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La Tora e Israel
Los 13 axiomas del Judaísmo.
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Primer Parte

En todos los axiomas que hemos de enumerar se habla del «Creador» y del deber de adquirir «Emuná» en cada uno de los principios.

El término Emuná no es creencia ni fe. La palabra Emuná está relacionada con la palabra Amen, que, a su vez, implicada con Emet, o sea, verdad. Cuando en cada principio se habla de Emuná Shelemá, significa que aceptamos estos axiomas con certeza absoluta.

Cuando se habla de «Creador», se refiere al Todopoderoso, Quien creó el mundo de la nada absoluta. Incluso los conceptos elementales como el tiempo y el espacio fueron creados por D»s. Asimismo, la creación no fue un evento único del pasado, sino que es un fenómeno continuo, es decir, que el mundo se mantiene y sigue existiendo continuamente a partir de Su voluntad.

El primer axioma nos enseña a «saber» que todo aquello que ocurre en el mundo depende exclusivamente de D»s para que acontezca. Nada sucede si no es Su voluntad que así sea. Cuando usamos el término «saber», nos referimos a un conocimiento claro con experiencia propia. De la existencia de D»s no sólo intuimos porque el orden y el diseño del mundo así lo implican, sino que lo sabemos a partir de todo lo que vimos en el momento de la salida de Egipto, como así también cuando lo percibimos claramente frente al Monte Sinaí. Si bien los seres humanos somos libres para poder obedecer Su mandato, y, por lo tanto, pudiera parecer que nosotros fuésemos los artífices de lo que está sucediendo, ningún movimiento del hombre sería posible sin la asistencia Di-vina aun cuando se oponga a lo que El ordena.

El segundo axioma nos enseña que D»s es único y no existe absolutamente ninguna soberanía fuera de El o que compartiera el poder con El en el mundo. Como tal, El es indivisible, es inmutable y todo el mundo es conducido por El únicamente. Aun cuando muchos fenómenos que suceden alrededor nuestro pudieran parecer contradictorios unos con otros, lo cual condujo a muchos pueblos a atribuir poder a distintas deidades que adoraron, la Torá nos enseña que todo lo que acontece, tanto si nos parece bien o nos parece mal, surge a partir de un D»s único. Los Sabios nos enseñan que «todo aquel que entra en ira, se considera como si fuese idólatra». La razón de esto es que si tuviese presente la Omnisciencia (conocimiento ilimitado de D»s) y Su Omnipotencia, sabría que aquello que lo está irritando no escapa al Conocimiento y Voluntad Di-vina.

El tercer axioma nos enseña que D»s es incorpóreo. Es imposible definir a D»s en términos humanos porque estos son limitados. Aun cuando la Torá menciona los ojos, manos, corazón, etc. o sentimientos como ser el amor, el enojo y la alegría de D»s, éstos son antropomorfismos (hablar de D»s en términos humanos) para que podamos entender en nuestra experiencia y terminología aquello que se nos quiere hacer saber acerca de D»s. Otras religiones crearon imágenes de sus deidades y les atribuyeron mitologías (historias de sus dioses con rasgos y debilidades humanos). Para el judaísmo, toda calificación física o anímica de D»s sería una limitación inaceptable a Su omnipotencia.

El cuarto axioma nos enseña que D»s es Eterno. Dado que es así, el pasaje del tiempo no Lo limita y no cabe en lo Di-vino la idea del pasado, presente y futuro como tiempos separados. La eternidad es un concepto que trasciende al ser humano, quien en su estado físico tridimensional es finito. No obstante, el alma que posee todo ser humano le fue insuflada por D»s, como está escrito en Bereshit (Génesis) cuando nos habla de la creación del hombre, es a su vez eterna por extensión de lo Di-vino. Es así, que cuando fallece una persona y se lo entierra de acuerdo a la ley de la Torá, su alma no perece, sino que sigue existiendo.

El quinto axioma nos enseña acerca de la omnipotencia de D»S: que no existe nada que El no pueda hacer y que, por lo tanto, no debemos invocar a ninguna fuerza espiritual, humana o material para realizar nuestros deseos. (Aun cuando hay quienes piden ayuda espiritual a las personas santas, es para que ellos sumen sus plegarias a D»s, Quien es el único que puede realmente asistir al ser humano). El hecho de que D»s puede cumplir con todos nuestros pedidos, no quita que debamos emplear los recursos que por la Torá son lícitos para lograr aquello que necesitamos. La Torá misma nos exige que obremos con los medios terrenales en búsqueda de nuestros objetivos. Al mismo tiempo debemos rezar a D»s para que colme nuestros deseos con éxito. El hecho que invoquemos a D»s, no implica que El esté obligado a responder de acuerdo a nuestro pedido.

El sexto axioma nos enseña que D»s hace saber Su Voluntad a los seres humanos mediante los profetas a quienes Se revela para informarles aquello que quiere que sepan y, en ciertas ocasiones, que transmitan a una o muchas personas. Algunas profecías fueron reveladas para la posteridad, mientras que otras lo fueron únicamente para el momento. No llegan a ser profetas, sino ciertas personas con características morales determinadas. El profeta debe ser una persona libre de toda influencia que pudiera interponerse entre el mensaje de D»s y su destinatario. Es por eso, que todos los profetas de Israel demostraron no temer a la reacción del pueblo ante los duro s mensajes que transmitieron. Asimismo, debe ser libre de influencias internas, es decir que su mente debe gobernar totalmente su acción, sin que sus pasiones lleguen a dominarlo. En el momento que D»s transmite una idea al profeta, éste sabe con certeza absoluta que se trata de una Revelación Di-vina.

El séptimo axioma nos enseña que la profecía de Moshe fue superior a la de todos los demás profetas. Así lo dice la Torá en Bamidbar (Números): «boca a boca hablo con él, con claridad y no con parábolas…… como así también al final de Devarim (Deuteronomio): «y no se levantó ningún otro profeta como Moshé en Israel a quien D»s se le comunicara cara a cara…… Después que el pueblo de Israel en su totalidad experimentó la profecía al percibir directamente la Voz de D»s en el Monte Sinaí cuando El transmitió los mandamientos, pidieron no escuchar más el resto de los mandatos, sino por medio de Moshé. Ninguno de los profetas de Israel contradijo la profecía de Moshe, sino que, por el contrario, instaron al pueblo a seguir fieles a su enseñanza.

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