólo el sensorial, la Kabalá nos describe el universo inteligible, el mental y el espiritual. Los movimientos del cosmos son análogos a los movimientos de la voluntad, los pensamientos, las emociones y los actos humanos. Sobre tres pilares el mundo se sustenta nos enseña nuestra tradición: Torá: el estudio de los principios del mundo sensible e inteligible, Avodá: la reflexión y meditación para que el hombre alcance a través de las vivencias espirituales concientes- Mitzvót, la Realidad Infinita, y Gmilút Jasadím: los actos de bien que conducen al altruismo unificando así toda la realidad en su origen. Los Profetas y Sabios de Israel desde tiempos inmemoriales percibieron este modelo de la Creación. Mientras que la ciencia nos describe la realidad sensorial, la Torá nos dirige a un objetivo: comprometernos a ser parte activa del proceso cósmico a través de actos de bien que unifican al hombre con su prójimo y con su máxima identidad donde todos somos Uno: HaKadósh Barúj Hú.