Sagradas Escrituras
J. —Pero ya que sólo Israel presenció la entrega de la Torá y la mayoría de los milagros ¿cómo puede esperarse que las otras naciones acepten esta verdad?
S. —Las Escrituras sólo dirigen el llamado de cumplimiento de Sus Leyes a Israel, quien presenció los hechos de D-os. Ninguna otra nación es amenazada o culpada por no aceptar la Ley; no tienen esa obligación, pues no presenciaron los milagros que comprueban la verdad de la Ley. Moshé no exigió de los hijos de Israel que creyeran en él, pues ninguno de ellos disputó alguna vez la veracidad de la Ley de la que fueron testigos junto con él. Pero los libros del Islam y del Nazareno maldicen con vehemencia a todas las personas del mundo que no les cree, aunque ellos no demostraron sus pruebas al mundo.
J. —¿No existen enseñanzas virtuosas en sus escritos?
S. —Las enseñanzas virtuosas no convierten a un hombre en profeta. Sólo el hombre favorecido con la palabra de D-os es un profeta. Además, todas las cosas buenas que se encuentran en sus escritos fueron tomadas de los judíos. Una persona que está familiarizada con las Escrituras y la tradición de la Torá puede reconocer fácilmente en el Corán o en los escritos del Nazareno, las doctrinas y parábolas tomadas de las fuentes judías. Con frecuencia ambos citan equivocadamente o malinterpretan estas fuentes, demostrando así su ignorancia (81-83). Pero fuera de estos pasajes, sus escritos están llenos de malicia. Tanto el Nazareno como Mahoma, mencionan a nuestros sagrados Sabios con los peores epítetos. Describen a nuestros grandes maestros como «víboras» e «hipócritas». Ambos estaban animados por el odio hacia aquéllos que no los reconocían e inspiraron el interminable registro de terribles persecuciones en contra de nuestro pueblo.
J. —Dije anteriormente que no consideraba a estos sistemas como conocedores de las verdades básicas. Por lo tanto, es innecesario extenderse en este tema.
S. —Es muy necesario. La verdad del judaísmo se basa en sus tradiciones. Pero uno puede respetar muy poco la tradición si cada religión reclama su propia tradición. Por eso es importante percatarse de que ningún sistema de doctrina en el mundo tiene una tradición plausible e ininterrumpida de la ley Divina excepto el Judaísmo, sobre cuya tradición se apoyan forzosamente el Cristianismo y el Islam y es importante darse cuenta que estos dos sistemas posteriores refutan claramente sus propios escritos. Así, no existe más que una tradición válida; y esta tradición es la única fuente de la verdad básica.
J. —Las Sagradas Escrituras, que ellos dicen respetar, refutan abiertamente a cualquier nación que afirme superioridad sobre nosotros. «Porque pueblo santo eres para el Eterno, tu D-os, a ti te escogió el Eterno, tu D-os, para ser para Él, el pueblo amado, más que a todos los pueblos que están sobre la faz de la Tierra» (Debarim 7:6).
S. —Dicen que esto se refiere a ellos.
J. —Es de llamar la atención que los hombres puedan estar tan descarriados. ¿Acaso no dice la Torá: «Y porque amó a tus padres, y escogió a su simiente tras ellos, y te sacó Él mismo con su enorme fortaleza de Egipto»? (Debarim 4:37). La Biblia entera se refiere a la simiente de los patriarcas. Y simiente significa simiente.
S. —Sí, para aquel hombre sin prejuicios. Pero aunque ignoran todas las leyes de la Torá, sostienen que es su Biblia y no la nuestra. A pesar de todas sus afirmaciones, nunca fueron devotos para con las Sagradas Escrituras. Sólo nuestra nación cumplió la profecía que se dijo de la simiente de Israel: «Éste es mi pacto con ellos, dice el Eterno, Mi espíritu que está sobre ti, y Mis palabras que he puesto en tu boca, no se apartarán de tu boca, ni de la boca de tu simiente, ni de la boca de la simiente de tu simiente, dice el Eterno, desde ahora y por siempre» (Yishayá 59:21). Somos nosotros los que no comemos puerco ni encendemos fuego en Shabbat. «Y que nunca dejarán de observarse esos días de Purim, ni perecerá su memoria de su simiente» (Esther 9:28). Nosotros y nadie más celebramos Purim. «Y aconteció que cada nación que quede de todas las que vinieron contra Jerusalem subirá cada año a adorar al Rey, el Eterno de los ejércitos, y guardar la fiesta de las Cabañas (Sucot)… Tal será el castigo…de todas las naciones que no subieran a celebrar la fiesta de las Cabañas (Sucot)» (Zejariá 14:16-19). Nosotros, y nadie más celebramos Sucot.
J. —Así es que, al final, Jerusalem la ciudad judía será el lugar del culto universal; y todas las naciones observarán la sagrada festividad judía de Sucot. Ésa es una evidencia lo suficientemente clara de que el Judaísmo histórico será finalmente reconocido como la verdad.
S. —Sí, las Sagradas Escrituras manifiestan claramente que 1) nuestra nación fue escogida para recibir la Torá y ninguna otra nación será escogida jamás en lugar de nosotros y que 2) la ley se dio para siempre y ningún profeta podrá alguna vez reemplazar o invalidar la profecía de Moshé.
J. —¿Ha sido continua la tradición desde la entrega de la Torá en el Monte Sinai hasta nuestros días?
S. —No sólo desde la entrega de la Torá, sino que la cadena de tradición continúa intacta desde el principio del mundo hasta nuestros días. Cuando murió Adam en el año 930, Metushelaj (Matusalén) lo había conocido ya durante 243 años; y Noaj (Noé) había conocido a Metushelaj por 600 años, cuando este último murió en 1656. Al morir Noaj en 2006, Abraham tenía 58 años. Abraham, Yitzjak y Yaakob eran una familia unida. Al morir Yaakob en 2255, Yosef tenía 56 años y Amram, el padre de Moshé había nacido ya. Al venir Moshé al Faraón, Abraham era todavía recordado por los egipcios, entre los que había residido temporalmente. Cuando Moshé trajo la Torá a los hijos de Israel, las tradiciones y la historia inscrita en ella, eran bien conocidas por la gente. Entre Adam, que fue testigo de la Creación, y Amram, el padre de Moshé, sólo intervinieron cuatro hombres: Metushelaj, Noaj, Abraham y Yaakob. El Diluvio estaba sólo dos eslabones atrás en la cadena de tradición, pues entre Noaj y Amram intervinieron sólo Abraham y Yaakob. Los hijos de Israel en Egipto ya habían oído de antemano las crónicas de Abraham, Yitzjak y Yaakob de boca de Yaakob y sus hijos, a quienes la generación previa a Moshé conoció personalmente (no a todos). Leví, el hijo de Yaakob, murió en Egipto en 2332 y su bisnieto Moshé nació sólo 33 años después en 2365. De este modo puedes ver qué tan unidos están los eslabones de la cadena de tradición desde la Creación hasta Moshé.
J. —Entonces… ¿no fueron nuevas las crónicas de Bereshit para la gente?
S. —No. Si Moshé, D-os me perdone, hubiera inventado cualquiera de las crónicas, los israelitas se hubieran opuesto a él y lo hubieran rechazado. Eran muy numerosos, habían muchos ancianos y sus tradiciones eran recientes. Tú puedes ver que eran obstinados, que no se persuadían fácilmente y cómo algunas veces se oponían a sus peticiones. Si hubieran tenido cualquier objeción a sus crónicas, no hubieran vacilado en anunciarla abiertamente.
J. —¿Qué tan unidos están los eslabones, después de la entrega de la Torá?
S. —Toda la nación estudió Torá bajo la tutela de Moshé durante cuarenta años, sin tener el deber de trabajar para comer pan. De esta forma, la nación entera se convirtió en transmisores de la tradición, pues se educaron en la más grande academia de Torá que el mundo vería alguna vez. Inmediatamente después de morir Moshé, se establecieron en la Tierra de Israel bajo el liderazgo de Yehoshúa, el principal discípulo de Moshé; y se estableció el Santuario en Shiló (Silo) bajo la guía de Pinjás el Cohén, discípulo de Moshé. En este Santuario, que se mantuvo por más de 300 años, Shemuel (Samuel) el profeta fue educado en la tradición de la Torá por Elí el Cohén. El Rey David recibió la tradición de la Torá de su maestro Shemuel. 440 años después de Moshé, Shelomó el hijo de David, construyó el Primer Templo. Este Templo se mantuvo durante 410 años. Hasta la destrucción del Primer Templo, por un período de 890 años después del Éxodo, poseyeron el Arca que contenía «las dos tablas de piedra que Moshé puso en Joreb, cuando el Eterno hizo un pacto con los hijos de Israel cuando salieron de la tierra de Egipto» (I Reyes 8:9). El libro de la Ley fue colocado «al lado del Arca de la Alianza del Eterno» (Debarim 31:26). El Tabernáculo del Santuario, que Moshé y su generación hicieron, y todos sus utensilios sagrados, se guardaron en el Templo de Shelomó (I Reyes 8:4) y permanecieron allí hasta el final.
J. —Me imagino que el hecho que estaban en la Tierra de Abraham, Yitzjak y Yaakob, y que el hecho que hablaban el mismo idioma que todos sus antecesores, ayudó a fortalecer su tradición.
S. —Sí. Vivían entre los monumentos de su tradición. La sepultura de sus patriarcas en Jebrón, la sepultura de Yosef en Shejem, la tumba de Rajel en Bet-Lejem, y todos los lugares mencionados en la Torá que se relacionan con la vida de los patriarcas, eran conocidos por la gente que habitaba la tierra de Israel durante todas las épocas, y algunos se conocen aun en nuestros días. Conocían los lugares por donde sus antepasados cruzaron milagrosamente el Mar Rojo, y donde el río Jordán se partió para dejarlos cruzar, las piedras que cayeron del Cielo sobre sus enemigos en Bet-Jorón (Yehoshúa 10:11), la piedra en la que se sentó Moshé durante la batalla contra Amalek, el pilar de sal de la esposa de Lot, y la pared de Jericó que se hundió en la tierra (Berajot 54a).
J. —Entonces no tenían dudas, y no tenían necesidad de que los convencieran, pues su tradición histórica vivía con ellos.
S. —Joven, este asunto de dudar de las Sagradas Escrituras es una enfermedad reciente. Para nuestra nación, mientras vivieron en la tierra de Israel y en los países vecinos, la tradición no era cuestión de fe. Las señales y acontecimientos importantes de su historia los confrontaban a cada paso, y la tierra estaba llena de señales que corroboraban y conmemoraban los eventos de la Biblia. En el Templo, además del libro de la Torá, escrito con el puño y letra de Moshé, y de las tablas de piedra de los Diez Mandamientos, estaban el Tabernáculo tal como lo habían erigido en el desierto, el recipiente que contenía Maná que se había guardado para remembranza de las futuras generaciones, la vara de Aharón de la cual brotaron almendras, todos los utensilios que se fabricaron en tiempo de Moshé, las joyas de oro que mandaron los filisteos cuando regresaron el Arca tras haber sufrido castigos milagrosos (I Shemuel 6). El lugar donde Aján fue lapidado (Yehoshúa 7:26), donde estaban las ruinas de Haay (ibid. 8:28) y los demás numerosos memoriales históricos que llenaban la tierra. Los habitantes de Gabaón (ibid. 9:27) vivieron entre los israelitas por más de 1300 años. Los Rejavim (o Keneos) que descendían de Yitró vivían entre ellos, cada tribu de Israel y cada familia vivía en las tierras que les asignaron Yehoshúa y los ancianos y cualquier ciudadano podía remontar su linaje a hombres que salieron de Egipto, y de ellos remontarse hasta Adam, el primer hombre. En la tierra de Egipto se practicaba aún la ley de entregar al faraón un quinto del producto de la tierra, que había instituido Yosef (Bereshit 47:26); y en la cercana ciudad de Ashdod, los sacerdotes del templo de Dagón nunca pisaban el umbral, pues ahí encontraron la cabeza y las manos de su ídolo cuando tenían cautiva el Arca (I Shemuel 5:5). Éstos son sólo algunos de los incontables monumentos históricos.
J. —¿La tradición se transmitía en forma organizada o sólo en forma individual?
S. —En ambas formas. Cada generación tuvo guías de Torá y asambleas de Torá. La principal línea de tradición de la Torá era así: Moshé recibió la Torá en el Monte Sinai, y la transmitió a Yehoshúa. Éste la transmitió a los ancianos del pueblo (incluyendo a Elazar, Pinjás, los jueces y Elí ). Shemuel, David, Ajías de Silo, Eliahu (Elías), Elishá, Yoyadá, Zejariá (Zacarías), Hoshea (Oseas), Amós, Yishayá, Mijá (Miqueas), Yoel, Najum, Jabakuk, Tzefaniá, Yirmiyá (Jeremías), Baruj ben Neria y Ezrá. Ezrá fue la cabeza de la Gran Asamblea, y la línea de tradición desde entonces, está enumerada en la Mishná de Abot. Desde Moshé en adelante, cada uno de estos Sabios estaba asociado con un gran número de colegas y discípulos, de manera que la tradición se transmitía en cada generación de una multitud de Sabios a una multitud de discípulos.
J. —¿Había en aquellos primeros tiempos un gran Sanhedrín? Ese nombre no se menciona hasta en períodos tardíos del Segundo Templo.
S. —Aparece mucho antes. Más de 400 años antes de la destrucción del Segundo Templo, Sisines, el gobernador persa, asistió a los judíos ancianos y líderes del Sanhedrín a construir el Templo (Josefo, Antigüedades, libro XI, cap. IV, 7). Pero en realidad, la palabra Sanhedrín es una palabra extranjera. La contraparte hebrea es los ancianos y este término se encuentra a través de todas las páginas de nuestra historia. Los setenta Ancianos de Israel (Éxodo 24:1-9), fueron el primer Sanhedrín. Los ancianos que vivieron mucho tiempo después de Yehoshúa (Yehoshúa 24:31); los Ancianos de la Congregación (Jueces 21:16); los Ancianos de Israel (I Shemuel 4:3); se reunieron todos los Ancianos de Israel y vinieron a Shemuel (I Shemuel 8:4); los Ancianos de mi pueblo (I Shemuel 15:30); Abner habló con los Ancianos de Israel (II Shemuel 3:17); los Ancianos de Israel vinieron al rey (I Reyes 8:1); reunió el rey de Israel a todos los Ancianos de la tierra (I Reyes 20:7); los Ancianos de Yehudá (Judá) y Jerusalem (II Reyes 23:1); los Ancianos de los cautivos (Yirmiyá 29:1). Josefo se refiere a éstos como el Senado (Antig. V, 1, 2; V, 11, 2 y en numerosos pasajes más). Hay muchos pasajes en las Escrituras donde también se mencionan los Ancianos de la ciudad y los Ancianos de la tribu, como ordena la Torá: «Jueces y guardianes se pondrán para ustedes en todas sus ciudades… para todas tus tribus» (Debarim 16:18). Además de los líderes nacionales de la Torá, el gran tribunal de los Ancianos, los tribunales locales y las academias de la Torá, estaba la familia organizada de los Cohanim y de la tribu de Leví, de los que se predijo: «Enseñarán Tus ordenanzas a Yaakob, y Tu Ley a Israel» (Debarim 33:10). Su tradición era notable por el extremo cuidado con la que se preservó.
J. —Explique eso por favor, señor.
S. —Permíteme citar a Josefo (Contra Apión, libro I,5,6,7): «Nosotros los judíos admitimos a los escritores griegos en cuanto a la elocuencia de la composición, pero no les damos tal preferencia en lo referente a la veracidad de la historia antigua… Nuestros antepasados… encomendaban este asunto a sus sumos sacerdotes y profetas, y estos datos han sido escritos desde el principio y hasta nuestros días con la máxima precisión… Desde el principio nuestros antepasados no sólo elegían para este propósito a los mejores sacerdotes y a aquéllos dedicados al culto Divino, sino que también se preocupaban que la simiente sacerdotal continuara pura y sin mezclas, pues aquél que participa en el sacerdocio debe multiplicarse de una esposa… cuya genealogía se toma de las listas antiguas y tenga muchos testigos de ello. Ésta es nuestra costumbre no sólo en Judea, sino en cualquier lugar donde habita algún grupo de nuestra nación; y aun ahí, se lleva un catálogo preciso de los matrimonios de nuestros sacerdotes en: Egipto, en Babilonia o en cualquier otra parte de la Tierra en donde se encuentren nuestros sacerdotes, pues éstos mandan por escrito a Jerusalem los nombres antiguos de sus padres, así como los nombres de sus ancestros más remotos y declaran también quiénes son testigos… El argumento más fuerte de nuestro manejo de este asunto es que poseemos en nuestros documentos, los nombres de los sumos sacerdotes de padre a hijo por un período de dos mil años. Si algunos han violado estas leyes, se les prohibe presentarse en el altar y tomar parte en cualquiera de las purificaciones. Esto… necesariamente se hace, porque no cualquiera por voluntad propia puede ser escritor, ni existe desacuerdo alguno en los escritos; y sólo los profetas han escrito las narraciones originales y más recientes de cosas como las aprendieron por inspiración de D-os mismo… Pues nosotros no tenemos una incontable multitud de libros que están en desacuerdo unos con otros así como los griegos… pues durante todo el tiempo que ya ha transcurrido, nadie ha sido tan atrevido como para agregarles o quitarles algo o hacerles algún cambio».
J. —Ésta es en verdad una poderosa prueba de la validez de la tradición. En las familias que se mantuvieron intactas durante dos mil años, no se rompió la tradición. Los Cohanim ganaron justamente el papel de transmisores de la Torá y cumplieron la profecía: «Enseñarán tus ordenanzas a Yaakob y Tu Ley a Israel».
S. —También se debe resaltar el hecho que nadie tuvo alguna vez la osadía de alterar los libros sagrados. Este hecho no tiene paralelo entre las naciones del mundo.
J. —También noto otro punto muy importante señor. Los judíos no poseían ningún otro libro excepto las Sagradas Escrituras. Éste es un hecho singular que no tiene igual en ninguna otra nación. Tal condición garantiza la inviolabilidad de la tradición escrita.
S. —Sí. Estaba prohibido guardar por escrito cualquier cosa fuera de estas Escrituras, hasta muchos años después de la destrucción del Segundo Templo. Podían escribirse documentos secretos pero no podían hacerse públicos. De esta forma, libros como los libros apócrifos no se permitían. Por esta razón, nuestra tradición escrita permaneció intacta y uniforme a través de la historia y evitamos la confusión y contradicción que sufrieron las demás naciones en sus crónicas por tener tantos y tan irresponsables escritores. Toda nuestra nación está unida de acuerdo a un libro: las Escrituras. Nunca sucedió que alguna parte de nuestro pueblo contradijera o estuviera en desacuerdo con la tradición de las Escrituras, no sólo desde Moshé hasta fines de la era del Segundo Templo cuando Josefo escribió sus palabras, sino a través de los años hasta los tiempos modernos.