Sucesos de la época
El episodio de Zuta
Durante la época en que el Rambam vivió escondido, tuvieron lugar en Egipto una serie de acontecimientos importantes que incidieron en la vida del país en general y en la de los judíos en particular.
A la fecha de la llegada del sabio al país, todos los asuntos comunitarios estaban sometidos a la autoridad de un único dirigente judío.
Ese dirigente, al que se honraba con el título de Naguid, era un funcionario estatal que se ocupaba de todos los problemas económicos y espirituales de sus hermanos en Egipto. Tenía derecho a nombrar rabinos y dayanim y a designar a las personas que se desempeñarían en cargos religiosos. Además era el encargado de cobrar y entregar los impuestos que pagaban los hebreos al gobierno. También intervenía en los asuntos de la secta caraíta de Egipto, aunque ésta tenía sus propios canales de comunicación con y dentro de la corte y su influencia era notable dentro de la colectividad judía.
En virtud de su cargo, el Naguid debía concurrir con frecuencia al palacio, gozaba de muchos honores y disfrutaba de una gran fortuna personal. Los caraítas, envidiosos, ansiaban que el puesto fuera de uno de los suyos, pero no lo consiguieron.
Por entonces el Naguid era Rabí Shemuel ben Jananiá, a quien se conocía popularmente por “Abu Mantzur”. Ha pasado a la historia con el nombre de Shemuel haNaguid.
Rabí Shemuel era una personalidad descollante, tanto por su conocimiento de los Textos Sagrados como por su inteligencia. Era un hombre íntegro y temeroso del Señor, en quien se reunían la Torá y la Grandeza.
Rabí Shemuel no se reservaba egoístamente sus bienes sino que se esforzaba sinceramente por ayudar a sus hermanos en todo lo que podía. Era padre de dos hijos que, como él, se habían hecho famosos por su justicia, por su Torá y por la generosidad de sus corazones. Gracias a sus excelentes cualidades morales, Rabí Shemuel gozaba del respeto y del cariño de la judeidad egipcia.
Los caraítas no eran los únicos que deseaban ocupar su lugar. Vivía en El Cairo un canalla sin conciencia, que anhelaba poderes y honores, llamado Zuta. Era un empleado de aduana que había ido escalando posiciones hasta acercarse a la corte del sultán. Mientras el Rambam se desempeñaba como ministro, Zuta no se había atrevido a revelar sus intenciones porque sabía demasiado bien que aquél, que conocía su ignorancia, no le hubiera dejado nunca alcanzar un cargo tan importante como el que pretendía. Pero ahora, desaparecido el Rambam del horizonte, Zuta consideró que había llegado el momento de poner en práctica sus planes.
Se presentó ante el sultán para calumniar a Rabí Shemuel ben Jananiá, diciendo que no se desempeñaba correctamente en su ministerio. “Reveló” que el Naguid no hacía llegar a la caja real todo el dinero de los impuestos que recogía de los judíos. En cambio, aseguró que si él, Zuta, fuera elegido para ocupar el cargo, lograría enriquecer el tesoro nacional con sumas importantísimas. Además de todas sus difamaciones y acusaciones falsas contra Rabí Shemuel, Zuta entregó al sultán tanto dinero que consiguió convencerlo de que decía la verdad. El sultán citó a Rabí Shemuel y le informó que quedaba exonerado de su posición, a la vez que se la concedía a Zuta.
Zuta fue nombrado Naguid, pero no duró mucho en su puesto. No bien lo ocupó comenzó a demostrar lo vil que era. Causaba toda clase de disgustos a los hebreos de Egipto y les exi-gía el pago de elevadísimos impuestos. Los judíos, acostumbrados a la delicadeza de trato de Rabí Shemuel ben Jananiá, se sintieron muy mal y enviaron al sultán varios shetadlanim para que le explicaran el error que había cometido al nombrar a Zuta como Naguid.
Los shetadlanim expusieron al sultán la bajeza del nuevo ministro y le demostraron la verdad con hechos concretos. El monarca se convenció de la sinceridad de los argumentos que se le presentaban, depuso a Zuta y devolvió a su puesto a Rabí Shemuel ben Jananiá.
Los judíos egipcios se alegraron mucho de la excelente doble noticia de que ya no estaban sometidos a Zuta y que su querido dirigente reocuparía el cargo que le correspondía en justicia. Pero Rabí Shemuel no continuó mucho tiempo en su función. Era muy anciano y falleció poco después.
Zuta intentó volver a ser Naguid, pero el soberano ya había alcanzado a conocerlo a fondo y lo rechazó total y decididamente.
Pero así como negó el puesto a Zuta lo negó también a los hijos de Rabí Shemuel y no quiso nombrar a ninguno de ellos para sucederlo.
Por lo que sabemos, el Naguid siguiente fue Rabí Netanel, que también era Rosh Hayeshibá. Rabí Biniamín de Tudela, de quien hablamos antes, lo menciona en su libro.
Las Cruzadas
Ya hemos dicho que durante la época en que se desarrollan todos estos hechos ocurrieron importantes eventos en Egipto, que comenzaron a gestarse un siglo antes.
En el año 4853 (1073 del calendario común), aparecieron los seleúcidas, tribu asiática muy primitiva de religión islámica y conquistaron muchos países del cercano oriente, entre ellos Éretz Israel.
Odiaban a los cristianos y los persiguieron con ensañamiento.
Cuando el papa en Roma se enteró de ello resolvió organizar un ejército de cristianos europeos con el fin de arrebatar Tierra Santa a los musulmanes.
Todos los participantes de esa campaña llevaban una gran cruz sobre el hombro, lo que hizo que se los conociera por “los cruzados”.
Durante su marcha a Éretz Israel, a los cruzados se les ocurrió que en sus propios países había judíos y que éstos eran tan herejes como los musulmanes.
Atacaron brutalmente las comunidades de Francia y Alemania, proponiéndoles una de dos alternativas: convertirse al cristianismo o morir por la espada. Los judíos eligieron la segunda opción y entregaron sus almas por la Santificación del Nombre.
Pero el fin de los cruzados no fue demasiado brillante. La mayoría pereció por el camino. Los restantes, que se consideraban nobles, consiguieron llegar hasta Jerusalén al mando de su general, Godofredo de Bouillon.
En Jerusalén cayeron sobre los musulmanes con terrible salvajismo. Crearon un reino y se dividieron las tierras entre sí (ver el Capítulo “El Rambam en Éretz Israel”).
Pero los musulmanes no se conformaron ante esta nueva situación e intentaron liberarse del yugo cristiano. Hasta lograrlo, hicieron imposible la vida de los conquistadores, oponiéndoles toda clase de dificultades y obstáculos.
En consecuencia, los cristianos se dirigieron a sus hermanos europeos pidiéndoles ayuda. Así se preparó la Segunda Cruzada, en el año 4907 (1147 del calendario común). Pero esta segunda intentona empezó mal y los cruzados no alcanzaron a llegar siquiera hasta Damasco. Otra vez sufrieron los hijos de nuestro pueblo y se derramó mucha sangre judía. (En esta ocasión los cristianos atacaron al judío más grande de toda la generación, Rabenu Tam, que se salvó por milagro.)
Es de notar que mientras ocurría esto en Asia, los judíos de España y África del Norte eran víctimas de las crueldades de los almohades. El Señor sometía a la vez a todo Su Pueblo a una condena muy dura.
Si bien la segunda cruzada resultó un fracaso, las persecuciones contra los cristianos en Éretz Israel no cesaron. Los musulmanes luchaban intensamente por arrojar a cualquier precio a los invasores extranjeros.
Saladino
Saladino salió en campaña de conquistas desde las montañas del Kurdistán, en el norte de Irak.
Su fin declarado era liberar a Éretz Israel del dominio cristia-no, pero se adueñó también de Siria, Egipto y parte del imperio persa, países que cruzó con sus tropas en su ruta a Tierra Santa.
Llegó a Egipto en el año 4931 (1171 de la Era Común). Mandó a prisión al último monarca, Adhel, con lo que acabó con la casa real de los fatimitas, que había gobernado hasta entonces el país.
Saladino fue el primer sultán de una nueva dinastía, la de los ayubitas.
Zuta vuelve al ataque
Justo al cambiar el gobierno de Egipto, Zuta se apresuró a presentarse al flamante soberano y a proponer su candidatura al puesto de Naguid. A fuerza de sobornos y regalos consiguió que Saladino le prestara oídos y obtuvo el nombramiento.
Como hemos dicho antes, Saladino deseaba adueñarse de Éretz Israel quitándola a los cruzados. En consecuencia, no perma-neció mucho tiempo en Egipto y partió muy pronto a continuar con sus conquistas, sin preocuparse demasiado de lo que haría el nuevo Naguid.
Zuta había aprendido la lección que le dejó su primer fracaso: trató de crearse una nueva imagen y de hacer olvidar que su puesto había sido comprado con dinero. Trató de aparecer como un Naguid estimable y aceptado.
Lo primero que hizo en ese sentido fue cambiarse el nombre. En lugar de seguir siendo “Zuta” adoptó el apelativo de “Sar Shalom” —“Ministro de la Paz”—, que es evidentemente más elegante y significativo que Zuta.
Se atrevió a decir que sería el último Naguid porque conduciría a su pueblo hacia la redención.
Como parte de su programa para hacerse respetar, hizo saber en público que había escrito una cantidad de poesías de contenido muy profundo. Los judíos de Egipto quisieron conocerlas; Zuta se entusiasmó y comenzó a leer una de ellas: “Vean, hermanos y amigos: el servidor de ustedes es de los perversos…”
La intención de Zuta no había sido de ningún modo aparecer como “de los perversos” sino todo lo contrario. Él quiso escribir “de los pastores”, metáfora sobre “los conductores”, “los guías”.
Como no era muy conocedor del idioma sagrado confundió las palabras “raim”, “perversos” y “roim”, “pastores”.
El público que estaba escuchando los versos se echó a reír. Un erudito que formaba parte del auditorio comentó burlonamente: “Lo has dicho muy bien. Eres un perverso y no un conductor”.
Y como si eso hubiera sido poco, alguien escribió una poesía en la que se refería al verso de Zuta:
¡Pobre de ti, muñeco incapaz que no sabes distinguir entre un jolam y un kamatz!* La ubicación de la lápida es lo único que sabrás y te llamas (a ti mismo) Rosh Hayeshibá. Eres un anciano lleno de culpas y desaciertos. No eres más, en verdad, que una cabeza de perro muerto.
Zuta se sintió terriblemente ofendido y decidió vengarse de la judeidad de Egipto. Aprovechó el desorden provocado por la guerra y se presentó ante las autoridades para denunciar que los judíos se habían unido a los cristianos para derribar al régimen. Como no le hicieron caso, inventó una calumnia aún peor. Hizo detener a tres pobres judíos infelices, mendigos que habían venido a Egipto, acusándolos de espionaje.
Esta vez consiguió que lo tomaran en serio. Los tres desdichados fueron a parar a la cárcel. Desde ese momento empeoró mucho la relación entre el gobierno y los judíos.
Los hebreos se sentían aterrados. Temieron las catástrofes que les podrían sobrevenir como consecuencia de las actividades de Zuta y declararon un jérem contra él y sus hijos.
Cuando se enteraron de ello, Zuta y los suyos se pusieron furiosos. En venganza, culparon a algunos judíos de haber dado albergue a los tres supuestos espías.
Como consecuencia de esta denuncia, también estos judíos fueron juzgados y condenados a la horca.
Consternados, los miembros de la congregación de Egipto enviaron al sultán una delegación de personas de calidad, encabezada por Rabí Itzjak ben Shushán, para explicarle que la acusación era falsa. Tras innumerables y sobrehumanos esfuerzos, la embajada logró convencer al rey de que la denuncia no era más que una miserable calumnia. Los detenidos fueron liberados.
Más tarde, el Rambam, todavía en su escondite, llegó a saber que había ascendido al trono de Egipto un sultán nuevo, generoso y noble, por lo que ya podía regresar a la vida pública.
En efecto: volvió a su hogar en El Cairo y en poco tiempo recuperó su antigua posición.
Una vez que se encontró ubicado sólidamente, decidió acabar con el poder de Zuta. Gozaba de influencia ante el sultán y, gracias a ella, aquél fue destituido de su cargo de Naguid, que había desempeñado durante cuatro años.
Rabí Shemuel Aharón Wertheimer, de Jerusalén, que fue quien descubrió la guenizá de El Cairo, encontró en ella un rollo de pergamino extendido en el año 1508, que equivale al año 4956 de la Creación. En él se cuenta la historia del Naguid Zuta, con el detalle de todas las amarguras que debió sufrir la judeidad egipcia bajo su dominio y la batalla que le presentó el Rambam. Dice así:
Extendió el zorro sus manazas y al descalzo el zapato le quitaba. Por cuatro años su saña dominaba y al pueblo dolorido maltrataba. Como el de las nubes del cielo era su llanto hasta que lo vio la Roca que está en el Alto y se compadeció de Sus hijos como se compadece un padre de los suyos. A los tranquilos devolvió el sosiego y enjugó el Eterno las lágrimas de todos los rostros. Pagó su culpa el enemigo de los buenos a los fuertes, al adalid de los tiempos, a Rabí Moshé, luminaria de Oriente y Occidente; claridad poderosa, estrella refulgente, único y maravilla en su generación desde el Este, el Naciente, hasta el Poniente. Hizo que la Ley volviera a ser lo que era y la repuso en su lugar. La falsa imagen del Templo retiró. Habló con el rey y lo logró. Así consiguió que comenzara la redención de la simiente del Señor.
Al final del texto, escribe su autor:
Compuse este rollo por el estilo de la gesta de Purim y el Rollo de Memuján. Esta poesía será eterna; la estudiarán cantores y cantoras. Y al malvado que quiso enturbiar la gloria de Israel lo enturbió el Señor, tal como lo hiciera con Aján.
Una visita inesperada
El poderoso Saladino no se conformaba, como ya hemos dicho, con haber conquistado Egipto, porque quería materializar su proyecto de arrebatar Tierra Santa a los cristianos. En consecuencia, dejó a su esposa y a su hijo a cargo del reino mientras él salía, a la cabeza de una tropa formidable, en dirección a Éretz Israel.
Las guerras de Saladino en Éretz Israel se prolongaron por espacio de unos dieciséis años. Comenzó adueñándose de Tiberiades y Acre y terminó expulsando a los cristianos también de Jerusalén.
La noticia dejó boquiabiertos a los cristianos de Europa, que resolvieron unirse y emprender una tercera cruzada.
Esta vez se aliaron tres monarcas importantes: Federico Barbarroja, emperador de Alemania; Felipe Augusto, rey de Francia y Ricardo Corazón de León, de Inglaterra.
Organizaron un poderoso ejército y pactaron entre sí que conquistarían Éretz Israel expulsando a los musulmanes.
De hecho, poco después surgió un conflicto entre los tres monarcas cristianos, que se separaron en dos grupos.
Federico Barbarroja eligió llegar a destino por tierra, a la cabeza de su ejército. Al llegar a Turquía fue a bañarse en un río local, en el que se ahogó. Sus hombres se dispersaron. Apenas mil de los cien mil soldados que habían salido de Europa y participado en sus huestes alcanzaron Éretz Israel.
Los otros dos reyes siguieron su viaje por vía marítima. En determinado momento, Ricardo Corazón de León ofendió de palabra a Felipe Augusto, a raíz de lo cual éste regresó con sus huestes a su lugar de origen.
Ricardo Corazón de León, solo, continuó su camino a Tierra Santa.
En su viaje pasó por Egipto, donde llegó a sus oídos la fama del destacado médico judío Rabí Moshé Ben Maimón. Ricardo quiso entonces encontrarse con él y convencerlo de que se convirtiera en su médico.
Queriendo conservar el secreto de su personalidad, el rey de Inglaterra salió de su campamento sin que nadie lo advirtiera y se presentó disfrazado en la casa del Rambam. Por entonces el sabio trabajaba en su libro Mishné Torá, por lo que trataba de disminuir al mínimo el número de sus entrevistas. Su asistente, empero, advirtió que el extranjero que venía a visitar a su amo era persona de categoría y lo dejó entrar.
Ricardo Corazón de León reveló su verdadera identidad al Rambam y lo invitó a acompañarlo a Inglaterra para convertirse en su médico personal. El Rambam se negó, por lo que el monarca le afirmó que en su país existía una gran comunidad y que sería muy positivo para ella que el Rambam la dirigiera. Pero toda su insistencia resultó inútil y el sabio no aceptó dejar Egipto. Mientras hablaban, el asistente del Rambam entró al cuarto, temblando de terror y diciendo con voz ahogada “¡Un escuadrón de soldados a caballo está rodeando la casa!” No había acabado de pronunciarlo cuando un grupo de gente armada irrumpió en la habitación, exclamando: “¡El rey está aquí!” Había ocurrido lo siguiente: los soldados advirtieron que Ricardo no estaba en el acantonamiento, temieron que le hubiera ocurrido algún percance y salieron a buscarlo, alegrándose muchísimo de haberlo encontrado.
El monarca les ordenó regresar al campamento y permaneció conversando con el Rambam e insistiendo en sus ofertas que fueron denegadas cortésmente.
Antes de despedirse, el Rambam bendijo al rey, prometiéndole que regresaría sano y salvo a su patria. Ricardo Corazón de León le pidió entonces que lo bendijera augurándole la victoria. “Eso no”, respondió el Rambam; “la Tierra es santa y no te pertenece.”
Ricardo partió con sus hombres en dirección a Éretz Israel. Quiso entrar por el puerto de Acre, pero la defensa de la fortaleza hacía la batalla muy difícil, así que prefirió llegar a un acuerdo con Saladino. Según el acuerdo, las ciudades costeras de Jafa y Acre quedarían en poder de los cruzados, mientras que Jerusalén seguiría musulmana, con la condición de que los peregrinos cristianos pudieran visitar los lugares que consideraban santos.
Ricardo Corazón de León volvía triunfante a Europa, pero en su ruta se encontró con un príncipe germano a quien había insultado durante el sitio de Acre y que había jurado vengarse de él. Apresó al valiente monarca inglés y sólo lo liberó tras haber recibido una suma muy importante como rescate (suma que, naturalmente, se exigió a los judíos ingleses). El rey regresó a Inglaterra sano y salvo, tal como lo augurara la bendición del Rambam.