Profundizando
Educación Judía
El medio ambiente y la influencia en la educación
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Sapos de otros pozo

Existe una antigua tradición judía que consiste en bendecir a los hijos y a las hijas todos los viernes a la noche. En esa bendición, recitamos (a los varones) las palabras que pronunció nuestro patriarca Ia-acov a sus nietos, Menashé y Efraim, antes de fallecer. En ella Ia-acov se expresó de la siguiente manera: «por ti bendecirá Israel repitiendo: Que D»s te ponga como Efraim y Menashé».
La pregunta obvia que se formulan muchos comentaristas es la siguiente: Teniendo Ia-acov tantos hijos y nietos, ¿por qué eligió de entre todos, precisamente a sus nietos nacidos en Egipto a Iosef como ejemplo para todos los futuros niños de Israel? ¿acaso no eran todos buenos y dignos descendientes de Ia-acov? La respuesta que dan los exégetas tiene que ver con el entorno que rodeó a los hijos de Iosef en su primera infancia. A diferencia de sus primos que fueron criados juntos y en la proximidad de su abuelo Ia-acov, Efraim y Menashé vivieron sus primeros años en las cortes egipcias con todos los lujos que había en ellas y, al mismo tiempo, con el vacío moral que caracterizaba la vida mundana egipcia. Más tarde llegaron sus primos extranjeros «gringos» de Cna-an.

Nuevamente, a diferencia de su padre que gobernaba Egipto y no carecía de absolutamente nada aun en la época de escasez, los primos recién llegados eran más bien pobres (ante el Faraón, los tíos manifestaron que en la actualidad eran «ro-é tzon» = pastores, si bien, anteriormente habían sido «anshé mikné» = dueños de hacienda). A su vez, los primos desconocían las costumbres del lugar. Por la lógica de la alta sociedad, lo más probable hubiese sido que Efraim y Menashé se sintieran incómodos con la presencia de estos primos raros. No obstante, ocurrió exactamente lo contrario. Los hijos de Iosef se integraron con su familia de modo tal, que al poco tiempo ni se notó la diferencia entre quiénes eran descendientes del monarca y quiénes pertenecían al proletariado. Al momento de la muerte de Iosef y la de sus hermanos, fueron esclavizados tanto los unos como los otros de la misma manera. La bendición que transmitimos a nuestros hijos, entonces, es que sepan seguir manteniéndose unidos a su Ley y a sus costumbres y alejados de las influencias negativas que pueden recibir de los vecinos.

Dado que vivimos en el destierro, lejos de nuestras fuentes y mezclados en sociedades hostiles a nuestros valores, este anhelo cobra mucha más importancia y actualidad. Sin embargo, más allá de las buenas intenciones y la plegaria a D»s para que se vuelvan realidad, vemos que en muchos casos este deseo de los padres, lamentablemente, no se materializa. ¿Existe algún modo por el cual nosotros podemos ayudar a que este, uno de los desafíos más grandes de los padres judíos, se cumpla? Sin duda que sí. Pero requiere un gran esfuerzo, voluntad y decisión. El problema no es nuevo, así podemos buscar las huellas de nuestros padres que ya nos mostraron el camino. Avraham y Sará recibieron la noticia que iban a ser papás. Su alegría fue inmensa, pero la preocupación inmediata se centró en cómo lograr que este hijo que iba a nacer siguiera las enseñanzas de Avraham, sin absorber lo negativo de la sociedad cna-anita contemporánea. A tal fin, Avraham fue mudando de residencia. Después de años de haber vivido en la proximidad de las personas con quienes había establecido un vínculo de confianza (Aner, Eshkol y Mamré), nuestro patriarca vuelve a habitar en el desierto del Neguev entre Kadesh y Shur, visitando periódicamente («vaiagor») la ciudad filistea de Grar. El R.Sh.R. Hirsch sz»l (Bereshit 20:1) sugiere que esta mudanza puede estar relacionada con el próximo nacimiento de Itzjak. Por un lado, Avraham quiere criarlo lejos de la sociedad corrupta de Cna-an y vive en el desierto. Por el otro, el aislamiento total de la sociedad no le permitiría al joven Itzjak evaluar las propuestas de la vida a la luz de las enseñanzas de su padre. Por lo tanto, Avraham toma distancia de la sociedad, pero estaría viviendo ocasionalmente en Grar, una ciudad filistea, que no es tan corrupta como el resto de Cnaan, dándole a Itzjak la oportunidad de ver el mundo en el cual debería defender su postura espiritual pocos años más tarde. Un joven que fue criado sin ningún contacto con el mundo exterior corre un riesgo enorme al momento de exponerse a lo desconocido y a lo cual no está inmune, de la misma manera que una persona que nunca sale de su habitación al aire fresco casi seguro se ha de resfriar con la primer corriente de aire que sienta. (Esto no es un cheque en blanco para que padres irresponsables le permitan mucha calle a los hijos, con el pretexto que «no se pueden criar en una burbuja»; el tema debe ser evaluado con todo el peso de la responsabilidad que nos cabe como padres). La diferencia entre otras épocas y la actualidad pasa por la falta de estabilidad en nuestros hogares. Si antaño fue difícil crear un ambiente propicio en el hogar, aislado de lo que sucedía afuera, hoy el problema se ve potenciado enormemente. ¿Por qué?

Pues hay filtraciones por todos lados. Vivimos amontonados en casas de departamentos compartiendo ruidos, conversaciones de ascensor y saludos diarios. A su vez, la publicidad omnipresente que ofrece una serie de bienes y servicios, preferencias políticas, etc. están siempre ahí, quiera uno verlas, o no. Pero eso no se compara con que, aun sin la influencia de los vecinos inmediatos, los medios masivos de comunicación por si mismos quitaron la privacidad que solía tener una familia. En ese sentido, la permeabilidad de las paredes de nuestras casas, juega en contra de la transmisión pura del judaísmo. Los medios cumplen una función integradora en nuestra sociedad no sólo al informar a la gente lo que sucede allí afuera, sino al intentar formar (o deformar) opiniones y actitudes. ¿Qué nos queda a nosotros, entonces? Enseñarnos y enseñarles a nuestros hijos a filtrar la información que les llega. Es inútil y contraproducente decirles que todo lo que ven afuera es malo, porque no lo es necesariamente («Iesh jojmá bagoím, taamín» – si te dicen que hay sabiduría entre las naciones gentiles – créelo). Al haber caído los muros de los guettos de las ciudades dentro de los cuales habían habitado los judíos por varias generaciones separados así de la «calle» y al inmigrar los judíos de los pueblos (Landsjuden) a las grandes ciudades de Alemania, muchos cayeron en la trampa de la asimilación porque les faltó la vacuna que los inmunizara contra las malas influencias.

En cambio, aquellos que decidieron tenazmente permanecer fieles a la Torá crearon guettos mentales que tamizan lo que debe entrar y sumar, diferenciando y excluyendo lo que debe quedar afuera.
Al mismo tiempo, debe estar claro que toda demostración clara de orgullo por lo que uno es y recibió, ayuda a identificar al joven con su identidad. Es prácticamente imposible hablar de crear una «identidad judía» en la juventud, mientras prevalezca la actitud mimetizante de disimular el judaísmo «para que no se note» (públicamente que es judío). La vergüenza es, por cierto, un elemento importante para proteger la moralidad de la gente. Vergüenza se debe sentir si uno hace algo que no debe y no es acorde a lo que se debería esperar de nosotros. Si, en cambio, esa sensación se manifiesta respecto al judaísmo, al final se terminará, lamentablemente, alejando totalmente de él. Volviendo a Egipto, Iosef supo educar a sus hijos en las peores circunstancias espirituales sin que esto afectara negativamente el futuro de sus vidas. Más adelante, cuando las parteras judías se negaron a obedecer al Faraón que les exigía que mataran a los niños varones recién nacidos, D»s las premió con la más cara de las recompensas: «y fue que al temer las parteras a D»s, él les estableció casas». Los Sabios dicen que estas «casas» se refieren alegóricamente a la monarquía y el sacerdocio que serían los descendientes de ellos en el futuro. Sin embargo, lo que nos dice la lectura simple ya es suficiente. El temor al Todopoderoso ayuda a crear los hogares que los judíos pretendemos. Hogares estables y fuertes que nos permitan transmitir la Torá tal como la recibimos.

 

Rab Daniel Oppenheimer

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