Robo, Huyo y lo Pescaron

Extraido de Jabad magazine
Se cuenta que una vez un rabino decidió salir a buscar fondos para la noble causa de sacar a una persona de la cárcel. Para tal fin, caminó de pueblo en pueblo buscando el dinero necesario para pagar su fianza, pero no logró su objetivo. Cansado y desanimado emprendió su camino de regreso sin tener siquiera la mitad de los fondos necesarios. Coincidentemente, en uno de los pueblos por los que pasó, detuvieron a un iehudí que había robado. Lo encontraron con “las manos en la masa”. El rabino se hizo cargo, pagó la fianza y lo liberó, no sin reprocharle la indigna actitud e instándolo a que no volviera a cometer semejante delito. Para su sorpresa, el hombre le respondió: “¿Usted piensa que porque una vez me atraparon, no voy a volver a intentarlo?. ¡Estoy seguro que la próxima no me van a apresar”.
Al escuchar esto, el rabino reflexionó y se sintió identificado con su propia situación. Entonces se dijo: “Si a este hombre que lo atraparon robando, no baja los brazos hasta conseguir su propósito, ¿¿Yo puedo aflojar??” Dio media vuelta y no se detuvo hasta juntar hasta la última moneda que necesitaba.
Hace poco, me encontré con un conocido, quien me contó que ese mismo día era la fiesta del Bar Mitzvá de su hijo. Y al verme se le ocurrió que quizás podría dirigir un poco la parte de los bailes. Acepté gustoso la propuesta, ya que el baile es una de mis pasiones, y suelo hacerlo con mucha entrega. Vale aclarar que aunque alguna vez fui coreógrafo, hace más de una década que no me dedico a las tablas, y hoy por hoy, soy docente en la Ieshivá de Jabad Lubavitch de Bs. As. (cosa que también me apasiona), y estoy casado con cinco chicos (pu, pu, pu). No tuve mucho tiempo para preparar, ya que la convocatoria era para esa misma noche, así que empecé a pensar todo tipo de pasos para animar este agasajo. Llegué a mi casa, puse la música y empecé a improvisar algunas secuencias simples con avances y retrocesos, saltos y giros. Todo listo.
Llegue a la fiesta aun antes de que comenzara. Hablé con el D.J, combinamos cuál es el mejor momento de entrar, en qué canción, y otros detalles, también hablé con la gente del sonido para que me faciliten un micrófono inalámbrico para ese instante. Llegó el momento. Tomo aire. Digo entusiasmado: “Buenas noches, vamos todos a hacer unos pasitos juntos.” Capté la atención. Perfecto, domino el ambiente. Empiezo el primer paso de la secuencia, cuando de repente se descontroló la situación, (¡nunca llego a estar controlada!), tocó justo el estribillo de una canción conocida, (detalle que no tuve en cuenta) y la gente empezó a desplazarse al mejor estilo pogo (de un lado para el otro, en masa).
Quedé parado con micrófono en mano, mirando a la gente saltar y bailar. Algunos curiosos me observaban con una sonrisa tierna. Parado, duro como una columna sin saber como reaccionar, esperando otra oportunidad para actuar. Le dije al padre del Bar Mitzvá que me acompañe para hacer algo juntos, pero él me gritó asomando su cabeza dentro de un grupo de amigos, que no contara con él, mientras la masa lo arrastraba de aquí para allá sin rumbo fijo. La misma escena, expuesto al ridículo (queriendo que la tierra se abra debajo mío), ante este claro fracaso, aun antes de comenzar, sin saber cómo reanudar. Me había imaginado una coreografía accesible, divertida, donde la gente bailaba una bella melodía jasídica al compás de este curioso bailarín de barba y sombrero. Pero lo que no había imaginado, era quedar descolocado como cenicero de moto. ¿Qué hago? ¿Lloro y pataleo? ¿Qué harías vos?
Ok. Devolví el micrófono como un caballero, me acerqué a un par de muchachos que estaban mirando al costado de la ronda, los tomé de las manos y me puse a bailar con ellos, y luego con otros, hasta terminar la tanda. No fue de los momentos más prodigiosos de mi vida, no salió como quería, pero igual seguí adelante, bailando. ¿Qué pensás? ¿Que no lo voy a volver a intentar? Seguro que sí, estoy seguro de que lo que hago es divertido, ameno y sano. Hoy no salió, ¡mañana sí va a salir!.
Lo mismo se aplica cuando decidimos emprender un proyecto en nuestra vida espiritual. Ante un ocasional obstáculo, queremos dejar todo de lado. Mi esposa, Natali, al empezar a estudiar Torá, comió un heladito kasher. Y estuvo en cama con fiebre alta y sin poder ir a trabajar por la intoxicación. Otra vez, ¿Pensás que no volvió a comer kasher…!? Ya sabes la respuesta… El mismo punto. “Fortalécete y sé valiente”. No pienses que todo se desmorona cuando las cosas no salen como vos lo planeaste. ¡No hay una conspiración en tu contra!. No existe tal cosa. Si Di-s te dio cualidades es para que las utilices para bien. El mundo necesita de tu talento ¿Qué esperás para explotarlo?. No perdamos tiempo. ¿Bailamos?
Gad Pitchel