Profundizando
1. Perspectiva del Amor desde la Torá
El Amor, La Mujer Judía y El Matrimonio
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Sobre las buenas ambiciones

(Selección extraída del libro «En busca de la verdad», por Rab Dessler, © Jerusalem de México)

Hemos de reflexionar con más profundidad esta vez.
El hambre es señal de un déficit, de una falta de alimento que el organismo requiere y que causa hambre fisiológica. El mismo caso es el de otros deseos. El desear significa sentir la falta de lo que se desea.
De modo que la ambición y el deseo son fuerzas mediante las cuales una persona atrae hacia sí aquellas cosas que cree corregirán el déficit que experimenta. La satisfacción aparece cuando se llena la necesidad, pero, como hemos visto, los deseos que se originan en la facultad de tomar nunca quedan satisfechos, porque el déficit al que están relacionados es incapaz de ser satisfecho.
¿Y qué hay de la facultad de dar? No se trata de una fuerza que atrae las cosas hacia nosotros de nuestro exterior, surge de la satisfacción y no del déficit? Prestemos atención cuidadosa a esto.
Hay cierto tipo de personas para quienes las cosas materiales no representan atracción alguna, simplemente no le interesan, no les da importancia, está feliz con lo que tiene y está satisfecho con lo que obtiene. Este don es una bendición de Hashem, pues está escrito «Y comerás quedarás satisfecho». Se trata y en verdad de una gran dádiva de Hashem (bendito sea El) al hombre, una dadiva que le permite ser un hombre completo sin déficit alguno, y éste es el propósito para el cual fue creado.
Nuestros Rabís dijeron: «¿Quién es el hombre rico? El que es feliz con su porción. En su insuperable sabiduría nuestros Rabís exploraron la condición humana y vieron que el que está satisfecho y nunca hambriento sólo puede ser aquél que se esfuerza para perfeccionarse espiritualmente, a sí mismo; él es el único que está contento con su porción material en la vida y que no ambiciona agregar nada a ella. Este es el hombre rico; los demás, la gran mayoría de la humanidad, tanto los que tienen como los que no tienen, son inevitablemente incompletos, pobres y hambrientos.

La calidad de dar es posesion sólo de la persona que está feliz -no simplemente satisfecha- con su porción. Es feliz porque su vida está llena del goce de fa búsqueda espiritual y ante ese goce todas las riquezas empequeñecen por su insignificancia. En su felicidad este hombre semeja a un río desbordado cuyas aguas revitalizadoras se derraman por sobre las riberas. Ya hemos visto cómo el corazón de una persona en estado de gozo se ensancha para abarcar a todos los que están cerca de ella; mientras más contenta está la persona, mayor es su deseo de que todos sus amigos participen de su gozo. Así sucede con el que da. Esta firmemente arraigado en la vida espiritual, con sus ojos siempre mirando hacia las alturas espirituales y ve en todo, en lo grande y en lo pequeño del amor de Hashem que es infinito y Su Misericordia que no tiene límites». En consecuencia su gozo por estos dones no conoce limites y su vida es infinitamente feliz.
De esta plenitud de gozo y felicidad fluyen el dar y el amor. De modo que el impulso a hacer el bien a otros, de hacer a otros felices, no es producido por una falta o una deficiencia como los deseos maléficos de que hablamos antes, es una efusión de la devoción extática merced a la cual el hombre feliz está unido a Hashem. Este es el nivel espiritual de los más grandes tsaddikim que «actúan por amor».

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Ya nuestros Rabís hicieron clara la diferencia diciéndonos: «Es más grande aquél que goza de la labor de sus manos que el que teme a D-os». Como mencionamos en el Capítulo Tres, el que goza del trabajo de sus manos es esa persona de integridad espiritual que siempre quiere dar más de lo que toma, es decir, es el dueño de la cualidad de dar. ¿Y por qué es él más grande que el que teme a D-os? Porque, como ya lo hemos visto, el que da lo hace por amor a D-os , es un hecho bien conocido que el que ama a
D-os está por encima del que simplemente teme.

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Tenemos que pasar revista aún a dos cualidades: la compasión y la simpatía, que seguramente son dos de las más elevadas cualidades de la humanidad y que, sin embargo, no parecen encajar en la categoría descrita arriba, pues la persona dueña de estos sentimientos se siente angustiada ante las dificultades de su prójimo, siente las carencias de su prójimo cual si fuesen suyas y ayudando a su amigo se ayuda a si mismo, alivia su propio dolor. ¿No es esto lo mismo que experimentar una carencia y su satisfacción, las que vimos caracterizan al tipo equivocado de ambición?
Esto será discutido en el capítulo siguiente.

Rabí Eliyahu Dessler

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