Pidiendo lluvias
Extraido de nosotros y el tiempo por Rab Eliahu Kitov
Desde Sheminí Atzeret hasta Pesaj incluimos en nuestras plegarias de Shemoné Esré la mención de la revelación del poder de Di-s a través de la lluvia: «El hace que el viento sople y que caiga la lluvia». Sin embargo, en la Tierra de Israel la plegaria explícita por lluvia: «Y otorga rocío y lluvia para bendición», se agrega recién a partir del 7 de Jeshván pues para esa fecha, según nuestros Sabios, ya habían llegado hasta el Eufrates, en camino de regreso a sus hogares en las ciudades lejanas, los últimos judíos que habían ido en peregrinación a Jerusalén para Sucot y Sheminí Atzeret.
Fuera de Israel, donde el agua es abundante y no hay necesidad de que la lluvia caiga con antelación, se comienza a decir esta plegaria más tarde, sesenta días después de tekufát (equinoccio de) Tishrei. Su cálculo no responde a un día fijo en el calendario lunar, pero según el calendario solar este día acaece la noche anterior al 5 de diciembre en un año regular (cuando Febrero tiene 28 días) y la anterior al 6 en un año civil bisiesto (cuando Febrero tiene 29).
Aunque hay países donde la lluvia es tan necesaria al comenzar el invierno [boreal] como lo es en la Tierra de Israel, y hay tierras que la precisan aun después de Pesaj, la plegaria por la lluvia se agrega únicamente a partir del 7 de Jeshván (en Israel) o sesenta días luego del equinoccio de Tishrei (fuera de Israel), y se concluye en la víspera de Pesaj en todos los lugares.
Aquellos países que necesitan lluvia en otras épocas del año deben observar días especiales de ayuno y recitar un orden particular de plegarias de penitencia y súplica pidiendo por lluvia. Pero no pueden modificar la modalidad fija establecida por los Sabios para el Shemoné Esré
Quien olvidó agregar la plegaria por lluvia («Y otorga rocío…»), pero se acordó antes de finalizar la bendición («Bendito… que bendice los años»), debe decirla en ese momento. Si se dio cuenta de la omisión antes de comenzar Teká beshofar («Haz sonar el gran shofar…»), debe decirla allí. Si se percató del error tras concluir la bendición Shoméa tefilá («Que escucha la plegaria») pero antes de comenzar Retzé («Observa con favor…») puede decirla allí y luego continuar Retzé. Si se dio cuenta luego, antes de Ihiú leratzón («Sean las palabras de mi boca…») al final de Elokái, Netzor («Di s mío, cuida…»), debe volver a decir desde la berajá de Baréj aleinu («Bendice para nosotros…»); empero, si ya ha dicho Ihiú leratzón, debe volver a decir el Shemoné Esré desde el principio (véase Sidur, pág. 54).
Si la lluvia cae en el momento adecuado se recita la siguiente bendición: «Te agradecemos, Di-s nuestro Señor, por cada gota. Bendito eres Tú, Di-s, a Quien se debe el reconocimiento». Sin embargo, hoy en día no todos acostumbran a decirla, pues requiere ser dicha con una intención sincera y no todas las personas reconocen el beneficio que trae la lluvia.
No obstante, aquel que es tan sensible por el bienestar público como lo es respecto del propio, se colma de alabanza y agradecimiento a Di-s por esta gracia que representa el acto de benevolencia más grande que El concede a toda la humanidad. Los grandes Sabios de la antigüedad celebraban una fiesta cuando comenzaban a caer las lluvias, y recitaban esta bendición con enorme alegría, agregando variedad de alabanzas y elogios.
LA LLUVIA EN SU MOMENTO APROPIADO
Una persona hambrienta expresaría naturalmente su gratitud a quien le ofrezca siquiera un simple higo o dátil que le sirva de alimento siquiera durante un breve período de tiempo. Por otro lado, quien recibe todo su sustento de otro sin habérselo solicitado, con frecuencia tiende a olvidarse de agradecer la generosidad de su benefactor. Pero, no cabe duda, la beneficencia de este último supera a la del primero miles de veces.
Ven y observa: ¿Existe un acto de benevolencia más grande que las lluvias que Di-s hace caer en el momento adecuado? Mientras la gente duerme plácidamente en su cama, Di-s abre Su tesoro para ésta, otorgándole el rocío y la lluvia, irrigando los campos y saciándolos para que rindan sus frutos con abundancia. ¿No debemos agradecerle?
Sin embargo, aunque este insigne acto de bondad puede parecer insignificante al hombre común, nuestros Sabios, que reconocían los poderes de Di-s, comprendieron su magnitud y jamás lo olvidaron, como lo evidencian las siguientes citas.
UN TESORO ABIERTO
Rabí Iojanán decía: Tres llaves se encuentran en manos de Di-s y no fueron entregadas a emisario alguno: la de la lluvia, la de dar a luz, y la de la resurrección de los difuntos (Taanit 2b).
La caída de la lluvia es más trascendental que la resurrección de los difuntos, pues esta última afecta sólo al hombre, en tanto que la primera repercute tanto en los hombres como en los animales. La resurrección de los difuntos está destinada a Israel, pero la lluvia es para Israel y las naciones del mundo (Bereshit Rabá 13).
[Di s dice:] Muchas gotas de lluvia he creado en las nubes, y cada una de ellas la he formado distinta, porque si dos gotas cualesquiera fueran iguales, arruinarían la tierra, y ésta no daría sus frutos (Bavá Batrá 16a).
A través de la lluvia todo es bendecido… el comportamiento de los negocios… la ganancia de los comerciantes [pues hay cereal en abundancia]… incluso aquellos que sufren de forúnculos encuentran alivio… las piedras preciosas se benefician [pues sus colores se hacen más brillantes]… y los peces aumentan de peso.
Tres cosas son equivalentes: la tierra, la humanidad y la lluvia. Sin tierra no hay lluvia; sin lluvia no hay tierra; y sin ambas, no existiría el hombre (Bereshit Rabá 13).
El versículo expresa: Y daré vuestras lluvias en su momento apropiado (Levítico 26:4). Rabí Iojanán decía: Tres regalos fueron entregados al mundo: la Torá, las luminarias del cielo, y la lluvia en su momento adecuado (los viernes por la noche). En la época de Shimón ben Shétaj las lluvias caían los viernes por la noche, y eran tan abundantes y beneficiosas que las semillas de trigo tenían el tamaño de los riñones y la cebada era como el carozo de las aceitunas. Ellos las conservaron para mostrar a las generaciones posteriores qué puede ocasionar el pecado [es decir, que debido a nuestros pecados ya no tenemos el mérito de recibir esas lluvias beneficiosas] (Vaikrá Rabá 35).
El Talmud (Taanit 7b 8a) registra una serie de expresiones mencionadas por nuestros Sabios referentes a la magnitud del obsequio de la lluvia:
- El día en que cae lluvia es tan importante como el día en que fue entregada la Torá.
- El día en que cae lluvia es tan importante como el día en que cielo y tierra fueron creados.
- La lluvia cae sólo cuando los pecados de Israel son perdonados.
- Grandioso es el día en que cae lluvia, pues incluso una pequeña moneda en el bolsillo de la persona es bendecida gracias a ella.
- El día en que cae lluvia es tan trascendente como aquel en que se reunirán los exiliados.
¿A qué puede compararse la gracia de la lluvia? A un padre que envía regalos a sus hijos. Si les manda unos pocos y lo hace a través de un mensajero, éste les entregará únicamente aquello que el padre ordenó. Pero si el padre opta por darles un gran regalo, él mismo se los entregará. ¿Cómo procede? Reúne a sus hijos y abre su tesoro para dar a cada uno su regalo. En ese momento ellos ven todos los objetos finos y preciosos allí guardados y desean poseerlos. Los hijos más sabios buscan entonces algún pretexto para pedir de su padre todo aquello que su corazón ansía, y él los complace, pues el cofre está abierto y es un momento propicio, de buena voluntad.
De igual modo, todos los actos de gracia de Di-s para con Sus criaturas son llevados a cabo por Sus ángeles, quienes cumplen su misión sin añadir ni disminuir nada. Sin embargo, el don de la lluvia – Di-s no lo delega en sus manos pues es posible que sean inexorables en su proceder hacia aquellos que no cumplen la voluntad de Di s, y retengan las lluvias, causando que el mundo quede desolado.
Así, la llave de la lluvia está en poder de Di-s, Quien es generoso en Su bondad. Y cuando El concede lluvia al mundo, la extrae de Su tesoro del bien. No la da porque haya sido merecida, como recompensa o por mérito, sino sólo por Su gracia. Y puesto que este cofre del tesoro -donde se atesora la enorme bondad y abundante misericordia- se abre, es un momento propicio para que el pueblo de Israel pida todo lo que su alma anhela. Lo único que debe hacer es tener la intención sincera de pedir a Su Padre en el Cielo que deposite la Torá en sus corazones, al igual que cuando sus antepasados estuvieron de pie frente al Monte Sinaí; que renueve la Creación; que les conceda salvación eterna; que sus pecados sean perdonados; que las monedas de sus bolsillos sean bendecidas; que los que se encuentran en el exilio sean reunidos desde los confines de la tierra; que la guerra llegue a su fin; es, en efecto, una ocasión propicia para todos estos actos de gracia Divina. ¿Por qué?
Porque todos están almacenados en el cofre del tesoro del bien que Di s abre en el momento en que cae la lluvia. Así lo expresa el versículo (Deuteronomio 28:12): Di s abrirá para ti Su buen tesoro, los cielos, para dar lluvia a tu tierra en su momento propicio… Y si alguien llegara a pensar que el tesoro permanece abierto sólo para el obsequio de la lluvia, no es así. El versículo continúa diciendo (ibíd.): …y para bendecir todas las obras de tus manos.
De aquí aprendemos cuán grande es la gracia de la lluvia y cuán devota debe ser la intención del hombre cuando dice: «Y otorga rocío y lluvia para bendición…».
LA FE CONDUCE A LA FE
El versículo declara (Iyov 41:3): ¿Quién Me ha dado primero para que Yo restituya? Todo lo que hay debajo del cielo es Mío. ¿Podría el hombre haber realizado alguna mitzvá antes de que Di s le concediera la fuerza y la capacidad para hacerlo? ¡Cuánto más cierto es ello al tratarse del gran acto de benevolencia que constituye la lluvia, que ninguna criatura hubiera merecido por algún acto previo!
Antes de la creación del primer hombre … un vapor subía de la tierra y regaba toda su faz (Génesis 2:6). Luego, el versículo expresa (ibíd. 2:7): …y Di s formó al hombre. Vemos, entonces, que la lluvia es un acto que deriva de la gracia de Di-s y no un mérito ganado por el hombre. Sin embargo, nuestros Sabios nos dicen que existe un mérito a través del cual se puede merecer el obsequio de la lluvia: la fidelidad entre los hombres. El Talmud (Taanit 8a) señala: «Las lluvias caen solamente gracias a los hombres que son fidedignos en el trato de unos con otros».
¿Qué tiene de particular la cualidad de la fidelidad por sobre todas las demás, como para que por su intermedio merezcamos la gracia de la lluvia? Así dice Di s: Siempre que reina la confianza entre los hombres -cuando se confían objetos unos a otros sin testigos y no temen ser desposeídos, cuando quien encuentra algún objeto perdido lo devuelve a su dueño original aunque nadie lo haya visto encontrarlo, cuando alguien compra o vende un objeto sin solicitar ningún documento y cumple con su palabra, cuando se es honesto al pesar o medir mercancías, cuando no se intenta engañar o estafar a otros- aunque no posean otro mérito fuera de éste, estoy obligado a otorgarles lluvia. Ayer araron sus campos y sembraron semillas confiados en que Yo les enviaré la lluvia. Que sus esfuerzos no sean en vano, que la tierra no los defraude, tal como ellos no han defraudado unos a otros.
Pero si -Di s libre- no existe fidelidad entre los hombres y son culpables de robar a los pobres o de hurto en general, de calumnia o de altanería, también los cielos se cierran convirtiéndose en cobre, y la tierra se transforma en hierro y no rinde sus frutos.
Así, los Sabios (Shabat 32a) expresan: Como consecuencia de violar las leyes relativas a la separación de trumót y maasrót (porcentajes específicos de la producción destinado a los Levitas y a los pobres) -que implica robar a los Levitas y a los pobres que deben recibir estas dádivas-, los cielos se cierran y no dejan que caiga la lluvia, los precios aumentan, se pierde la ganancia, y los hombres buscan su sustento sin éxito.
- Rabí Shimón ben Pazí dijo: Las lluvias son retenidas por causa de aquellos que calumnian («lashón hará»).
- Rabí Sela dijo en nombre de Rabí Hamnuná: Las lluvias son retenidas por causa de aquellos que son arrogantes.
- Rabí Amí dijo: Las lluvias son retenidas por causa del pecado de hurto.
- Rabí Iojanán dijo: Las lluvias son retenidas por causa de aquellos que prometen donaciones pero no cumplen su palabra.
- Rabí Ketina dijo: Las lluvias son retenidas por descuidar el estudio de la Torá… pues quien desatiende el estudio deroga el pacto de fidelidad [entre Di-s y Su pueblo] y se asemeja a aquel que traiciona a la esposa de su juventud. Y si el hombre no es fiel, tampoco el cielo y la tierra lo serán con él (Taanit 7 y 8)
Rab Eliahu Kitov