Patrones de Descenso y de Ascenso
Extraído de Esta tierra es Mi tierra, por Jaim Kramer Traducido al Español por Guillermo Beilinson
Todos los exilios están contenidos simbólicamente en el exilio egipcio. En Egipto, el pueblo de Israel descendió a los niveles más bajos, a los cuarenta y nueve grados de impureza. Si hubieran permanecido en Egipto un poco más, habrían descendido al nivel quincuagésimo de impureza, del cual no hay salida, pues Israel aún no había recibido la Torá, su dirección espiritual. El poder de la Torá permite que uno pueda salir de los niveles más bajos de impureza. Por lo tanto, pese al hecho de que en nuestro tiempo la degradación del hombre parece haber alcanzado su punto más bajo, aún existe una gran esperanza. Siempre hay esperanzas. Como el Rebe Najmán declaró una vez, «¡Nunca pierdas la esperanza!» (Likutey Moharán II, 78).
El Rabí Natán continúa citando el Talmud:
«¿Por qué los judíos son comparados tanto con las «estrellas en el cielo» como con la «arena en las playas»? Cuando ellos descienden, descienden a los niveles más bajos. Pero cuando ascienden, ¡ascienden hasta los cielos!» (Meguilá 16a).
Existe una conexión entre el ascenso y el descenso. La intensidad del descenso está determinada por el potencial para el ascenso, «cuanto más grandes son, más pesadamente caen». Pero el nivel al cual había caído el pueblo también determinó el grado de ascenso. En Egipto el pueblo judío se había hundido en el nivel cuarenta y nueve de impureza. Pese a tal descenso, mediante el éxodo el pueblo ascendió la escala espiritual hacia el nivel cuarenta y nueve de pureza para poder recibir la Torá. Finalmente, merecieron entrar en la Tierra Santa y construir el Santo Templo. Más tarde, cayeron y fueron llevados al exilio en los reinos idólatras de Babilonia y Persia. Allí comieron alimentos prohibidos, adoraron ídolos y se casaron con mujeres gentiles.
Los factores contribuyentes a este descenso eran paralelos al nivel de espiritualidad requerido por el pueblo de Israel para poder recibir la Torá luego del exilio de Egipto. Con este poderoso medio, serían capaces de hacer que el mundo entero retornase a Dios y que Su Presencia fuese sentida por todos. La mala inclinación luchó duramente para hacerlos caer. Finalmente, el bien prevaleció debido a su redentor, Moisés, y los israelitas merecieron el éxodo y la Torá. Pero su éxito no fue completo debido al incidente del becerro de oro, que tuvo lugar durante la estadía en el desierto, antes de la entrada a la Tierra Santa.
Antes del milagro de Purim, el pueblo judío había alcanzado el punto más bajo. Luego de su exilio de setenta años, iban a retornar a la Tierra Santa y a reconstruir el Templo. Dado que su objetivo era muy elevado, la mala inclinación ejerció un tremendo esfuerzo para obstruir su cumplimiento. Desafortunadamente, tuvo éxito. Sin embargo, debido a las acciones de Mordejai, prevaleció el bien. El pueblo fue capaz de retornar a Dios y salir del estado del exilio. En el Sinaí, el pueblo de Israel recibió la Torá, y luego del milagro de Purim, reafirmó su aceptación de la Torá (Shabat 88a).
Pero su redención no fue perfecta. Muchos judíos eligieron permanecer en el exilio. Otros estaban tan asimilados que nunca retornaron. Sin embargo, algunos merecieron volver a la Tierra Santa y reconstruir el Templo (ver Likutey Halajot, Behema veJaia Tehora 4:34).
El Rebe Najmán también enseña que uno siempre encontrará obstáculos equivalentes a la medida de sus objetivos (Likutey Moharán I, 66:4). De acuerdo con esto, cuando los judíos estaban por salir del exilio y subir a la Tierra Santa para construir el Segundo Templo y aumentar la conciencia de Dios en el mundo, los obstáculos se presentaron como algo infranqueable. Es por esto que el intento de Hamán por exterminar a los judíos tuvo lugar en ese momento, para que Mordejai y Esther, que estaban dispuestos a sacrificarse, permitiesen que los judíos salieran sanos y salvos de su exilio. Pero sólo una figura como la de Moisés podía llevar al pueblo verdaderamente fuera del exilio.
Jaim Kramer