Prevenir o llorar… una delicada elección
Extraido de Revista Judaica
En una cálida tarde de primavera el sol brillaba intensamente aunque para Sarita y Jaime, que lloraban abrazados frente a unos viejos candelabros de plata, el día parecía haberse oscurecido de repente.
Los Goldfar eran una pareja judía, llamémosla tradicionalista, que tenían tres hermosas hijas que habían criado con amor y desvelo. Sólo instantes atrás Daniela, la mayor de sus tres niñas, convertida ya en una inminente mujer, traía a sus padres la nueva y aplastante noticia.
Sarita y Jaime se preguntaban ¿por qué? ¿Cuál había sido el error? Y hasta por momentos sentían no tener derecho a recriminar «a pesar de ser los padres». Una gran confusión y una rara mezcla de sentimientos los invadía hasta llegar a anular sus pensamientos. Sólo podían recordar el pasado, que frente a un futuro que parecía escapárseles de sus manos, era lo único que les quedaba.
Sarita frotaba los opacos candelabros y recordaba el día que su hija había nacido y con ella la alegría que había traído a sus padres y abuelos. Rememoraba como su propia madre (una mujer proveniente de Rusia, escapada de la guerra) entregaba su legado mas preciado «aquellos candelabros» que no dejaba de abrazar y que habían sido celosamente guardados por años, ya que venían pasando de generación en generación siguiendo así la tradicional costumbre de su familia: entregarlos a la madre de la nueva niña que nacía para que lo tenga en custodia hasta el día que ella misma creciera y formara su propio hogar, siendo así un eslabón mas en la continuidad del pueblo judío.
Jaime recordaba los primeros años de Daniela, cómo los alegraba con las canciones hebreas que aprendía en el jardín repitiéndolas dulcemente sin cesar una y otra vez. También añoraba aquellos días de Pésaj, cuando sus propios padres estaban aún en vida. Toda la familia se reunía alrededor de la mesa de los abuelos para leer la Hagadá (aunque a decir verdad ni él ni sus hijas entendían y prestaban mucha atención al verdadero contenido), saboreaban el delicioso guefilte fish de la bobe y disfrutaban comiendo las crujientes matzot. El ritual era algo bonito que si bien se hacía sólo por respeto a sus ancestros, les dejaba una sensación de plenitud y algarabía. Juntos, Sarita y Jaime, miraban las fotos de su tan ansiado viaje a Israel. ¡Cuanto la habían extrañado! Pero estaba perfeccionando su titulo de morá. ¡Cuantas esperanzas estaban sembradas en su futuro! ¿Pero qué futuro le esperaría ahora a ella y a sus propios hijos el día de mañana con la decisión que acababa de tomar?
Era indiscutible que estaba cegada ante una fuerte pasión que superaba toda la razón, y «evidente» que todo lo que sus padres habían invertido en su educación no había arrojado los resultados esperados. En su corazón, los Goldfar se negaban a aceptar esta situación, pero ¿cómo hacerla cambiar de idea? ¿Acaso poseían los medios adecuados? ¿Tenían argumentos convincentes?
Ahora se cuestionaban si ellos mismos eran el ejemplo viviente de una verdadera familia judía para recriminar a su hija y manifestarles con peso su desacuerdo en que «se case con un muchacho ¡no judío!» ¡Era ya muy tarde! Se sentían vencidos y sólo una cosa les quedaba por hacer: ¡llorar!
Queridos lectores, hasta aquí esta triste y cotidiana historia que con nombres y situaciones falsas no hace más que ilustrar un hecho verdadero que socava al pueblo judío día tras día produciéndonos un gran dolor. Tal vez ustedes, sus parientes o amigos conozcan alguna historia similar. En todas las familias judías, inexorablemente, se puede vivir algún caso de matrimonio mixto. Pero… ¿que opinan al respecto?
Volvamos al hipotético caso de esta familia. ¿Quién tiene razón? ¿Los padres?, que a su entender, pusieron tanto empeño en la educación judía de su hija; ¿o Daniela?, que a pesar de tener una vida con matices judíos, no encuentra mucha diferencia entre un muchacho de otra religión y uno de su mismo credo, ya que la forma de vida de su familia no difiere mucho de la de sus amigos de la universidad, pareciéndole por lo tanto, un hecho sumamente racista y pasado de moda no encauzar su vida junto a una buena persona que ama -y la ama sólo por el simple hecho de no ser judía-.
Creo que podríamos debatir sobre el tema llenando hojas y hojas. Cada uno tendrá su postura de lo que significa el judaísmo, y si es necesario cumplirlo o no para transmitirlo, ya que muchos pueden alegar: ¡¿acaso los sentimientos no valen?! ¿Es necesario más compromiso? Cuántas veces escuchamos «yo de corazón soy muy judío» pero no me pidan más, esto no es para esta época, no es para mí o «lo llevo en la sangre» y eso es lo que vale y así se los transmito a mis hijos, sigo la tradición, las comidas típicas, algunas fiestas, amo la tierra de Israel, mis hijos van a escuelas judías, hacen rikudim y van los sábados a grupos juveniles… -¡Vivimos inmersos en cuestiones judaicas!- pueden ser los argumentos, pero ¿es eso suficiente para que las nuevas generaciones se identifiquen y amen el verdadero judaísmo? Sin animo de ofender ni criticar a nadie, la respuesta es un rotundo ¡»No»!, no es suficiente, y debemos internalizarlo ya que es «la realidad» la que nos demuestra a diario que esto no alcanza para que nuestros hijos permanezcan judíos y quieran casarse con judíos.
Las estadísticas de asimilación son alarmantes, los matrimonios mixtos tienen más poder de destrucción en nuestro pueblo en la actualidad que el poder destructivo que tuvo el holocausto en su momento. Y no nos engañemos en esto, todos de una u otra manera somos responsables. Ya no depende de fuerzas exteriores que nos atacan, somos nosotros mismos los que no cuidamos y defendemos lo que tenemos, los que por diversos motivos -justificables o no-, descuidamos nuestros verdaderos valores provocando en nosotros mismos este mal que nos acosa de manera creciente. Sólo en EEUU 5.5 millones de judíos ni siquiera identifican su religión como judaísmo, declaran no tener ninguna religión o practicar otro credo. Incluso algunos que se identifican como judíos no le dan realmente mucha importancia a esto, su judeidad es algo intrascendente en sus vidas. Hoy la mayoría se casa con no judíos ya que esta idea se volvió muy aceptable para las parejas a formarse. Nos dice Doron Kornbluth, autor del libro «Por qué casarse entre judíos», que en nuestro mundo moderno y multicultural la pregunta real no es ¿por qué los judíos se están casando con gentiles?, sino más bien ¿por qué no casarse con gentiles?
Entonces deberíamos preguntarnos ¿cuál es la falla? ¿Por qué ocurre esto? Y ¿qué está en nuestras manos hacer al respecto?
Analicemos entonces este tema de una manera seria y responsable fuera de toda subjetividad, basándonos en la amplia experiencia que nuestros rabinos tienen sobre el tema, ya que a diario deben atender a padres desesperados que golpean «tarde» a sus puertas suplicando soluciones mágicas y milagrosas, y también -por qué no decirlo- atienden a las propias parejas víctimas de su propio error y hasta a sus propios hijos que, carentes de identidad religiosa, invocan ayuda espiritual en ciertos momentos de su vida.
Como padres responsables y amantes de nuestros hijos los sometemos a rigurosos controles de salud. Ya desde el vientre materno, tratamos de buscar el mejor médico y observar cuidadosamente sus instrucciones hasta el día de su nacimiento, y en la misma sala de partos un ejército de profesionales vigila cuidadosamente cada detalle de la salud de nuestros niños; luego vendrán los controles semanales del pediatra conjuntamente con la aplicación de cada una de las vacunas. «Prevenir en salud» es una cuestión sumamente importante, lo sabemos, y no escatimamos ni esfuerzos ni recursos para hacerlo. Pero como dijimos en otras oportunidades, la persona es una unidad formada no sólo por un cuerpo sino que es principalmente portadora de un alma, entonces excelente por cuidar el cuerpo que es justamente la vestimenta de ese alma (su vehículo).
Pero ¿qué hay de la salud espiritual de nuestros hijos? ¿Prevenimos también en esto desde temprana edad inyectando las dosis necesarias de fe, transmitiéndoles el concepto de que existe un Di-s dueño del mundo y al que debemos querer y agradecer a diario por toda la bondad que nos brinda, comenzando así a proteger su futuro espiritual? O somos tal vez un tanto descuidados en este aspecto, ya que no siempre tenemos la real conciencia que desde la concepción portamos no sólo ese frágil cuerpecito dentro nuestro sino un alma pura que debe ser cuidada y desarrollada desde el vamos. Cabe aquí una pregunta que supongo se estarán planteando: ¡¿no estaremos exagerando al decir que debemos hacer esto desde tan temprana edad?! En absoluto, justamente éste es el momento ideal para comenzar con la atención espiritual y una de las principales armas que tenemos para hacer frente a la tan temida asimilación: «Educar desde la cuna».
Cuando traemos un niño a este mundo, cuidamos su alma inclusive desde antes de su nacimiento a través del cumplimiento de las leyes de la pureza familiar y en el vientre materno seguimos haciéndolo a través del cuidado que su madre pone en cada acto que realiza. Por otro lado desde el primer día que nacen ya se les comienza a transmitir su judaísmo, a inundarlos de santidad.
Nos enseñan nuestros sabios que cuando la madre amamanta a su recién nacido por primera vez, debe hacerlo del lado izquierdo porque el bebé debe recibir su primer alimento del lugar que está más cerca del foco de comprensión -el corazón-. Dentro de las etapas de educación de un niño existe una fundamental: la primera, que va desde el nacimiento hasta los tres años de vida y a los que nuestros sabios llaman los años de lactancia; sin embargo no aprovechamos esta etapa como debería ser, y hasta la ignoramos pensando que el niño es aún pequeño para comprender conceptos espirituales. Qué equivocados estamos si pensamos así, y dejamos su educación espiritual para más adelante.
En Alei Shor dice: La educación comienza desde el momento que el bebé nace. Un bebé percibe mucho mas de su medio de lo que los adultos creen. Esta confrontación temprana con su ambiente influye en su comportamiento y en su personalidad en desarrollo. Sus experiencias incluso de bebé se transforman en una parte integral de su ser. A pesar de esto no es raro ver que como padres nos nazca la preocupación de educar tardíamente, generalmente lo hacemos a la edad que deben comenzar la escuela o hacer el bar mitzvá, o lo que es peor aún a la edad en que buscan pareja y no queremos llevarnos sorpresas desagradables.
Clarifiquemos, por último, lo más importante: ¿a qué se llama «transmitir una verdadera educación judía»?
Dejemos primero en claro que el judaísmo no es una religión, sino una forma de vida, algo integral que abarca cada minuto de nuestras vidas. Son hechos y conductas que vivimos a diario con plena conciencia y en una atmósfera de gratitud y orgullo de nuestra herencia y por supuesto con alegría. El principal marco donde desarrollamos esto es justamente «nuestro propio hogar» (base de nuestro pueblo) .No busquemos entonces, fórmulas mágicas para que nuestros hijos no se aparten del camino. La solución es muy simple y está al alcance de nuestras manos. No hay secretos, sólo la voluntad y el empeño de cumplir con nuestro deber podrá salvar a nuestros hijos y a nuestro pueblo de caer en las manos de la asimilación.
Lo primero es enseñar a nuestros hijos que la base de nuestras vidas es Saber y Creer que existe un Di-s que dirige este mundo. Si no hacemos esto desde temprana edad los estaremos dejando, con toda seguridad, con las defensas bajas para llevar adelante sus vidas como verdaderos judíos el día de mañana. Debemos ser entonces coherentes con lo que predicamos y brindarles un marco adecuado para que se desarrollen, principalmente «un hogar donde ésta sea la ley básica», y donde en consecuencia primen este tipo de vivencias; no es suficiente tener casas con elementos judíos, sino que es imprescindible tener hogares con valores y vivencias judías. No es suficiente con que lo llevemos a escuelas de judíos, sino primordial que asistan a escuelas judías donde realmente transmitan los verdaderos valores de la Tora. Y por supuesto ser nosotros mismos el ejemplo viviente del judaísmo, cumplir y enseñarles a querer las mitzvot (los preceptos), vivenciar el Shabat semana a semana, regalándonos ese espacio tan necesario para la familia, como así también cada una y una de nuestras festividades, cumplir con las leyes de cashrut y todo lo que hace a nuestra esencia como pueblo.
Todo chico busca reflejarse en sus mayores e imitarlos. Si somos un buen ejemplo es casi seguro, que con la ayuda del cielo, ellos también lo serán para las nuevas generaciones. Qué distinto podría haber sido el futuro de Daniela si su madre Sarita, en lugar de guardar celosamente esos candelabros de plata, les hubiese dado un lugar central en su casa y cada Shabat los hubiese hecho brillar con la luz de las velas, elevando una plegaria junto a sus hijas, inundando así de espiritualidad su hogar. Aprendamos de estos casos, no nos autoengañemos, son los simples y pequeños hechos cotidianos los que marcan a nuestros hijos. Tomemos conciencia de ello ya que somos los únicos responsables, la elección es delicada. ¡Mejor prevenir! ¿Por qué llorar?
Patricia Cohen