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Sobre La unión a través de las diferencias

 

Toda cultura y civilización cumple una función en el contexto del gran cuerpo de la humanidad. Cada individuo tiene una función irreemplazable dentro del «órgano» al cual pertenece. Los conflictos entre diferentes pueblos y civilizaciones son similares a un cuerpo enfermo. Cuando el deseo de recibir egoísta induce a un individuo o a un grupo a pretender que el «órgano» al cual pertenece sea el único válido, está actuando en contra de la ecología espiritual, o sea de las leyes con las cuales El Creador manifestó la Creación. En cambio, cuando todos los pueblos se unen con la intención de beneficiar al gran cuerpo que conforma la humanidad, todos reciben por igual: uno produce materia prima, otro la desarrolla, y así sucesivamente. Cada ser, comunidad, nación, etc., aporta de acuerdo a su verdadera naturaleza y vocación y de esa forma comparte todo y se unifica en torno al objetivo común: el bienestar del hombre. Es así como cada ser humano, sociedad, cultura y civilización, logra expresar su potencial en forma constructiva (altruismo) de acuerdo a sus características. Sólo así podrá surgir el bien que conduce a la armonía universal.

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La Esencia de toda la realidad y causa primera es una, pero al manifestarse en la Creación adquiere diferentes formas. Ello es comprobable en situaciones extremas: guerras, catástrofes, etc. Individuos con ideologías y valores opuestos, que en situaciones normales no sólo no se comprenden sino que discrepan a tal punto que pueden llegar a odiarse, se unen cuando un enemigo común los acosa. Esto se debe a que en última instancia todos los seres, en esencia, son lo mismo: deseo de recibir plenitud. Pero que, en situaciones de aparente armonía no logran percibir al semejante como un socio insustituible para que surja el bien.

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