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Sasha

Extraido de Joyas del Maguid

Durante un viaje a Eretz Israel en 1987, tuve el mérito de conocer a un increíble joven llamado Sasha, recién llegado de Rusia. Había venido a Israel sólo cuatro meses antes y vivía con sus padres y su hermano temporariamente en un Centro de Absorción en Jerusalem. Nos sentamos y conversamos durante más de una hora y la historia que me contó fue absolutamente fascinante.

Hablaba un hebreo casi perfecto y no pude evitar asombrarme de pensar dónde y cómo en la Unión Soviética pudo haber aprendido a hablar esa lengua tan fluidamente. Como quiera que lo hubiera hecho, estoy convencido de que ese era, solamente, el menor de sus increíbles logros. ésta es su asombrosa historia.

Siempre, desde que era un niño pequeño, recordaba Sasha que en la época de la primavera su padre solía traer al hogar un alimento de aspecto extraño, diciendo a sus hijos que era tradición familiar comer eso llamado matzá en este período del año.
Cierta vez, cuando Sasha ya tenía dieciocho años y los pimpollos de la primavera comenzaban a florecer, el padre le dijo que fuera a la sinagoga y recogiera matzá para la familia. Sasha emprendió el camino hacia la sinagoga de Moscú, donde se encontró por primera vez con un caballero llamado Arié Katzin. Le preguntó al Sr. Arié dónde podría comprar matzá.
-¿Sabes por qué comes matzá? -preguntó el Sr. Arié.
-No, en absoluto, -replicó Sasha-. Mi padre me contó que era una tradición familiar comerlo durante esta época del año.
Sasha recuerda que la familia solía comer la matzá junto con pan, o aun con cerdo. Nunca se le había ocurrido a él que podría tener algún significado religioso.
-Sasha, muchos años atrás los judíos fueron liberados de la esclavitud en Egipto y esa libertad es conmemorada comiendo este tipo de alimento. El Sr. Arié trataba de explicarle pero Sasha no se mostraba impresionado.
-Sasha, -exclamó el Sr. Arié-, ¡tú eres judío y debes siempre recordar eso! Los dos empezaron a conversar y el Sr. Arié invitó a Sasha a regresar y a encontrarse con él nuevamente. Unas semanas después lo hizo.

Lenta y pacientemente, el Sr. Arié comenzó a enseñarle a Sasha acerca del judaísmo. Cierto día el Sr. Arié decidió mencionar un delicado tópico. Inició sus comentarios diciendo que había una mitzvá que los judíos habían cumplido a través de toda su historia, independientemente de cualquier circunstancia dura o consecuencias resultantes. La mitzvá era el brit milá, la circuncisión ritual. Sasha, quien no estaba circuncidado hasta la fecha, lo escuchó pero dudó con respecto a someterse a una operación ‘por elección’ a su edad. Pero entonces el Sr. Arié le contó sobre el versículo (Ezequiel 16:6) recitado en cada brit:
-Sasha, siempre recuerda: tú puedes pensar que te estás revolcando en tu sangre pero es «be damaij jai«, por tu sangre [la que brotará en tu brit milá] vivirás.
Esto le dejó una profunda impresión.

Sasha fue a su casa esa noche con la expresión «a través de tu sangre vivirás» sonando en sus oídos. Luego de algunos días, accedió a tener un brit. Silenciosa y secretamente, a fin de que las autoridades soviéticas no se enteraran de ello, se hicieron los correspondientes arreglos y el brit fue realizado.
Sasha comenzó a concurrir a los servicios de la sinagoga con más frecuencia y, como era un talentoso músico, se le pidió que animara en una celebración de Purim. Unas semanas más tarde, el Sr. Arié organizó un picnic para Lag B’Omer. Una vez más Sasha ejecutó su música para los concurrentes, pero esa noche… recibió visitantes. Era la KGB, la policía secreta soviética. Querían una lista de los judíos que habían asistido al picnic de Lag B’Omer aquella tarde.

Sasha no podía creer que hicieran semejante pedido. ¿Pensaban que él se iba a transformar en un informante? Se negó a suministrar siquiera un solo nombre. Las autoridades le dijeron: «Sasha, en unas semanas te llegará tu carta de conscripción del Ejército. Podemos arreglar que seas enviado a la brigada de músicos, de modo que jamás tengas que servir en las líneas del frente».
A Sasha le hubiese encantado ejecutar música en el Ejército ruso pero no lo haría a costa de otros judíos. No poseía un fuerte compromiso religioso pero perjudicar a otro judío con su información, estaba, simplemente, fuera de toda cuestión.
Como era esperable, unas pocas semanas más tarde recibió su carta de reclutamiento y fue asignado para el entrenamiento regular básico. Antes de partir para el Ejército, el Sr. Arié le dio un sidur y le dijo: «Mantén esto contigo en todo momento y asegúrate de usarlo todos los días. Al menos recita el versículo de Shemá Israel«.

Por un cierto tiempo Sasha utilizó el sidur ocasionalmente, pero luego lo fue abandonando. No obstante, cuánto más se familiarizaba Sasha con los otros soldados en su barraca, más desencantado con ellos estaba. Su desencanto comenzó en principio durante las comidas. Cuando era servida la comida en la mesa, los soldados se abalanzaban como animales. Los soldados soviéticos que estaban ya enrolados por más de un año, sentían que tenían superioridad, de modo que arrebataban la comida y las provisiones de los recién llegados. Muchos de estos mismos soldados eran personas que Sasha había conocido en la escuela primaria secular, y quedó horrorizado al ver cuán bestiales se habían vuelto. Bebían regularmente vodka, insultaban, vociferaban, eran inmorales y, lo peor de todo, odiaban a los pocos judíos que había entre ellos.

Sasha comenzó a darse cuenta de que no podría vivir su vida como ellos vivían. Y no lo haría. Ellos representaban la forma más baja de la humanidad. El había pensado antes que sus compañeros del ejército serían caballeros, pero advirtió cuán equivocado había estado. Sasha estaba asqueado por su comportamiento, y eso lo hizo acercarse más a los otros cuatro soldados judíos en su brigada. En sus días francos, pasaba ahora un poco más de tiempo encontrándose con algunos de los jóvenes judíos que había conocido a través del Sr. Arié en Moscú.

***

Ningún soldado soviético quería a los judíos, pero el mayor antisemita de todos era uno que parecía un enorme oso, Dmitri, de Ucrania. Con una estatura de casi dos metros, descollaba sobre todos los demás. él, personalmente, ridicularizaba y molestaba a los judíos sin piedad. No hacía diferencia para él si un soldado judío era de los que trataban de hallar favor a los ojos de los demás soldados o era del tipo silencioso, lector de libros y ocupado sólo en sus propios asuntos. Dmitri despreciaba a todos los judíos, y él y sus seguidores se ocupaban de hacérselos saber.

Cierto día, mientras Sasha estaba caminando por un hall de la barraca, creyó oír los sonidos de una lucha proveniente de una de las habitaciones. Cuando abrió la puerta vio que Dmitri, el gigante, estaba sobre uno de los soldados judíos a punto de descargarle un puñetazo. Todo lo que Sasha podía ver de Dmitri era su enorme espalda. Instintivamente, Sasha, quien tampoco era un pequeño hombre él mismo, corrió hacia los hombres y, con una embestida voladora, asió a Dmitri alrededor de su ancha cintura y los arrastró fuera del indefenso judío.

Ambos, Sasha y Dmitri, se levantaron del piso. Sasha retrocedió hacia la puerta por la que había entrado, y estaba convencido de que estaba a merced de una pelea. En lugar de eso, cuenta él, algo sucedió que cambió su vida para siempre. Dmitri estaba quizá demasiado anonadado y aturdido para luchar. Comenzó a gritarle a Sasha en una voz parecida a la de un animal. Sasha dice que las venas en el cuello de Dmitri se veían hinchadas como tensas sogas de hierro. Los ojos de Dmitri estaban tan dilatados como manijas de puertas. Vociferaba, amenazaba, insultaba y luego dijo: «Ya veré yo de hacerte revolcar en tu sangre!». Después de eso Dmitri salió con furia de la habitación.

Sasha estaba aturdido. él ya había escuchado esa expresión, «revolcarse en tu sangre», en algún lugar, en algún momento del pasado. Anteriormente, esa misma expresión había tocado su corazón. ¡Entonces recordó! El Sr. Arié Katzin le había dicho unos meses antes eso: «puedes pensar que te estás revolcando en tu sangre pero es por tu sangre que vivirás», por tener el brit milá. Sasha se quedó de repente extasiado. Supo en su corazón que no podía haber sido casual que esta persona baja y malvada, este rashá (hombre perverso), hubiese usado una expresión similar a aquella que el tzadik había utilizado.

Sasha corrió desaforadamente hacia su habitación en un confuso éxtasis. «D’os», -se dijo a sí mismo-, «muéstrame una señal de que estás aquí». Corrió a su armario donde tenía oculto su sidur y lo sacó afuera. Lo abrió al azar y allí, en la página delante de él, ¡estaba el versículo de Shemá Israel en letras negritas! Esa era la frase en hebreo con la que estaba más familiarizado. No, no podía ser -pensó. Tenía que ser puramente incidental que la oración que había dado fuerzas a millares de judíos, apareciera justo en ese momento cuando quería una señal del Cielo. Cerró el sidur y lo abrió nuevamente en una sección diferente. No pudo creer lo que veía. Allí estaba otra vez -el versículo de Shemá Israel. «Esto es imposible», -musitó para sí mismo. Cerró el sidur y lo abrió cerca del final del libro, y he aquí que aparecía otra vez ¡el versículo de Shemá Israel! [Sacha no se dio cuenta en ese momento pero había abierto primero el sidur en Shajarit, el servicio de plegarias matutino, después en Maariv, la oración de la noche y luego en Maariv del sábado por la noche, que estaba impreso cerca del final del libro].
Invadido por la emoción, comenzó a llorar. Y con los ojos llenos de lágrimas recitó el Shemá como jamás lo había dicho antes, y después con gran fervor pronunció el versículo de los Salmos (20:2): «Iaanjá H’ beiom tzará», Que D’os te responda en el día de aflicción».

Sasha estaba simplemente eufórico. No podía esperar hasta su siguiente día libre para encontrarse con sus amigos judíos otra vez en Moscú. Estaba ahora listo para aceptar un pleno compromiso con el judaísmo. Unos días más tarde tuvo su habitual domingo libre y les contó a sus amigos de Moscú lo que había ocurrido. Expresó entonces su interés en aprender tanto como pudiera acerca de la Torá y la observancia de los preceptos. Se llevó de vuelta con él su primer par de tzitzit, los que usó secretamente debajo de su uniforme del ejército ruso.
Les manifestó a sus amigos de Moscú que deseaba participar en la siguiente festividad judía.

Quería ser parte integral del pueblo judío. Le preguntó al Sr. Arié cuál era el día festivo que se aproximaba y se sorprendió de la respuesta. Entre tantos días, ¡éste era uno de ayuno! Taanit Esther (el ayuno de Esther, el día antes de Purim) sería en dos semanas, un martes. Sasha dijo que se aseguraría de estar de vuelta para entonces.
El siguiente problema de Sasha fue cómo salir en mitad de la semana. Era simplemente algo que jamás se oyó, que un soldado del ejército ruso saliese libre cualquier día excepto el domingo. Pero Sasha sabía que sería algo imposible ayunar en el ejército, observando toda la comida siendo desparramada por la mesa a la hora de las comidas,. Además, resultaría muy obvio ante los demás que él no comiera.

Cuando el ayuno de Esther se estaba aproximando, Sasha le pidió al oficial a cargo que le permitiera esta vez tomarse un día en medio de la semana. Arguyó que su familia se reuniría para una ceremonia. Por alguna razón que Sasha no puede imaginarse hasta el día de hoy, el oficial miró para otro lado por esta vez y le concedió a Sasha esa rara autorización para tomarse libre el día martes.
Pasó todo el día de Taanit Esther en compañía del Sr. Arié en Moscú. Pronunció las correctas Slijot (las plegarias especiales de arrepentimiento para ese día), ayunó e intentó estudiar tanto como pudo sobre la historia y el significado de Purim, la festividad que iba a tener lugar al día siguiente. «Es el día en que los judíos fueron salvados de los descendientes de Amalek», -dijo el Sr. Arié. Sasha escuchó la historia de Hamán y su perverso plan que fracasó y fue en su contra.

Por la noche, Sasha escuchó la Meguilá de Esther (rollo de Esther) que era leída y luego se apresuró para regresar a las barracas militares. Mientras se encaminaba hacia su habitación, se encontró con una multitud esperándolo. «¿Dónde has estado» -parecían estar gritando todos al mismo tiempo. «No podrás creer lo que pasó aquí hoy! ¿Dónde rayos estabas? ¡Es un milagro que no estuvieses hoy acá!».
Todos hablaban al mismo tiempo y le tomó algunos instantes a Sasha entender lo que le estaban diciendo. Finalmente comprendió.

Parece que ese mismo día, Dmitri, que en el ínterin había sido dado de baja por el ejército, regresó con un grupo de amigos buscando a Sasha. Estaban furiosos de ira y ebrios más allá de todo control. Habían salido para matar a Sasha y vengar lo que éste le había hecho a Dmitri dos semanas antes. Blandían armas y emprendieron un registro cuarto por cuarto en busca de Sasha. Dmitri y sus compinches jamás lo encontraron porque él estaba en Moscú conmemorando el día en que los judíos fueron salvados de los descendientes de Amalek.

Sasha comprendió entonces que él también había sido salvado. Sonrió con confianza y suspiró con alivio. Silenciosamente le agradeció a D’os. Fue un Purim que por siempre recordaría.

«Sasha» del libro «Around the Maggid’s Table»

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1 comentario
  1. Tania Jaramillo.

    Hermosa Historia……en las madrugafas acostumbro leerlas con mi esposo y realmente nos enseñan cómo los Sabios de Bendita memoria,vivieron recta y correctamente en esta tierra, dejando huellas …..

    11/06/2017 a las 11:40

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