Recordar quienes somos
El hombre vive generalmente reaccionando ante estímulos exteriores:
¿Qué opinan de mí, qué poseo?, etc.
El egoísmo, la imagen superficial y lo perecedero absorben gran parte de las energías humanas.
La realidad material-sensorial acapara la existencia, haciendo que el hombre olvide su verdadera identidad y el objetivo de su vida.
Cuando esto sucede, la conciencia comienza a recorrer un laberinto en torno a lo inmediato, a la apariencia, olvidando el hombre «quién es» y el porqué de su existencia. La vida se transforma en un permanente reaccionar ante lo superfluo, y así se crea una sociedad en la cual sus integrantes no se conocen a sí mismos y no conocen a su prójimo; ya que toda relación se basa en la imagen y en estímulos exteriores.
Los verdaderos objetivos quedan opacados y la fuerza interior se diluye, perdiendo el hombre la conciencia de su identidad y el propósito de su existencia.
Cuando se ignora el propósito de la vida se crean las condiciones para que surja lo innecesario. Así, los hombres construyen sistemas espirituales, sociales y educativos basados en justificar el egoísmo, lo cual termina por corromperlos. De ello resulta una vida basada en ilusiones, que si bien a veces son posibles de lograr nunca terminan por satisfacer. Una vez alcanzadas ya no son suficientes. Entonces aparecen nuevas necesidades aún más ilusorias que las anteriores, acrecentando cada vez más el consumo de una realidad innecesaria e inalcanzable que se desvanece constantemente.
El Kadósh Barúj Hú creó el mundo para que el hombre reciba la plenitud infinita. Ello sólo es posible a través de la toma de conciencia de su verdadera identidad, origen y propósito.
Este es un proceso en el cual la humanidad oscila indefectiblemente entre dos caminos:
1)El camino de la conciencia, a través del conocimiento y la aplicación conciente de los principios y leyes objetivas codificadas en la Torá: las mitzvót.
2)El camino del sufrimiento, consecuencia de la ignorancia y el egoísmo.
Así como los cuerpos y objetos materiales se separan temporal y espacialmente, las existencias espirituales se separan cuando poseen objetivos disímiles. Cuanto mayor es la diferencia en el objetivo, mayor será la distancia espiritual y más disímil, por lo tanto, será la conciencia de la realidad.
Por el contrario, cuando se comparte el mismo objetivo surge la unidad, la fusión en todos los ámbitos.
Esta percepción de la realidad no surge «naturalmente», es necesario un sistema que entrene el deseo del hombre transformando el egoísmo en altruismo, para que la conciencia logre expandirse a Su Realidad Infinita.
El deseo es imposible de anular, él es la fuerza que activa todos los procesos, es lo que le da a los seres «la conciencia de ser», por ello debemos educarlo y darle la forma correcta: altruismo.
Cuando el individuo y la sociedad basan conciente o inconcientemente sus vidas en parámetros que conducen a justificar el egoísmo, surge la decadencia y finalmente el sufrimiento.
El camino del sufrimiento está signado por una búsqueda permanente en el plano material-sensorial como un fin en sí mismo, el cual desemboca en sociedades insatisfechas que procuran permanentemente «nuevas experiencias». En dichas sociedades las personas son educadas casi exclusivamente a encontrar satisfacción en la realidad material-sensorial, olvidando el desarrollo espiritual que les brinde el componente para poder armonizar todos los ámbitos de sus vidas: el altruismo.
Mientras se inviertan esfuerzos en proyectos que no responden a la verdadera naturaleza humana ni al propósito de la Creación, ignorando las leyes espirituales, se crearán sistemas de vida basados en transformar las debilidades humanas en normas.
La Torá, por el contrario, define las normas sociales y espirituales en base a principios objetivos: las mitzvót, evitando así que el ser humano construya su vida a partir de ilusiones que desembocan finalmente en la des-ilusión.