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Papel de estrella (elul)

–una entrevista con Simone Bluestein– por Iehudis Cohen

El mes de Elul , y más fuertemente el de Tishrei, está vinculado al concepto de Teshuvá, el retorno a la fuente judía, la proximidad con Di-s. Muchos son los caminos del retornante, distintas las pruebas a superar. Pero hay un denominador común: el alma judía está sedienta y a la espera de que algo encienda su fuego interior.

Su cinta de demostración publicitaria está llena de comerciales para marcas nacionales de goma de mascar, toallas, vacaciones, películas, restaurantes. Pero el emprendimiento más reciente de Simone Bluestein en el mundo de la grabación, uno del que se siente inmensamente orgullosa, es una grabación para niños que ella narró, titulada Shabbos Treats that Grew («Delicias de Shabat que Crecieron»).

Con sus ojos sonrientes y animados, Simone describe su involucración en la producción de la cinta. «Fui la gerente de producción. Encontré un estudio de grabación en Manhattan. Escogí la música de fondo y los efectos de sonido. Solía ir al estudio y oír diez tipos diferentes de vientos y decidir qué viento», Simone hizo una pausa mientras el viento afuera silbaba entre los árboles, «qué sonido de cacareo, y exactamente dónde ponerlo…». Enfatizó las últimas palabras, y un pájaro trinó, como si fuera para certificar los comentarios de Simone.
Pero para Simone, la producción y narración de cintas para niños judíos no fue siempre el punto supremo de su carrera.
Cuando tenía cinco años, su madre, apremiada por amigos, la encomendó a un agente. Durante los siguientes diez años filmó comerciales para la televisión y audio de publicidad radial para Kelloggs, Ford, Purina, Gulf Oil, para nombrar algunos.
El padre de Simone no le permitió aparecer en espectáculos de TV hasta los quince años porque se entrenaba como gimnasta. «Fui una gimnasta `Clase Uno’ y mis padres realmente querían que fuera a los juegos olímpicos. Fui al gimnasio cada tarde desde las 3:00 hasta las 9:00 y todo el día domingo. Entrené con uno de los principales entrenadores del país, y también con entrenadores rusos visitantes», explicó Simone.

Nunca llegó a los juegos olímpicos. De modo que, poco después de su decimoquinto cumpleaños, Simone filmó tres espectáculos de TV y una película, y entonces decidió que no quería actuar. «Pasaba por mi etapa `fea’. Usaba aparatos dentales, me había puesto un tanto rechoncha, y nadie sabía qué hacer conmigo», dice con risa. «La verdad es que nunca tuve real pasión por actuar. Podía hacerlo, y sabía qué esperaban de mí». Simone continuó actuando, pero apenas como un medio para mantenerse. Había sido criada con el énfasis puesto en ganarse bien la vida y actuar era su medio para lograrlo.

Nacida en Laurel Canyon, en las afueras de Los Angeles, Simone llama cariñosamente a su vecindario por su nombre popular: `Hebrew Heights’. Sus padres, destaca, estaban muy fuertemente identificados con su condición judía. Caminando calle abajo, su madre solía pellizcarla cuando veían un hombre que vestía una kipá. Cuando se trataba de nuevos amigos, la pregunta se formulaba inevitablemente: «¿Es él/ella judío/a?»
A pesar de su formación, sin embargo, cuando comenzó a salir con muchachos dejó bien en claro a sus padres que estaba decidida a casarse con un hombre no-judío, porque, en sus palabras, «los casamientos judíos que vi en el ambiente en que crecí no eran nada de lo que yo quisiera formar parte. Si lo que yo vi era un casamiento judío, entonces quería uno no-judío».
Los padres de Simone, por supuesto, se sintieron trastornados ante el pensamiento de que ella se casara con un no-judío. Pero, cuando ella les preguntó «¿Por qué casarme con un judío?», no hubo respuesta. Criada con la actitud de «no creas a menos que veas» recuerda que comúnmente recibió buenas razones para todo. «Siempre había respuestas intelectuales para responder por qué debía incluir teatro Shakespeareano en mi repertorio, por qué debía llamar a esta persona por teléfono, por qué hacer esto o aquello. Pero la respuesta a `¿Por qué casarme con un judío?’ era simplemente `porque sí'».

Un punto decisivo en la carrera de Simone se produjo en 1984 cuando filmó «La Película de la Semana» acerca de la vida de la gimnasta rumana Nadia Kominicki. Simone hizo el papel de la mejor amiga de Nadia, Theadora. Mientras se encontraba allí, en Yugoslavia, Simone se sintió perturbada por el hecho de que la historia, de una persona viva, estaba siendo alterada para hacer más dramática la película.
También se encontró con que el comportamiento de sus colegas actores era inestable. «Los hombres dejaban a sus esposas durante siete, ocho semanas [para hacer películas]. Sentí que eventualmente hallaría a alguien con quien yo quisiera pasar mi vida y no quería dejarlo por tan largo tiempo cada par de meses. También tiendo a ser una persona bastante abierta, pero como actriz tienes que ser cerrada, estar a la defensiva, no dejar que nadie sepa nada de ti. Todos hablaban uno del otro a sus espaldas, querían ser mis amigos porque yo tenía un gran papel en la película. Toda la escena asustaba. Ser un ermitaño durante quince horas al día… No sabía si podría ser tan falsa».

Cuando Simone regresó de Yugoslavia recibió llamados telefónicos de agentes que querían representarla. Pero las ofertas de papeles en `Knots Landing’ y `Dynasty’ no le interesaban más. «No quería hacer el papel de la adúltera o la asesina. Iba contra mi fibra, aunque no considero que fui necesariamente una persona tan moral». Simone se encontró con que se involucraba tanto con el carácter que retrataba que se comportaba como esa persona. «Era tan fácil traer a mi vida al personaje sobre el que trabajaba. Y si el personaje era frío o antipático, me encontraba comportándome de esa manera».
Simone reaccionó a su desencanto con la profesión de actriz «encerrándose en un capullo» cuando regresó de filmar «Nadia». Comenzó a leer, para hallar respuestas a sus preguntas aún sin formular, y pidió a su padre algunos libros judíos. Una novela de Isaac Bashevis Singer fue su primer saboreo de literatura judía y le gustó la calidad mística de su trabajo. Encontró el libro «El Ser Judío», de Rabí Jaím Donin, en la vasta biblioteca de su padre, y devoró los capítulos acerca de la inminente festividad de Pesaj. «Ese año fui bastante estricta en la observancia de Pesaj porque realmente me gustó lo que el libro decía».

Cuando una amiga, cuya madre había fallecido, le pidió que viniera al funeral y fuera sustentadora, Simone buscó rápidamente «muerte» en el libro de Donin. Lo que encontró allí ejerció una profunda influencia sobre ella. «Estaba realmente asombrada al ver que decía que no guardamos luto por la persona que murió sino más bien por nuestra pérdida, porque HaShem [Di-s] se ocupa de la persona. También me fascinó el hecho de que debíamos cubrir los espejos pues provengo de un entorno modelado por las apariencias y la moda. Pero cuando guardas duelo, cubres los espejos y simplemente `eres'». Además, Simone aprendió que «la mitzvá de visitar a alguien de duelo consiste en simplemente estar allí. «Algunas personas llegan y cuentan chistes, con lo que no me sentía cómoda. Supe que podría presentarme y sentarme allí, y que eso sería suficiente. Estaba enamorada, intrigada con la filosofía judía. Me sorprendió que diera directivas acerca de cómo manejar situaciones como ésta. Sentía que era la única persona actuando adecuadamente en el funeral».
Simone devoró el libro, y a medida que digería su contenido comenzó a observar más y más tradiciones judías. Para esa época ella ya no vivía en el hogar de sus padres de modo que estos no supieron de su nuevo interés por el judaísmo.

En el verano de 1985 Simone fue uno de los 60 actores norteamericanos invitados a participar en un programa de la Universidad de Oxford para estudiar a Shakespeare con la Compañía Real Shakespeareana. Continuó su exploración del judaísmo mientras estaba en Inglaterra. «Estaba caminando calle abajo camino a una librería para comprar todos mis libros sobre Shakespeare y… ¿qué veo? Un judío con una kipá y tzitzít, y yo corrí a él (y probablemente lo sujeté del brazo) y dije: `¡Soy judía!’ Y él me miró como diciendo `Qué bien, Mazal Tov‘ y yo dije `voy a la sinagoga cada viernes por la noche, ¿hay una por aquí?’ Entonces él me dijo dónde había una en Oxford y allí fui».
Pero Simone no se sintió totalmente cómoda en la sinagoga. «Me senté al fondo y lloré. Todos los Libros de Oraciones estaban en hebreo». Su entrenamiento de ballet le brindó una perspectiva única del movimiento de la gente durante las plegarias. «No sabía por qué la gente se mecía, dando pequeñas medias vueltas, un estiramiento a un lado, uno al otro, de modo que me sentí bastante excluida».

Hizo los arreglos necesarios para estudiar en privado un par de veces mientras estaba en Oxford. «La primerísima cosa que aprendí era no abrir juicios. Eso hizo estallar mi mente. Siendo actriz, bailarina, gimnasta, tenías que abrir juicio. Alguien entraba en la sala y tú lo desgarrabas en trozos. Desestimaba sus ropas, su canto, sus movimientos. Cuando aprendí que la Torá dice que no debes abrir juicio, estaba estupefacta. Ese era un concepto muy grande que sabía que debía incorporar en mi vida. Y supuse que si la Torá me podía enseñar a no a abrir juicio, obviamente en la Torá había algo que yo precisaba. Y cuando comencé a no abrir juicio sobre otra gente, mi vida cambió por completo».

Durante ese breve verano en Oxford, cuando Simone estudió Torá en un sitio alejado de su casa, aprendió otra valiosa lección: a estar agradecida, cada mañana, por todo lo tienes. «Solía despertar y pensar, no soy lo suficientemente bonita, lo suficientemente flaca — con 88 libras, bastante rápido. Constantemente me tiraba abajo a mí misma por lo que no era. Me puso de tan buen ánimo cuando comencé a sentirme agradecida por lo que sí era».
Una vez de regreso en Los Angeles, su búsqueda de sí misma dentro del judaísmo continuó. Tomó un nuevo giro cuando decidió que sencillamente debía vivir con mujeres judías. Las memorias de aquellos días están salpicadas de risa frecuente y caras cómicas. «Corrí alrededor de cada organización judía que podía encontrar y decía: `Quiero ser una judía observante, quiero vivir con mujeres judías’. Todos me dijeron que las mujeres judías ya no viven juntas, que ya no hay dormitorios para mujeres. Y todos quisieron ponerme en sus listas de singles».

Simone oyó hablar de un «báit» (una casa dormitorio donde se observan las leyes del kashrut) cerca de la ciudad universitaria de UCLA en Westwood. Un domingo decidió que se mudaría de su apartamento en Hollywood y para el lunes quería estar viviendo en el báit «con mujeres judías». La línea telefónica al báit estaba ocupada así que se introdujo en su automóvil para ir hasta allí. «Estuve manejando arriba y abajo por las calles de Westwood y no podía encontrarlo. Tenía lágrimas en los ojos y me estaba poniendo histérica. No podía encontrarlo. También sabía que había un Beit Jabad en el área aunque no sabía nada sobre sombreros negros o Lubavitch». Simone necesitaba hallar un lugar para detenerse y calmarse, y «como lo deseó la hashgajá pratit (la Providencia Divina), encontré un espacio de estacionamiento frente al Beit Jabad«.
Era domingo, y el Beit Jabad estaba relativamente vacío. En el quinto piso, Simone vio un hombre entrando en el ascensor. «Literalmente bloqueé el ascensor y sollozado dije: `Tú no puedes ir allí. Necesito vivir con mujeres judías mañana, y es domingo. No sé qué significa ser una mujer judía’. Y él me dice: `Lo siento, no puedo ayudarte. Habrá gente mañana en la oficina’. Pensó que estaba totalmente loca. Pero finalmente me prometió ayudarme a encontrar un lugar para vivir».

Durante todo ese mes, Simone llamó al hombre, Zalman Rosenblum, todos los días. Lo visitaba en su oficina en el Beit Jabad (él es un programador de computadora) y obtenía libros de él. «Cada día escribía diez preguntas y él me las contestaba. Todo lo que me dio para leer, leí. Por supuesto, quería que conociera a su esposa. Pero le dije que no tenía absolutamente ningún deseo de conocer mujeres. Después de todo, yo era una persona intelectual. Era realmente hipócrita porque yo había querido vivir con mujeres judías. Pero pensé que todas las mujeres [casadas] estaba encintas y descalzas en la cocina».
Cuando finalmente se encontró con la esposa de Zalman, y otras mujeres de Jabad, se hizo muy amiga de ellas. Comenzó yendo a sus hogares en Shabat y, cuando al tercero o cuarto sugirieron que pasara un Shabat entero con ellos, sin conducir su automóvil, Simone aceptó de buen gusto.

Su familia se sintió un tanto preocupada cuando ella se mudó nuevamente a casa unos meses después, `religiosa’. «Me mudé con ellos cuando ya era observante. Ellos no había visto que un año y medio antes yo estaba leyendo el libro de Rabí Donin. No sabían que había estado encendiendo las velas de Shabat hacía ya seis meses, o que había estado estudiando Torá. Regresé a casa vistiendo vestidos, rezando, sin comer de su comida. Les preocupaba que estaba fanática, obsesiva. Pensaron que sucedió de la noche a la mañana, pero era un proceso».
En Enero de 1986, después de escuchar numerosas Cintas de «Bais Chana» producidas por el Rabí Manis Friedman, Simone fue a Minnesota, para estudiar con el Rabí Friedman en persona. Después de concluida la sesión invernal Simone regresó a Los Angeles. Pero sus estudios nocturnos de Torá con los diversos Rabinos de Jabad a lo largo del área de Los Angeles, le dejaron la sensación de que apenas comenzaba a saborear todo lo que había para aprender.

Antes de las Altas Solemnidades Simone decidió mudarse a Crown Heights. Iba con el doble propósito de estudiar Torá y encontrar un hombre. «Dije a mis padres que me iba a Nueva York a encontrar un esposo», dice Simone con risa. «Casi se desmayan». Después de tres semanas de estudiar en Majón Janá, una Ieshivá de Lubavitch para mujeres en Crown Heights, Simone se dio cuenta de cuánto más había para aprender y pospuso sus planes de encontrar a Don Elegido hasta Janucá, luego Purím, y finalmente Pesaj. «Realmente quería concentrarme en mis estudios y no distraerme con nada. Supuse que necesitaba un fundamento sólido sobre el que construir un hogar judío».
A pesar de su pesada carga de clases, Simone encontró tiempo para enseñar ballet y danza a inmigrantes judías rusas, y gimnasia y teatralización a niñas jóvenes.

Cuando se le pregunta si continuará trabajando después de encontrar un esposo y asumir las responsabilidades de una esposa y madre, Simone responde afirmativamente. «Estoy trabajando realmente sobre mi carrera de vocalización. Lo encuentro mucho más desafiante que actuar. Es simplemente tu voz, creas una imagen con ella. Pero no tienes que crear toda una fachada. Puedo correr con una peluca, estar embarazada, y realmente no importa.
¿Extraña Simone no estar allí, sobre la pantalla gigante, ni siquiera un poco? «¡En absoluto!», es su respuesta enfática. «Cuando estaba creciendo quise ser una gran estrella. Pensé que disfrutaría del dinero, la libertad, el poder, la fascinación. Pero nunca disfruté actuando».
Lo que Simone sí disfruta es estudiar Torá, con la meta final de usarla para construir un sólido hogar judío. Y disfruta de la amistad de toda una vida lograda entre las mujeres judías con quienes, finalmente, vive

(extraído de Jabad Magazine, www.jabad.org.ar).

 

Iehudis Cohen

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