Analizándose
Mishná 17
Pirke Avot
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Primer comentario

Su hijo Shimón dijo: Todos mis días he crecido entre los sabios, y no he encontrado para el cuerpo nada mejor que el silencio; y lo principal no es la erudición sino la acción: y quienquiera que hable demasiado, genera pecado.

* * * *

La tradición en general considera al silencio digno de elogio. En Kohélet se nos advierte que hay «tiempo de callar» Y el Talmud dice: «Una palabra puede valer un sela (moneda), más el silencio vale dos». Pero esta enseñanza resulta alarmante, porque Rabán Shimón exalta la virtud del silencio incluso entre los sabios. Ciertamente, el silencio es una virtud entre ignorantes, cuyas conversaciones se centran a menudo en trivialidades. Pero entre los eruditos, de quienes puede fluir el contenido de la Torá y las discusiones creativas, ¿por qué habría de ser «bueno» el silencio?

A fin de comprender a Rabí Shimón, debemos advertir el énfasis puesto en sus palabras: «No he encontrado para el cuerpo nada mejor que el silencio». Respecto a asuntos concernientes al cuerpo, cuestiones físicas, cuanto menos se hable, tanto mejor.

Cuando la gente se reúne, la conversación se sumerge, usualmente, en el más bajo denominador común: «Qué magnífico bife comí anoche», o «¿No disfrutaste del asado en el picnic del último domingo?». Incluso en un banquete de ieshivá, la habitual conversación de sobremesa suele referirse mas al menú que a los discursos, la gente comenta toda su personalidad refiriéndose a gustos y distinción en la comida, la bebida y la vestimenta. No debe permitirse que estas cuestiones físicas se conviertan en el tema central. Deben ser mantenidas en el lugar adecuado. Es mucho mejor concentrarse en consideraciones espirituales e intelectuales. «No he encontrado para el cuerpo – para asuntos que conciernen sólo al cuerpo – nada mejor que el silencio».

El rey Shelomó advierte en Mishlé: «El alma sin ciencia no es buena». Cada persona debiera ser consciente de aquellos requisitos que posibilitan la expansión y progreso del alma. El silencio es uno de tales requisitos. Cuando tu cuerpo está quieto, tus oídos obtienen un descanso, tus ojos se relajan y tu lengua yace inmóvil, entonces tu alma puede hablar en voz alta. La delicada y queda voz de la Divinidad se ahoga, a menudo, en el ruido perturbador de la cháchara incesante. A diferencia de los demás órganos del cuerpo humano, ¡la lengua necesita poco ejercicio! El rey David exclama: «¿Qué te dará o que te aprovechará, oh, lengua engañosa?». Y el Talmud expresa: Dijo el Señor a la lengua: «Todos los otros miembros del cuerpo humano están en la parte exterior, y tú estás en la interior (en la boca). Más aún, te he encerrado entre dos paredes, una de materia dura como un hueso (los dientes), y una de carne (los labios)» Conociendo el poder letal de la lengua, el Todopoderoso la encerró entre dos puertas. En primer término están los duros dientes, que pueden cerrarse herméticamente. Si la lengua lograra deslizarse a través de los dientes, la siguiente línea de defensa estaría constituida por los blandos pero herméticos labios. Sin embargo, a menudo la lengua se las ingenia para atravesar las dos barreras y ejercer su influencia destructiva. De ahí que David reproche con exasperación: «¿Qué te dará o qué te aprovechará, oh, lengua engañosa?»

Y lo principal no es la erudición, sino la acción

En resumen, la teoría no es tan importante como la práctica. Esto se asemeja bastante a la enseñanza de Shamai: «Habla poco y haz mucho». Cierta vez se sucitó una discución entre los Tanaim a cerca de qué es superior el estudio o la práctica: Fueron expresadas diferentes opiniones y, finalmente, todos coincidieron en que el conocimiento es superior ya que conduce a la acción. Sin un adecuado conocimiento, las acciones apropiadas son imposibles. Pero dado que el conocimiento es conciderado sólo un medio, parecería ser que la esencia, lo realmente importante es, verdaderamente, la acción. Nuestra comunidad judía parece a menudo estar hundiéndose por el peso de su propia cháchara. Confidencias, convenciones y comisiones continuan llenando resmas de papel con interminables palabras. Deploramos, nos lamentamos, diagnósitcamos y perscribimos, pero todo no puede sustituir a una acción significativa.

Ciertos momentos históricos reclaman acción y ninguna otra cosa podrá satisfacer ese reclamo. Cuando los egipcios perseguían a los israelitas (los habían acorralado, en apariencia, pues tenían ellmar por delante), el Todopoderoso le dijo a Moshé: «¿Por qué clamas a mi? Di a los hijos de Israel que marchen» Aquél no era un momento para la meditación ni el estudio sino para las acciones inmediatas.

Y quien quiera que hable demasiado genera pecado

Una clásica ilustración de esto puede encontrarse en el relato bíblico de la serpiente induciendo sutilmente a Eva para que comiera del prohibido árbol de conocimiento. Cuando le preguntó a Eva acerca de esa prohibición, ella respondió que el Todopoderoso había ordenado: «No comeréis de él ni lo tocaréis». En realidad, Eva había exagerado, porque el mandammiento divino no había prohibido tocar el árbol. De este modo fue fácil para la serpiente inducirla a tocar el árbol y demostrarle que no le ocurriría nada malo. Por analogía, pudo arguir que comer el fruto del árbol tampoco le produciría daño alguno. Cuando agregas palabras innecesarias, puedes ser inducido a pecar.

En general, hablar demasiado puede conducir al mal. Nuestro labios nos dicen que incluso hablar bien de un amigo puede llevar a la calumnia. Puedes comenzar con la afirmación perfectamente inocente de que cierto hombe es un padre maravilloso. La persona que te escucha podría sentirse entonces tentada de señalar que si bien eso es verdad ¡el hombre es un esposo terrible! Una tercera persona, presente en la reunión, podría tomar el hilo de la conversación y reforzar o dicho con una anécdota vil sobre la actividad comercial del hombre. Lo que comenzó con un chisme «inofensivo» puede terminar en un falso concepto, en envidia y odio. Y de hecho, cuanto más intentes defender al hombre de quien se habla, mas podrás estimular a los otros a refutar tu opinión con toda clase de argumentos e insinuaciones. Cuanto más hables, mayor pecado estarás generando.

Hay una enseñanza jasídica en el sentido de que todo lo que hay bajo el sol enseña una ley moral, incluso las modernas invenciones: por ejemplo: el tren, el telégrafo y el teléfono. Del tren puedes aprender que a veces, por demorarte apenas un minuto, puedes perder todo un viaje. Del telégrafo -que por cada palabra debes pagar un precio determinado. Del teléfono -que lo que hablas aquí, es escuchado «allí», en los dominios celestiales.

 

Irving M. Bunim

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