Analizándose
Mishná 17
Pirke Avot
+100%-

Segundo comentario

Su hijo Shimón dijo: Todos mis días he crecido entre los sabios, y no he encontrado para el cuerpo nada mejor que el silencio; y lo principal no es la erudición sino la acción: y quienquiera que hable demasiado, genera pecado.

Las Ventajas del Silencio

Rabán Shim»ón Ben Gamliél sucedió a su padre en el cargo de Nassí. Pero no desempeñó esta función durante mucho tiempo ya que pereció muy joven, de muerte violenta, durante una de las épocas más tristes de nuestra historia, en la guerra que precedió la destrucción del Santo Templo. Esta sentencia suya que hemos conservado es anterior a su nombramiento como Nassí. Por eso no se le designa aquí con el título de Rabán sino sencillamente como hijo de su padre, según la costumbre del Talmúd. Del mismo modo, a Rabán Yojanán Ben Zacái, por ejemplo, se le denomina simplemente «Ben Zacái» durante su juventud. Y otro tanto sucede con Ben Zomá, Ben «Azái, Ben Nanas, etc….

El Sabio nos brinda aquí el fruto de su experiencia. Cuarto representante de la dinastía de Hillél – dinastía que dio a Israel tantos de sus mejores hombres – Rabán Shimón Ben Gamliél inspiraba a los demás sabios una veneración sin limites, como lo demuestra la siguiente anécdota:

Muchos años después de su muerte, su hijo Rabán Gamliél tuvo una discusión con Rabí Yehoshú»a Ben Jananiá, discusión que provocó la deposición del primero del cargo de Nassí. Este último quiso entonces humillarse ante su adversario con el fin de conseguir su perdón. Pero como estaba profundamente herido, Rabí Yehoshúa se obstinó en negárselo hasta que finalmente el derrocado Nassí le pidió que le perdonara en memoria de su padre. Entonces Rabí Yehoshúa no pudo resistir; le concedió el perdón y Rabán Gamliél recuperó su puesto. Por supuesto, este insigne varón, siendo hijo, nieto y biznieto de Nessiím y de Sabios, frecuentó a los estudiosos desde su más tierna infancia. «Crecí entre ellos y pasé con ellos todos mis días». Pero no fue sólo durante su juventud; también siendo adulto buscó la compañía de los Sabios, lo cual le permitió alcanzar un grado muy alto de perfección; testimonio de ello es la segunda parte de la sentencia, resultado de su experiencia y, como tal, particularmente valioso: «No he encontrado para las cosas de este mundo (las que se relacionan con el cuerpo) mejor actitud que el silencio».

El Silencio Heroico

Maimónides distingue cuatro categorías de pronunciamiento relacionados con las cosas de este mundo. La primera comprende las calumnias, las mentiras y las palabras groseras o equívocas. Hay que descartarla totalmente.

La segunda categoría se refiere a los pronunciamientos que parecen buenos pero que incitan al mal; por ejemplo cuando una persona alaba al prójimo para que su interlocutor sienta deseos de criticarle. También debemos rechazar este tipo de palabras. El sabio no alude a ninguna de estas dos categorías pues están condenadas por la Toráh, y como hemos subrayado ya varias veces, que este Tratado no habla de lo que está prohibido por la Ley.

La cuarta categoría, que quisiéramos mencionar antes de la tercera, contiene las conversaciones que el hombre necesita para ganarse la vida y tratar sus asuntos. Tampoco se refiere a ésta nuestra sentencia.

Por último, la tercera abarca la mayoría de nuestros pronunciamientos diarios: las conversaciones triviales, las discusiones inútiles, tanto para nosotros como para los demás y de las que, por lo tanto, podríamos prescindir pues sólo sirven para matar el tiempo. A esta alude el Sabio cuando preconiza el silencio ¡Cuántas cosas importantes y bellas podríamos realizar durante el tiempo que perdemos en vana palabrería!

Cabe distinguir dos tipos de silencio: el que guardamos espontáneamente y el que logramos resistiendo a las provocaciones. Por supuesto el segundo es más trabajoso que el primero: no sólo se trata de abstenerse de palabras inútiles sino que también hay que negarse a participar en conversaciones ociosas. Y existe otra clase de silencio, aun más difícil de guardar. Consiste en no contestar a los ataques y a los insultos y a callar cuando nos ofenden. Por muy arduo que sea este triple silencio, nos lo recomienda el sabio, pues él que sabe callar frente a sus detractores se ahorra un sinfín de disgustos y problemas.

No obstante, esta recomendación es sólo válida para las cosas laicas. Por eso Rabán Shim»ón precisa: «No he encontrado nada mejor que el silencio para las cosas relacionadas con el cuerpo». En cambio para los asuntos religiosos, debe prevalecer la palabra (Eruvín 54a). En efecto en nuestra oración diaria repetimos: «El estudio de la Toráh es la mejor ocupación para un judío «; pues bien ¿acaso podemos aprender sin hablar? El maestro tiene que manejar la palabra, los alumnos deben intercambiar ideas entre ellos y dirigirse al maestro para pedirle aclaraciones. Incluso el que estudia necesita hablar para que sus oídos escuchen lo que pronuncia su boca. Pero, a pesar de todo, lo primordial no es la búsqueda de la verdad o la lección del maestro, sino la acción. Desde luego, nuestros Sabios dicen: {gadól Talmúd she-meví li-dé ma»asé}, en algunos aspectos, el estudio merece la preferencia porque es lo único que hace posible la acción. No obstante, esta última sigue siendo lo esencial.

Saber y Practicar

«Lo principal no es el saber sino la acción». ¿De qué sirve conocer las reglas si no las aplicamos en nuestra vida? Lo principal es la acción incluso para el éxito en el estudio. Así lo enseñan los Sabios: {ha-omér en lo éla Toráh, afilú Toráh en lo} «El que estudia la Ley y no realiza las acciones que Dios prescribe, no conseguirá conocer la Toráh» (Yebamót 109b). La experiencia confirma las palabras de los Sabios. Para estudiar convenientemente las enseñanzas Divinas, es indispensable cumplir los Mandamientos. Aquel que considere que el estudio de la Toráh es una ciencia comparable a cualquier otra y que le sirve para aumentar sus conocimientos, nunca aprenderá algo bueno. Le faltará la ayuda que Dios concede a los que tienen el puro propósito de cumplir fielmente con Sus Santas prescripciones, y que les permite penetrar en los secretos de Su Ley.

Las Palabras Ociosas causan Desgracias

«El que mucho habla atrae al pecado «. Rabán Shim»ón Ben Ganiliél no pretende repetir aquí lo que nos ha enseñado ya el Rey Sabio (Prov. 10:19): {beróv devarím lo yejdál péshá} «Cuando son muchas las palabras, el pecado es inevitable». Shelomó se refería sólo a la charla vana e inútil que tantas faltas provoca diariamente. El Sabio de nuestra Mishnáh se refiere a algo distinto: lo que nos quiere decir es que aun cuando las palabras son indispensables, por ejemplo, en la oración o en el curso del cumplimiento de las Leyes Divinas, es preciso no hablar más de la cuenta. Un comentario imprudente de nuestra primera madre a sido la causa de grandes desgracias para toda la Humanidad: Dios le había prohibido a Adám comer del Arbol de la Ciencia. Pero Eva dijo: «Dios ha ordenado: No comeréis de aquel árbol ni tampoco lo tocaréis», lo que ella añadió originó la transgresión del Mandamiento, pues la serpiente empezó por hacerle tocar el árbol, venciendo su resistencia, y como este acto no tuvo ningún castigo por resultado, la convenció fácilmente a que probara la fruta.

Algo parecido sucede en la historia de Janáh , la noble y piadosa madre del Gran Profeta Shemuel. Cuando consagró a su hijo al servicio de Dios, dijo (I Sam. 1:22): {vi-yeshév shám ad olám} «Y será consagrado al servicio de Dios, en el Santo Templo, para la eternidad». Estas últimas palabras {ad «olám} para la eternidad» eran superfluas. No podían significar que Shemuel viviría eternamente, ya que Dios impuso la muerte a toda la Humanidad. El sentido debía ser más bien el que tiene la siguiente frase del Exodo (21:6): «El esclavo que renuncia voluntariamente a la libertad y al que se le horada la oreja por este motivo, debe servir a su amo para la eternidad»,- es decir, hasta el final de los cincuenta años del Jubileo. Además, el servicio normal de un levita se terminaba cuando cumplía los cincuenta años; y Shemuel era un levita.

Así fue y Shemuel no vivió más de cincuenta años, contados desde su infancia (cuando su madre hizo el voto). Las palabras superfluas pronunciadas por ésta fueron escuchadas por Dios, Quién le otorgó lo que pedía, y al ser así provocaron la muerte prematura del Profeta.

 

Rabino Dr. M.Lehmann, Rab A. Amselem

Libros relacionados

Pirke Avot (Edicion Lehmann)



Deje su comentario

Su email no se publica. Campos requeridos *

Top