Renegar la fe
Rabí Iosef Shlomo Kahneman Z»L, fundador y director de la famosa Ieshibá Ponewiz, solía contar de manera muy especial, cada vez que tenía oportunidad de hacerlo, el siguiente relato:
Una vez en la Ieshibá, cuando ésta funcionaba en Estados Unidos, le tocó entrevistarse con un renombrado profesor Iehudí, cuyas ideas estaban totalmente alejadas de la Torá y las Mizvot, y le reveló que estaba interesado en renegar de su condición de judío y abrazar otra religión. Muchos eran los motivos que le hacían pensar de esa manera, pero sólo una cosa se lo impedía: Cada vez que pensaba en su conversión, aparecía frente a sus ojos… ¡El Jafez Jaim!
Cuando era joven, tuvo la oportunidad de pasar una pequeña temporada en la Ieshibá de Radin. Cuando llegó por primera vez a la Ieshibá, encontró que todos los jóvenes estaban amontonados, llenando las instalaciones, a la espera de la asignación de sus respectivos lugares para dormir y vivir allí. El muchacho, que carecía de alguien que lo conozca, se quedó parado en un rincón sin que nadie atine a atenderlo. Las horas pasaban y los efectos del largo viaje realizado se hicieron sentir. El cansancio lo obligó a quedarse sentado en su equipaje, hasta que el sueño lo venció.
Cuando en medio de la noche se despertó, se percató que un desconocido estaba sosteniéndolo en sus brazos. El joven hizo como que seguía durmiendo. El hombre lo cargó sigilosamente, tratando de no sobresaltarlo, y con suavidad lo acostó sobre una confortable cama. Le quitó los zapatos, lo acomodó, y luego se quitó su propio saco y lo cubrió. En ese momento, el joven abrió levemente sus ojos para ver entre sus párpados de quién se trataba. Cuán grande habrá sido su sorpresa al ver que quien estaba sentado a su lado no era otro que el Jafez Jaim. El Rab estaba leyendo un libro a la luz de una tenue vela, con las mangas de su camisa al descubierto… sin su saco, que lo tenía encima a modo de cubrecama. El Jafez Jaim se esforzaba para que su voz no se oyera demasiado molesta, y lo que estudiaba o leía, salía en un murmullo inaudible; no sea que, Jas Veshalom, despierte aquel muchacho que de tan lejos llegó a estudiar Torá, y ahora se encontraba gozando de un merecido descanso…
Esa imagen, quedó para siempre en su memoria. Todas las veces que aquel profesor sentía la tentación de abandonar a su pueblo, recordaba al Jafez Jaim en esa situación. E inmediatamente desistía de cualquier intento de renegar de su fe. No podía este hombre separarse, dejar de pertenecer, a una nación que tiene como integrantes a personajes de esta magnitud… ¡Dichoso el pueblo que así es..! ¡Dichoso del pueblo que tiene un Jafez Jaim en su seno..!
Marbisé Torá Umusar
(Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.ar )
Dichoso el hombre que constantemente te alaba y glorifica tu Presencia en su vida.