Analizándose
Mishná 2
Pirke Avot
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Segundo comentario

Shimón Hatzadik [«El justo»] fue uno de los últimos integrantes de la Gran Asamblea. Solía decir: El mundo se sostiene sobre tres cosas: la torá, el culto divino y los actos de caridad.

Un Jefe: Shm»on el Justo

Uno de los miembros más jóvenes de la Gran Asamblea se llamaba Shim»ón el Justo. No sabemos con certeza en qué época vivió. En efecto, si nos atenemos a la Tradición Judía, entre el regreso de la cautividad en Babilonia y la destrucción del Imperio Persa por Alejandro Magno media solo un corto intervalo de tiempo, cuarenta años aproximadamente; mientras que según la historia secular transcurrieron doscientos años entre los dos acontecimientos. El Talmúd (Yomá 69a) nos dice que el Sumo Sacerdote Shim»ón el justo se puso a la cabeza de un grupo de sacerdotes a caballo y les condujo ante el conquistador macedonia; tal impresión le causó a Alejandro que, de enemigo que era éste de los judíos, se convirtió en su protector.

Algunas Anécdotas

En el curso de los cuarenta años durante los cuales Shimón el Justo ejerció el cargo de Sumo Sacerdote, numerosos prodigios se produjeron en el Templo. El día de Yom Kipúr, en el momento del sorteo, él tocaba siempre con la mano derecha el becerro destinado a Dios, mientras que sus predecesores lo hacían sea con la derecha o con la izquierda. Y cuando se enviaba a Azazel el chivo expiatorio, se ataba un hilo rojo a la puerta del Templo. Pues bien, mientras Shimón el Justo ocupó el cargo, el hilo se ponía blanco en el preciso instante en que arrojaban al chivo desde lo alto de las rocas, como está escrito: «Si vuestros pecados son rojos cual hilo rojo, se tornarán blancos cual nieve». En lo sucesivo el hilo se volvió blanco sólo en algunas ocasiones.

Mientras Shimón el justo ejerció su ministerio, se produjo también el milagro de la llama oeste del Santo Candelabro: no recibía más aceite que las otras llamas y, sin embargo, se mantenía encendida desde la noche hasta la noche del día siguiente, al contrario de las demás que se apagaban por la mañana. Mientras que al Sumo Sacerdote Shim»ón el justo, el fuego del altar ardía por sí solo; para alimentarlo, los sacerdotes no le ponían más que dos leños pequeños por la noche, como lo prescribe la Ley. Más adelante fue preciso alimentarlo durante todo el día.

El Equilibrio del Mundo

La máxima que Shim»ón el Justo mencionaba con frecuencia tiene un valor universal. Al parecer, ningún otro hombre pronunció jamás una máxima tan profunda ni de tanto alcance. El origen, la meta final y la existencia del mundo están contenidos en este enunciado. Si tomamos la palabra «mundo» en el sentido corriente de «humanidad entera», sentido que tiene la expresión «todo el mundo», sinónimo de «toda la gente», entonces su significado es sencillo. Pero si entendemos por mundo», «el universo», es decir «la creación entera», la palabra del Sabio se ilumina. Entonces se hace patente que, en opinión de los maestros, Dios ha creado el mundo solamente para el hombre

Existen tres mundos: en primer lugar, el de los espíritus puros los ángeles, {«olám ha-sijlí}, en segundo lugar, el mundo de los astros, {«olám ha-galgalím} y en tercer lugar, el mundo de abajo en el que reina el hombre, {olám ha-tajtón}.

El mundo de los espíritus puros corresponde a la Toráh, el de los cuerpos celestes a la «Avodáh, y el último, el de la sociedad humana, se conserva gracias a las Guemilút Jasadím (buenas acciones).

Tres son las categorías de deberes que el hombre tiene que cumplir: los deberes consigo mismo, los deberes con Dios y los deberes con el prójimo.

Primero está el deber del hombre consigo mismo; consiste en perfeccionarse espiritualmente. Sin duda cuando nace su inteligencia es mediocre y limitada, pero gracias a la atención y al ejercicio, no hay concepto, por muy difícil que sea, que él no pueda asimilar. «Son altos los cielos», dice un antiguo poeta Judío, Rabí Yedayá Hapenini (Bejinót Olám cap. l). «y profunda es la tierra, pero insondable todo lo que puede abarcar la mente del hombre razonable». Ve – esa es la parte que corresponde al hombre – por la gracia de su Creador, es el papel que El le ha asignado en el mundo. Lo que Dios Todopoderoso es entre los seres celestiales, lo es el hombre entre los seres terrenales. Este aspira a la divinidad, buscando las verdades eternas contenidas en la Ciencia Divina y esforzándose por vivir de acuerdo con los principios en ella depositados.

El deber primordial del hombre hacia sí mismo es pues el estudio de la Ciencia Divina que Dios, en Su infinita bondad, nos ha dado. Dios ha creado el mundo para la Toráh, como está ese rito: (Yirmiyáhu 23:25) «Así habla el Eterno: Si no existiera Mi alianza (la Toráh), no habría Yo creado el día y la noche, las leyes del cielo y de la tierra».

La Toráh es el mundo espiritual. Es la fuente del más avanzado saber; permite penetrar en los misterios de la creacion.

La segunda categoría de deberes encierra aquellos deberes que tenemos para con Dios. Están contenidos todos en la palabra «Avodáh que significa servicio Divino. Así lo enseñan nuestros sabios (véase el final del Tratado Kidushín): «El hombre ha sido creado sólo para servir a su Dios». Cuando el Templo aún existía, el culto que en él se practicaba era la expresion visible de nuestra adoración a Dios; por ello es por lo que los Sabios afirman (Ta»anit 27b) que el universo ha sido creado para dicho culto (comparar igualmente con Meguiláh 31b). Desde la destrucción del Santo Templo, son nuestras oraciones las que han sustituido los sacrificios rituales.

Los deberes hacia el prójimo constituyen la tercera categoría. Consisten esencialmente en la práctica de la beneficencia.-«Y amarás a tu prójimo como a ti mismo», he ahí la base de toda la enseñanza Divina, en la concepción Talmúdica. El que ama a su prójimo no le robará, ni le mentirá, ni le engañará ni le despojará. Por supuesto, es preciso que el cumplimiento estricto de la ley y de la justicia se antepongan a la práctica de la beneficencia. ¿No procede acaso la creación entera de la voluntad, por parte del creador, de colmar de amor al prójimo? pues como está escrito: {«olám jésed yibané}, «El universo está sostenido por el amor [la capacidad de dar]». (Salm. 89:3)

La práctica de la beneficencia no consiste sólo en dar limosnas. Nuestros Sabios enseñan (Sucáh 49b) que la Guemilút-jasadím es más importante que la limosna por tres motivos. Para hacer una limosna, basta con tener dinero, mientras que el acto de amor puede consistir tanto en un don material como en un don de sí mismo (o en un acto de amor, la persona puede dar dinero, pero también darse a sí misma). Además, las limosnas sólo pueden destinarse a los pobres, mientras que un acto de amor también puede beneficiar a los ricos. Por último, las limosnas no interesan más que a los vivos; un acto de amor o de caridad en cambio, puede realizarse en beneficio tanto de los vivos como de los muertos.

Dicen nuestros Sabios en el Medrásh, que cuando Dios consultó a los ángeles a propósito de la Creación, los ángeles de la paz y los ángeles de la verdad desaconsejaron que creara al hombre, pero el ángel del amor se presentó ante el trono del Todopoderoso y dijo: «Créalo, Dios de bondad, pues practicará la caridad en la tierra». Y Dios creó al hombre para que hiciera la obra de caridad. En la Mishnáh, los tres principios están mencionados en el mismo orden en que el hombre los practica durante su vida. Desde la niñez, el niño debe empezar a estudiar la Torah. Al cumplir su decimotercer año, debe empezar a servir a Dios. Pero sólo en una edad más avanzada, cuando alcanza una posición independiente, consigue practicar la caridad.

 

Rabino Dr. M.Lehmann, Rab A. Amselem

1 comentario
  1. Jackeline tasamá

    Muchas gracias por esta información, me apasiona mucho, hace varios meses estoy siendo atraída por profundizar más en ello.

    15/09/2019 a las 13:45

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