Analizándose
Mishná 14
Pirke Avot
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Segundo comentario

El solía decir: Si yo no me ocupo de mí, ¿quién lo hará? Y si sólo me ocupo de mí, ¿qué Soy?. Y si no es ahora, ¿cuándo?

El Libre Albedrío

La tercera sentencia de Hillél que tenemos aquí es particularmente breve y resumida. Nuestro gran Sabio resume en esta frase los principales preceptos que deben guiar nuestro comportamiento con nosotros mismos y con nuestros semejantes, y nos enseña cual es la mejor manera de emplear el corto período de tiempo que nos corresponde vivir en este mundo. El hombre como individuo es, por así decirlo, un pequeño mundo para sí mismo. El instinto de conservación está enraizado en él. En el niño es patente ya el esfuerzo por manifestar la propia personalidad y actuar de acuerdo con las propias inclinaciones. Al educador le corresponde orientar estas tendencias, corregirlas cuando son malas y favorecerlas cuando están al servicio del bien.

Sin embargo, por muy grande que sea la influencia del educador, del maestro, del medio y de los acontecimientos, el factor más determinante para el destino de un hombre es su propia personalidad. La bondadosa Providencia nos ha dado el libre albedrío, que es el bien más apreciable de todos los que deposita en la cuna de cada individuo. Las demás fuerzas o influencias están eclipsadas por él. Esto explica que, por sorprendente que nos parezca a primera vista, la educación más esmerada no dé ningún resultado a veces; y que por el contrario, los descuidos graves cometidos por algunos padres irresponsables no sean obstáculo para que sus hijos se conviertan más tarde en excelentes personas. En efecto, los hijos forman a veces un contraste total con sus padres: Ya»akóv y «Esáv eran mellizos, engendrados por el mismo padre, frutos del mismo vientre. Ambos tuvieron por abuelo al hombre más bondadoso, piadoso y noble de su tiempo, quien los vigiló y protegio durante su infancia, ya que Abrahám murió cuando ya habían cumplido los quince años. Sin embargo, ¡qué distintos eran desde su más tierna edad! Ya»akóv manifestaba un deseo de perfección que le incitaba constantemente a progresar en sabiduría y bondad. En cambio Esáv sólo se sentía atraído por los placeres de la vida; le gustaba sobre todo ir de caza y matar animales en el campo. Negaba la inmortalidad del alma con el fin de justificar su apetito de goces y de vivir sin preocupaciones. Además deseaba que muriera su padre para poder deshacerse de su hermano. Se volvió idólatra, se unió con mujeres idólatras y dio origen a un pueblo pagano que olvidó totalmente las tradiciones de sus antepasados. En cuanto a Yaakóv, permaneció riel a sí mismo, a su padre y a su abuelo, procurando sólo superarlos en mérito; y dio nacimiento a una nación a quien el Todopoderoso eligió entre todos los pueblos del mundo.

¿Cuál fue, entonces, la causa determinante de la conducta del uno y del otro? No pudo ser la ascendencia, ya que tenían la misma, ni la educación, que fue idéntica para los dos, ni tampoco la instrucción que recibieron ambos en su infancia. Fue el libre albedrío de cada uno lo que le determinó en su conducta. Y las cosas siguen siendo lo que eran: Lo que somos nos lo debemos en última instancia a nosotros mismos. Por muchas lineas de conducta que le den sus padres y sus maestros, le corresponde al individuo escoger entre las buenas acciones y las malas, entre una vida agradable para Dios y una vida perversa. «Si no me ocupo yo de mí mismo, ¿quién se ocupará de mí?» Llega un momento en que padres y educadores dejan de ocuparse del adolescente, sea voluntariamente o porque así lo exigen las circunstancias. A partir de entonces, nadie puede escoger éste el camino por donde ha de caminar, nadie toma en su lugar las decisiones que van a influenciar su vida futura, nadie más que él puede cometer acciones buenas o malas. El hombre es libre y, por lo tanto, responsable de sí mismo.

El Hombre en la Sociedad

«Y si pienso y me concentró solo en mí, ¿qué valgo?» Tras habernos sugerido brevemente cual debe ser el comportamiento del hombre considerado en su individualidad, Hillél precisa, también en pocas palabras, cual debe ser nuestra actitud con el prójimo. Cuando el Sabio decía: Si no me ocupo yo de mí mismo, ¿quién se ocupará de mí? Su propósito era evidenciar el papel que desempeña el yo de cada uno. Ahora bien, este individualismo, por útil que sea, no debe degenerar en egoísmo. El hombre tiene que vivir con sus semejantes. Es una necesidad a la que no puede substraerse. El hijo agradecido tiene deberes que cumplir para con sus padres, quienes le han dado la vida, le han educado y le han colmado de bondades. Le unen lazos de amor y amistad con sus hermanos y hermanas, pues son de la misma cuna, y también con los demás familiares. Cuando escoge a su compañera y conoce la felicidad de ser padre, sus hijos representan, como quien dice, una parte de él mismo. Para cumplir con sus deberes religiosos, ha de asociarse con sus correligionarios y constituir una comunidad; tiene intereses comunes con los demás habitantes de la ciudad. Las ciudades y los pueblos se agrupan por centenares en el marco de un Estado que asegura su defensa y protección. Los diferentes Estados deberían aliarse siempre los unos con los otros, en pro de la paz, para no arriesgar su bienestar y su existencia. Es inútil evocar aquí las calamidades que padecen los pueblos en guerra. Basta saber que toda la Humanidad sufre cuando una parte de ella está sumida en las tinieblas. Desde luego, también se propagan los acontecimientos felices: La invención de Gutemberg en Maguncia significó un progreso universal para el conocimiento humano. Los instrumentos que perfeccionó el inglés Hérschel facilitaron el desarrollo científico en todas partes. Las ideas propagadas en Francia por Montesquieu fueron útiles para la economía política de todos los paises civilizados. El descubrimiento del nuevo continente por el genovés Cristóbal Colón al mando de la nota española tuvo incalculables consecuencias para el destino de toda la Humanidad. Los bienes pertenecen a todos, pues todos somos hijos del mismo Padre, y por lo tanto todos debemos amarnos como hermanos.

Es un insensato, pues, el hombre que sólo piensa en sí mismo, que sólo vive y trabaja para su propio interés. «Y si pienso y me concentro sólo en mí, ¿qué valgo?» El que no se ocupa más que de sí mismo, es el ser más pobre del mundo aunque posea las riquezas de las Indias, la ciencia de los siete Sabios de Grecia y un poderío superior al de Alejandro Magno. En cambio, es rico el hombre que ama al prójimo y procura hacer algo por él. Son infinitamente ricos los cónyuges cuando los une un cariño desinteresado, y cuando cada uno busca y encuentra su alegría en la felicidad del otro. Infinitamente ricos, también, los padres que sufren y se preocupan por el bienestar y la educación de sus hijos. Infinitamente rico es, en suma, el hombre bueno que comparte el gozo de los demás, y procura aliviar sus pesares y sus dolores. La meta de nuestra vida no puede reducirse a nuestro bienestar terrenal: Este es, uno de los principios básicos del Judaísmo. Por eso las palabras de Hillél admiten también otra interpretación. Cuando el Judaísmo se ve amenazado por los peligros más graves, algunas personas piensan: «¿,Qué tengo que ver yo con eso? Cumplo perfectamente con Dios, no como alimentos prohibidos, rezo las oraciones que prescribe la Ley y no me meto en los asuntos ajenos».

Los hay que se vanaglorian incluso de semejante actitud: «Fíjense en aquel hombre, dicen; él sí que es piadoso. Cumple las leyes y no se ocupa de los demás».

Por eso Hillél exclama: «Y si pienso y me concentro sólo en mí, ¿qué valgo?» La respuesta es: nada, nada en absoluto. El único que vale es el buen judío, el que siente amor y solicitud por sus semejantes, el que comparte las alegrías de los demás y trata de aliviar su pena y su dolor, siempre y en todas partes, el que inculca a sus hijos el temor a Dios, el que lucha denodadamente contra el mal y se esfuerza por servir al bien. Es preciso que en toda ocasión sepas cómo conviene actuar, sin olvidar que tu obligación es amar a tu prójimo, ya sea cercano o lejano, volcarte hacia él según tus posibilidades, reducir a los malvados a la impotencia y colaborar con los buenos; sólo entonces estarás en el camino del bien, el que conduce a las cimas de la perfección, como el Judaísmo te lo exige.

Concentrarse en el Presente

«Y Si no es ahora, ¿cuándo?» Detrás de nosotros se extienden los milenios del pasado; delante, el porvenir que aun no vislumbramos. El presente se desvanece, huidizo e impalpable. Antes de ser pronunciada la palabra, pertenece al futuro. Apenas sale de nuestra boca, se convierte en pasado. Sin embargo, aquel instante escurridizo, que no se deja alcanzar, es el espacio donde se despliega nuestro pensamiento y nuestro trabajo. Aprovechar ese momento, es lo que Hillél desea que hagamos.

La juventud es tiempo de siembra; es entonces cuando hay que cimentar el edificio del saber futuro. El niño debe estudiar para formarse, el adolescente debe asimilar los conocimientos que le permitirán ganarse la vida. Hillél se dirige, en efecto, al niño y al adolescente en la última parte de su máxima: Lo que no hayamos aprendido de pequeños o de jóvenes, no podremos adquirirlo cuando seamos adultos y menos aún en la vejez.

Cuando el hombre está en la plenitud de la edad, las pasiones suelen dominarlo. Debe entonces aprender a fortalecerse y purificarse con el fin de aprender a dominar sus tendencias malignas y refrenar sus malos impulsos. Si en aquel momento es incapaz de luchar y de vencer, una vez convertido en débil anciano, estará definitivamente derrotado y tendrá que asumir las consecuencias de su culpable negligencia pasada. Por eso está escrito: «Bienaventurado el hombre que teme al Eterno » (Salm. 112:1), y que lo teme estando en la plenitud de sus fuerzas. Así explican nuestros Sabios, en el Zóhar, las palabras siguientes de la Toráh {mi-pené sevá takúm ve-hadartá pené zakén vi-yaretá me-Elo-héja aní Ado-nái}}(Lev. 19:32): «antes de que envanezca tu cabello, debes aprender a temer a Dios; entonces honrarás tu vejez».

Pero tampoco el anciano tiene derecho a permanecer ocioso en los últimos momentos de vida que le quedan. «Y si no es ahora, ¿cuándo será?» Este mundo, es el mundo de la accion y de la realización. Es imposible rectificar en la otra vida los fallos que hayamos cometido en ésta. Podriamos comparar al Mundo Futuro con el Shabbat, y el mundo en el que vivimos con los demás días de la semana. El que ha trabajado durante toda la semana puede disfrutar en paz, durante el Shabbat, del fruto de su esfuerzo. De la misma manera, el que realiza en esta vida actos dignos de ser premiados, puede contar con la recompensa que Dios reserva en el más allá a los hombres piadosos.

De todos modos, ya sea anciano, adolescente o adulto, nadie debe posponer lo que es necesario hacer. Si no aprovechas el día de hoy, ¿quién te asegura que vivirás aún mañana? ¿No vemos acaso todos los días hombres arrebatados por la muerte en plena juventud, en la primavera de la vida, en la fuerza de la edad? Entonces, no dejes nunca de hacer lo que es bueno y justo en cuanto se te presente la ocasión. Piensa siempre: «y si no es ahora, cuando? Y si la pereza inherente en cada hombre te insinúa que te sobra tiempo para hacerlo, piensa también: «¿Quién sabe hasta que punto me pertenece el futuro?» Las acciones buenas y justas que hayas realizado serán tuyas para la eternidad; nadie te las quitará jamás, pues están escritas en el Libro de Dios y serán tomadas en cuenta en la otra vida.

Hay otra gran verdad en las palabras del Sabio. El Todopoderoso ha creado al hombre para ser glorificado por El, y nos ha escogido, a nosotros los judíos, para servirlo. Además, nos ha impartido la enseñanza de la verdad y nos ha dictado las leyes del amor y de la benevolencia que son las que han de guiar nuestra conducta. Por lo tanto, no se trata para el judío de servir a Dios únicamente en momentos determinados; el Servicio Divino con el que debemos cumplir es permanente, y el momento que le robamos está irremediablemente perdido. Un perjuicio que hayamos causado podrá ser reparado, en algunos casos, pero el tiempo malgastado no se puede recuperar. Por este motivo debes tener presente constantemente la pregunta «Y si no es ahora, ¿cuándo será?».

Aprovecha el tiempo del que dispones, y en lugar de despreciar el instante que huye, utilízalo para actuar en pro de tu felicidad terrenal y también de tu felicidad eterna.

Rabino Dr. M.Lehmann, Rab A. Amselem

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