Se busca Supervisor
Extraido de Parabolas del Jafetz Jaim
Cada persona que estudie el Talmud se topará más de una vez con relatos un tanto asombrosos. No obstante, somos conscientes de que cada uno de ellos posee un profundo significado. Analicemos, por ejemplo, el siguiente relato.
Shemuel dijo en cierta ocasión: “En comparación con mi padre, soy como el vinagre en relación al vino, pues él solía supervisar sus posesiones dos veces al día, mientras que yo, lo hago una sola vez al día”.
Aparentemente, la autocrítica de Shemuel fue demasiado severa, pues, ¿es un gran pecado no supervisar el patrimonio más que una vez al día? Y en ese caso, ¿es necesario hacerlo diariamente?
Un dato útil: cuanto más sorprendente sea el relato, más convencidos debemos estar de que una gran moraleja se esconde dentro suyo.
Segunda enseñanza de Shemuel: “Quien supervise sus posesiones diariamente, encontrará dinero”.
Otro dato útil: Según el Talmud estos dos legados están relacionados uno con el otro.
Ahora bien, reflexionemos con sinceridad sobre nuestro estado espiritual. Otorguémonos, con la mano en el corazón, una nota calificativa del 1 al 10. Seguramente, si no recibimos un 10, es porque además de ser excelentes, somos también humildes. O quizás, porque no fuimos lo suficientemente sinceros.
Respondamos a la siguiente pregunta: ¿Nos duele más la pérdida de una suma insignificante de dinero o el hecho de haber recitado una bendición sin la concentración adecuada?
La respuesta será unánime, a pesar de que todos conocemos la gravedad de pronunciar el Sagrado Nombre de Dios de esa manera.
Peor todavía: ¿Cuánto sabemos de Torá y cuánto le dedicamos a ella? Y así podemos seguir en todos los rubros.
La conclusión de estos hechos se resume en que nuestro estado está lejos de ser el ideal.
Seamos serios y analicemos nuestra situación.
Ni bien lo hagamos, obtendremos una respuesta muy simple pero tajante: muchas veces nos dejamos llevar por las vanidades mundanas. El mal instinto nos distrae con diferentes ocupaciones y preocupaciones, con placeres y quehaceres, con paseos y mareos, hasta tal punto que olvidamos el propósito por el cual vinimos a este mundo: la Torá y las mitzvot.
¿Cómo detener esa situación? También es simple. Debemos reservar, día a día, o semana a semana, un momento para la introspección. Ante todo, debemos recluirnos en nuestra habitación e intentar doblegar el mal instinto imaginándonos nuestro final: cómo es que nuestros seres más queridos nos acompañan en nuestro último camino, lloran, gritan, se lamentan y se rasgan las ropas. Hasta el sepulcro, no más. De ahí en más, cada uno se va a su casa y al que ha muerto lo dejan solo bajo la tierra, pues nadie querrá cambiarlo de lugar. Por este motivo, no hay que dejarse llevar por familiares cuando estos quieran apartarlo de la Torá y las mitzvot.
Luego, habrá de recordar que los Sabios nos advirtieron que en el Día del Juicio Final habrá que rendir cuentas por cada acto, movimiento y pensamiento, por cada instante de la vida, incluso por cada palabra que conversó con su esposa. Más aún, lo examinarán también por sus hechos positivos para apreciar si realmente los realizó por la Gloria de Dios o por su propio honor. Será un examen riguroso, difícil de pasar.
Entonces, debe buscar sus defectos para poder corregirlos, pues nadie habrá de preocuparse mejor que nosotros por nosotros mismos.
Justamente, eso es lo que nos enseñó Shemuel.
Las verdaderas posesiones son, por supuesto, las espirituales. A ellas se refería Shemuel, a aquellas “posesiones” que, si las revisa diariamente, se encontrará dinero, es decir, se tendrá éxito, ya que de esta manera cada cual se dará cuenta de qué es lo que debe corregir.
Su padre supervisaba su conducta dos veces al día. Por la tarde buscaba en qué podría mejorar lo hecho por la mañana, y lo hacía una segunda vez por la noche. Shemuel, en cambio, no era como su padre, revisaba su conducta solo una vez por día.
¿Ahora entendemos? Justa y precisa fue su autocrítica.
El Talmud cita otros casos similares con otros Sabios, los cuales se sirvieron de diferentes estrategias para vencer al mal instinto sin que este los pudiese dominar. Todos tuvieron un arma en común: analizaban sus caminos regularmente.
(Shem Olam, cap. 11)
Rabi Israel Meir HaKohen