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Matzá: el alimento de la fe (Pesaj)

Las mismísimas letras del Alef-Bet –alfabeto hebreo– son comparadas a seres humanos. Cada letra tiene un `cuerpo’ y un alma. Su `cuerpo’, la configuración concreta de la letra, no es sino un mero reflejo de su alma. Por este motivo los Sabios han ahondado en la sabiduría y las lecciones inherentes al Alef-Bet y emplearon las «almas» de las letras para dar vida a los conceptos que ellas bosquejan.
Un año, mientras nuestra familia estaba febrilmente limpiando la casa, devolviendo nuestro hogar a su estado de pre-Pesaj, yo exclamé:
«¡Gracias a Di-s, Pesaj ha terminado!»
Con una voz más llena de dolor que de enfado, mi abuelo declaró:
«El judío no agradece a Di-s que Pesaj se haya ido. Por el contrario, agradece a Di-s haber tenido la oportunidad de experimentar Pesaj una vez más».
La drástica diferencia con nuestro enfoque me hizo encarar la inherente pobreza de mi comprensión acerca de la experiencia de Pesaj. Cada año tengo oportunidad de recordar aquel incidente que quedó grabado en mi alma, y reflexionar acerca de su significado.
Cada festividad presenta al judío con una oportunidad de unirse con la Divinidad. Permite el fortalecimiento de nuestra conexión con la Fuente de todo lo que existe, mediante un modo de servicio espiritual particular a ese tiempo.
Cada Festividad anuncia la llegada de una «luz» celestial de emanación Divina única a este mundo. Esta «luz» actúa como un conducto y desencadena una perfeccionada unión entre el judío y su Creador.
Este fenómeno metafísico trascendente se abre paso hacia las Festividades en la forma de uno o más símbolos físicos. Un ejemplo de ello es el shofar, cuyos sonidos simples ocultan la imponente naturaleza de Rosh HaShaná y la «coronación» de Di-s como Rey del universo por parte del judío.
Dado que la manifestación Divina es «investida» en un envoltorio físico, Pesaj nos presenta con un desafío único.
Si pides a un pequeño niño que te dé las palabras claves para Pesaj, él o ella contestarán de inmediato:
«Matzá sí, jametz no».
Hasta puede ser que lo haga con cierto regocijo.
Pero si hablas con un adulto sobre la Festividad, prepárate a oír hablar de «hacer Pesaj», con un poco menos de júbilo.
Para muchos, el principio central de la Festividad es una maldición. Hasta los de espíritu más generoso o ambicioso entre nosotros no pueden evadir una sensación de sutil fatiga. Muy frecuentemente, los aspectos materiales y físicos de la experiencia de Pesaj oscurecen efectivamente su abundante riqueza espiritual. Afortunadamente, mediante nuestra percepción y enfoque, podemos cambiar esta situación.
En Pesaj se requiere de nosotros, o mejor dicho, estamos obligados, a revivir el Exodo de Egipto (Mitzráim). La palabra Mitzráim, como se explica en el pensamiento jasídico, alude al concepto de meitzarím — restricciones o limitaciones. Debemos procurar impulsarnos constantemente desde estas limitaciones hacia adelante, para llegar a un servicio pleno a Di-s.

A veces, estos impedimentos son impuestos por fuerzas externas. Más frecuentemente, vienen de adentro. Cualquiera sea el caso, recrear el Exodo significa, antes que nada, liberarnos a nosotros mismos de nuestros meitzarím, restricciones, mentales y psicológicas.
Este concepto no se aplica en menor medida a la tarea de limpieza de Pesaj y la preparación misma. Si nos tomamos algún tiempo para comprender más sobre jametz y matzá, elementos tan centrales a la observancia apropiada de Pesaj, podríamos alterar radicalmente nuestro marco mental de referencia. De esta manera podremos liberarnos de un cierto «cautiverio» y acercarnos más a experimentar «liberación».
Es vital reconocer que jametz y matzá no son simplemente dos facetas de una Festividad. Más bien, representan conceptos diametralmente opuestos.
En Pesaj, el consumo y posesión de jametz está totalmente prohibido, en tanto que comer matzá es un ritual central. Desde tiempos inmemoriales, el pensamiento mismo de jametz en Pesaj hizo retroceder al judío; cada escondrijo y hendidura eran purgados de la «sustancia» y luego rastreados nuevamente.

Simultáneamente, la producción de matzá era emprendida con la misma indeclinable devoción y cuidado minucioso. En días de antaño, no era poco frecuente que los preparativos para Pesaj consumieran ¡la mitad el año!
¿Qué importancia espiritual se oculta detrás de este comportamiento? ¿Qué emanación Divina, y qué conducto espiritual en nuestro servicio a Di-s, podemos descubrir dentro de la dicotomía jametz/matzá?
Podemos comenzar nuestra búsqueda del significado interior echando una mirada más cercana a las palabras hebreas jametz y matzá.

El misticismo judío enseña que las letras del Alef-Bet son comparadas a seres humanos. Cada letra tiene un cuerpo y un alma. Su «cuerpo», la configuración concreta de la letra, no es sino un mero reflejo de su alma. Por esto, los Sabios han ahondado en la sabiduría y las lecciones inherentes al Alef-Bet y empleado las «almas» de las letras para dotar de vida a los conceptos que ellas bosquejan.
En este espíritu, una muy interesante pregunta surge respecto de las palabras jametz y matzá. Bastante claramente, estas dos son sustancias irreconciliables; con todo, curiosamente, sus naturalezas antitéticas no son reflejadas ampliamente por las santas letras que las representan. De hecho, a primera vista, ¡parecen bastantes similares!
Ambas palabras, jametz y matzá, están constituidas por tres caracteres, y en cada caso dos de esos caracteres son una tzadik y una mem. Jametz se deletrea jet, mem, tzadik, mientras que matzá se deletrea mem, tzadik, hei. El factor distintivo entre las dos palabras son la jet en jametz y la hei en matzá.
Sin embargo, estas dos letras son bastantes similares entre sí. La pequeña diferencia entre ellas es que la pierna izquierda de la hei está quebrada, con un espacio abierto, mientras que la pierna de la jet está enteramente cerrada.
Esta aparentemente inocua distinción es crítica para comprender el insalvable abismo entre jametz y matzá.
La jet –y, desde luego, todo el concepto de jametz-– representa al individuo que se ve a sí mismo como independiente, consumado, y generalmente por encima de todo reproche. El está seguro de su perfección, cerrado de todos sus lados; se infla con su propia importancia personal. Es virtualmente impermeable a las influencias externas.
La hei, matzá, simboliza al individuo cuyos atributos no son de hecho menos llamativos que los de la jet, pero cuyas actitudes son diametralmente opuestas a los de aquél. Esta es la persona cuyo conocimiento propio está unido al reconocimiento de un Poder Superior. Este es el individuo que cree y deposita su confianza en un Di-s omnipotente y omnisapiente, de quien dependen su existencia y crecimiento mismo.
El individuo representado por la hei es consciente de sí mismo como de uno a quien se ha confiado el poder y la proeza, pero es todavía más consciente que es un ser mortal finito y esencialmente inconsecuente frente a un infinito Di-s. Por eso la hei mantiene una parte de sí misma siempre abierta a recibir sustento y dirección desde arriba. En la terminología jasídica, esta característica de carácter tan buscada se llama bitul haiesh, la «anulación del ego».

Matzá es la quintaesencia de «el alimento de bitul«. El pan y la matzá se elaboran con ingredientes similares, pero la matzá se produce en un lapso de tiempo de menos de dieciocho minutos y por eso no puede leudar.
Este concepto es adicionalmente cristalizado durante nuestro recitado de la Hagadá, que comenzamos con «Ha lajmá aniá... éste es el pan de nuestra aflicción» o «pan de la pobreza». Acentuamos la naturaleza «pobre» de la matzá con sobrados motivos. El «pobre» que sufre constante necesidad, mira hacia arriba en procura de asistencia, pero para el rico resulta más difícil cultivar un sentimiento de dependencia de una fuente superior.
El Zohar atribuye un poder maravilloso a la matzá; la llama mijlá demehemnuta, el «alimento de la fe». La ingesta física de matzá en nuestros sistemas nos inyecta realmente con emuná, fe, que es la característica esencial del judío y la base de su relación con Di-s.

El Talmud (Berajot 40a) enseña que un niño no puede desarrollar sus facultades intelectuales hasta tanto no coma pan. El Zohar escribe que, similarmente, los judíos son incapaces de creer en Di-s como fuerza de vida y Creador del universo hasta tanto no coman matzá.
Esto nos trae de regreso al entendimiento de la naturaleza esencial de jametz vs. matzá. El jametz es el epítome de lo «ascendente», la afirmación y habilitación del ser propio dentro del microcosmos y las fuerzas que buscan mitigar la espiritualidad en el macrocosmos.
Del individuo altivo Di-s dice: «Yo y él no podemos morar juntos en el mundo» (Arajín 15b). La Inclinación Perversa, el Ietzer Hará, se llama «jametz» (Zohar) y sólo será desterrado totalmente con la venida del Mashíaj (Sucá 52a). La expresión del Talmud para uno que se ha desviado del camino de Di-s es nitjametz.
Según la halajá, siquiera una cantidad minúscula de jametz está prohibida. La veneración idólatra comparte esta característica. Jametz y la idolatría, ambos, implican la ausencia de una creencia prístina en Di-s. Ambos están arraigados en la emancipación o la desvinculación de Di-s. Y ambos son intolerables siquiera en el grado más pequeño.
Mientras estaban en Egipto, los judíos se hundieron profundamente en las «realidades» físicas y concomitantes limitaciones de este mundo. Sus facultades emocionales e intelectuales estaban bloqueadas por las limitaciones naturales de este universo.
De modo que Di-s ordenó que comieran matzá, el alimento de la anulación del Yo, y mediante esto los preparó para Su revelación. Posteriormente la manifestación absoluta de Divinidad, «Yo y no un ángel…» (Hagadá) los invistió con el «gen» de la fe que se transmitiría inequívocamente a toda su progenie y sería nutrido cada año a través de comer matzá.

Pesaj nos da la oportunidad de cebar nuestra fe, que es la piedra angular de nuestra relación con Di-s. Y eso, en la vida del judío, es el punto de partida y el punto de regreso. La limpieza de Pesaj difiere en objetivo de la simple limpieza primaveral; mientras continuamos liberando a nuestros hogares de jametz podemos ayudarnos a nosotros mismos centrando nuestra mira en la dinámica de este ejercicio.
Mediante la anulación del jametz interior y exterior, hacemos nuestra parte en traer el cumplimiento definitivo de la promesa de Di-s: «el espíritu de tumá (impureza) Yo erradicaré de la tierra» (Zejaria 13:2).



(extraído de Jabad Magazine, www.jabad.org.ar).


 

Rivká Slonim

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